Lo de 1934 fue un golpe, no una revolución
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta
Cierta historiografía nos cuenta que los sucesos violentos y orquestados por partidos y sindicatos contra el gobierno legítimo de la Segunda República en 1934 fueron una revolución o una huelga revolucionaria. Falso. Fue un golpe de Estado como voy a explicar. El motivo de ese relato engañoso es blanquear la violencia política y la imagen supuestamente democrática de los partidos implicados, especialmente el PSOE y ERC.
Un golpe de Estado es un acto ilegal desde alguna instancia del poder, en el que se utiliza cierta dosis de violencia contra alguna institución significativa para romper el sistema político e iniciar un régimen distinto asumiendo todo el mando. La excusa clásica para el golpe desde Gabriel Naudé en el siglo XVII era la razón de Estado, entendida como la necesidad de reconducir la situación por estar en peligro un proyecto político que se considera un bien superior. Esto ha dado cobertura al golpismo como instrumento para compensar la pérdida legal del poder o la amenaza de perderlo. Todo golpe necesita previamente crear un estado de opinión pública que lo justifique, normalmente acuciando el miedo al desorden o al fin de una aspiración colectiva. Cuanto mayor es el abismo que se señala en el relato, más inevitable y justificado parece el hacer algo extraordinario; esto es, dar un golpe para evitar la caída al infierno. Eso ha ocurrido durante toda la historia contemporánea de Europa, también en España y, cómo no, durante la Segunda República.
El 6 de octubre de 1934 se produjo en Cataluña un golpe de Estado desde una instancia del poder, la Generalitat de Companys, con episodios de violencia e intimidación, para romper la legalidad y asumir un poder que no les correspondía. La excusa fue una «razón de Estado»: la República se perdía porque habían accedido legalmente al poder las derechas, el Partido Radical de Lerroux con apoyo de la CEDA. El relato, repetido hasta hoy, es que este último partido, dirigido por Gil Robles, era la versión española del fascismo. Esto justificaba a sus ojos el golpe de Estado aliado con quien fuera, sin saber qué habría después, y a pesar del riesgo del enfrentamiento armado y del derramamiento de sangre. Tampoco importaba el deterioro de la República como una democracia garantista, y quedaba al descubierto que para unos era otra forma de hacer la revolución, y para otros un tránsito hacia el socialismo o la independencia de su región.
Aquel golpe en Cataluña no se improvisó. A la muerte de Francesc Macià, en diciembre de 1933, le siguió una crisis en ERC, un partido que resultaba ser una especie de movimiento nacional con forma de coalición. Eligieron a Companys presidente de la Generalitat con muchas reticencias, por lo que tomó un perfil radical para congraciarse con los más independentistas de ERC. De esta manera permitió que las Juventudes del partido, los Escamots formados por Dencàs y Badia, parecieran los camisas negras del fascismo italiano o las tropas de asalto del partido nazi. Al tiempo, Companys y ERC entendieron que la derrota electoral de las izquierdas en 1933 dejaba a su proyecto nacionalista sin un aliado en el Gobierno de España. A partir de ahí, Companys tomó decisiones encaminadas a una acción de fuerza. Nombró a Josep Dencàs consejero de Interior para que organizara las fuerzas del orden catalanas como un ejército. Además, dio alas al relato que situaba a la República en manos de fascistas enemigos de Cataluña. Sobre ese estado de opinión exaltado, que se veía al borde del abismo, buscó un conflicto con el “Madrid” facha que demostrara ese peligro que justificara el golpe de Estado.
Companys aprovechó entonces el conflicto rabassaire -agricultores catalanes- para movilizar a la izquierda y al nacionalismo. Presentó una ley de cultivos que tumbó el Tribunal de Garantías Constitucionales por un recurso de inconstitucionalidad presentado por el gobierno de Samper, de la derecha. A pesar de que todo esto fue legal, siguiendo los cauces establecidos, Companys movilizó a la sociedad independentista y de izquierdas. No lo presentó como un obstáculo a una ley, que podía reformarse y asunto resuelto, sino como un ataque a Cataluña y al sentido de la República del 14 de abril. Esto último era un símbolo del ánimo revolucionario del nuevo régimen, que servía para denunciar cualquier medida legal de la República que no fuera al gusto de ese ánimo rupturista. Si no era revolucionaria, decían, traicionaba el espíritu del 14 de abril.
La Generalitat organizó una manifestación por Barcelona el 29 de abril para mostrar músculo, y amenazar al Gobierno legal y a las instituciones de la República. La prensa del movimiento nacionalista, como La Humanitat y L’Opinió, publicaron editoriales llamando a la revolución, y los diputados de ERC abandonaron teatralmente las Cortes. Era la escenificación de un enfrentamiento que justificara el golpe. Así, en junio de 1934 se puso en marcha la maquinaria golpista. Dencàs organizó un comité revolucionario con los partidos nacionalistas. Su tarea fue estudiar la toma de los edificios oficiales de Barcelona y planear la defensa armada. Al tiempo, el catalanismo iba caldeando a la opinión pública, polarizando, y generando la idea de que la situación solo podía resolverse con la violencia.
El 1 de octubre se produjo una crisis de gobierno. La CEDA retiró su confianza a Samper, que tuvo que cesar en sus funciones. Era la ocasión propicia para el golpe de Estado. La historia nos enseña que el momento adecuado para un acto de este tipo es cuando un Ejecutivo acaba de dejar el poder y otro no termina de cogerlo. Así fue el 23-F de 1981, por ejemplo. Se aprovecha el desconcierto y que los mandos políticos no son todavía sólidos y claros. El 4 de octubre de 1934 se presentó el nuevo gobierno, presidido por Lerroux con tres ministros de la CEDA. Esta circunstancia fue la excusa para el golpe, porque todavía no habían hecho nada «contra Cataluña» ni «contra la República».
El periódico de Companys, La Humanitat, avisó el 5 de octubre: «Sonó la hora de la movilización. Que cada uno ocupe su sitio, el arma en el brazo y el oído atento a las órdenes». Al día siguiente se ejecutó el plan. Los escamots tomaron a la fuerza algunos edificios oficiales. Sin embargo, la gente corriente, convocada a una huelga general, no salió a la calle. La movilización falló. Companys salió al balcón de la Generalitat para declarar que los «monárquicos y los fascistas» habían «asaltado el poder», e invitó a la formación del Estado catalán en la República federal española. El objetivo era la dimisión del gobierno Lerroux, la convocatoria de elecciones para volver al poder y la mejora del Estatuto. Ese fue el golpe. El general Batet, capitán general de Cataluña y republicano, habló con Companys. Aquello era absurdo. Le conminó a dejarlo, pero no tuvo éxito. Se produjo el choque armado con el saldo de 46 muertos. Fracasados, los golpistas huyeron como pudieron, otros fueron capturados y Companys se entregó a las 6 de la mañana del 7 de octubre. La cárcel le esperaba, aunque por poco tiempo.
No quiero despedirme sin atar algunos cabos. ¿Qué ocurrió con Dencàs y Badía, los líderes militares del golpe de Estado? Durante la jornada golpista del 6 de octubre estuvieron disparando desde el edificio de la Consejería de Gobernación. Lo hicieron desde la terraza del edificio con fusiles y ametralladoras. Cuando las tropas gubernamentales entraron en la casa se produjo la desbandada de los valientes nacionalistas. Recordemos que al menos Companys y su gobierno se habían entregado. Dencás y Badía prepararon con antelación la fuga a través de las alcantarillas. Para asustar a las tropas colocaron una ametralladora en la entrada del túnel, previamente iluminado con electricidad, y salieron por una alcantarilla lejana con los bolsillos bien llenos. Después huyeron a Francia. Dencàs, el «cerebro militar» del golpe, volvió en febrero de 1936 como diputado. En el próximo episodio hablaremos de Asturias y de Franco en el golpe de 1934.
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