Así contribuyó la cultura a la democracia
Sergio Vila-Sanjuán publica la crónica de la creación artística en los últimos 50 años
El próximo año se cumplirá medio siglo desde la muerte de Franco. Tiempo que permite revisar con perspectiva suficiente cómo ha evolucionado la cultura española en las últimas cinco décadas, así como el papel que ha jugado en el desarrollo de la democracia. O, dicho de otra manera, cómo ha contribuido la cultura a conformar el periodo de mayor estabilidad, progreso, libertad y democracia de nuestra historia.
La cónica y el análisis de ese tiempo es precisamente lo que ha hecho Sergio Vila-Sanjuán en su ensayo Cultura española en democracia (Destino). Nadie mejor que él para afrontar esta empresa, para pagar esta deuda que teníamos con la cultura, tantas veces denostada o despreciada y reducida a un mero adorno superfluo. Dedicado al periodismo cultural desde 1977, el director del suplemento Cultura/s de La Vanguardia ha sido testigo directo, cuando no protagonista, de gran parte de los hitos que se recogen en su libro.
La oportunidad de la publicación del estudio, precisamente ahora, trasciende la efemérides redonda de la muerte del dictador. Hay otros factores que la hacen especialmente pertinente. A partir de la segunda década del siglo XXI, coincidiendo con «los agrios años de la crisis». Surgen movimientos que cuestionan la legitimidad de la Transición y comienzan a hablar despectivamente del régimen del 78. «En ese momento, desde el flanco podemita y desde el flanco independentista, se proclama que todo ha sido una farsa -explica el autor-. Y este es uno de los motivos que, doce años más tarde, me han animado a escribir esta obra».
«Indignados e independentistas hacen una enmienda de fondo a la cultura de la democracia española», escribe Vila-Sanjuán, que, a su vez cita al analista político Esteban Hernández. «Fue como un brusco despertar de un sueño: del declive de la clase media cultural española». A raíz de movimientos como el 15-M (2011), «hay una voluntad de rechazo a lo heredado» y «ha habido una tendencia a deslegitimar todo el periodo».
Se han lanzado contra nuestra cultura «distintas cargas de bastante profundidad», lo que hacía necesario que alguien pusiera negro sobre blanco la tozuda realidad y desmintiera los reproches que se han prodigado desde izquierda y derecha. «En los primeros veinticinco años de la democracia la cultura ha vivido una edad de oro -sostenía Vila-Sanjuán en una reciente entrevista en Zenda-. Probablemente desde el Siglo de Oro no se había vivido algo así, porque la llamada Edad de Plata del 98 y el 27 no tuvo la gran trascendencia internacional que ha tenido la cultura de la democracia. Y esa pequeña edad de oro que los veteranos hemos tenido la oportunidad de vivir, y que se estaba deslegitimando mucho, merecía destacarse».
A lo largo del libro, Vila-Sanjuán recoge testimonios muy significativos de nuestros creadores sobre este periodo. Especialmente significativa resulta la reflexión de Antonio Muñoz Molina, al recibir el premio Príncipe de Asturias en 2013. Destacaba el escritor cómo los entonces 32 años de historia de los premios coincidían con el periodo más largo de libertad que se ha conocido en nuestro país. «Sin esta libertad -proclamaba- no habría sido posible la generación literaria a la que yo pertenezco. Incluso nos hemos acostumbrado tanto a ella que corremos el peligro de no saber ya apreciarla. Es nuestra responsabilidad salvar lo que ganamos».
La obra se estructura en décadas. En cada uno de los apartados, se recogen los principales hitos creativos, las corrientes dominantes, la inauguración de industrias e instituciones culturales, de grandes equipamientos, así como los sucesivos cambios en la política cultural. Arranca en los setenta, con años tan prolíficos como 1977, en que se entrega el primer premio Cervantes a Jorge Guillén y el Nobel a Vicente Aleixandre; se inaugura el Centro Dramático Nacional, dirigido por Adolfo Marsillach; o se expone la primera muestra antológica de Picasso desde 1936, con medio millón de visitantes en la recién inaugurada Fundación Juan March de Madrid.
Y llega hasta el presente, este incipiente tercer decenio del siglo XXI, con la devastación del Covid, que a la vez ha dado un impulso definitivo a las nuevas tecnologías digitales aplicadas a la cultura; el regreso con éxito de la literatura española a la Feria de Frankfurt (2022) treinta años después; la inauguración en Madrid de la Galería de las Colecciones Reales (2023); o la irrupción de un gran número de mujeres en todos los frentes culturales.
Para cerrar su libro se pregunta Sergio Vila-Sanjuán si «la cultura de la España democrática, ¿ha sido el buen resultado de un proyecto compartido, o más bien el discutible producto de una serie de improvisaciones y renuncias?» Como no puede ser de otra manera, la respuesta que ofrece está llena de matices. «Yo me quedo con que (…) la cultura democrática ha constituido una aportación sustantiva y a menudo brillante, que niveló déficits históricos, pero al mismo tiempo con insuficiencias; nutrida de proyectos no siempre concluyentes y conflictos, y también de cesiones y pactos poco altruistas».
Yo, por mi parte, me quedo con dos citas recogidas en el libro y que darían para una profunda reflexión. Una, a propósito de la hoy denostada Transición, del historiador José Carlos Mainer: «Se puede hablar de una cultura de la Transición, pero también de una Transición vivida como cultura». Y la otra, a propósito del desinterés, cuando no torpeza, que ha mostrado la derecha española -pese a disponer de destacadas figuras intelectuales- con respecto a la Cultura. Se trata de un axioma que se popularizó durante la etapa del ministro Jorge Semprun (1988-1990): «La izquierda cuida a la cultura, y la cultura cuida a la izquierda».