THE OBJECTIVE
Historia Canalla

Franco en defensa de la República: 1934

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta

Franco en defensa de la República: 1934

Ilustración de Alejandra Svriz

El republicanismo o la historiografía que mitifica la Segunda República olvida que Franco defendió el régimen republicano del golpe de Estado y de la revolución de 1934. También la historiografía franquista soslayó ese mismo episodio. Nosotros no estamos en un sitio ni en el otro. Solo hacemos historia, no política.

Francisco Franco se convirtió desde 1934 en el general favorito del Partido Republicano Radical y de la Confederación Española de Derechas Autónomas, más conocida como la CEDA. Veían en el militar el hombre indicado para defender el orden dentro de la República. La razón era que no se fiaban de los oficiales nombrados por Manuel Azaña entre 1931 y 1933, que había elegido a militares afectos al republicanismo de izquierdas. La derecha republicana, en cambio, quería generales que sirvieran para la represión de los motines y revoluciones. Así se lo había indicado la experiencia. Había costado mucho sofocar el alzamiento anarquista en Aragón, ocurrido entre diciembre de 1933 y enero de 1934. Al final intervino el ejército para restablecer el orden, llegando a emplear incluso tanques contra los revolucionarios. La inoperancia gubernamental fue tan evidente que tuvieron que dimitir los ministros de Gobernación y de la Guerra. Fue entonces cuando el republicano radical Diego Hidalgo ocupó este último ministerio, el de la Guerra. El nuevo ministro inauguró su mandato confesando que necesitaba asesoramiento militar por puro desconocimiento del ramo. Fue entonces cuando apareció Franco en esta historia.

En el mes de febrero de 1934, Diego Hidalgo, ministro de la Guerra, conoció a Franco. Enseguida le pareció un hombre digno de confianza por estar alejado de la política y de los partidos. Cuando Hidalgo visitó el cuartel de Baleares, donde estaba destinado Franco, pudo comprobar la disciplina con la que manejaba a los soldados y la frialdad que mostraba para resolver los problemas.

En lo personal, el comienzo de 1934 no fue bueno para Franco. Pilar Bahamonde, su madre, había enfermado de neumonía, de la que murió justamente en la casa de la hermana de Franco el 28 de febrero de aquel año. Parece ser que en público el militar no soltó una lágrima, y que la procesión fue por dentro y en privado. Recordemos que Franco venía de una familia rota. Su padre les había abandonado para irse a vivir con su amante a Madrid. Esta ausencia y rechazo al padre hizo que Franco estuviera muy unido a su madre. La muerte de Pilar Bahamonde, de su madre, influyó en que no recibiera con mucha ilusión el nombramiento de general de división a finales de marzo de 1934. Diego Hidalgo había decidido impulsar su carrera y convertir a Franco en su militar de confianza. Sin embargo, el gallego contestó con un frío telegrama de agradecimiento.

El Gobierno sabía que las izquierdas y los nacionalistas catalanes estaban preparando un golpe de Estado. No habían aceptado la derrota en las urnas, lo que demostraba que no entendían la República como un sistema democrático de libre e igual competencia por el Poder dentro de la ley, sino como otra forma de hacer la Revolución o, incluso, como un tránsito al socialismo o a la independencia de su región. De hecho, desde que perdieron el poder a finales de 1933 hablaron de guerra civil.

Diego Hidalgo no se fiaba de los militares nombrados por Azaña, como quedó dicho, y entre ellos tampoco del general López Ochoa, general de división del Ejército de Tierra, por ser un republicano liberal y que ya había participado en un golpe de Estado en 1930. La historia de López Ochoa es triste, y propia de aquellos años. Aquel militar fue linchado en agosto de 1936 en el patio del Hospital Militar de Carabanchel por los frentepopulistas, que luego lo decapitaron y pasearon su cabeza por Madrid. Las izquierdas odiaban al general López Ochoa porque el Gobierno le encomendó la campaña de represión de la revolución de Asturias, aunque a ciencia cierta no fue el más duro.

Para la represión del golpe que se avecinaba, Diego Hidalgo tampoco se fiaba del general Masquelet, jefe del Estado Mayor, por creerle vinculado a Azaña. Temía que una vez se alzasen los golpistas con el auxilio violento de en algunas regiones, esos militares se unieran al golpe. Con todos estos descartes, el ministro de la Guerra pidió a Franco que dirigiera la campaña de represión.

El golpe del 34 y su aprovechamiento revolucionario en Asturias encontraron a Franco con un permiso para ir a Oviedo a vender las tierras de su mujer. Diego Hidalgo ordenó a Franco que permaneciera en Madrid, en el ministerio, para asesorarle. La situación empeoró el 5 de octubre cuando el gobernador civil de Asturias cedió el control de la región al comandante militar de Oviedo, el coronel Navarro, que declaró la ley marcial. Esta decisión no mejoró las cosas, y el 6 de octubre Alcalá-Zamora, presidente de la República, ordenó al general López Ochoa que dirigiera las tropas gubernamentales en Asturias. Esta decisión se tomó tras una grave discusión en el Gobierno porque Hidalgo y otros ministros querían a Franco en la dirección, incluso como jefe del Estado Mayor. Alcalá Zamora se negó, pero Hidalgo, con la autorización de Lerroux, presidente del Gobierno, colocó a Franco al frente de las operaciones desde el ministerio en Madrid vía telefónica y telegráfica.

El sistema que siguieron para dirigir la represión del alzamiento en Asturias era que Franco proponía las acciones e Hidalgo firmaba las órdenes, lo que se vio favorecido por la declaración por decreto del estado de guerra. La situación era crítica porque los revolucionarios habían tomado Gijón, Avilés, parte de Oviedo y la fábrica de armas de Trubia.

El general Franco creó su propio Estado Mayor reuniendo a Francisco Franco Salgado-Araujo, su primo militar, con Francisco Moreno Fernández y Pablo Ruiz Marsetos, capitanes de la Armada. Los cuatro se instalaron en la sala de telégrafos del ministerio de la Guerra durante dos semanas. Desde allí controlaron los movimientos de la infantería, de la Armada y de los trenes. De esta manera, Franco movía las tropas y ordenaba los bombardeos de la costa.

Cuando Hidalgo supo que el general López Ochoa había iniciado negociaciones con Belarmino Tomás, dirigente revolucionario, decidió tomar una medida inesperada. Por cierto, dedicaremos un podcast a Belarmino Tomás y la Asturias independiente durante la Guerra Civil. Fue entonces, decía, cuando Franco ordenó el envío de dos banderas de la Legión y dos tabores de Regulares mandados por el coronel Juan Yagüe, su amigo desde que coincidieron en la Academia General Militar. Franco también sustituyó a su primo, el comandante Ricardo de la Puente Bahamonde, responsable del aeródromo de León, porque se negó a bombardear Oviedo. La historia de Ricardo de la Puente también es triste: fue fusilado en Ceuta el 4 de agosto de 1936 por oponerse al golpe de Estado.

Las tropas republicanas entraron en Oviedo el 11 de octubre, y el 18 ya había terminado la revolución. Hubo en total alrededor de 1.500 muertos. Un periódico entrevistó a Franco. El general que había defendido la República de los golpistas y revolucionarios declaró que había detenido una rebelión dirigida por Moscú para instalar una dictadura comunista. Pensó lo mismo en 1936.

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