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Los mármoles del Partenón: ¿a un paso de regresar a casa?

Tras dos siglos en el Museo Británico, el Gobierno inglés se abre por primera vez a devolver el tesoro clásico a Grecia

Los mármoles del Partenón: ¿a un paso de regresar a casa?

Algunos de los fragmentados mármoles de Lord Elgin, actualmente alojados en el Museo Británico. | Cristian Leyva (Zuma Press)

Durante más de dos milenios, el Partenón ha sido un símbolo de la grandeza de la antigua Grecia. Sin embargo, una parte crucial de este legado se encuentra lejos de casa: los mármoles del Partenón, también conocidos como los Mármoles de Elgin, reposan en el Museo Británico de Londres. Ahora, un posible acuerdo podría acercar su retorno a Grecia, según informó recientemente la BBC. La profesora Irene Stamatoudi, exasesora del Gobierno griego, declaró al medio británico que las negociaciones han avanzado, indicando que un acuerdo podría estar cerca.

Este desarrollo llega tras una reunión entre el líder laborista británico Keir Starmer y el primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis en Downing Street. Aunque las esculturas no se mencionaron oficialmente en el comunicado, los medios griegos aseguran que el tema fue abordado. Starmer, según se informa, estaría más abierto a un acuerdo que su predecesor, siempre que se logre un pacto entre Grecia y el Museo Británico, institución que insiste en la legalidad de su adquisición. Pero para entender el trasfondo de estas tensiones diplomáticas, debemos retroceder más de 200 años, al origen de esta disputa cultural.

Un saqueo auspiciado

A finales del siglo XVIII, Thomas Bruce, más conocido como Lord Elgin, llegó a Atenas como embajador británico ante el Imperio otomano, que entonces gobernaba Grecia. El lord inglés desembarcó en el lugar lleno de pretensiones artísticas: admiraba profundamente los cánones artísticos helénicos, y aspiraba a reunir material suficiente para reproducir su estilo una vez estuviera de vuelta en Londres. Cuando solicitó permiso para acceder a la Acrópolis, no esperaba llevarse más que información privilegiada.

Sin embargo, la situación del Imperio en ese preciso momento favoreció que el embajador pudiera dar rienda suelta a sus deseos de expolio antes de que la Francia napoleónica los llevara a cabo, una intención que revelan documentos epistolares de la época («Llevaos todo lo que podáis. No perdáis la menor ocasión de saquear en Atenas y sus alrededores todo lo que pueda ser saqueado», llegó a decir en una carta el conde Choiseul-Gouffier a su asistente). Resultó que el Sultán estaba encantado con que los ingleses les hubieran ayudado a echar a las tropas napoleónicas de Egipto, y dado que la herencia cultural helénica no interesaba lo más mínimo a los otomanos, otorgó al inglés permiso para llevarse lo que quisiera de las ruinas.

Como prueba de este desinterés quedaron los registros históricos de las diferentes reconfiguraciones que los otomanos hicieron de los monumentos más emblemáticos de Grecia: el Erecteón se convirtió en un polvorín, el templo de Hefesto en una iglesia, y el Partenón en una mezquita con cañones apostados en afán intimidatorio.

Con un controvertido permiso oficial —o firmán— otorgado por el mismísimo Sultán, Elgin desmontó parte del Partenón y otros monumentos de la Acrópolis. 15 metopas, 17 estatuas de los frontones y más de la mitad del friso del Partenón fueron enviados a Londres en condiciones deplorables. Algunas piezas se partieron en fragmentos para facilitar su transporte, y lo que no pudo ser llevado simplemente fue destruido.

La maldición de los mármoles

Tras la pesadilla logística que supuso el traslado de las losas, entre 1803 y 1804, la vida de Elgin se desmoronó a un ritmo propio de una tragedia clásica: fue arrestado dos veces en Francia, perdió a un hijo y, como colofón, su mujer decidió fugarse con un amante. Mientras tanto, los mármoles llegaron a Londres en 50 cajones que, para mayor ironía, nadie quería. Su madre los recogió y los dejó olvidados en un jardín cerca de Westminster durante tres largos años.

Cuando Elgin regresó en 1806, el recibimiento no fue el esperado. Ni reconocimientos por su ‘hazaña’ en Constantinopla, ni el asiento que deseaba ocupar en la Cámara de los Lores. Solo le quedaban los mármoles como un consuelo agridulce. Pero el golpe final lo dio su economía, devastada tras financiar de su bolsillo la expedición, y una extraña enfermedad que deformó su rostro como si las furias del Hades hubieran decidido cobrarse su deuda.

Para su desgracia, las dificultades de Elgin no terminaron ahí. Fue objeto de críticas feroces por parte de figuras como Lord Byron, quien en su poema La maldición de Minerva lo acusó de profanar el legado cultural griego. Acabó muriendo exiliado en Francia, pasando a sus hijos la responsabilidad de una serie de deudas que tardarían tres décadas en liquidar. Antes de su destierro, Elgin se vio obligado a malvender los mármoles al Parlamento británico por apenas 35.000 libras, un precio irrisorio para semejante legado cultural, incluso en aquella época. Poco después, la propiedad quedó transferida al Museo Británico, donde las rocas talladas permanecen hasta el día de hoy.

Una lucha interminable

Desde su independencia en 1832, Grecia ha reclamado la devolución de los mármoles. En 2009, la inauguración del Museo de la Acrópolis en Atenas fue un gesto inequívoco: Grecia no solo tenía la capacidad, sino el lugar perfecto para exhibirlos. Sin embargo, el Museo Británico ha mantenido su posición, argumentando que las esculturas fueron adquiridas legalmente y que su exhibición en Londres las preserva y las pone al alcance de una audiencia global.

La BBC reporta que las negociaciones actuales incluyen una propuesta griega para un «acuerdo cultural y estratégico», que implicaría enviar otras antigüedades al Museo Británico a cambio de los mármoles. Sin embargo, este intercambio no sería sencillo. Grecia se niega a aceptar un préstamo temporal de las esculturas, ya que esto implicaría reconocer la propiedad británica. El Partenón, construido en el siglo V a.C., no solo fue un templo, sino un símbolo de la civilización occidental al que el país heleno se niega a renunciar.

La disputa por los mármoles plantea preguntas difíciles sobre la propiedad cultural en un mundo globalizado. ¿Debería prevalecer el derecho del país de origen sobre las instituciones que los conservan? ¿Puede el retorno de estas esculturas marcar el inicio de un nuevo modelo de cooperación internacional?

Mientras estas cuestiones buscan una respuesta, el retorno de los mármoles sigue siendo un sueño para Grecia. La ley británica actual, específicamente el Acta del Museo Británico de 1963, prohíbe la transferencia de objetos de su colección permanente. Cambiar esta normativa requeriría voluntad política, algo que aún no se ha materializado del todo. El futuro de los mármoles del Partenón está por definirse. Para Grecia, su regreso sería una victoria histórica; para el Reino Unido, una pérdida simbólica. En cualquier caso, la historia de estas esculturas sigue siendo un recordatorio del poder del arte para trascender fronteras, despertar pasiones y generar preguntas que, incluso dos siglos después, no tienen respuestas fáciles.

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