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Cultura

La ironía de Joana Vasconcelos late en el Palacio de Liria

La exposición ‘Flamboyant’ nutre el epicentro de la aristocracia española de ganchillo, cacerolas y corazones gigantes

La ironía de Joana Vasconcelos late en el Palacio de Liria

'Marilyn'. Vista de la exposición. | Juan Rayos

La casa de Alba se enorgullece de ser contemporánea desde hace 500 años. Lleva medio milenio de mecenazgo. La muy portuguesa Joana Vasconcelos (aunque nació en París en 1971) es una de las grandes artistas contemporáneas: en 2005 deslumbró en la bienal de Venecia y, desde entonces, sus esculturas monumentales e instalaciones inmersivas están siempre en lo más alto del mercado. Su exposición Flamboyant en el Palacio de Liria parece tener, por lo tanto, todo el sentido. Veamos hasta qué punto.

Dicen de Vasconcelos que la fuerza de su obra radica en la capacidad de descontextualizar objetos cotidianos, actualizar el concepto de las artes y oficios, y plantear diálogos entre la alta cultura y lo popular. Todo ello agavillado con una evidente carga irónica. El Palacio de Liria, hogar de los duques de Alba y epicentro de la aristocracia española –la exposición la inauguraron los Reyes la semana pasada–, se antoja el lugar ideal para sus experimentos. De hecho, artistas como Goya ya vivieron en sus carnes la majestuosa disposición de los (y sobre todo las) Alba al arte más transgresor.     

Intuición que se confirma nada más comenzar la exposición: los regios leones que custodian la entrada lucen sendas armaduras de ganchillo. Maravilloso. Divertido, pero extrañamente armónico. No nos equivoquemos: Vasconcelos se ha abstenido de colocar flamencas y toros encima de la tele (tampoco la había), por ejemplo. No es eso, ni mucho menos. Y, por otra parte, honor al ganchillo, que la artista reivindica, con toda la razón, como parte mollar del patrimonio cultural portugués. Pero no deja de tener gracia…

El Palacio de Liria no solo aguanta la ironía, sino que la devuelve mezclando en el reflejo toda su grandeza. Porque, como dijo Vasconcelos en la presentación, «no es un almacén de historia, sino un espacio vivo». Sus instalaciones invitan al visitante a «sentirlo como un participante activo en un diálogo artístico transformador. Esta exposición también aborda directamente a los maestros Diego Velázquez y Francisco de Goya, cuyas obras forman parte de la colección del palacio. Mis instalaciones buscan la conversación con sus gloriosos trabajos». Además, la exposición ofrece un interesantísimo extra al incluir zonas del palacio antes inaccesibles al público.

Por ejemplo, la capilla. En un lugar tan íntimo, protegido por la penumbra y definido certeramente como «el corazón del palacio» por Vasconcelos, late ahora uno de sus flaming hearts, enorme válvula de amor en un rojo visceral conectado con los muros laterales por una multitud de venas y al techo y hacia la puerta (o sea, hacia el visitante) con una gruesa arteria. Sístole y diástole.  Tampoco se podía visitar hasta ahora el Salón de Música, donde aparece un piano majestuosamente envuelto en una pieza de ganchillo hecha a mano. Un poco más allá, en la biblioteca, espera una fascinante conversación a tres bandas: una lámpara de araña cubierta de terciopelo y coloridos pendientes de aro pende del techo, sobre el que reverberan piezas de la ópera Carmen en la voz de Maria Callas (de moda ahora, además, vía Angelina Jolie), que a su vez envuelve la vitrina con la carta  en la que Prosper Mérimée le cuenta a la condesa de Montijo la trama de los amoríos entre el soldado y la gitana.

‘Capilla’. Vista de la exposición. | Juan Rayos

Goya, Napoleón, Dior

Una de las obras más llamativas de la muestra es Marilyn, una réplica gigantesca de los zapatos que la Monroe llevó a Vietnam para animar a la soldadesca hecha con… ¡cacerolas! Ocupa buena parte del Salón de Baile, y Vasconcelos aseguró que «una princesa los dejó ahí para irse a dormir». El punto «mágico», donde «somos como duendes alrededor de estos zapatos monumentales», se abre a la reivindicación social: «Habla de cómo las mujeres contemporáneas podemos desarrollar dos roles al mismo tiempo: en el privado, tenemos el más tradicional; en el público, el lujo de vivir de una forma totalmente diferente».

La princesa descalza bien podría pasar a la Sala del Amor (sic: existe tal cosa en el hogar de los Alba…), donde luce bien luminoso el lazo J’Adore Miss Dior, fabricado con frascos del perfume de la marca francesa, patrocinadora de la muestra, por cierto. La artista explica sin complejos la decisión de acompañar el textil con luces LED: «No podía elegir entre el rosa y el rojo, y la tecnología me permite que vaya cambiando de uno a otro color». Pues claro que sí, para qué privarse de nada.

Victoriosa ya de forma irremediable, la princesa puede solazarse de su victoria en la Sala Goya, imitando a la duquesa de Alba en un posado para el genio aragonés que escandalizaría a la sociedad bien pensante. Además del famoso cuadro, en la estancia hay muebles de valor incalculable, como un escritorio de Napoleón Bonaparte, a los que Vasconcelos suma su Perruque, una especie de perchero con espíritu orgánico del que cuelgan pelucas que simbolizan la capacidad de las mujeres para «liberarse de la prisión, de todo ese control que había», en palabras de la artista, que remata con un poco de picante: «Yo creo que la duquesa de Alba y Goya lo representaron muy bien». ¿Se soltó el pelo la duquesa?

La artista Joana Vasconcelos con S. M. el Rey Felipe VI en la visita a la exposición ‘Flamboyant’. | Juan Rayos

Un tetera enorme y tenedores de plástico

El lado más oscuro de Goya parece deslizarse hasta el Salón Español. Vuelve la penumbra, esta vez mecida por los fados de Amália Rodrigues, fondo musical de los retratos de sobrios reyes españoles pintados por Velázquez, Murillo o Zurbarán, sobre los que gira un inmenso Coração Independente Preto de riguroso negro y construido… con tenedores de plástico. Nuevo golpe de efecto que la artista atribuye a la tradición lusa de escuchar los fados en restaurantes, mientras se alimenta algo más que la saudade. Habría que preguntarle a Felipe II qué opina al respecto…

La muestra continúa con más obras, como la monumental Valkyrie Thyra o los dos lobos creados para la ocasión y bautizados como  Goya y Velázquez por Vasconcelos, hasta un total de 20 de gran formato, además de una treintena más pequeñas diseminadas por los dos pisos del interior. Y culmina en el jardín exterior, otro lugar al que normalmente no puede acceder el público. Ahí, al aire libre, se puede admirar La Théière, una enorme tetera recién creada por la artista con hierro forjado y vegetación ornamental en homenaje a Catalina de Braganza. Demostrando sus dotes de narradora, Vasconcelos contó la impresión que causó la portuguesa en la corte inglesa, donde aterrizó tras casarse con Carlos II con costumbres tan raras como el baño semanal, el consumo de una fruta muy rara de color naranja y, sobre todo, la ingesta vespertina de un agua muy oscura. «Té lo llamaba».

Con esa última vuelta de tuerca irónica culminó la presentación de Flamboyant. Los periodistas culturales fuimos cordialmente despedidos mientras el palacio se poblaba de tipos de traje oscuro y ojos inquisitivos. Llegaban los Reyes a oficiar la inauguración. Alrededor, la corte con la Casa de Alba en posición destacada. Palabras mayores. Les espera una buena ración de ganchillo, cacerolas, corazones gigantes y luces de colores.

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