¿Un columnista pro-Sánchez?
El ‘New York Times’ busca una firma pro-Trump para equilibrar sus páginas de Opinión
La página web del prestigioso Nieman Lab (Universidad de Harvard) suscitaba la pasada semana una cuestión que también debería darnos qué pensar a nosotros en España. ¿Deberían los periódicos contrarios al presidente electo contratar a un columnista que defendiera sus puntos de vista? Parece razonable que un medio intente comprender y explicar, por más que le disguste, el sentimiento de los más de 77 millones de personas que votaron a Trump. O, en el caso español, el de los cerca de ocho millones que votaron a Sánchez.
El dilema lo planteaba el profesor de periodismo Matthew Pressman (apellido muy adecuado a su profesión) en el artículo titulado ‘El New York Times contratará a un columnista pro-Trump’. Contaba Pressman cómo tanto el editor, AG Sulzberger, como el director del periódico, Joe Kahn, han manifestado públicamente la necesidad de acoger voces que representen a MAGA, Make America Great Again, el movimiento que lidera el, de nuevo, presidente. Nombre que, por cierto, hace más justicia al actual Partido Republicano.
La cuestión no es nueva. De hecho, Pressman recuerda cómo en 1973, solo unos días después de la reelección de Richard Nixon, el Times incorporó como columnista a William Safire, autor de los discursos de Nixon y su vicepresidente, Spiro Agnew. No hace falta recordar que si hubo una administración enfrentada a la prensa, esa fue la del presidente del Watergate.
Es fácil adivinar que aquello provocó una rebelión de la izquierdista redacción del entonces diario de Times Square, encabezada por el jefe de opinión, John Oakes. Igual que ahora, sin que se haya aún anunciado todavía el nombre del nuevo columnista que sirva de altavoz de MAGA. En la actualidad, el diario tiene 19 columnistas, de los cuales cuatro son conservadores. Pero conservadores de los de antes, moderados, del GOP (Grand Old Party), anti-Trump, es decir, para nada representativos del actual Partido Republicano.
No es una misión fácil para la engolada Dama Blanca. Primero, porque será difícil encontrar a alguien, entre los seguidores del nuevo presidente, que acepte trabajar para la gran bestia negra de Donald Trump. Después, porque muchos de los principios de MAGA son abiertamente contrarios a los principios que defiende el diario. Y, finalmente, porque, además de una notable pérdida de suscriptores decididamente liberales, desataría un motín en la redacción.
Hace notar Pressman que otros periódicos ya han contratado columnistas afines a Trump. Es el caso del Washington Post de Bezos, en el que escribe desde 2010 un antiguo redactor de discursos del presidente electo. Y también el de Los Angeles Times del multimillonario Soon-Shiong, que ha incorporado a un comentarista pro-Trump a su consejo editorial.
No parece muy probable que en España los periódicos de derecha se planteen la incorporación de un columnista pro Sánchez, ni los de izquierda uno anti-Sánchez. Si acaso como una coartada para poder criticar de forma inmisericorde al enemigo sin ningún cargo de conciencia. Es más, dudo mucho que fuera más que una mera cuestión estética y que hiciera los diarios más objetivos. Lo que probablemente no estuviera de más en las redacciones, para evitar la polarización que ha infestado la vida pública, es ser más comprensivos con los votantes -de izquierdas o de derechas- que con tanta frecuencia denostamos.
Vivimos en una época en la que se están replanteando los conceptos de objetividad, ecuanimidad, imparcialidad o neutralidad. Herramientas que parecen haberse revelado insuficientes para contar la realidad del mundo de hoy. Martín Caparrós, periodista argentino afincado en España e inequívocamente de izquierdas, ofrece en su último libro, Antes que nada, una muy gráfica reflexión sobre lo que llama «periodismo gillette» (por lo bien afeitado). «Es ese periodismo que llega con ínfulas de superioridad moral porque les preguntan las cosas a dos o tres personas y balancean lo que dicen las unas y las otras y usan mucho la palabra fuente, y, en general, escriben como si se aburrieran. Disculpe señora Rosenberg, ¿usted qué opina del señor Hitler? Perdone, señor Hitler, ¿usted qué piensa de la señora Rosenberg?».