THE OBJECTIVE
Bambalina

Natalia Millán: «Dejar la tele por el teatro no fue bajarme, sino auparme»

La actriz repasa su trayectoria en un nuevo episodio de ‘Bambalina’

Su papel en la serie Un paso adelante –que trascendió nuestras fronteras– hacía que los jóvenes la llamaran «¡Adela!» a gritos por la calle. Para entonces, a principios de este siglo, Natalia Millán (Madrid, 1969) llevaba muchos años de escena a cuestas como intérprete, bailarina y cantante, y –algo que no se sabía en el pico de esa fama– sacaba adelante a su hija tras perder a su pareja en un accidente. En ese más difícil todavía, volvió al arte que despertó su temprana vocación para hacer Cabaret (2002), que marcó un hito en la producción de musicales en España. Su obra en cartel Conspiranoia, que protagoniza junto a Ismael Merlo, brinda la excusa para hablar de su trayectoria, que combina la vocación profunda, la alta preparación y el talento natural.

PREGUNTA.- Te he oído decir una cosa muy bonita: que la generosidad es un valor fundamental en el escenario. ¿A qué te refieres con con eso?

RESPUESTA.- Creo que en la vida también, pero circunscribiéndolo al escenario, sale mucho más a cuenta. En realidad, es mucho más productivo y ventajoso para uno el ser generoso, porque es un intercambio. Si yo solamente pienso en mí, en lucirme, en que me miren, en triunfar, me voy a quedar muy corta. Esto es un toma y daca, lo que tú me digas a mí me va a influir, me va a aportar. Si yo no te escucho, solo voy a centrarme en mí y me voy a quedar muy pequeña. Siempre lo que nos dan los demás, lo que nos da el otro, es importantísimo, es lo que nos hace crecer, y mirar bien hace que el otro te mire bien, y entonces tú también te ves bien. Yo creo que sale más a cuenta ser generoso siempre.

P.- A la vez que tienes que ser generoso, es un ejercicio de concentración brutal.

R.- Sí, también.

P.- Pienso en Conspiranoia, que es la obra en la que estás ahora, en el Teatro Alcázar con Luis Merlo, Juanan Lumbreras y Clara Sanchís. Como toda comedia, va vertiginosamente y necesitas una concentración brutal. Generosidad, sí, pero a la vez máxima concentración para que no haya ningún traspié.

R.- Pero es un poco lo mismo, ¿no? Porque tú estás concentrado en el otro. El otro es el que te dice, el que te da el pie para que tú hables. Esa concentración es fundamental y lo sabes muy bien, se ve que entiendes de teatro porque es así. La comedia va pum, pum, pum, pum, y las réplicas son muy rápidas. En este caso, además, a veces son muy cortitas y el tren sigue, no puedes pararte. Es como un partido, no de tenis, sino de ping pong, va todo rapidísimo. El estar con el otro también te ayuda a la concentración.

P.- ¿Cómo superas en escena que haya algún pequeño traspié? ¿Lo tomas de manera natural o te afecta?

R.- Voy aprendiendo –porque yo voy aprendiendo, cada día intento un poquito más y esto parece que no se acaba nunca– que lo importante es no quedarte ahí. Claro que da rabia, pero si te quedas ahí lamentando el error, vas a empezar a encadenar un error con otro. Tienes que decir: va, queda en el pasado y continúo, porque como te quedes lamentándote, entonces ya no vas a parar de equivocarte. Hay que dejarlo atrás y ya luego si quieres, cuando acabe la función, analizas. Siempre hay un porqué, siempre hay un pequeño despiste, te has puesto a pensar en otra cosa… Yo por eso nunca quiero saber si hay gente que conozco en el público, porque eso me saca mucho. Mis compañeros, mis amigos, todo el mundo lo sabe. Bueno, todo el mundo no: de vez en cuando veo en WhatsApp que me dicen «Ay, Natalia, qué bien, voy a verte», y suelto el teléfono, no quiero saber, porque ese día que sé que hay alguien, ese día me desconcentro.

«Yo vi, siendo niña, All that Jazz, la película de Bob Fosse, y salí transformada»

P.- Tu personaje ahí, Clara, es una mujer que se ha vuelto terraplanista y su marido y los amigos le arman una intervención como si fuera una adicta. Claro, ser terraplanista es una cosa que no nos suele pasar, o al menos, por suerte, no conozco a gente terraplanista.

R.- Yo tampoco.

P.- Pero la obra sí habla de otras muchas cosas en las que sí nos podemos ver reflejados. ¿Cuáles serían esas cosas con las que te enganchaste para poder hacer este personaje tan exótico?

R.- Es difícil, es complicado. Marc Angelet, el director, que también es coautor de la obra, cuando le planteaba estas dudas decía: «Cuidado, no te creas, ¿eh?, que hay gente terraplanista muy preparada, muy inteligente, muy culta». Pero carámbanos, si no hay más que coger un avión para darse cuenta de que el mundo es redondito. Pero sí, me comentaba que, efectivamente, hay gente muy bien informada que decide tomar ese camino. Es verdad que hay otro tipo de conspiraciones a las que puedes concederles el beneficio de la duda. Yo no soy ni mucho menos antivacunas, pero dices: «Bueno, efectivamente, a lo mejor esta última vacuna no se probó lo suficiente, es verdad que la industria farmacéutica a veces calla más de lo que de lo que dice…». En fin, puedes pensar que puede haber ciertas conductas no muy honestas, pero en el caso de la Tierra, que sea plana es un absoluto disparate. Yo abordé el personaje, más que por ser terraplanista, pensando en que es una mujer que tiene una cierta soledad. Su marido trabaja mucho, está muy centrado en su trabajo y no le presta atención a ella; el hijo ha abandonado el hogar, esto también genera mucho vacío y mucha tristeza y mucha soledad, y se ha encontrado un grupo de gente que son majos y que están ocupados en sus cositas y ella se está un poco divirtiendo, y quizá también tiene un punto rebelde y provocador con sus amigos, al soltarles las consignas, como una llamada de atención. Lo he enfocado más por aquí. Quizá no soy muy buena actriz y tendría que haberme creído terraplanista.

Natalia Millán. | Víctor Ubiña

P.- No, porque es muy convincente.

R.- Bueno, pues entonces se ve que ha funcionado, porque realmente me costaba trabajo, siendo como es el personaje, que es una mujer que se ve que está informada, está en un ambiente de gente que no es para nada tonta, es gente culta. Me costaba creerme que hubiera tenido algún tipo de problema mental, que no es el caso, es bastante lúcida.

P.- En cuanto a las relaciones humanas hay también cosas interesantes. Al final, todos tienen algo de lo que ser objetos de una intervención.

R.- Así es. Y de hecho el título de la obra, Conspiranoia, evidentemente se refiere al tema del terraplanismo, pero creo que al final acaba hablando más de esas «micro conspiraciones» que tenemos en todos los grupos humanos, que de pronto nos unimos todos contra uno, por detrás. En este caso, bueno, es una cosa anecdótica y está dentro de lo amistoso, pero en muchos casos puede ser un mobbing, un bullying, muchas otras cosas más tóxicas.

P.- Eres una mujer de escena total. Bailarina, actriz, cantante. Son tres disciplinas tan exigentes por sí solas, que alguien que practica las tres es como un superhéroe. ¿Cómo fue que te planteaste hacer las tres cosas a la vez? Que además las haces bien.

R.- Bueno, muchísimas gracias. No sé si es tan así. Ojalá, ese es el propósito. Es verdad que para alcanzar la excelencia hay que centrarse mucho en una cosa; si te diversifica, a veces sacrificas un poco. De esto fue una película la culpable –lo he contado más veces, no es una primicia–: yo vi, siendo niña, All that Jazz, la película de Bob Fosse, y salí transformada de allí. Yo de pronto, sobre todo con Ann Reinking, me quedé absolutamente fascinada y pensé: yo quiero hacer esto. Esta película en realidad es autobiográfica y cuenta su propia vida de una forma muy impresionante, porque llega a relatar al retratar su propia muerte y sucedió tal y como la cuenta, y el retrato que hace del mundo escénico no es amable, es duro, es sórdido. Pero a aquella niña aquello le gustó. De ahí, inmediatamente fue ponerme a buscar clases de danza, de teatro, empezar a compaginarlo con el cole. Con el tiempo –yo iba a un colegio de monjas–, acabé yéndome a un instituto horario nocturno para poder ir a esas clases. En fin, ahí ya empezó como la obsesión. Fueron All that Jazz, Fosse y Ann Reinking los culpables.

P.- Eras muy joven. No sé si en tu familia había antecedentes de artistas.

R.- Directos, no. Mi madre sí tiene un un temperamento artístico muy acusado y además me parezco mucho a ella. Yo sé que mucho me lo ha comunicado ella. Ella es una grandísima lectora, hubiera sido una gran cantante. De hecho, la llevaron de pequeña a un célebre maestro, que era el maestro Villajos, célebre maestro del del siglo pasado, y este le dijo a mi abuelo: «Esta niña quiero que me la traigas, porque voy a hacer de ella una soprano fantástica». Era muy vergonzosa y nunca más fue. Pero ella adora la ópera, la he escuchado cantar siempre arias de ópera maravillosamente bien. Ella sí me apoyó mucho cuando yo decidí formarme, no así mi padre. Mi padre no, mi padre para nada.

«Mi padre me daba dinero para clases de inglés y lo que hacía era pagarme las clases de interpretación y de danza»

P.- ¿Quería una carrera más «seria»?

R.- Sí, además yo era buena estudiante, que esta es muy seria también, pero en apariencia no. De hecho, él me dijo una frase muy típica, muy tópica y muy fea de lo que era este mundo que no voy a repetir aquí. Pero es bastante conocida y descriptiva del tipo de personas que se dedicaban a esto.

P.- Lo dijo Victoria Abril hace poco, en una entrevista.

R.- ¿A ella también se lo dijeron?

P.- Se lo dijo su madre.

R.- Pues a mí mi padre. De hecho, le engañaba. Yo iba a un colegio en el que se estudiaba francés y le decía: «papá, tengo que estudiar inglés porque es muy importante», me daba dinero para clases de inglés y lo que hacía era pagarme las clases de interpretación y de danza. Y por eso hablo un inglés deplorable, pero no me importa.

P.- Tenías 16 años cuando entras en la escuela TAI.

R.- Yo juraría que menos. Yo creo que tenía 14, pero tampoco me acuerdo bien ahora.

P.- Es una edad un poco peligrosa para entrar en este mundo del espectáculo. No sé si tuviste situaciones embarazosas o siempre te sentiste bien, protegida.

R.- Yo he vivido situaciones embarazosas en cuanto a acoso machista, sí, sin duda. Pero es que vivíamos ahí, sabíamos que iba a suceder, que te iban a acosar en algún momento y había que ir surfeando como se podía. Lo teníamos muy normalizado. Esto es tremendo. Bendito Me Too, esto ha sido una maravilla. Ahora, de tan jovencita, la verdad es que no. Algún pesado que quisiera tal, pero nunca llegué a vivir una situación grave. Más adelante igual sí, pero de niña, no, no.

P.- Empezaste enseguida a hacer obras de teatro, a hacer musicales, que era lo que primero te llamó la atención, según me estás contando. La fama llega con la tele, con El súper, primero, y por supuesto con Un paso adelante.

R.- Muchos años después.

Natalia Millán. | Víctor Ubiña

P.- A finales de los 90.

R.- Sí, El súper fue la primera serie, en el 96 y el primer musical, la primera vez que trabajé, fue en el 82; o sea que fíjate si habían pasado años.

P.- ¿Cómo fue ese cambio, de ser profesional, como eras, a ser una profesional con fama?

R.- Bueno, se trabaja tanto en una serie diaria y sobre todo si tienes, como me tocó a mí, un papel protagonista… Que qué suerte, que yo aprendí un montón, ¿eh? No hay protagonista de una serie diaria que no pase una crisis brutal, porque te comes las jornadas completas y encima luego tienes mucho que estudiar cada día, pero mucho, un taco de folios de guiones.

«Estaba muy ocupada y encima tenía una hija muy pequeña, no tenía tiempo para darme cuenta de la fama»

P.- Que eso se desdeña, pero la memoria que hace falta, y eso es solo el primer paso de todo lo demás.

R.- Sí, tremendo. Estaba muy ocupada y encima tenía una hija muy pequeña. No tenía mucho tiempo para darme cuenta de la fama. Pero es verdad, es una cosa que sucede de repente. Lo recuerdo más un poco más adelante, con Un paso adelante, que fue un boom, sobre todo entre la gente jovencita. Me hacía gracia, pero a veces decías «ya no puedo más», porque la gente muy jovencita no sabe gestionar bien cuando ven a alguien que admiran. No era como esa cosa más adulta de «oye, perdona, me encanta tu trabajo», no, era como: «¡Adela! ¡Adela!», unas cosas así como de nervios. Y a veces sí me ponía un poco nerviosa, cuando estaba con mi niña, y se acercaban y yo decía: es que ahora no soy yo la protagonista, ahora es mi niña, y no quiero que se acerquen a preguntarme cosas, porque ahora estoy yo dedicada a mi niña, que tenía poco tiempo para ella. Pero bueno, no puedo hablar mal de la fama, aunque no es una cosa que me encante: yo soy tímida, me gusta ir a mi aire y que no me miren. Entonces, claro, cuando estás en una serie de éxito, te miran mucho. No me encanta, pero no me voy a quejar, porque eso mismo luego te abre puertas y te da trabajo y normalmente la gente es muy amable y muy cariñosa.

P.- Se suele ver la tele como el medio más fácil para tener dinero y por supuesto  fama, pero ¿qué es lo que se aprende para la profesión en la tele?

R.- Yo en concreto es que casi no había hecho audiovisual. Entonces, claro, en El súper, de repente, con esos volúmenes de trabajo, esos tochos que me tenía que estudiar cada día. Protagonistas había hecho muy pocos, porque yo llevaba trabajando en teatro mucho tiempo, pero siempre era en musicales, del coro y del ballet, me daban algún papelito un poquito destacado, pero protagonistas había hecho alguna cosa muy esporádica. De pronto tener esa responsabilidad y ese peso de repente, aprendes o aprendes, es que no te queda más. Aprendí todo sobre la marcha, montada en el caballo al galope.

P.- Justo en el pico de la fama, te bajas porque te ofrecen Sally Bowles, Cabaret.

R.- Claro, claro. Cómo no bajarse, ¡para mí es auparse!

P.- Habrá gente que diga: «Bueno, en el teatro se cobra menos, es más difícil, va menos gente». Tú no lo dudaste, ¿cómo fue ese momento?

R.- Es que mi vocación es el teatro. Yo no soy ambiciosa de ser una estrella del cine ni de la televisión. Ahora, un gran personaje de teatro me vuelve loca, y de hecho hasta El súper prácticamente no había hecho audiovisual porque de verdad que no me interesaba; alguna cosina suelta porque surgía y venía bien, pero no tenía esa vocación. Y claro, Sally Bowles, Cabaret, que está tan relacionado con Fosse, mi mito, mi motor para dedicarme a esto… Aunque ese montaje no tenía que ver con la versión de Cabaret de la película de Bob Fosse, es la misma historia y el mismo personaje. ¡Madre mía! Para mí era un salto cualitativo brutal. Sí, sí, no lo dudé. Se enfadaron conmigo cuando me fui de Un paso adelante, se enfadaron mucho, sí, sí.

P.- No me extraña, es que llevabas mucho peso en la serie.

R.- Era un personaje muy bonito.

P.- Un personaje precioso.

R.- Yo creo que de los más bonitos de Un paso adelante, y ese personaje me abrió la posibilidad de de hacer Sally Bowles.

P.- ¿Cómo cargan los actores con sus personajes? ¿Hasta qué punto se olvidan o no? ¿Hay cosas que olvidan por completo?

R.- No, yo creo que no, a no ser que sea algo que prefieras olvidar porque ha sido una mala experiencia. En mi caso eso ha ocurrido alguna vez, pero muy puntualmente. Pero no, a mí no se me olvidan, y me han dado mucho todos esos personajes. Es verdad que sí se te pueden olvidar detalles. Si ahora veo un capítulo, como no sea uno que recuerde por algo muy concreto, de pronto me digo: huy, ¿yo he hecho eso? Es que no me suena para nada. Claro, el disco duro se libera, porque si no, no hay sitio.

«Voy aprendiendo a verme, a ser más tolerante conmigo misma, pero soy exigente»

P.- ¿Y te gusta verte?

R.- No mucho. Yo soy dura conmigo misma. Entonces, cuando ha pasado mucho tiempo, digo: «Ay, mira, pues si lo hacía bien y estoy mona y tal», pero en ese momento si me veía, decía «ay, qué fea, qué no sé qué, qué mal, qué forzada». Yo prefiero no verme. En El súper, sin embargo, sí que hacíamos una cosa muy buena, y alguna otra serie también, en Policías, por ejemplo, que eran ensayos grabados. Ahí cauterizas, y además, al verte en el ensayo puedes corregir tú mismo, porque el director te pide cosas, pero tú no te ves. Si ves el ensayo, ahí sí aprendes, dices: «no, esto no es lo que yo quería expresar», y eso es muy saludable, y además te reconcilia contigo. Pero una vez que ya no hay solución, yo prefiero no verme, porque ya no se puede rectificar.

P.- Eso que es tan distinto en el teatro, porque pasa y una función no es igual que la otra, pero en la tele ya se queda fijo. ¿Eso se cura con la edad, con la madurez? Has hablado en presente: «yo soy muy dura conmigo».

R.- Sí, soy dura, soy dura. Es verdad que también aprendes a perdonarte muchas cosas y a a aceptar que somos limitados, y que la perfección es una zanahoria abstracta, pero nada más. Voy aprendiendo a verme, a ser más tolerante conmigo misma, pero soy exigente, sí, soy exigente.

Natalia Millán. | Víctor Ubiña

P.- Los musicales son obras artísticas totales, una suerte de, guardando las distancias, de ópera moderna. Ahora lo concebimos de manera natural, vemos musicales por todas partes. Hay un boom de los musicales y se olvida que cuando salió Cabaret eso no era lo común. No sé si te reconoces en ese papel de «fomentadora» de esa fiebre.

R.- Un poco sí, y me encanta. Yo sí sé que he aportado ahí mi granito de arena. Fíjate, por lo que decíamos: a mí lo que me movió es esto, el musical en el escenario. En los 80, cuando yo empecé a trabajar, que hice cinco o seis musicales, en cinco o seis temporadas seguidas, se hacían musicales más modestos, no tan fastuosos como ahora, pero se hacían muy bien. Además, éramos siempre más o menos los mismos, los que trabajábamos, gente que teníamos formación integral. Pero de repente se dejaron de hacer. De repente desaparecieron, aunque había alguna cosa por ahí suelta, sobre todo en Cataluña. Luego fue, yo creo, El hombre de La Mancha, con Paloma San Basilio y Pepe Sacristán, que fue como el primero. Y de ahí, tímidamente, poco a poco se fueron haciendo. Pero incuestionablemente, y esto lo digo muy orgullosa, es verdad: yo contribuí a eso. Y ahora mismo la gente está preparadísima, da gusto. Mira, se me pone la carne de gallina. La gente joven está preparada al nivel del país en el que más brillo tengan los musicales. Es maravilloso, realmente, el nivel que tenemos.

P.- Es un reto, es casi como deporte de élite, ¿no? Tienes que ser exigente al máximo con la voz, con el cuerpo, con la interpretación.

R.- Sí, es exactamente eso. Son personas que viven por y para su formación y para estar siempre ahí. No vale «ay, que me ha salido musical, entonces ahora me preparo», no. Tienes que ya ser, estar aquí arriba en una forma fantástica para poder hacerlo. Y ahora la gente está muy bien formada. En España hay mucho talento.

«Ahora ya no está normalizado el acoso ni el abuso de poder, y antes sí»

P.- En todos estos años de carrera, habrás visto cambiar muchas cosas de la industria del teatro y de la tele. ¿Qué es mejor ahora respecto a antes y qué es peor ahora respecto a antes?

R.- Esa es de nota, no tengo hecho ese análisis. Los cambios, como son paulatinos, a lo mejor no te das cuenta, tienes un poco que ponerte a comparar. Por ejemplo, yo creo que hay algo fundamental que ya hemos mencionado: ahora mismo ya no está normalizado el acoso ni el abuso de poder. No es que no suceda, pero cuando sucede, salta y reaccionamos. La sociedad reacciona ante eso. ¿Antes? Perdona, antes no se reaccionaba, es lo que te digo, teníamos normalizado que, bueno, que alguien iba a querer abusar de ti, y tú tenías que ir a ver cómo pasabas sin hacerte notar, porque encima, si rechazabas, entonces ya… Esas situaciones yo sí las he vivido.

P.- ¿Podía tener consecuencias?

R.- Consecuencias tremendas, consecuencias trascendentales. Y ahora esto no. Ahora esto se denuncia públicamente en los tribunales y se condena socialmente y en los tribunales. Yo creo que es un progreso maravilloso. Creo que en general estamos mejor. Y alguna situación que yo haya podido vivir, por ejemplo, hace muchos años, descubrir después de trabajar mucho tiempo que no te habían dado de alta en la Seguridad Social o cosas así, esto podrá suceder hoy, pero es muy, muy, muy marginal. ¿Cosas que quizá hayan ido a peor? Pues una cosa que contamina toda la sociedad: la prisa. La gente joven a veces pasa esa prisa por tener éxito, por la fama. Pero yo creo que eso sucede más en otros ámbitos. El que de verdad ama y tiene vocación por este medio, sabe que la prisa no va a ninguna parte, que esto es ir a pico y pala, que tiene mucho de artesanía y que nada se consigue de hoy para mañana.

P.- Fuera de cámara veníamos corriendo, juntando agendas, huecos, esa trastienda que no ve el espectador. El espectador ve el glamour, pero no ve ni la artesanía ni toda esa cotidianeidad. ¿Tú como lo has combinado? Como madre de una hija, además, que se quedó sin padre  muy pequeña, lo cual añade doble dificultad.

R.- Sí, dificultad absoluta.

P.- Te veo en el más difícil todavía, no solamente en el escenario, dedicada a tres disciplinas exigentes, sino también fuera. ¿Cómo compaginaste eso y cómo lo haces?

R.- No lo sé, realmente no lo sé. Vas día a día cumpliendo objetivos, no sabes muy bien ni cómo, muchas veces pensando que no le estás dedicando todo el tiempo que que quisieras, pero bueno, lo vas haciendo. También reconozco que a mí me ayudaron mucho; mi madre me ayudó muchísimo, mi familia me ayudó mucho. Esta circunstancia tristísima que sucedió también sensibilizó a todo mi entorno y yo recibí ayuda de mucha gente. Yo tengo un instinto maternal muy bestia. Ser madre –que ahora parece que no está de moda lo maternal– a mí me parece el mayor privilegio que se puede tener. Todavía a día de hoy, cuando oigo que mi hija me llama «mamá» digo: ¡qué suerte tengo de ser mamá! Me apasiona. Entonces, esto mismo te da mucha fuerza. Cuando mi niña era pequeñita, cuando era bebé, lo del darle el pecho a la niña en la calle no estaba, como ahora, normalizado, se metía todo el mundo conmigo. «Va a tener dientes y le sigues dando», era una cosa como fea. Yo me la llevaba a todos lados, pero no estaba tan presente la cosa de la conciliación y era como «esta loca, con la niña, de verdad, ¿no se da cuenta?». Como que no se podía ser madre y trabajadora, digamos muy entrecomillado, de éxito. Quizás esa alegría, esa pasión por tener a a mi hija, y luego también indudablemente lo que sucedió, te hace ir como una yegua.

«Ser madre –que ahora parece que no está de moda– me parece el mayor privilegio que se puede tener»

P.- Curiosamente, no fue algo que entonces se supiera, se ha sabido hace poco. No sé si eso fue algo consciente o así se dio y no quisiste hablar de ello en su momento.

R.- No me gusta mucho hablar de mi vida privada. Es verdad que en un momento determinado lo hablé, por unas circunstancias equis, y no pasa nada. Está bien, porque mira, mucha gente después me dijo: «gracias, porque yo he pasado por esa situación» –no me quiero emocionar, que me está costando–, «ver que tú pudiste con esa situación a mí me ha dado mucha fuerza y me he sentido identificada», y eso es muy bonito. Es verdad que siempre nos encanta mostrar nuestras fortalezas, nuestros éxitos y de pronto enseñar tu debilidad, tu problema, tu dolor, también ayuda mucho.

P.- Siempre le pido a mis invitados «sencillos placeres», que hagan alguna recomendación de ocio, película, serie, exposición, lo que quieran.

R.- Acabo de ver una serie que me ha gustado mucho, La pareja perfecta, y Monstruos también. Pero fíjate, voy a hacer una recomendación que creo que es importantísima: recomiendo de vez en cuando permitirse el lujo de no hacer nada. Nada de nada de nada. Tirarte en el suelo y no hacer nada. Respirar. Creo que es importantísimo que que lo hagamos todos un ratito al día. Desconectar del todo.

[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a [email protected]]

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D