El golpe de Estado bueno: Martínez Campos
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de personajes polémicos y desmonta mitos con ironía y datos

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hoy empezamos con una pregunta. ¿Hay golpes de Estado buenos y golpes malos? Es decir, ¿el objetivo del golpe legitima la acción? Gabriel Naudé, en el siglo XVII, lo definió como algo positivo para evitar al Estado determinados peligros. De ahí nació la idea de la razón de Estado. Se hablaba, por tanto, de un golpe de Estado como un acto desde el poder al margen de la ley para encauzar la situación política con el propósito de conseguir el bien común. Así se entendió también, por ejemplo, con los golpes de Estado en Francia en 1797 y sobre todo en 1799, el famoso 18 de Brumario que acabó entronizando a Napoleón. Si el fin era positivo y se alejaba el mal del Estado, ¿por qué no? La valoración del golpe de Estado cambió con otros dos golpes: el de 1830 del rey Carlos X para acabar con la libertad en Francia, y el de Luis Napoleón en 1851 que puso fin a la Segunda República. Desde ahí convivieron los dos sentidos de golpe de Estado: el positivo -salvar la situación- y el negativo -una reacción contra la libertad del pueblo-.
España no estuvo al margen de esa ambivalencia, pero se complicó con una fenómeno propio de nuestro país y que se extendió también en las repúblicas hispanoamericanas. Me refiero al pronunciamiento, que no era un golpe de Estado, sino una manifestación cívico-militar para presionar al poder a un giro al margen de la ley. También podía ser catalogado como «bueno» o «malo» dependiendo de quién lo analizase y de lo que persiguiese.
El año 1874 representó un periodo sumamente intenso y decisivo para la historia de España. El 3 de enero, las Cortes, compuestas casi exclusivamente por republicanos con profundas desavenencias entre sí, fueron disueltas. En ese momento, el país se encontraba inmerso en tres conflictos bélicos: la guerra colonial en Cuba, la guerra carlista en el norte y los remanentes de la insurrección cantonal.
Tras un año de enfrentamientos y saqueos, Cartagena continuaba su resistencia, esperando la caída de Castelar y la formación de un gobierno que reconociera su cantón. Era de dominio público que Pavía planeaba un golpe si Castelar era derrotado en las Cortes, lo cual fue anunciado por la prensa con un mes de antelación y documentado por los informes de embajadores. En efecto, Pavía llevó a cabo su golpe, impidiendo la formación de un gobierno favorable al cantonalismo y propiciando la creación de un gobierno de coalición nacional. El nuevo Ejecutivo, liderado por el general Serrano, decidió mantener la República con el fin de preservar la Constitución de 1869. Sin embargo, Cánovas, líder del alfonsismo desde agosto de 1873, rechazó formar parte de este gabinete, proponiendo en la reunión preparatoria la creación de un Ministerio-Regencia para proclamar a Alfonso XII. Ante la negativa de los coaligados, Cánovas optó por retirarse.
El general Martínez Campos expresó su descontento ante la decisión de Cánovas, quien fue criticado por el antiguo partido moderado y los militares alfonsinos golpistas, al considerar que había desperdiciado una oportunidad crucial. Desde el inicio, hubo oposición a Cánovas, a quien muchos percibían como indeciso y conciliador. Argumentaban que, dada la debilidad del Ejecutivo y el cansancio de los españoles con la República, lo más conveniente era aprovechar la situación para dar un golpe y entronizar a Alfonso de Borbón. En realidad, lo que estos grupos buscaban era un ajuste de cuentas con los revolucionarios que los habían derrocado en 1868.
El año 1874 también representó un periodo de reacomodo para Martínez Campos. En julio del año anterior, había aceptado el mando del Ejército republicano con el objetivo de acabar con el cantonalismo en Valencia, Castellón, Alicante, Murcia y Cartagena. El presidente de la República, Salmerón, confió en su habilidad y acertó. Martínez Campos logró sofocar la insurrección en todo el Levante, excepto en Cartagena. No obstante, la falta de recursos, negados por el Gobierno, le llevó a renunciar al mando el 21 de septiembre de 1873. Sin embargo, en diciembre de ese mismo año, Castelar lo nombró capitán general de Cataluña. Tras conocer el golpe de Pavía en enero de 1874, Martínez Campos intentó organizar un pronunciamiento a favor de Don Alfonso, llegando a decir a Isabel II por carta que había contado con veinte batallones a su disposición. Fue recluido en el castillo de Bellver, en Mallorca, donde comenzó una correspondencia con Cánovas.
El plan de Cánovas para la Restauración consistía en crear un gran movimiento nacional que percibiera en Alfonso la paz, el orden y la libertad, en contraste con la caótica República. Así como una gran movilización había desterrado a los Borbones en 1868, otra de igual envergadura debía traerlos de vuelta sin derramamiento de sangre. Para ello, era necesario el reconocimiento general de Gobierno, Cortes, partidos, sociedad civil y Ejército. Este acto debía ser liderado por un militar, tras una derrota del carlismo que vinculase la victoria de la España liberal con la proclamación de Don Alfonso.
El único militar capacitado para llevar a cabo esta misión era el general Manuel Gutiérrez de la Concha, conocido como «el general Concha», un oficial de gran prestigio que dirigía la campaña en el norte contra el carlismo. Entre los oficiales que acompañaban al general Concha estaba Martínez Campos, quien escribió a Cánovas el 25 de abril que ese cuerpo de ejército estaba preparado para «proclamar a Don Alfonso». No obstante, Concha demoraba la acción, buscando obtener la gloria para sí mismo, lo que se convirtió en un problema para todos. Martínez Campos informó a Cánovas el 23 de mayo sobre la «ávida de gloria militar» de Concha, quien impuso a Serrano el cese de los ministros radicales y su sustitución por conservadores. Martínez Campos se desesperó, describiendo a Concha como poseedor de una «soberbia satánica». Cánovas resistió, esperando que tras vencer a los carlistas en Estella, Concha enviara a dos oficiales a Madrid para proclamar a Don Alfonso y exigir al Gobierno la convocatoria de Cortes para su reconocimiento. Sin embargo, Concha murió en el campo de batalla el 27 de junio de 1874 por una bala perdida, lo que llevó a Cánovas a confesar a Isabel II que era «preciso comenzar de nuevo la partida».
Ese verano de 1874, los militares alfonsinos golpistas rompieron con Cánovas, manifestando que no había tiempo para más planes y que harían rey a Alfonso en tres meses. Cánovas no deseaba una Restauración vengativa. El príncipe, un joven maduro, bien educado y con inteligencia política, aconsejado por el Duque de Sesto, su tutor, esperaba con paciencia y confianza en Cánovas. En respuesta a la precipitación de los militares, Cánovas forzó la publicación del Manifiesto de Sandhurst el 1 de diciembre, que definía a Alfonso como un rey liberal para todos. Esto desbarató los intentos vengativos, pero no desarticuló la conspiración en marcha.
Martínez Campos ya había reclutado al general Primo de Rivera, capitán general de Castilla la Nueva, y al general Jovellar, que mandaba el Ejército del Centro, el más numeroso. El 21 de diciembre, Martínez Campos pidió permiso a Alfonso para pronunciarse, argumentando que Cánovas «no iba por buen camino». Antes de salir para Valencia, dejó un documento al jefe del alfonsismo indicando que, si triunfaba, debía formar un gobierno de coalición con tres antiguos moderados y cuatro del «partido más liberal». Concluyó aclarando que la diferencia entre ambos radicaba en los «distintos modos» del «alzamiento». Telegrafió a Luis Dabán con el mensaje «Naranjas en condiciones». Tomó un tren junto al brigadier Bonanza y el coronel Antonio Dabán, pasando el día 28 escondidos en Valencia, y llegando por la noche a Sagunto vestidos de paisanos. A las tres de la mañana del día 29, revelaron su plan a los oficiales, quienes en su mayoría apoyaron la iniciativa, aunque un capitán se retiró. Martínez Campos arengó a los 1.800 soldados en Las Alquerietas, cerca de Sagunto, y esperó.
El Gobierno ordenó a Primo de Rivera arrestar a Cánovas, quien calificó el pronunciamiento como «calaverada» y pidió a sus seguidores que no lo secundaran. Incluso escribió una protesta para el periódico «La Época», pero el director no la publicó. En estas circunstancias, el general Jovellar telegrafió al Gobierno comunicando su apoyo a Martínez Campos. Sagasta, presidente del Ejecutivo, sentenció: «Esto no tiene remedio». El ministro de la Guerra, Serrano Bedoya, informó que la tropa de Madrid era alfonsina.
El Gobierno se reunió a las 19:30 del día 30 para conversar por telégrafo con Serrano, quien se encontraba en el norte. Defender la República significaba apoyarse en los federales, lo cual era considerado un disparate. Primo de Rivera, presente en la reunión, reveló su alfonsismo, afirmando que deseaban una Restauración sin derramamiento de sangre y «contar, hasta cierto punto, con el apoyo o el consentimiento del actual Jefe del Estado». Ulloa, ministro de Marina, propuso trasladar el Gobierno a Guadalajara o a Sigüenza, pero Serrano se negó para evitar el inicio de otra guerra civil. Sagasta concluyó: «Nos despedimos de Vd. con lágrimas en los ojos». La conversación finalizó a las 21 horas, momento en que los ministros entregaron el poder a Primo de Rivera, quien reunió a alfonsinos, exministros isabelinos y antiguos moderados. Según el embajador italiano en Madrid, Primo, «imitando el trabajo del general Pavía» en enero de 1874, encargó a estos la composición de un ministerio monárquico. Cánovas entonces formó el Ministerio-Regencia para preparar el regreso de los Borbones a España.
En el momento del pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, Don Alfonso se encontraba en el Palacio Basilewsky, en París, junto a su madre, Isabel II, y sus hermanas. Un personaje francés le entregó un papel anunciando el acto y concluyendo «Hasta ahora todos lo ignoran en Francia; guarde V.A. profundo silencio». Según el historiador Miguel Morayta, nadie notó cambio alguno en su rostro o comportamiento. Alfonso asistió al teatro con su familia, sabiendo lo que había ocurrido en España. Al regresar, encontró en su casa al canovista Luis Elduayen. Al oír las noticias la familia saltó de alegría, menos Alfonso, que dijo: «Lo sé hace horas».
El acto de Martínez Campos es denominado corrientemente como «pronunciamiento», pero tuvo las características de un golpe de Estado, sobre todo cuando su brazo armado en Madrid, el capitán general Fernando Primo de Rivera, se plantó delante del gobierno de la República. Aquel acto de fuerza, ilegal, realizado por una parte del poder, cambió la forma de Estado alegando el bien común y la razón de Estado. No se deben examinar los actos por sus consecuencias, pero es cierto que el régimen de la Restauración trajo más orden y prosperidad que la República que había dejado atrás, incluso que las monarquías anteriores. Algunos lo vieron como un «golpe bueno», y otros, los republicanos como un «golpe malo». Que cada uno saque su conclusión.
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