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Cultura

Paroxismo de un mundo en fuga

«El humanismo se ha resquebrajado creando un punto y aparte en lo que entendemos por saber y por memoria»

Paroxismo de un mundo en fuga

'La masacre de los inocentes', de Pieter Brueghel el Viejo (1565-1567). | Wikimedia Commons

Me sorprende una noticia: tres tiroteos en Madrid, en menos de 48 horas. En la tercera refriega, acaecida en un bar el barrio de Usera, el cronista ve un trasfondo sentimental. ¿Trasfondo sentimental?, me pregunto. Sí, el mismo trasfondo sentimental del cine americano de cualquier época y del cine mundial de ahora: la trivialización de las armas y la muerte. Y supongo que el mismo trasfondo sentimental que el Conde de Montecristo, origen literario y real del concepto superhombre, tal como lo vio acertadamente Gramsci y lo repitió Umberto Eco. 

El tiroteo de Usera me recordó un asesinato en Francia del que Laurent Mauvignier hizo una excelente novela titulada Lo que yo llamo olvido, y donde refiere cómo Michel Blaise, antillano de 25 años, fue asesinado por los guardias jurados de un supermercado de Lyon, tras haber sido acusado de robar dos latas de cerveza. El procurador adjunto, que examinó la cinta de vídeo de la cámara de vigilancia del supermercado, dijo que había sido «como ver la muerte en directo». Claro que sí. De los legendarios pistoleros del Far West, tan habituados ellos a ver la muerte en directo, pasamos a los pistoleros que componen los sistemas de seguridad privada, con más miembros que las policías estatales.

No actúan de forma extraña, por lo menos no de forma más extraña que los policías desalmados de las películas, siempre dispuestos a añadir un toque de brutalidad para llegar a sus fines, y se dejan guiar por la moral del presente, que ignora la empatía y el perdón. Ah, la muerte en directo. El cine era simulación de la muerte en directo, pero ahora tenemos internet, donde podemos ver palizas asombrosas que fueron filmadas en directo. Vivimos en la obsesión por el directo (el pudridero de Gran Hermano, por ejemplo, y nuevos pudrideros que ha ido generando ese mismo modelo), pero sobre todo estamos presenciando en directo, y de forma global, la milagrosa conquista del grado cero del pensamiento.

La muerte del chico antillano en un supermercado me condujo al recuerdo de otras muertes en supermercados como aquellas que se produjeron en Helsinki, cuando un hombre mató a su exmujer y luego acribilló a tres personas en un supermercado, para acabar suicidándose ante la cajera. También el periodista veía en este asunto un trasfondo sentimental además de religioso: En verdad, en verdad te digo que mañana estarás en el Paraíso. 

Sólo se pueden inmolar los que, habiendo llegado a la más radical anulación de su propio pensamiento, aún les queda, hasta en ese momento, el sentimiento, empezando por el sentimiento oceánico. Disolverse en la más impensable alteridad. Y hay en ello, además de todo lo dicho, una paradójica banalización de la muerte, evidente hasta en su misma sacralización a través del martirio. Ah, la regresión, la continua regresión a momentos de la vida que creíamos haber dejado atrás. Los niños entienden mejor que nadie la banalización de la muerte. Dadles una pistola y empezarán a matar. Y lo harán con alegría y decisión, como quien lleva a cabo algo que le han repetido de mil diferentes maneras, a veces de forma muy caligráfica y precisa: matar es un acto banal, por eso cuando a la banalidad fundamental del hecho se le añaden razones sentimentales, o de venganza, o de simple sacrificio por la humanidad, ya tenemos una narración ejemplar de las que llenan las librerías.

«¿Avanzamos hacia un escenario de tragedias simples? ¿Simples por su ejecución y simples también por su narración?»

Ahora los relatos de toda índole, orales, visuales, escritos inundan la realidad, hasta ahogarla, pero escasean las razones y las abstracciones hijas del pensamiento. El gran huevo ideológico que habíamos creado, con su yema concentrada, su clara y su cáscara de granito sepulcral se ha caído desde la justa altura a la que lo habíamos elevado.  

Una última noticia para recordar: hace algunos años un muchacho mató a un compañero de clase porque la hermana de la víctima se había negado a prestarle un bolígrafo. Uno de los investigadores del caso dijo: «Se trata de una historia trágica y simple». O lo que sería lo mismo: «una tragedia simple».

¿Avanzamos hacia un escenario de tragedias simples? ¿Simples por su ejecución y simples también por su narración? Ya indiqué en otro artículo que la cultura de los comentarios, propiciada por las redes, es claramente el grado cero del pensamiento, pues según Goethe comentar es lo opuesto a pensar y a poetizar, y lo opuesto al lenguaje de la profundidad. Con Trump la simpleza está asegurada, y la simpleza es además uno de los sinónimos de la banalidad. Baudrillard diría que Trump representa justamente el paroxismo de la banalidad, y para el filósofo francés el paroxismo no es aceleración y frenesí, es más bien el momento que antecede al fin; dicho de otra manera: es la euforia que precede a la descomposición integral de un sistema.

En este momento, parece evidente que el humanismo se ha resquebrajado con parecida violencia desde la derecha y desde la izquierda, creando un punto y aparte en lo que entendemos por saber y lo que entendemos por memoria. Lo que vendrá después será sin duda otra historia, y otro el trasfondo sentimental. 

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