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Cultura

Breve historia del antitaurinismo

El ataque a las corridas de toros continúa desde hace siglos, pero ahora está protagonizado por mujeres

Breve historia del antitaurinismo

Una manifestación antitaurina celebrada en 2018 en Pamplona. | Celestino Arce (Zuma Press)

El día 15 de agosto de 2021, en una corrida de la feria de Begoña en Gijón, saltaron al ruedo dos toros con los nombres Nigeriano y Feminista. Para la alcaldesa, la socialista Ana González, esto fue una grave ofensa. Declaró a la prensa que «se han utilizado los toros para desplegar una ideología contraria a los derechos humanos». Añadió que «una ciudad que cree en la igualdad de mujeres y hombres, que cree en la integración, en las puertas abiertas a todo el mundo, no puede permitir este tipo de cosas». En consecuencia, anunció que el ayuntamiento –propietario del coso– prohibía los toros en Gijón.

La medida desató las protestas airadas de aficionados, empresarios taurinos y algunos matadores. La Unión de Criadores de Toros de Lidia explicó a la alcaldesa que los nombres de los toros no son arbitrarios sino preceptivos para «conservar la trazabilidad de la genealogía», y que «los machos de lidia adquieren directamente el nombre de la madre». El Partido Popular anunció una campaña en contra del edicto y declaró que la alcaldesa intentaba dividir la ciudad. 

En una extensa carta abierta, el presidente de la Fundación Toro de Lidia afirmó que la alcaldesa «ha aprovechado una excusa peregrina para propiciar un deseo largamente perseguido: prohibir los toros en Gijón… Las expresiones culturales no se pueden prohibir, son exquisitos bienes de toda la humanidad que es preciso proteger, tal y como recogen los tratados internacionales, nuestra Constitución y nuestras leyes». Anunció que recurriría la prohibición por la vía jurídica.

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El rifirrafe en Gijón no ha de sorprendernos; desde sus inicios, la tauromaquia ha tenido feroces enemigos. Al principio, se apoyaron en consideraciones morales.

Cicerón y Séneca se oponían a las fiestas con gladiadores. También se oponía San Agustín, en parte porque el culto taurómaco de Mitras era un serio rival al naciente cristianismo. La reina Isabel de Castilla se horrorizó ante la única corrida que presenció, pero se reconoció impotente para abolir el espectáculo, ya muy extendido por los pueblos en múltiples juegos arriesgados a pie. El inquisidor Torquemada, a pesar de su enorme poder, no pudo acabar con la Fiesta. 

Razones religiosas y económicas

El toreo fue atacado por motivos religiosos. En 1567, el papa Pío V emitió una bula que amenazó con la excomunión a quien tomara parte en las corridas; un lidiador muerto en la plaza no sería enterrado en sagrado. Felipe II, ante la pesadilla que le podría suponer, no ratificó la prohibición. Otros pontífices presionaron, hasta que en 1583 el monarca explicó a Sixto V que tales disposiciones serían imposibles de aplicar «por ser la fiesta costumbre tan antigua que está en la misma sangre de los españoles». La Iglesia terminó por apropiarse del espectáculo, y desde hace siglos las corridas de feria coinciden con celebraciones religiosas: a lo mejor, antes del festejo, algún aficionado iría a misa.

En los siglos XVIII y XIX, el toreo fue menoscabado por razones económicas: las tierras donde pastaban los toros deberían ser utilizadas de forma más productiva, y los aficionados tenían que dejar de empeñar sus colchones para pagar sus entradas para asistir a las corridas. Los periódicos publicaron diatribas contra la Fiesta a cargo de eminentes poetas, novelistas y juristas –ahora llamados «detractores».

Actualmente, los enemigos de la tauromaquia centran sus ataques en su supuesta crueldad. Bajo el lema «La tortura no es arte ni cultura» han arrojado pintura roja a estatuas de toreros, y en la explanada delante de la plaza de Las Ventas en Madrid pintaron de negro unos ataúdes, y dentro de cada uno pusieron el nombre de matadores reconocidos.

El toreo siempre ha reflejado la sociedad de su tiempo, y la llegada de los foros sociales fue aprovechada por los anti-taurinos. Un ejemplo: en 2017, en Valencia, Adrián Hinojosa, un chaval de ocho años gravemente enfermo, asistió a una corrida celebrada en pro de la investigación contra el cáncer y declaró que, de mayor, quería ser matador de toros. Fue brutalmente atacado en internet. Uno de los mensajes rezaba: «Que se muera, que se muera ya. Un niño enfermo que quiere curarse para matar a herbívoros inocentes y sanos que también quieren vivir. Vamos, Adrián, vas a morir». Poco después, el niño murió. 

Polarización política

Los detractores también atacan por el flanco político. A pesar de que, por ley, la Fiesta es Patrimonio Cultural de España, el año pasado el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, miembro de Sumar, suprimió el Premio Nacional de Tauromaquia. Alegó que «ahora una mayoría de españoles no comparten el maltrato animal» y que el toreo es «una actividad injusta, sádica y despreciable». El Partido Popular denunció la «deriva autoritaria» de un Gobierno que «pisotea los derechos fundamentales» y «ha hecho de la censura una de sus señas de identidad» 

La actual división política se percibe también en el albero: en los últimos tiempos, en varias plazas, al término del paseíllo la banda de música toca el himno nacional. Antes solo sonaba cuando asistía el jefe de Estado. Hace varios años, un 12 de octubre en Madrid –Dia de la Raza, se denominaba en tiempos de Franco– después de una manifestación en contra del Gobierno de Sánchez, algunos espectadores asistieron a la corrida literalmente envueltos en la bandera nacional. «Es como si la derecha dijera ‘ahora el toreo es nuestro, y vamos a echárselo en cara’», me dice un aficionado. ¿Las dos Españas que describió el poeta? 

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La mujer avanza en la sociedad, aparece el movimiento #MeToo, el antitaurinismo se hace feminista.

Tras la prohibición en Gijón, la diputada regional de Podemos declaró que era «un día de fiesta para Gijón y para todos los asturianos porque ya no se puede permitir estas provocaciones e insultos». En El País (‘Feminista’, ‘Nigeriano’; va por ustedes, 20/8/21), la periodista gijonesa Eva Güimil atribuyó el triunfo a «las mujeres que luchan por la igualdad, otra serendipia. Porque la multitud que se manifestaba anualmente pidiendo el fin de la feria era abrumadoramente femenina. Y feminista». Refiriéndose a dos terribles matanzas en Estados Unidos, denunció a «quien disfruta contemplando agonizar a un ser vivo, como hay quien se enamoraba de Manson o veraneaba en Columbine».

En 2017, en el mismo diario, Berna González Harbour tituló un artículo Algún día los toros serán historia. Llegará, en el que afirmó: «Dos siglos no nos han curado del todo del salvajismo que supone disfrutar de una fiesta que implica la muerte de un animal por entregas». Y en 2021 anunció la próxima defunción del toreo en un artículo titulado El ‘placer sádico’ está en los toros

«Ni violento ni torturador»

(Perplejo, un lector de la edición en papel mandó un email a la directora de El País para protestar: «¿Sádicos García Lorca, García Márquez y Vargas Llosa?», comenzó su misiva. Varias horas después, en la edición digital, el titular se había suavizado.)

Probablemente el ejemplo más llamativo de este antitaurinismo femenino sea Rosa Montero, popular escritora, periodista y columnista en El País desde hace décadas. Es hija de un banderillero, como recordó en un precioso artículo (Suerte, papá. El País, 11/08/2016), y aficionada desde joven. Hasta que, a los veintitantos años, decidió no volver a las plazas, como dijo a Antonio Lorca, actual jefe de la sección taurina de El País (Atractivo y provocador encuentro taurino/animalista con Rosa Montero. 29/11/2016). 

Ya en posesión de la verdad, Montero se hizo enemiga del toreo. «Si queremos una sociedad mejor, debemos respetar los derechos de los animales en todo lo posible«, declaró al crítico; el respeto a los animales «es condición indispensable para alcanzar una mayor civilidad» .

Lorca respondió: «A mí me gustan los toros y no me considero una persona violenta, y, mucho menos, un torturador». Rosa le alecciona: «Claro que no. Te falta desarrollar una parte de tu sensibilidad… A veces, el prejuicio y la costumbre nos ciegan».

Otro factor puede ser el ecofeminismo, según un aficionado amigo mío, que me manda esta definición: «Un movimiento social que pone de manifesto las relaciones entre la subordinación de las mujeres y otros grupos sociales no privilegiados con la sobreexplotación y degradación del medio natural…»

«Pues sí es así, yo soy ecofeminista» añade con entusiasmo este aficionado –por más señas, de izquierdas–. «¡Salvad los océanos, muerte a los banqueros, las mujeres al poder! Solo, que no me quiten mis toros».

Tolerancia

A continuación, repite un argumento elemental: «Los detractores no se dan cuenta de que, si acaban con las corridas, desaparece precisamente el animal que quieren salvar, ya que no sirve su carne, de inferior calidad a la de otros vacunos. Además, la muy costosa cría del toro de lidia permite conservar miles de kilómetros cuadrados de la rica dehesa. Los verdaderos ecologistas son los ganaderos, matadores y aficionados». Y sentencia: «La aauténtica crueldad está en las granjas industriales. ¿Cuántos de estos detractores son vegetarianos?»

Este aficionado añade que un toro bravo no es una mascota, y rechaza las propuestas para suprimir las suertes sangrientas de la lidia, que son consustanciales al toreo. Tampoco cree que el toreo sea fascista: «Desde siempre, el aficionado ha sido de cualquier edad, clase social, nivel cultural o color político –durante el franquismo y ahora también–”. Como otros defensores, solo pide cierta tolerancia. «Si la Fiesta desaparece, que no sea a través de leyes excluyentes sino por muerte natural, por una falta de interés del público». 

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Hemos visto la importancia en este debate de El País, actual foro y foco del antitaurinismo. 

En 2022, de repente, sus noticias y crónicas taurinas impresas fueron desterradas de la edición impresa a la página web, y ahora solo son asequibles para suscritores. La decisión fue muy criticada, en parte incluso por el mismo Defensor de los Lectores. Lorca le dijo que, aunque siempre se ha sentido bien tratado, y la información taurina está bien nutrida en la web y en su blog, «hay poco cariño a los toros en el periódico, porque no es políticamente correcto, no es progresista».

Centros urbanos y mundo rural

Para muchos observadores, esta postura es contradictoria. El País lamenta la despoblación de la España rural, y sin embargo le quitaría una parte importante de su cultura. (No es preciso ir a La Mancha o Extremadura para conocer esta realidad: tan solo en la provincia de Madrid, más de 100 de los 179 municipios –alguno seguramente distinguible desde la azotea de El País– celebran corridas, novilladas, capeas, encierros y festivales de recortadores.) De esta manera, el diario contribuye a una polarización social y política –que también lamenta.

Hay una brecha similar en Francia, donde la mayor parte de la oposición a la tauromaquia –tibia, en todo caso– procede de los centros urbanos del norte. Pero en el sur, con sus corridas y festejos populares, los aficionados protegen sus costumbres celosamente. Dicha actitud fue un factor de peso en el movimiento de los chalecos amarillos en Francia en 2018 and 2019, por lo que el presidente Emmanuel Macron no ha permitido que se celebrara ni siquiera un referéndum sobre los toros: podría hacerle perder muchos votos. En el Reino Unido, el debate sobre la caza del zorro reveló semejantes fallas tectónicas.

Fallas tectónicas que en Estados Unidos se han convertido en abismos. Durante la campana presidencial de 2016, la candidata demócrata, Hillary Clinton, calificó de «deplorables» a la mitad de los electores que pensaban votar a Donald Trump –algo que contribuyó a su propia derrota y nos trajo el deplorable Trump.

En todos estos casos, una sobreeducada élite urbana les endilgó a los residentes del corazón del país, que ya se sentían ignorados y despreciados, lo que les convenía. De una columna de David Brooks en The New York Times (2/8/2023), criticando algunos excesos de lo woke: «¿Cuándo dejaremos de comportarnos de manera que el trumpismo sea inevitable?» Incluso Jordi Amat, un miembro de la sección de Opinión de El País, criticó «esa cosmovisión urbana, tan liberal y autosatisfecha por el compromiso con el medio ambiente sin ensuciarse». Su ensayo llevaba el inquietante titular Cómo hacer a Vox inevitable (6/8/2023).

Pero he aquí algo sorprendente: desde su nacimiento, en plena Transición, El País era marcadamente taurófilo. Esto lo confirmó en 2013 su primer director, Juan Luis Cebrían, en la introducción a un libro de crónicas taurinas publicadas en el diario. Afirmó que la Fiesta siempre ocupaba un lugar privilegiado aquí, parte de su herencia orteguiana de examinar cuestiones de toda índole e interés para los lectores.

Esto se notaba con mayor claridad en la década de los 80, durante la magna feria de san Isidro en Madrid: en artículos de opinión en El País, muchos intelectuales parecían reconocer que el toreo no era un invento franquista para guiris, sino un bien cultural con profundas raíces, ahora patrimonio de todos. Antoñete y Rafael de Paula fueron venerados; Camarón y Paco de Lucía pusieron la banda sonora. Pero claro, eran otros tiempos, más movedizos y tolerantes, cuando todo un país, a pesar de sus diferencias, se aunó para hacer frente a grandes retos.

Mientras tanto, en Gijón… Efectivamente, no hubo toros durante la siguiente temporada, pero en 2023 se celebraron elecciones municipales y ganó la derecha, justo a tiempo para volver a organizar la feria. Naturalmente, los detractores y las detractoras se quejaron. De modo que el debate seguirá, tanto en Gijón como en toda la piel de toro. Solo es de desear que sea con algo más de cordura y comprensión.

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