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Tom Crean, el irlandés que sobrevivió tres veces a la Antártida

El periodista Michael Smith evoca en ‘Un héroe olvidado’ la épica de este hombre clave en la exploración polar

Tom Crean, el irlandés que sobrevivió tres veces a la Antártida

El explorador irlandés Tom Crean durante la Expedición Endurance, junto a los cachorros Roger, Nell, Toby y Nelson | Frank Hurley (Wikimedia Commons)

El 20 de diciembre de 1902, un equipo de exploración y apoyo encargado de sembrar depósitos de emergencia en la Antártida, del que formaba parte Tom Crean, partió del barco Discovery con víveres para cinco semanas y aceite para un mes y medio. Cinco días después, aquellos hombres se reunieron en sus diminutas tiendas para celebrar lo que se ha considerado la primera fiesta navideña en la Gran Barrera de Hielo.  

Aquel fue solo el primero de los muchos hitos que lograría Tom Crean a lo largo de su vida. Superviviente en varias ocasiones a la Antártida, en sus travesías sirvió a dos de los grandes protagonistas de la edad heroica polar: el capitán Robert Scott y Ernest Shackleton. Sobrevivió a los dos, llegando a pasar más tiempo en el hielo que cualquiera de ellos, y protagonizó uno de los momentos más recordados de la historia de la exploración, tras atravesar a pie más de 57 kilómetros para salvar la vida del teniente Evans. 

Un héroe olvidado, escrito por Michael Smith y publicado por Capitán Swing, es la historia de este hombre corriente, un humilde muchacho de familia campesina que participó activamente e hizo posibles muchas de las grandes gestas de las travesías a la Antártida.

Hijo de un granjero de Kerry, Tom Crean nació en julio de 1877 en una familia rural irlandesa golpeada aún por los terribles efectos de la Gran Hambruna. De carácter fuerte e independiente, tras una acalorada discusión con su padre en la que juró hacerse al mar, con apenas 16 años aún no cumplidos, se enroló en la Marina británica.

«No sabemos gran cosa de los inicios de Crean en la Armada —cuenta Smith en su libro—. Sí podemos afirmar, no obstante, que ese arranque estuvo presidido por tantos altibajos, con ascensos y degradaciones, que es muy posible que no fuera un periodo particularmente feliz para un joven que todavía intentaba acomodarse a su nueva vida, tan lejos del hogar».

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Destreza sobre el hielo

Lo cierto es que aquel fue el punto de partida para una larga vida de travesías marítimas que le llevarían en 1901 hasta el Discovery, capitaneado por el célebre explorador Robert Scott, bajo cuyo mando partiría por primera vez a la Antártida. «Crean participó en dos notables primicias al intervenir en los primeros contactos con el interior antártico. Integró la partida llamada a conseguir, a mediados de noviembre de 1902 —tal como se esperaba—, la hazaña de viajar más al sur que nadie. Y en otro plano menos trascendente, también se convirtió en uno de los primeros seres humanos en celebrar la Navidad en una tienda montada sobre la vasta lámina helada de la Antártida».

Dotado de un gran sentido del humor, durante aquellos años hasta su regreso a Nueva Zelanda en 1904, momento en que descubrió, tristemente, el fallecimiento de su madre durante su ausencia, Crean destacó como uno de los «integrantes más fiables y valiosos de la expedición polar». Su destreza sobre el hielo le hizo acumular un total de 149 días de viaje en trineo en aquella primera expedición y sobre él escribió el oficial de navegación Albert Armitage que era «un irlandés de mucho ingenio y un temperamento equilibrado que no se alteraba por nada».

Medalla Polar por los servicios prestados en la Antártida y condecorado por la Real Sociedad Geográfica de Gran Bretaña, se había convertido por entonces en «un hombre excelente, de espigada figura y perfil semejante al duque de Wellington, a quien el universo entero aprecia», en palabras de sir Clements Markham, y pronto volvería a trabajar bajo las órdenes de Scott.

Ambos, junto a una tripulación formada por hombres como Edgar Taff Evans y William Lashly —los dos grandes amigos de Crean, con quienes formaría el triunvirato más influyente de la expedición—, partirían en 1910 en el Terra Nova a la conquista del Polo Sur, en disputa con el noruego Roald Amundsen, que también había partido con la pretensión de ser el primero en llegar.

Un regreso infernal

Sin embargo, en el último tramo, Scott seleccionó a los cuatro hombres que le acompañarían en la última etapa. Lashly, Crean y Teddy Evans se quedaban fuera. «Crean —que según relató en su diario el capitán, rompió a llorar— vivió el momento sometido a una fuerte carga emocional. Era la triste y definitiva constatación de que, pese a los prodigiosos esfuerzos realizados en los dos últimos meses, no iba a efectuar el asalto al polo».  

Aquella, no obstante, sería la última vez que vieran con vida a Scott, que llegó a su objetivo el 17 de enero de 1912, a tiempo para descubrir tristemente que la expedición liderada por Amundsen había pasado por allí 35 días antes. Por si fuera poco, el destino aún les deparaba un trágico desenlace, ya que ninguno de los cinco, ni Edward Wilson, ni Lawrence Oates, Henry Bowers, Taff Evans ni el propio capitán sobrevivirían a aquella aventura. 

Mejor suerte corrieron Crean, Lashly y Evans. Los tres habían iniciado su infernal regreso por un «espantoso viaje de 1.206 kilómetros», asumiendo el riesgo de deslizarse con los trineos por la cascada de hielo que se había formado. «Íbamos dando tumbos, de caída en caída, encajando moretones, cortes y rasponazos, pero todos nos esforzábamos como el que más en poner nuestro mejor coraje y paciencia en el arriesgado envite», recordaba después Evans sobre esta proeza de la que llegaron a alcanzar casi los 100 kilómetros por hora de caída. «He afrontado muchos peligros a lo largo de mi vida, pero ninguno comparable a aquel descenso a tumba abierta por la cascada de hielo».

Sin embargo, y a pesar de acortar distancias, Evans cayó enfermo de escorbuto y Lashly y Crean, cada día más debilitados, se vieron obligados a cargar con él cuando aún quedaban 290 kilómetros. Para entonces, Tom «seguía revelándose indomable. De hecho, en los diarios no hay un solo indicio de que el irlandés diera señales de flaquear, ni física ni mentalmente», cuenta Smith sobre el carácter del explorador, que en la última etapa, casi sin fuerzas, caminó solo a través del viento glaciar durante 56 kilómetros para pedir ayuda y salvar la vida al teniente, mientras este aguardaba junto a Lashly su regreso. Considerado como «el mejor acto de heroísmo individual de la historia de la exploración», tardó 18 horas en alcanzar su meta. Algo que no impidió que, meses después, mostrara su voluntad de regresar junto a un equipo de hombres para encontrar y enterrar al capitán Scott y al resto de la expedición que iban con él. 

170 días a la deriva

Definido como alegre, bondadoso y leal, aunque también «tosco y falto de tacto», Crean, que había ascendido ya al rango de suboficial mayor, fue reclutado a su vuelta por Shackleton, viejo conocido de su primera travesía a la Antártida, para alcanzar con él una nueva proeza: recorrer a pie de costa a costa —cerca de 3.000 kilómetros— el continente antártico.

Sin embargo, como ocurría siempre con estas hazañas, donde el tiempo y las condiciones se volvían impredecibles, el barco en el que viajaban, el Endurance, quedó atrapado inesperadamente por el hielo en el mar de Weddell. Tocado y hundido en noviembre de 1915, aquel infortunio dejó a 28 hombres atrapados, junto a tres pequeñas embarcaciones, en medio de una banquisa. Allí vivirían durante 170 días a la deriva del bloque de hielo hasta que, a bordo de sus botes salvavidas, lograran alcanzar la isla Elefante.

Una vez en tierra firme, Shackleton solicitó voluntarios para cruzar el océano Austral, a bordo del James Caird, mientras los demás, un total de 22 naúfragos, permanecían en la isla. Entre los seis hombres dispuestos, Tom Crean formó parte de «la más notable aventura de cuantas alcanzarían a realizarse en la Edad Heroica de la exploración polar». Se trataba de 1.500 kilómetros hasta Georgia del Sur, en 17 días, a través de vendavales, borrascas de nieve y aquellas aguas que se retorcían «prácticamente sin control en el vastísimo espacio que media entre la Antártida y las masas terrestres de América del Sur, Australasia y la mitad meridional de África», con olas que alcanzaban incluso los 15 metros de altura

Cantando al timón

Incluso, bajo en estas circunstancias, nada de aquello mermó el carácter alegre de Crean. «Uno de los recuerdos que me viene a la memoria cuando echo la vista atrás y pienso en aquellos días es el de la viva imagen de Crean cantando al timón, aunque nadie alcanzó a descifrar jamás de qué canción se trataba», escribió Shackleton en su diario. El 10 de mayo de 1916, los seis valientes tocaron tierra y, el día 20, tres de ellos —Shackleton, Crean y Worsley— llegaron andando a una estación ballenera en la costa norte de Georgia del Sur, tras atravesar la superficie montañosa de la isla San Pedro, un espacio desconocido que nunca nadie había recorrido antes y menos aún sin una equipación adecuada. «Una odisea de 36 horas en las que hubieron de superar, a pie, los múltiples glaciares y campos de hielo». Cuatro meses y media más tarde, el resto de hombres del Endurance fueron rescatados. Felizmente, esta vez, no hubo que llorar ninguna baja.

Poco después de su regreso, Tom Crean, decidido a formar una familia, abandonó su carrera naval, contrajo matrimonio y tuvo varias hijas. Decían quienes le conocieron que pocas veces, o ninguna, solía hablar de sus hazañas en el hielo. En 1927, su esposa Nell y él abrieron una taberna en Annascaul, en su Irlanda natal, en una casa que aún hoy mantiene su viejo y evocativo cartel: Posada del Polo Sur. Un bonito recuerdo en memoria de lo que este hombre, que murió en 1938, hizo y hasta dónde fue capaz de llegar.

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