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Entender España a través de sus mitos

El ensayo ‘Pequeña historia mítica de España’ indaga en las raíces para explicar nuestras constantes culturales

Entender España a través de sus mitos

Estatua de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, en la ciudad de Burgos. | Mikel Bilbao Gorostiaga (Zuma Press)

En nuestro contexto cultural, el concepto de mito, sin perder del todo su carácter ambivalente, ha adquirido una cada vez más inequívoca connotación peyorativa. En la mayoría de los casos, la atribución de mito a una determinada concepción de la realidad –el mito de la decadencia española, por ejemplo– preludia casi de modo indefectible la refutación de ese planteamiento y la defensa de una interpretación diferente, si no opuesta. Como es obvio, esa acepción del término no agota su significado. Los mitos no constituyen un mero reflejo de una realidad ni deben estar sometidos al escrutinio racional, pero esos rasgos no disminuyen su valor y su sentido. Al contrario, dotan de mayor alcance su carácter simbólico.

Sobre los mitos en la historia de España ha escrito un interesante ensayo el profesor David Hernández de la Fuente: Pequeña historia mítica de España (Alianza Editorial). Se trata de un libro no muy extenso para la magnitud de tema, pero denso y erudito, y no en todos sus apartados fácil de leer sin conocimientos previos. Una simple ojeada a su índice nos permite comprobar que es una obra bien estructurada y diáfana en su diseño expositivo: tras una escueta introducción sobre los distintos tipos de mitos, se hace un recorrido que empieza en la geografía legendaria (Atlántica, Tarteso) y en la Antigüedad clásica (Viriato, Numancia) para transitar luego por la Hispania romana (Trajano, Adriano), la España medieval (don Pelayo, el Cid), la España moderna (don Juan, la Celestina) y la contemporánea (guerrilleros, Carmen), y terminar, antes de las conclusiones, con una «zoología mítica de España».

Más allá de la vertiente propiamente erudita, en la que no voy a entrar –para ello invito al interesado a sumergirse en las páginas del libro–, me interesa reflexionar sobre la cuestión que se ha puesto en el tapete desde el principio: volver al mito (sin que ello signifique utilizarlo como ariete contra el logos ni, mucho menos, propugnar su sustitución) para contemplar su rico contenido simbólico desde un prisma actual. La opción está contemplada por el autor y plasmada de manera explícita en las páginas introductorias. Propugna Hernández una mirada «desde lo contemporáneo» para «comprender mejor la propia época y la propia personalidad». No se trata, por tanto, de un mero ejercicio pintoresco sino una auténtica indagación en las raíces históricas de España que nos ayuda a entender las pautas históricas y las constantes culturales de nuestro país. Como se dice de la guerra en relación con la política, estamos ante la continuación de la historia por otros medios.

La pretensión de trazar una «historia mítica de España» se alinea con otras tentativas paralelas, desde las más diversas ópticas, como cuando se ensaya una historia estética, religiosa o hasta mágica y esotérica. El problema en buena parte de estos enfoques y, desde luego, en el caso de los mitos, es que sus perfiles difusos promueven la necesidad de trascenderlos para acceder al objetivo deseado. En otros términos, no es funcional un concepto restrictivo de mito, sino todo lo contrario, lo más abierto y dúctil posible. De ahí que, como dice Hernández, se dé cabida a «símbolos, motivos, arquetipos o figuras». Alcanzan categoría de mitos personajes inventados, pero también personalidades de la historia cuyo papel se ha sobredimensionado o han adquirido una preeminente condición representativa, así como semidioses, monstruos, animales fantásticos, tipos peculiares de una época, «símbolos de larga pervivencia (…) o geografías oníricas marcadas por la alegoría».

Menciono todo esto porque quiero ya señalar el primer rasgo que a buen seguro no habrá pasado inadvertido a un lector atento. Tanto hincapié en la diversidad de contenido mítico contrasta con la pretensión implícita de homogeneidad interpretativa. Siempre es una: una historia mítica de España, se ha dicho ya en varias ocasiones, como se sobreentiende una trayectoria histórica y, en última instancia, una nación que se empeña en reconocerse a sí misma a través, no ya de siglos, sino hasta de milenios. Así que, rizando el rizo, la propia historia de los mitos hispanos sería una historia mítica por partida doble, en cuanto a contenido y por su propio enfoque. Es por fuerza mítico el discurso «que quiere trazar un relato unitario en lo que en principio parecen piezas deslavazadas y dispersas».

La geografía como destino

Quizá lo más permanente –sin serlo del todo– sea la geografía, el espacio físico que, como un escenario, contiene los variopintos personajes y los diversos acontecimientos. Por eso el libro empieza así, hablando de ese trozo de tierra que va del Finis Terrae a las columnas de Hércules. Un paisaje abrupto, seco y curtido como una piel de toro, uno de los símbolos más perdurables. Pero por encima de todo, lo que marcará el destino del país será su situación en un extremo del orbe conocido: la península como el confín más occidental del Viejo Continente, para lo bueno y para lo malo. La condición de extremo pasa fácilmente del país a la consideración del carácter de sus habitantes. ¡Cuántas leyendas derivan de ello!

¿Se podrían establecer una serie de notas distintivas, una especie de fondo común que constituyera el basamento de los mitos en España o, para decirlo en términos esquemáticos, unas constantes de la historia mítica de España? Sin lugar a dudas. Y, en aras de ese esquematismo, señalaría cuatro atributos básicos, siempre sobre un sustrato de interpretación dicotómica del devenir hispano. En primer lugar, el tema clásico –Borges dixitdel traidor y el héroe, que recorre nuestra trayectoria desde la Antigüedad, pero que se hace más incisivo en etapas bélicas o convulsas: permítaseme referirme tan solo, en aras de la brevedad, al período fundacional de la nación, la llamada Reconquista, con esas típicas parejas de opuestos (don Julián o don Opas versus don Pelayo o el Cid) que luego dejan una estela perdurable de figuras egregias o ejemplares frente a cobardes y mezquinos.

En segundo término, está una interpretación maleable del tiempo, que se abre a múltiples consideraciones, pero en especial dos, que aparecen de modo recurrente: una conjugación caprichosa de la trayectoria histórica, ora como tiempo circular, ora como tiempo lineal, y, en estrecha relación con ella, el mito del paraíso perdido. Las sucesivas oleadas de «invasores externos» (romanos, godos, árabes, etc.) y las luchas subsiguientes se interpretan en clave de pérdida y recuperación, con la imposición de unos sobre los otros. La reivindicación por el sector triunfante de una pretendida «autenticidad» y la apelación a las esencias, conlleva en los vencidos o desplazados el lamento por el paraíso perdido (los casos emblemáticos de Al-Andalus o Sefarad).

El mito cainita

Esa tensión entre pasado y presente, entre lo viejo y lo nuevo, se manifiesta también de otras maneras. La más obvia es la propensión ideológica a mirar hacia atrás o, por el contrario, hacia delante. Dicho en términos clásicos, la lucha entre tradición y progreso. Por descontado, ninguna de estas características es específica de estos lares, aunque aquí se invistan de un peculiar dramatismo, hasta desembocar en el mito cainita de las dos Españas irreconciliables. La tirantez entre ortodoxia y heterodoxia desemboca en muchos casos en la negación de la condición española a todo aquel o todo aquello que pongan en cuestión unos dogmas que se revisten de carácter casi divino. El mito adquiere así una condición taumatúrgica («¡Santiago y cierra España!»)

Por último y quizá, a la postre, lo más específico, como ya se apuntó antes, es que Iberia constituye el confín de Europa o, por lo menos, uno de sus confines, el más claramente delimitado. Por eso mismo es, en la tradición mítica, el más allá, lo extremo, lo desconocido, sobre todo desde ese canon europeo que mira a la periferia con tanta atracción como perplejidad, sin saber cómo clasificar lo que no está en su centro. De ahí que la parte más occidental del Viejo Continente pase a ser considerada el Oriente exótico en la mitología romántica elaborada por la cultura europea del siglo XIX. Pero es que Iberia ya era en la Antigüedad el Non Plus Ultra. Y la hazaña nacional por antonomasia, la conquista americana, se hace sobre la determinación de romper el mito: Plus Ultra. Así pasa al escudo nacional. España, la nación al límite que encuentra su sentido último en romper los límites.

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