Victoria Eugenia, una reina humillada por las infidelidades que no conectó con los españoles
La mujer de Alfonso XIII fue nieta de la reina Victoria de Inglaterra y bisabuela de Felipe VI.

La reina Victoria Eugenia de Battenberg, retratada por Kaulak. | Wikipedia
Mujer profundamente enamorada de su marido como humillada por este a los pocos años de matrimonio, Victoria Eugenia de Battenberg vivió las mieles de una infancia privilegiada, adorada por su abuela materna, la reina Victoria de Inglaterra, pero también las hieles de un matrimonio fallido donde toda la corte sabía de las infidelidades de su marido. Alfonso XIII nunca se esforzó en disimular que pasaba las noches en las alcobas de otras con las que incluso llegó a tener hijos.
Por si fuera poco, la despreció también por ser la portadora de la hemofilia, una enfermedad que transmiten las mujeres a los hijos varones (aunque ellas no la padecen) y que consiste en una casi nula coagulación de la sangre. De los seis hijos que tuvo, enterró a dos, ambos por culpa de la hemofilia; otro se quedó sordomudo y, para colmo de desgracias: tras 25 años siendo reina de España tuvo que marcharse al exilio, recalando primero en Francia, más tarde en su país, donde fue invitada a marcharse poco después y, finalmente, en Lausana (Suiza), donde murió a los 82 años.
Fue una reina desdichada que jamás contó con el cariño de los españoles, que siempre vieron en ella una extranjera, que jamás fue feliz en su vida privada, pero que, sin embargo, mantuvo siempre una gran dignidad y compostura, sin jamás quejarse. Claro que eran otros tiempos. Ser esposa de un Borbón en aquellas épocas era casi seguro sinónimo de ser una cornuda.
¿Dónde nació Victoria Eugenia de Battenberg?
El 24 de octubre de 1887 llegaba al mundo, dentro de los muros del castillo de Balmoral, una nueva princesa, Victoria Eugenia Julia Ena de Battenberg. Hija de la princesa Beatriz, novena y última hija de la reina Victoria del Reino Unido. El matrimonio de sus padres era morganático, es decir, desigual. La princesa Beatriz poseía tratamiento de alteza real y su marido, Enrique de Battenberg —cuyo padre era el príncipe Alejandro de Hesse—, no. No era plebeyo, pero tampoco es que tuviera demasiado pedigrí. Al menos no para la época.
El hecho de que la princesa no estuviera cerca de la sucesión al trono no representaba demasiados problemas. Se hizo, digamos, la vista gorda, pero hubo condiciones y la primera fue que el nuevo matrimonio viviría con la madre de ella, una desconsolada reina viuda (lo fue durante 40 años, desde 1840 hasta 1901, fecha de su muerte). Esa es la razón por la que Victoria Eugenia se crió en todos los castillos reales como Balmoral, Windsor o Buckingham Palace, precisamente por el hecho de vivir con su abuela, es decir, hacer su vida en la corte.
Tuvo una infancia feliz, llena de privilegios y sin el peso de ser la heredera. El hecho, además, de que su madre fuera la hija favorita de la reina Victoria, mejoró mucho su estilo de vida, con una educación exquisita y llena de vida al aire libre. Fue una niña querida, cuidada e inmensamente feliz. Una felicidad que se vio empañada con la inesperada muerte de su querido padre por culpa de la malaria y, encima, fuera de casa, en Sierra Leona, con tan solo 37 años.
El hecho de haber sido educada en la corte y con las normas estrictas y austeras de la reina Victoria conformó un carácter que, si bien siempre fue alegre y dicharachero, también estuvo basado en la disciplina y puntualidad. Lo que no heredó de su abuela fue la austeridad y, desde jovencita, demostró su pasión por las joyas que llegó a acumular durante su vida en grandes cantidades y que hoy día forman parte del joyero de pasar y que las reinas españolas, como Letizia, pueden usar siempre que así lo deseen.
¿Cómo cambió su vida cuando murió su abuela?
Aunque fue una reina longeva, le llegó su hora en 1901, tras 63 años y 216 días en el trono y a la edad en que cambió radicalmente la vida de Victoria Eugenia, que se trasladó con su madre y hermanos a vivir al palacio de Kensington.
En la capital británica pudo llevar una vida mucho más libre, con viajes y comenzando a frecuentar los ambientes propios de una princesa real. Era la sobrina del rey Eduardo VII y, si bien no tenía los privilegios pasados, vivía una vida cómoda propia como la sobrina del soberano. Poco antes de cumplir los 17 años, Ena asistió al baile organizado por su tío el rey en honor de Alfonso XIII, que estaba de periplo por España precisamente oteando el terreno para encontrar esposa y, aunque todo estaba planeado para que tomase contacto con una firme candidata, la princesa Patricia Connnaught, se fijó en Victoria Eugenia y esta en él, gustándose mutuamente en su primer encuentro.
Durante siete meses Alfonso le escribiría postales a la que se convertiría en su esposa y fue así como un noviazgo que surgió de manera tan casual nos trajo a España a una reina rubia, de blanca tez, ojos azules… y de religión anglicana.
Noviazgo y boda de Victoria Eugenia y Alfonso XIII
Que fuera de religión anglicana supuso el primer disgusto para la prometida, quien tuvo que abjurar de su fe para convertirse al catolicismo. Una reina de España en aquella época no podía tener otra religión que no fuese la católica. La prometida del rey se convirtió al catolicismo en una ceremonia privada en el palacio de Miramar, Santander.
La boda se celebró el 31 de mayo de 1906 en la Iglesia de los Jerónimos. Un día que pasó a la historia y no precisamente porque fuera feliz, más bien todo lo contrario. De camino a la recepción en el Palacio Real, Mateo Corral, un anarquista, arrojó una bomba camuflada en un ramo de flores desde una pensión de la calle Mayor, provocando 25 muertos y más de 100 heridos. Los reyes salieron milagrosamente ilesos de la bomba, pero su matrimonio parecía condenado a ser un fracaso en aquella metáfora de desgracia que supuso tanta sangre derramada.
Cuatro meses después de la boda, y tras un placentero viaje de novios en el Palacio de la Granja, la reina comunicó su estado de buena esperanza. El primer heredero, que sería, además, varón, estaba en camino. El nacimiento de Alfonso, que así se llamó, enseguida se empañó con la noticia de que había heredado la hemofilia. Empezaron ahí los problemas del matrimonio que terminarían por su separación con el paso de los años. Los reyes tuvieron seis hijos, cuatro varones, de los cuales dos murieron, uno resultó ser sordomudo y el cuarto, Juan, el único sano, fue él el elegido para ser el heredero. Este hecho traería no pocos problemas en el futuro entre los hermanos, aunque Juan jamás llegaría a ser rey por las circunstancias políticas españolas.
Proclamación de la II República y exilio
El 1 de abril de 1931 y tras el triunfo republicano en las urnas, Alfonso XII abandona España rumbo a Cartagena, donde esa misma noche cogería un barco que lo llevaría primero a Francia y más tarde a Roma. Nunca más volvería a España. Su mujer permanecería una noche más en el Palacio Real con sus hijos para partir al día siguiente rumbo, primero a Francia, después al Reino Unido y, por último, a Lausana, donde viviría hasta el final de sus días. A diferencia de su esposo, sí volvió a España una vez para bautizar a su bisnieto Felipe VI, el actual rey de España.
Estando ambos en el exilio, se vieron en contadas ocasiones, como el entierro de uno de sus hijos y alguna otra reunión. Mientras vivió el rey, la mantuvo y, una vez que falleció, el gobierno de España acordó pasarle una pensión que no fue suficiente debido al elevado nivel de vida al que estaba acostumbrada. Una pariente fallecida de la reina, sin embargo, le legó toda su fortuna, haciendo así que su vida fuera mucho más confortable. De hecho, sus últimos años fueron probablemente los más felices de su vida.
Murió rodeada del cariño de sus hijos y nietos y, aunque al principio fue enterrada en Suiza, en 1985, siendo su nieto Juan Carlos I ya rey de España, sus restos mortales fueron trasladados al monasterio del Escorial para ser enterrada en el panteón de los reyes, a pesar de no tener derecho a ello, ya que no tuvo nunca un hijo rey.
Ena fue una reina extranjera que no sintió nunca el cariño de su pueblo, salvo los días que volvió a España para bautizar al entonces príncipe Felipe. Las infidelidades públicas de su marido la hicieron totalmente desgraciada. Nunca comprendió, además, al pueblo español, acostumbrada como estaba al boato de la corte inglesa. Veía con horror costumbres como las corridas de toros, ella que siempre había sido tan amante de los animales. Podemos decir que fue una elección equivocada, pero que se hizo, no obstante, por amor. La maldición de la hemofilia se cortó con su hijo don Juan y, por el momento, no ha vuelto a aparecer en la familia de los Borbones.