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Cultura

El 'Seismil' de Laura C. Vela: despertar de una pesadilla

Seismil es una lección memorable sobre cómo levantarse y entenderse tras un trauma. Lo único malo de leerlo es que después casi cualquier libro te da igual

El ‘Seismil’ de Laura C. Vela: despertar de una pesadilla

Laura C. Vela.

Hace muchos años, cuando yo llevaba pocos en esto, José-Carlos Mainer (que es el mejor lector del que tengo noticia) se dio cuenta de algo en lo que no ha reparado nunca nadie después, y fue que muchas veces yo escribía (y seguí escribiendo) las reseñas un poco (¡un poco!) al estilo del libro reseñado. Era algo muy sutil, obviamente, pero él me preguntó si era consciente, y tuve que decirle que sí: quizá hubiera rasgos del estilo que se me pegaban por el simple y cutre motivo de que acababa de leer el libro en cuestión y entonces ese pequeño mimetismo me salía solo, pero además había un juego que yo creía imperceptible, muy privado, y que me divertía muchísimo. A veces era sólo una palabra-clave del libro, que yo utilizaba para otra cosa, o ciertas estructuras, o algún punto de vista, pero sí: más que una reseña, escribía casi un apéndice al libro, un posible epílogo ajeno que estuviese más o menos en el mismo tono, una especie de pez piloto que pudiese acompañar sigilosamente al recién leído tiburón.

Como soy incapaz de escribir con la eficaz sencillez, con la bondad militante y con la sinceridad inteligente con las que la fotógrafa y editora madrileña Laura C. Vela acaba de coronar su Seismil, he comenzado así, revelando un secreto. Un secreto antiguo que a mí me importa. Y como además soy bastante friqui de las primeras ediciones, recomiendo a todos los que sean como yo que salgan corriendo, porque no sé cuántos ejemplares han tirado los de la editorial Niños Gratis en esta primera impresión, pero ya puede estar todo el mundo seguro de que, sean cuantos sean, van a volar y a desaparecer, dado que somos ya muchos quienes vamos «levantando la liebre», como suele decirse, y avisando de que se trata de una pequeña e inmensa maravilla.

A ver cómo lo explico: lo único malo de leer Seismil es que después agarras casi cualquier otro libro y te da igual. Lo cual puede ser horriblemente injusto para ese «casi cualquier otro libro», claro, ya que éste puede ser hijo de muchísimo trabajo, de mucha inspiración, de muchísima ilusión o incluso de mucho talento, pero con toda probabilidad le faltará lo que tiene Seismil, que es simplemente un don. Es éste un libro bendecido, no se sabe por qué o por quién, pero que llega hasta nosotros con ese tono inconfundible de una verdad extrema y necesaria que además está prodigiosamente escrita, con sencillez y cercanía y normalidad, pero también con gracia.

Y ya que hablo de gracia (en el sentido de grandeza discreta, de iluminación humilde), he de hablar de la gracia de Laura (en la acepción relativa al humor). Ya sé que, cuando alguien califica a alguien de «gracioso» (y más si es un hombre de 1980 hablando de una mujer de 1993), automáticamente empieza a merodear por ahí el antipático fantasma del paternalismo. Pero no hay nada de eso, de verdad (o eso quiero creer), si cuento que la primera vez que supe de Laura C. Vela fue cuando alguien me citó para algo en una galería donde resultó que se estaba presentando un libro. Aquello estaba lleno, y yo, despistadísimo como iba y descontextualizado como estaba, enseguida quedé atrapado por las palabras de quien hablaba, y no tanto por lo que decía en sí como por el tono, por la simpatía, por lo divertido y lúcido y espontáneo y ocurrente que resultaba. Las personas verdaderamente graciosas son aquellas que no se proponen serlo, y eso sucedía con ella. Escucharla implicaba un encanto, una complicidad repentina, la conciencia de que se trataba de una persona especial, distinta, genuina y próxima, alguien de quien poder fiarse aun antes de saber quién era.

Soy consciente de que llevo cuatro largos párrafos y todavía no he dicho casi nada sobre el contenido de Seismil, pero es que es muy complicado eso. Si a mí me explicasen de qué trata en una sola línea, sin mayores explicaciones, probablemente declinaría leerlo, porque llevo años en batalla campal contra todo lo chungo (me he sentido bastante solo en esa guerra, la verdad, aunque los años van pasando y con ellos las modas, y cada vez noto a más gente afín a mi reivindicación de la necesidad de un poquito más de alegría en la literatura), y desconfiando de determinada escritura personal, de ciertos testimonios… Y sin embargo, si al final no lo leyera, me equivocaría de modo catastrófico, porque me perdería un libro luminoso, que en absoluto se recrea en lo sórdido sino que, al contrario, huye a conciencia de todo victimismo, en busca, eso sí, de la propia recuperación, de la propia salud, de la propia comprensión y del cuidado de una misma, casi de la propia salvación. No es un autorretrato egocéntrico ni exhibicionista, ni tampoco exactamente un autorretrato terapéutico. Y tampoco es que se pueda decir que sea un autorretrato colectivo, porque es muy privado, pero sí es, paradójicamente, un autorretrato universal, porque habla de cosas que nos han de importar a todas y a todos, y quizás no es un autorretrato especialmente inclusivo, pero es sobre todo es un autorretrato generoso.

Una sola cita al respecto, reveladora del propósito (y del «asunto») del libro, aunque también arriesgada ante ciertos potenciales lectores, según cuál sea su sensibilidad: «Si una violación es la anulación de la voz propia, la escritura se convertirá en una forma de revertirla y coger las riendas de la narración». Y suplicaría que nadie vea aquí tópicos o clichés o discursos ideológicos, porque aseguro que se trata de lo contrario. Aquí no hay nada «morboso» (creo que es la primera vez que escribo la palabra del idioma que más detesto), e incluso el modo de revelar lo que le pasó (en la quinta página) o, bastante más tarde, lo que ocurrió con su agresor, demuestran precisamente que no es contar todo eso lo que le importa, sino ante todo lanzar la crónica íntima de una reconstrucción, de una rehabilitación difícil y tal vez inacabable, y de paso dar, sin acaso proponérselo, dar una lección de curiosidad, de no-rencor, de actitud, de cómo volver a abrir los ojos casi contenta después de haber sufrido muy pequeña, y durante bastante tiempo, un suceso traumático y atroz. Y todo ello, insisto, sin grandes estrategias literarias ni recursos estilísticos sofisticados, limitándose a barajar pequeños capítulos reveladores con visitas a su antigua profesora, con e-mails a psicólogas o abogados, con recuerdos de infancia o adolescencia, con retratos parciales de sus familiares o exnovias, con whatssaps de amigas, y hasta con un par de listas que recuerdan mucho a las de El libro de la almohada de Sei Shonagon. No es un libro sobre la violación, ni sobre el trauma, ni sobre el lesbianismo, ni sobre la familia, ni sobre la niñez y la juventud, ni sobre la educación, ni sobre la vocación, ni sobre la empatía, ni sobre la Justicia…: es en parte todo eso pero, ante todo, como todos los libros que importan, es un libro sobre la vida y sobre la libertad, sobre cómo cuidarlas y envolverlas, tanto las propias como las ajenas. Y es, en fin, un libro que nunca habíamos leído, algo que en absoluto se puede decir de todos los libros nuevos. 

Max Aub escribió una vez que «mientras no escriba todo lo que me ha pasado no podré escribir todo lo que imagino», palabras de las que me acordé al leer Llego con tres heridas, de Violeta Gil, un libro comparable a éste en varios aspectos (pero especialmente en la calidad literaria sin alharacas, sin retóricas…, y en la naturaleza tan particular de la verdad que contiene, así como en el modo de exponerla y compartirla). También aquel libro extraordinario parecía algo así como un pesadísimo saco lleno de dolor cuya autora tenía que soltar antes siquiera de poder empezar a pensar en acometer una obra literaria, no tanto su libro número 1 como, si se me quiere entender, algo así como el libro número 0, algo que va antes, un lastre que se deja en el camino de un modo maravilloso para los lectores (y, supongo, extremadamente liberador para ellas).

Reseñando en su día París Tres, el muy bonito primer libro de Aloma Rodríguez, David Mayor explicó que «escribir un primer libro es siempre como dar una patada al silencio». En este caso, este primer libro implica dar patadas a varias cosas más, y cosas que, a diferencia del silencio, todos patearíamos con gusto.

Por último, cada vez soporto peor a la gente que claramente «lo quiere petar», a quienes quieren «triunfar» en la literatura, hacer ruido, estar en todos lados, hacer dos presentaciones en cada ciudad de España (ante ocho personas cada vez) y ganar mucho dinero. Me parece legítimo, por supuesto, y puedo comprenderlo sin problema, pero me cae fatal ese espectáculo de la cautela sacrificada ante la ambición, del corazón sofocado por el estruendo. Excepto lo de recibir pingües liquidaciones, a mí todo eso me daría una invencible pereza, y por eso me siento «espiritualmente» muy cerca de los textos que, como éste, nacen con una extrema discreción. Yo creo que «lo va a petar» y se va a hablar mucho de Seismil, pero lo que de momento se ve es que, desde su propia concepción, redacción y salida al mundo, todo es delicado, prudente, pudoroso, muy cuidadoso, protegido y elegante. Igual hasta es por eso por lo que Vela ha decidido publicar esto en Niños Gratis, cuyo formato es tan pequeño: para que se vea poco, para que la modestia de su apariencia diga algo sobre la ejemplar humildad de lo de dentro, por la entonación tan particular de sus confidencias, tremendas y durísimas pero a la vez contadas con enorme limpieza, sin un odio que sería muy justo, con ganas de mirar hacia adelante una vez que este fardo haya quedado atrás, algo para lo que no basta con escribirlo, sino que se hace necesario publicarlo, no sólo sacárselo de dentro sino sacarlo muy afuera, al foro social, a la opinión ajena.

Menos mal que Laura C. Vela lo ha hecho. Por ella misma, claro, pero también por todas las decenas de miles de personas que, estoy convencido, vamos a leer su preciosa clase magistral sobre cómo alcanzar la calma y la alegría después de una espantosa pesadilla.

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