'Corto Maltés. La línea de la vida': el espíritu de Hugo Pratt revive en México
Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero nos invitan a una aventura crepuscular del personaje durante la Guerra Cristera
Corto Maltés ha vuelto, y si uno no presta suficiente atención, quizá olvide que su creador, Hugo Pratt, nos dejó para siempre en 1995. Con La línea de la vida, el guionista Juan Díaz Canales y el ilustrador Rubén Pellejero, encargados proseguir esta serie de cómics, nos devuelven a un personaje que no ha perdido ninguna de sus cualidades.
Más que emular a Pratt, este equipo creativo consigue que Corto vuelva a ser el mismo de siempre. Es como si, a través de un hilo de complicidades y retorciéndole el brazo a la memoria, la existencia del personaje ya no dependiera del artista con el que todos le identificamos. Así, títulos tan inolvidables como La balada del mar salado (1967), Bajo el signo de Capricornio (1970), Las célticas (1971), La casa dorada de Samarcanda (1980) o Tango (1985) derraman su influencia sobre La línea de la vida con total naturalidad, como si todos estos álbumes fueran, por un proceso acumulativo de Pratt y sus sucesores, el retrato real de una persona de carne y hueso.
Este modo de alumbrar cómics solo puede hacerse por medio de almas gemelas. Al igual que Hugo Pratt, Díaz Canales sabe que lo hermoso de las aventuras de Corto es que, más allá de su riqueza cultural e histórica, pueden gustarle a todo el mundo. Y un dibujante tan brillante como Pellejero logra encajar sus propios hallazgos en una mímesis impecable del estilo de Pratt, conjugando continuidad e innovación.
El crepúsculo mexicano de Corto Maltés
Ojo, porque esto no es una maniobra comercial o una posmodernez con pretensiones, sino un ejercicio de resurrección que estos dos artistas españoles llevan practicando desde que en 2015 publicaron Corto Maltés. Bajo el sol de medianoche. Como sucede con los pastiches de Sherlock Holmes, de lo que aquí se trata es de cubrir aquellas etapas del personaje que no llegó a abarcar su creador.
En esta ocasión, el marinero apátrida y soñador se involucra en la Cristiada (1926-1929), la guerra civil que en el México postrevolucionario enfrentó al ejército federal con las milicias católicas. Aunque esta reacción contra las leyes anticlericales de Plutarco Elías Calles se resolvió tras un sinfín de masacres, martirios y represalias, la Guerra Cristera resuena en nuestros días como una tragedia épica, inevitablemente literaria. Algo a lo que, por otro lado, han contribuido obras como La virgen de los cristeros, de Fernando Robles, y Entre las patas de los caballos, de Luis Rivero del Val.
Al igual que en los álbumes de Pratt, Corto es aquí un héroe a su pesar, que tiene el destino de tantos soñadores de la novela de aventuras: hace lo que puede en un mundo que es injusto por naturaleza. A partir de estas coordenadas, uno puede leer La línea de la vida como el penúltimo viaje de un galán melancólico, marcado por el destino, testigo de injusticias que le invitan a navegar hacia donde sale el sol.
Una vida fabulosa, una biografía fabulada
Retrospectivamente, vemos que el impacto de Corto Maltés en la imaginación europea fue casi de la misma magnitud que el de los superhéroes yanquis en nuestros días. En pleno auge de la contracultura, Pratt, un dibujante italiano que pasó una parte crucial de su vida en Argentina, creó a este héroe poético y ambiguo con retazos tomados de los aventureros clásicos, descubiertos durante su infancia por cortesía de escritores como Stevenson, Melville, James Oliver Curwood, Joseph Conrad, Jack London y Henry De Vere Stacpoole.
Su estilo, de trazo vigoroso y expresionista, lo heredó de otra leyenda del cómic, su admirado Milton Caniff, el autor de Terry y los piratas (1946). No obstante, pese a su fama como creador de tebeos, Pratt nunca se apartó de la literatura, y en particular, de su género predilecto, la novela histórica. «No solo soy hijo de Milton Caniff -repetía-, sino también de Alejandro Dumas».
Cuando Dominique Petitfaux le preguntó sobre ello en el libro de entrevistas All’ombra di Corto (Rizzoli, 1992), Pratt explicó por qué un héroe con tanto linaje novelesco triunfó en 1967: «Creo que Corto Maltés está ligado a un momento determinado: llegó en el instante preciso. Un año antes de la crisis del 68, creé este personaje entregado a la libertad, comprometido con la búsqueda de una nueva virginidad política. Corto Maltés respondía a la sensibilidad de los jóvenes de esa época».
No solo eso. Además de recorrer el mundo en una etapa convulsa -entre 1904 y 1936- y de conocer a muchos personajes reales, Corto también tiene contactos con lo sobrenatural, lo cual nos recuerda, por un lado, aquella moda esotérica que triunfó en los 60 y los 70, y por otro, el realismo mágico que Pratt conoció a través de sus lecturas en Hispanoamérica.
¿Y si Pratt era Corto Maltés?
Decía Umberto Eco en su libro Entre mentira e ironía (1998) que los dibujantes se dibujan en sus protagonistas. «De Pratt no lo sospechaba -escribe-. Pero un día, en la presentación de ya no sé qué libro o acontecimiento, me lo encontré en la Terraza Martini de Milán y se lo presenté a mi hija, aún muy pequeña pero ya lectora de sus historias, y ella me susurró en el oído que Pratt era Corto Maltés».
A estas alturas y después de todo lo que les he contado, parece fácil verificar la hipótesis de Eco. Incluso La línea de la vida vibra en la frecuencia de ese mismo dúo (Pratt/Corto), cuyo romanticismo no excluye una toma de conciencia ética y, por supuesto, la pasión que mueve a los auténticos aventureros: ir al fondo de lo desconocido para descubrir lo nuevo.