Arias Navarro: de carnicero a desastre
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta
Ha pasado a la historia por una frase. «Españoles… Franco ha muerto». El hombre salió en la televisión con cara circunspecta y gesto lastimero para comunicar al país que el dictador había fallecido. Hablamos de Carlos Arias Navarro. Pero fue hombre de más de una frase. Su actuación política estuvo marcada por la represión y una gestión tan mala que el rey Juan Carlos dijo de él que era un «desastre sin paliativos».
Carlos Arias Navarro nació en Madrid en 1908. Estudió el bachillerato en el Instituto de San Isidro, Derecho en la Universidad Complutense, y se dedicó a opositar desde 1929. Según el documental A sangre y fuego. Málaga, del año 2006, Arias Navarro se hizo pasar por anarquista en la Guerra Civil, pero era un «quintacolumnista» que informaba al general sublevado Queipo de Llano. Descubierto en diciembre de 1936, en lugar de ser asesinado, cosa rara, fue enviado a Málaga. Allí consiguió escapar y se unió al bando sublevado.
Tras caer Málaga en febrero de 1937, Arias Navarro fue nombrado fiscal, firmando hasta 4.000 sentencias de muerte. Fue allí donde le pusieron el apodo de ‘Carnicerito de Málaga’. Entre otros, ordenó fusilar al alcalde, Eugenio Entrambasaguas, a pesar de que intercedió el cónsul mexicano, Porfirio Smerdou. Arias Navarro, después de escuchar al diplomático, según Diego Carcedo en su obra El Schindler de la Guerra Civil, de 2003, dijo: «Nada puedo hacer. El alcalde de Málaga es una persona fusilable de oficio». Lo mandó ejecutar el 6 de marzo de 1937.
El embajador italiano, Roberto Cantalupo, quedó indignado por la represión en Málaga, y marchó a la ciudad. No quería que la victoria de las tropas italianas que acompañaban a las franquistas fueran manchadas por el genocidio. Cantalupo protestó a Arias, que contestó que no eran ellos quienes ordenaban los fusilamientos, sino que hacían «esfuerzos enormes para impedirlos y limitarlos, pero las armas se disparan solas». Aun así, Cantalupo consiguió que destituyeran a otros dos jueces crueles y que liberasen a una veintena de personas. La represión franquista en Málaga respondió al asesinato de 3.000 personas por los republicanos entre julio de 1936 y febrero de 1937.
Arias Navarro pasó por otros tribunales antes del fin de la guerra, como en Bilbao y Santander. Tras acabar el conflicto volvió a su vida privada, aprobó notarías y encontró destino en Cuevas de Almanzora, en Almería. Aburrido, se lanzó a la política. Ocupó varios cargos administrativos, lo que le sirvió para codearse con la élite franquista, sobre todo como Director General de Seguridad entre 1957 y 1963. Ganó entonces fama de trabajador, serio y muy leal a Franco.
En la lista de las familias del régimen, Arias Navarro solo encajaba en una: franquista, sin más, sin adjetivo ni grupo. No era un falangista, ni carlista, ni aperturista, ni parte del búnker. Solo un fiel servidor del dictador. Por eso el gran salto lo dio en 1965, cuando fue designado Alcalde de Madrid. Era un hombre que venía a, lo digo con ironía, «modernizar» la capital. Remodeló algunos edificios, como el Cuartel de Conde Duque, pero en su empeño modernista convirtió Madrid en un gran nudo de carreteras con ‘scalextrics’, permitió el derribo de edificios emblemáticos, como el histórico Hotel Florida, en la plaza de Callao, y animó a la construcción de rascacielos de dudoso gusto, como la Torre de Valencia, justo detrás de la Puerta de Alcalá.
En esos años entró en la camarilla de El Pardo gracias a su amistad con el matrimonio Alonso Vega. Esto fue determinante para su carrera porque Carmen Polo, esposa del dictador, insistió a su marido para que diera más responsabilidades a Arias Navarro. Fue así que llegó a ser ministro de la Gobernación en 1973. Al poco tiempo, ETA asesinó al presidente del Gobierno, Carrero Blanco. Franco, hierático, dijo aquello de «No hay mal que por bien no venga», y nombró a Arias Navarro en sustitución del asesinado. Su objetivo, según dijo el dictador, era el de imprimir un «nuevo rumbo político» para mantener el Movimiento Nacional.
Sin embargo, Arias Navarro fue incapaz de hacer nada. Centrado en no contrariar a Franco, no puso en marcha las reformas que anunció en febrero de 1974. Fracasó en especial en su promesa de hacer una ley que permitiera asociaciones independientes del Movimiento Nacional. En el último momento, cedió a la presión del búnker, y la ley solo permitió asociaciones que estuvieran controladas por el Movimiento Nacional. Aquello fue una decepción, y mostró la poca personalidad y dignidad de Arias Navarro, que debió haber dimitido entonces.
Durante su gobierno en 1975, el terrorismo aumentó. Las acciones de ETA, el FRAP y GRAPO eran incesantes. Para demostrar autoridad aumentó la represión sobre Comisiones Obreras y Unión Sindical Obrera, y mandó ejecutar a cinco terroristas, y a Puig Antich y Heinz Chez, acusados de matar a un policía y a un guardia civil respectivamente. La campaña internacional contra los fusilamientos, con independencia de la hipocresía de quienes la encabezaron, dejaron en mal lugar a España. Además, en los últimos meses de 1975, bajo su gobierno se produjo la invasión marroquí del Sahara, la Marcha Verde, que tuvo que solucionar el príncipe Juan Carlos en su interinidad como jefe del Estado por la enfermedad de Franco.
Muerto el dictador, el rey Juan Carlos mantuvo a Arias Navarro como presidente del Gobierno. Cumplía así el plan trazado por Torcuato Fernández-Miranda, que consideraba que era conveniente tener al frente del Ejecutivo a un hombre que no inquietara al búnker, mientras que las Cortes podían iniciar la transición de la ley a la ley. Por eso Torcuato se reservó el cargo de presidente de las Cortes. De todas formas, el gobierno Arias Navarro no funcionó. Por esta razón, Juan Carlos I afirmó en la revista Newsweek en abril de 1976 que Arias Navarro era un «desastre sin paliativos». El 1 de julio de 1976 el rey lo cesó. Al año siguiente se presentó como candidato de Alianza Popular al Senado por Madrid. En una entrevista concedida a Pedro J. cuando era redactor de ABC, a la pregunta de qué imagen podían tener los españoles de Carlos Arias, este contestó:
«Quizá, la de un hombre honesto, bien intencionado, de lealtad inalterable al caudillo. No me avergüenzo de ello, y se lo dije al propio Rey cuando Franco estaba enfermo: «Señor, no me pida lo que yo no podré hacer nunca. Decirle al caudillo que ha llegado el momento de que entregue sus poderes. El caudillo tendrá que salir con las botas puestas. De eso no cabe duda». No creo tener habilidad política. Llevaba razón Torcuato cuando hablaba de mi falta de picaresca. Es verdad; no sé manejar la picaresca para engañar a todos, o para engañar a uno sí y a otros no. Y eso en política, a veces, es indispensable».
El resultado fue claro. Arias Navarro consiguió 281.880 votos, que fueron cinco veces menos que el más votado, que fue el liberal Joaquín Satrústegui. No salió elegido y se retiró de la política para siempre, o mejor, la democracia le retiró. Murió en 1989.
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