Ada Blackjack, la mujer que sobrevivió sola en el Ártico
Montse Sánchez Alonso debuta con la novela ‘El hielo de los suyos’, inspirada en una historia real de una madre iñupiat

Fotografía del grupo expedicionario –incluida la gata Victoria– con Ada Blackjack en el centro. | Wikimedia Commons
¿Qué tiene el Ártico, destino de tantos exploradores legendarios, que sigue fascinando al lector? El misterio de una tierra ignota, que desafía los límites del ser humano, junto con la evocación de un paisaje –blanco, oscuro, helado, deshabitado, feroz– tan alejado de la civilización urbana que resulta a un tiempo desasosegante y seductor. La literatura de viajes y aventuras vivió una época gloriosa que marcó a varias generaciones de lectores, pero, esto también es cierto, hace ya tiempo que dejó de poblar las mesas de novedades.
Sorprende, en este contexto, un debut como El hielo de los suyos (Tránsito, 2025), una novela de la madrileña Montse Sánchez Alonso. La autora, profesora de la Escuela de Escritores, se inspira en la historia real de una mujer iñupiat, la única que sobrevivió a una expedición al Ártico en los años veinte del siglo pasado. Más que retomar los relatos con sentido épico de Jules Verne, Emilio Salgari o R. L. Stevenson, les da una vuelta de tuerca con la conciencia del siglo XXI sobre la condición humana en general y sobre de las mujeres, la maternidad y la identidad indígena en particular, de manera afín a la francesa Bérengère Cournut (1979) en Yo nací contenta en Oraibi (2016) y De piedra y hueso (2019).
Ada Blackjack (Solomon, Alaska, 1898-Palmer, Alaska, 1983), nacida Ada Delutuk, era una madre iñupiat de 23 años cuando se embarcó en una expedición a la isla de Wrangell, en el norte de Siberia, en 1921. Desamparada desde que su marido la abandonó, tuvo que dejar a su hijo en un orfanato porque no podía mantenerlo ella sola. La misión supondría una oportunidad de conseguir el dinero necesario para recuperar al niño, para comenzar de nuevo y darle una vida digna. En contra de lo que le pronosticó el chamán, que no fue alentador en su augurio, en septiembre partió rumbo al Ártico.
El grupo lo formaban cuatro colonos occidentales, Ada y una gata. Ada había aceptado el cargo engañada: le habían asegurado que no sería la única nativa del equipo. Aun así, no se echó atrás y asumió los riesgos. Se iba a ocupar de cocinar y confeccionar prendas de abrigo con las pieles de los animales abatidos, aunque pronto vio que los aventureros esperaban de ella mucho más: que convenciera a otros iñupiat a sumarse a la expedición y que les transmitiera los conocimientos de su pueblo para sobrevivir en la larga noche polar que les iba a mantener aislados y en condiciones extremas durante varios meses.
La novela contrapone, sin caer en el maniqueísmo, las expectativas de los hombres, esos «jóvenes déspotas obsesionados por hacerse ricos con el oro y el comercio de pieles en lugar de con sus talentos» (p. 317), con la abnegación de una Ada que, en su soledad, se refugia en la lectura de Walden y en el recuerdo de su hijo. La aventura, como se sabe de antemano, trae más desdicha que adrenalina: hambre, enfermedad, peligro, muerte. En un viaje que es ante todo interior, por los abismos de la protagonista, la autora logra captar el progresivo desgaste del grupo, la tensión creciente, el delirio, la incertidumbre. Ada aprende a fortalecerse por dentro para salir adelante.
Identidad nativa
Montse Sánchez Alonso radiografía a la protagonista en dos vertientes. Para empezar, la pone en valor: frente a los relatos tradicionales, que le habrían dado un papel secundario por su condición de sirvienta sin pretensiones de colonizar un territorio, aquí deviene la pieza central, revela la fuerza de la mujer que sobrevive mediante una dinámica basada en las rutinas cotidianas y los cuidados, es decir, los atributos que por tradición se han asignado a las mujeres y se han aprovechado para tildarlas de débiles. En esta novela no solo no connotan flaqueza, sino que, así queda demostrado, constituyen la vía más sólida para subsistir.
En relación con lo anterior, se reivindica asimismo su identidad nativa. Ada pertenece a una generación que ya creció asimilando la cultura del colonizador, algo que se refleja en su apellido, su devoción religiosa o la voluntad de que su hijo se eduque a la manera occidental. Ella misma reniega de sus orígenes, de esas costumbres «bárbaras» en apariencia, porque así se lo han inculcado y porque confía en que aclimatarse a la nueva identidad conllevará mejores oportunidades para el futuro. Con todo, en el Ártico tiene que recordar sus raíces, en una memoria que reside más en el instinto que en un legado social, ya que, al negarlas, nunca adquirió esos conocimientos a través de sus ancestros.
La autora disecciona con maestría esa identidad entre dos culturas: ni siquiera cuando acepta (e integra) sus orígenes renuncia por completo a los usos occidentales; sabe que estos, en algunos aspectos, le son ventajosos. Y así, entre dos aguas, Ada se va desarrollando, con un conflicto interior en constante reconstrucción que comparte gran parte de la población actual. Se llama Ada Blackjack y nació hace más de un siglo, pero la mirada de quien la retrata es de una mujer del siglo XXI. Hay en esta Ada mucho de contemporáneo, como sucede siempre que un (buen) escritor se adentra en el pasado.
El hielo de los suyos se intuye una novela cocida a fuego lento, no solo por su extensión (unas 300 páginas; sin ser larga, lo es más que muchas óperas primas coetáneas) ni por el trabajo de documentación e inmersión en otra forma de estar en el mundo, sino por la elegancia, la sutileza de la narración, fruto de una autora con conciencia de estilo, que pule cada frase y, aun con su inclinación por el lirismo (los capítulos en tercera persona se alternan con unos breves ensueños de Ada), no cae en la afectación ni el exceso. Una muy buena primera novela, en suma, que nos lleva lejos, pero nos habla desde dentro. Ayer como hoy, no hay mayor aventura humana que la vida misma.