‘Proscrito y salvaje’: las aventuras de un veterano de Vietnam
Doug Peacock, autor de ‘Mis años grizzly’, regresa con un testamento vital sobre su pasión por la naturaleza y el peligro

El aventurero Doug Peacock. | Errata Naturae
A veces hay que tocar fondo para atreverse a vivir de forma coherente con uno mismo, sin miedo a arriesgarse ni a perder. Para Doug Peacock (Michigan, 1942), como para muchos de sus coetáneos, el paso por Vietnam marcó un antes y un después. Tras casi tres años allí, como integrante de los Boinas Verdes, a su regreso se vio incapaz de reincorporarse a la sociedad civil. Geólogo de formación, había crecido entre los bosques de su tierra natal; sus padres, naturalistas y observadores de aves, habían estimulado su fascinación y su respeto por la naturaleza. De algún modo, esa pulsión infantil reverberó en el adulto convertido en veterano de guerra, y tomó una decisión: vivir en las montañas para seguir la pista de los osos grizzly, los más depredadores del continente.
El resultado de aquella experiencia, que lo mantuvo alejado de la civilización durante muchos años, se recoge en el espléndido Mis años grizzly. En busca de la naturaleza salvaje (1990; Errata naturae, 2015, trad. Miguel Ros González), una obra clave de la nature writing moderna que es a un tiempo un acercamiento a la comprensión de esta criatura y un ejercicio de profunda rendición al carácter inhóspito e impredecible del hábitat natural. Ese tomo inauguró la colección Libros salvajes de Errata naturae, que, bajo la consigna de Henry David Thoreau («Todo lo bueno es libre y salvaje»), con los años se ha erigido en referente nacional ineludible en materia de ecología, animalismo y búsqueda de otras formas de estar el mundo en armonía con el resto de seres que lo habitan. Una década después, apuesta de nuevo por el autor, esta vez con sus memorias, Proscrito y salvaje (2022; Errata naturae, 2025, trad. Elena Pérez San Miguel).
Si Mis años grizzly narraba una misión obsesiva, su inmersión en los bosques, rondando al gran oso, solo y a la intemperie, Proscrito y salvaje relata todo lo que hizo después de aquella aventura. La soledad del monte, junto con el descubrimiento de aquel animal tan imponente como cautivador, no solo resultó una experiencia reparadora para él, sino que culminó su compromiso con la defensa del ecosistema y lo dejó con ganas de más. Más entornos agrestes, más hallazgos inesperados, más desafíos, más viajes, más activismo medioambiental. Más vida, porque la vida, para él, ya solo tenía sentido así, apegado a la naturaleza, aceptando sus inclemencias y aun preservándolas.
Le quedaba mucho por explorar. Este libro recoge sus expediciones alrededor del país y del globo, porque ya no se trata solo de una región de Estados Unidos: la Sierra Madre de México, hábitat de los últimos animales salvajes (el guajolote norteño, el jaguar, el lobo gris o el último grizzy mexicano); el desierto del suroeste de Arizona, para él un remanso de solaz y rito, donde se refugia algunas temporadas «para negociar con los difuntos y para controlar mi insomnio» (p. 88); las islas del norte de Canadá, morada de osos polares; el sudeste de Siberia, o «Lejano Oriente ruso» (p. 230), como lo conocen los oriundos, navegando en kayak por el río con la mente puesta en avistar algún tigre; Belice, pescando en aguas caribeñas y jugando a ser Robinson Crusoe por unos días; o las Galápagos, donde la vida de pájaros, leones marinos, tortugas y muchas más especies refulge en todo su esplendor. Algunas de esas vivencias son ya imposibles de repetir, porque la crisis climática ha dinamitado desde entonces sus ecosistemas.
A diferencia de cuando emprendió la búsqueda del grizzly, a lo largo de los años Doug Peacock no ha viajado siempre solo: los amigos, muchos de ellos escritores de nature writing a su vez, ocupan una parte importante de su trayecto vital. En el libro aparece, por ejemplo, Terry Tempest Williams, autora de títulos tan fundamentales como Refugio (1991), una gran conocedora de las aves que guía a la comitiva por las Galápagos. El mayor afecto, no obstante, lo tiene por su amigo Edward Abbey (La banda de la tenaza, El solitario del desierto, Fuego en la montaña), fallecido en 1989.
Activista
En uno de los pasajes más conmovedores del libro, recuerda el homenaje a medida que le rindieron en su amado desierto. En otras ocasiones lo acompañan su pareja o su hija, ya adulta; la pasión por la naturaleza se vive en familia. La compañía es grata, pero, eso sí, genera condicionamientos nuevos, lo obliga a adaptarse al ritmo de la mayoría, a ser menos temerario y velar por el bienestar grupal, aunque en el fondo sean todos tan intrépidos por él.
Esas incursiones en la naturaleza –en sus más variadas manifestaciones: un arroyo, una isla, la nieve ártica, la aridez del desierto, los manglares, el mar– no tienen como única motivación satisfacer su sed de vida salvaje. El autor es un activista convencido, que no duda en participar en acciones de sabotaje cuando preservar la vida de una especie o de un ecosistema están amenazadas por la ley. Defiende la caza y la pesca como medios de subsistencia, como un intercambio equilibrado con el entorno; ahora bien, se posiciona en contra de la caza de trofeos, que con su fijación por los mamíferos grandes, como el rinoceronte, está acelerando su extinción. Peacock relaciona esta práctica con un ideal de masculinidad heterosexual institucionalizada que toma como referentes a cazadores como Ernest Hemingway o Teddy Roosevelt.
Aventuras, naturaleza, amistad, peligro, emoción; Proscrito y salvaje es una obra a la altura de Mis años grizzly, una suerte de testamento vital de un hombre entregado a su causa que posee, además, el pulso narrativo para subyugar al lector con sus palabras hasta arrastrarlo con él por sus expediciones, transmitirle la pasión y el nervio con el que contempla al gran oso o hace frente a la corriente voraz del río. Y el lado humano, también, en sus vínculos con los demás y en el reconocimiento de sus fragilidades.
Ya no se estila el modelo de aventurero invulnerable, agresor y dueño del terreno que pisa; Doug Peacock, como sus colegas, es un antihéroe que se mueve cuaderno en mano, sin perder nunca de vista que solo es un humilde invitado de paso en este inconmensurable y misterioso lugar que es el mundo. Con este libro, comparte ese legado y nos invita a ser, nosotros también, partícipes del latido libre y salvaje de la vida.