THE OBJECTIVE
Historia Canalla

¿Una ruptura para la Transición? La Junta Democrática

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de personajes polémicos y desmonta mitos con ironía y datos

¿Una ruptura para la Transición? La Junta Democrática

Ilustración de Alejandra Svriz.

Estamos en el año Franco y pronto entraremos en los debates sobre la Transición, su mito y la realidad. Sabemos que hoy una parte mayoritaria de la izquierda está en un proceso para deslegitimarla con el objetivo de barrenar la importancia de la Constitución de 1978 y sustituirla por otra que contemple lo que llaman Estado plurinacional con un toque colectivista y woke. El caso es que con este empeño político atacan a la monarquía, al rey Felipe VI y a su padre, Juan Carlos I. A este último, a Juan Carlos I, lo presentan como un producto del franquismo, un vividor corrupto que, confabulado con los restos de la dictadura, impidió el establecimiento en España de una verdadera democracia. Dicen que sin ruptura no era posible un sistema democrático, que se pasteleó para que siguieran mandando los de siempre y no se ajustaran cuentas con los colaboradores de la dictadura.

La pregunta es si había oposición para hacer esa ruptura. ¿Hubo una oposición con fuerza, organización y extensión en la población española para hacer esa ruptura, o no es más que un mito porque la realidad es que la oposición al franquismo, salvo el PCE, fueron grupúsculos muy débiles sin implantación social?

La idea de unir a varios grupos opositores partió en 1973 de dos miembros del Opus Dei, Rafael Calvo Serer y Antonio Fontán, y del abogado Antonio García Trevijano, los tres ligados al extinto diario Madrid. Trevijano parecía el personaje ideal para patrocinar una ruptura con el franquismo que uniera a personas y partidos. Era un notario que había hecho fortuna con negocios en Guinea Ecuatorial y gracias también a la familia de su mujer, la modelo francesa Francine Chouraki. Ambicioso y conspirador, Trevijano decía que contaba con muchos contactos en la élite política, financiera y militar, y visitaba con frecuencia a Don Juan de Borbón. El plan de Trevijano era la creación de una red de juntas por todo el país para canalizar una movilización popular en las calles hasta que cayera la situación. En ese momento se formaría un Gobierno provisional para organizar el país a golpes de referéndum prometiendo «democracia política y los Estatutos de Autonomía».

El plan fue comunicado a Santiago Carrillo, que envió entonces al despacho de Trevijano en Madrid a dos de sus hombres: Sánchez Montero y López Salinas. El PCE se sumó porque encajaba con su propio plan: quedaba como el partido hegemónico en la izquierda en un proceso de levantamiento popular con fines constituyentes. De ahí podría salir un situación muy favorable para el comunismo. Además, el papel de sus homólogos portugueses y griegos en la caída de las dictaduras mediterráneas parecía darles el protagonismo.

Aquellos opositores pensaban que Don Juan podía aceptar ese plan por su enfrentamiento con Franco y el aparente alejamiento de su hijo Juan Carlos, designado ya como sucesor del dictador a título de Rey. Al plan se unieron José María Lasarte del PNV -que luego prefirió la Plataforma de Convergencia Democrática-, José Andreu de ERC, Alejandro Rojas-Marcos de Alianza Socialista de Andalucía, el Partido Socialista del Interior de Tierno Galván -que luego cambió su nombre por Socialista Popular para no chocar con el PSOE-, el Partido Carlista y otros. En un principio, Don Juan aceptó. El primer paso del plan era que el Borbón hiciera unas declaraciones al diario francés Le Monde el 24 de junio de 1974. El texto estaba escrito por Trevijano. La decisión de Don Juan era un error inmenso para la monarquía y la transición pacífica a la democracia. Por esta razón, Luis María Ansón, Saínz Rodríguez y Pemán, del entorno juanista, convencieron al Borbón que era una ruptura con el Régimen y con su hijo. Don Juan finalmente desistió de su propósito de encabezar el proyecto político. Así se lo dijo a Trevijano, con el consiguiente enfado del notario. Por eso, el 24 de junio, Carrillo, Calvo Serer y el propio Trevijano decidieron formar la Junta Democrática con la República como horizonte.

En julio de 1974, la Junta Democrática se presentó en París, y Trevijano lo hizo en Madrid. El acto se hizo coincidir con la hospitalización de Franco y la jefatura interina del Estado por parte del príncipe Juan Carlos, al que tenían por un franquista débil. Leyeron su programa de movilización popular a través de juntas, la formación de un Gobierno provisional y la celebración de un referéndum para la decisión de la forma de Estado. El papel todo lo aguanta, pero decidieron dar una rueda de prensa. Fue entonces cuando mostraron sus debilidades y lo equivocados que estaban. Calvo Serer dijo a un periodista de The Times que no aceptaban a Juan Carlos como rey porque sería «la prolongación de la dictadura». La forma de Estado, sentenció, debía ser decidida por el pueblo español en referéndum. Carrillo contestó al entrevistador que en la Junta estaba representada la «clase obrera» con el PCE y CCOO, así como las «fuerzas empresariales» y los «representantes de las regiones».

Esto último molestó a una parte del catalanismo. Tarradellas, como presidente de la Generalitat en el exilio, escribió en octubre de 1974 que todo aquello era un “gravísimo error a la par que una ridiculez”, un instrumento del “comunismo español y un par de miembros del Opus Dei”. A esta debilidad se unió otra: Calvo Serer solo se representaba a sí mismo. Cuando el periodista le preguntó por la organización que tenía detrás, la respuesta fue evasiva, hablando de que tenía “muchos amigos y relaciones” y que en el futuro construiría un partido. Carrillo confesó, además, que el PSOE no iba a estar, que tenían relación con la democracia cristiana pero sin dar nombres, y que habían roto con Juan de Borbón. Además ambos, Calvo Serer y Carrillo, cometieron el error de comparar la situación que querían para España con abril de 1931, una memoria que rechazaban muchos españoles. La Segunda República estaba vinculada en el recuerdo a la Guerra Civil, la muerte, la violencia y el empobrecimiento, justo lo que abominaba la sociedad en esos momentos.

Para liarla más, el llamado «Gobierno republicano en el exilio» publicó una nota el 5 de agosto de 1974 diciendo que la Junta Democrática estaba condenada al «previsible fracaso». El lío era considerable. La Junta Democrática nació muerta. No tenía fuerza en el interior de España, salvo el PCE y CCOO, que eran insuficientes por sí solos para un cambio de régimen. El resto eran personalidades sin respaldo social ni organización alguna, o partidos minúsculos. Además, su plan de ruptura al estilo de abril de 1931, con juntas espontáneas en cada localidad, un Gobierno provisional sin más legitimidad que su deseo, con un referéndum que nadie pedía, no parecía una forma muy práctica ni democrática de transición en España.

Tras la presentación de la Junta Democrática, el príncipe Juan Carlos quiso sondear a Carrillo. Era el mes de agosto de 1974. Se lo comunicó a Nicolás Franco, sobrino del dictador, y le dio el nombre de José Mario Armero, que se entrevistó con Carrillo y Teodulfo Lagunero, un empresario que financiaba al PCE. Luego Nicolás Franco se citó con Carrillo, que solo exigió una cosa: que su partido no se quedara al margen de la transición a la democracia. A cambio, Nicolás Franco pidió que los comunistas no tomaran la calle en cuanto Juan Carlos subiera al trono. En torno a este acuerdo giró la legalización del PCE, que no llegó hasta 1977. Sin embargo, desde agosto de 1974 hasta la muerte del dictador, el PCE estuvo jugando dos cartas. A sus masas les decía que apostaba por la ruptura republicana y casi revolucionaria, mientras que entre bambalinas aceptaba un pacto con los reformistas del régimen, incluido Juan Carlos de Borbón, para una monarquía.

Así, entre los planes de formación de la Junta Democrática y diciembre de 1975, el PCE se dio de bruces con la realidad y pasó de apostar por el rey más débil, Don Juan, a volver a la República, para luego aceptar al único posible, Juan Carlos. Tres apuestas frágiles para no perder protagonismo en el cambio de régimen. El llamamiento al levantamiento popular y el tono agresivo aumentó según se hicieron realidad las noticias de la formación de la Plataforma de Convergencia Democrática liderada por el PSOE. A principios de 1975, los socialistas dieron los primeros pasos, y la Junta del PCE vio amenazado su protagonismo. Su respuesta fue la publicación del Manifiesto por la Reconciliación en abril de 1975, que rechazaba a Juan Carlos de Borbón y abogaba por una ruptura que olía a revolución. La figura de Felipe González empezó a crecer, y Carrillo no se resignó a perder su papel de líder imprescindible de la izquierda. El tono se volvió más violento contra el príncipe Juan Carlos. En la última semana de junio de 1975 escribió:

«Si Juan Carlos tuviera un mínimo de inteligencia y de coraje político (…) haría las maletas, se reuniría con su padre y renunciaría a la sucesión franquista, remitiéndose a la voluntad popular»

Carrillo alimentó el furor revolucionario en los estertores del régimen para no fracasar dentro del partido. En la II Conferencia Nacional del PCE, en septiembre de 1975, Carrillo aseguró que la Junta Democrática iba a «propulsar la lucha popular y nacional» por lo que recomendaba estar alerta porque cualquier acontecimiento podía provocar la «chispa» que desencadenara el «incendio de acción democrática nacional».

Aquello fue un error de cálculo del PCE que lo acabó dejando en un segundo lugar a la muerte de Franco. Lo señaló el embajador norteamericano a su Gobierno en el informe del 25 de abril de 1975: el PCE se había quedado solo, cerrado a unas personalidades de la Junta Democrática que no representaban a nadie en España ni en Europa, cuando debía haberse abierto a los «partidos políticos centristas importantes de la oposición». No supo convertirse en el eje de la oposición y atraerse al resto, aunque es cierto que el PSOE tenía la tarea encomendada de impedir la hegemonía comunista y lo logró. El remate de la jugada fue el manifiesto conjunto de la Junta con la Plataforma dirigida por el PSOE, en septiembre de 1975, que disolvió su protagonismo.

La Junta siempre pareció un disfraz comunista para la ruptura revolucionaria. Este fue el gran error del PCE en el tardofranquismo, quedarse solo con un plan rupturista cuando la mayoría apostó por la reforma pacífica desde dentro del Régimen con el apoyo de la oposición. El traspiés táctico fue fatal porque no le permitió ser la alternativa ‘progresista’, como era el partido comunista italiano, y dejó el campo libre al PSOE. De hecho, un crecido Felipe González sentenció en una entrevista a cuatro periódicos de Barcelona a mediados de junio de 1975 que «la Junta adolece de defectos de todo tipo: es una mezcla no comprensible entre fuerzas políticas y personales a quienes se les da el título de personalidades».

La Junta Democrática no sirvió para hacer caer a Franco. Su plan, de haberse realizado, habría desembocado en más violencia que la que hubo, y abierto la posibilidad a un conflicto civil y militar, con golpes de Estado, como ocurrió en Portugal desde abril de 1974 a diciembre de 1975. Por fortuna, no hubo una ruptura, ni esa oposición de la Junta tuvo éxito.

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