The Objective
Cultura

'La indómita especie humana': cuando los fósiles se cruzan con la geopolítica

El escritor y periodista Frank Westerman firma un libro tan fascinante como inquietante sobre la historia de la evolución

‘La indómita especie humana’: cuando los fósiles se cruzan con la geopolítica

Frank Westerman.

¿De dónde venimos? ¿Qué nos hace humanos? ¿Y qué dice de nosotros nuestra obsesión con estas preguntas? En su decimoquinto libro, La indómita especie humana. Tras las huellas de nuestro origen (Abada Editores, 2025), el periodista Frank Westerman (Emmen, Países Bajos, 1964) no se limita a la investigación de los huesos ya encontrados. Lo suyo es una excavación de las motivaciones humanas detrás del deseo de entendernos a nosotros mismos. El resultado es una obra tan fascinante como inquietante, que mezcla ciencia, historia, antropología y vivencias personales con la agilidad narrativa de un periodista curtido en conflictos y trincheras.

«Este ensayo es como una matrioska rusa», dice Westerman en una entrevista a THE OBJECTIVE en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. «Hay un libro dentro de otro, en el sentido de que el proceso de hacer el libro forma parte de la propia historia». Todo comenzó cuando Westerman fue invitado como profesor en la Universidad de Leiden, «que es la más antigua, la más tradicional, quizá la más clásica de los Países Bajos. Y por alguna extraña razón, siempre invitan a novelistas, nunca a escritores de no ficción». Así que aceptó el reto.

Durante un año propuso un taller narrativo sobre reportaje periodístico, empezando por la evolución humana. El punto de partida fue lo que aparece al final del volumen: el hallazgo del Homo floresiensis. Llevó a sus estudiantes fuera del aula. «Les dije que íbamos a bajar por la madriguera del conejo, pero no era como en Alicia en el país de las maravillas, no era ficción, sino la pura verdad de los hechos».

Les pidió que escribieran sus impresiones de las salidas que hacían. «Entonces había múltiples puntos de vista», dice. «Yo tenía mis notas, ellos tenían las suyas. El libro nació de ese intercambio. Una de las preguntas filosóficas más importantes es qué nos hace humanos y nadie tiene exactamente la respuesta. Hay muchas posibles. Pero diría que se trata de la interacción, de no disponer solo de mis ojos y oídos, sino de una docena más. Y dejar que esas ideas choquen, como en un gran experimento».

Todo arranca en la isla de Flores en Indonesia. En 2003, en yacimientos en la cueva de Liang Bua, un grupo de arqueólogos desentierra los restos de una figura insólita designada como LB1: una mujer diminuta, de poco más de un metro de altura y con un cerebro del tamaño de un coco. Caminaba erguida, fabricaba herramientas. ¿Una forma primitiva de Homo sapiens? ¿Una especie humana distinta? Así nació el enigma del Homo floresiensis, conocido como hombre de Flores y apodado como hobbit.

¿Qué nos hace humanos?

«El reportaje nace del asombro», explica Westerman. «Siempre quiero abordar un tema cuya respuesta no conozco. Podría ser, por ejemplo, ¿cuál es la diferencia entre nosotros y otros animales? o ¿qué nos hace humanos? Trataba de convencer a los estudiantes de que esto no es algo aburrido. Así que decía: ‘abordémoslo como una historia de detectives’. Y luego preguntaba: ¿hay un cadáver? LB1 es nuestro cadáver. ¿Y qué pasa? Vamos a descubrirlo. En muchas ocasiones, también en el periodismo, siendo corresponsal, siempre había ese elemento detectivesco, y también siempre había cadáveres. En Srebrenica, había muchos cadáveres, casi 7.000».

El interés de Westerman por el ser humano no es teórico. Fue corresponsal en Belgrado y estuvo presente durante la caída de Srebrenica en 1995. Más tarde, entre 1997 y 2002, cubrió Rusia y el vasto mundo post-soviético para el NRC Handelsblad.

Desde Moscú, Westerman fue testigo de una Rusia en transformación, aún tambaleante tras la caída del comunismo, pero ya mostrando las primeras señales de autoritarismo. «Cuando fui corresponsal en los 90, incluso hasta 2001, la Unión Soviética se había desmoronado, estaba cayéndose a pedazos. Nunca había visto una forma más salvaje de capitalismo. Era como si los oligarcas estuvieran robando todo lo que podían. Occidente era muy cómplice: el FMI inyectaba dinero en un agujero negro para evitar que algún Zhirinovski o Ziugánov regresara al poder. Tenían miedo del comunismo y por eso echaban dinero ahí».

Westerman vivía en Moscú. «Me despertaron en mi cama las explosiones de edificios enteros que colapsaban en Moscú, atribuidos a los chechenos. Pero fue solo unas semanas después de que un tal Vladímir Putin fuera nombrado primer ministro». Los edificios de apartamentos empezaban a colapsar con la gente dormida dentro. Para poder informar, Westerman tenía un coche, conducía hasta el lugar y era de los primeros en llegar. «Todo lo estaba coordinando Serguéi Shoigú. En aquel entonces era ministro de Situaciones de Emergencia. Ahora es el ministro de Defensa, conduciendo una guerra, intentando apoderarse de tierras e invadir otro país con esta narrativa de que les pertenece, cambiando la historia. Así que he visto cómo Putin llegó al poder y cómo se consolidó culpando a los chechenos de algo que no creo que hicieran».

Resistir la mentira

Westerman ha mantenido varias conversaciones con Borís Nemtsov, un destacado político liberal ruso, conocido por su firme oposición al régimen de Vladímir Putin. A medida que este consolidaba su poder, Nemtsov se convirtió en una de las voces más críticas del Kremlin, denunciando la corrupción estatal y la represión de las libertades. Fue asesinado a tiros en 2015, a pocos pasos del Kremlin, en un crimen que conmocionó al país y que muchos consideran de motivación política.

«Luego vimos esas imágenes brutales con estos vehículos de limpieza de nieve en la calle. Él pasea junto a la mezquita de Kuznetsky, cerca del Kremlin, y entonces pasa el quitanieves y él muere. Está grabado en cámara, se puede ver en YouTube. Sin hablar de Navalni. Pero esto fue Nemtsov, era un político respetado, no un radical. No me sorprende nada de lo que estamos viviendo ahora. Lo que estamos presenciando hoy, creo que es la redefinición de la línea de demarcación entre el Este y el Oeste. Los países bálticos están probablemente, esta vez, en el Oeste. Bielorrusia está definitivamente en el Este. Y luego está la duda: ¿qué pasa con Moldavia? ¿Qué pasa con Transnistria? ¿Con Ucrania? ¿Con Georgia? Todo eso sigue en juego».

Visto desde la mirada de un periodista como Westerman, lo dicho hasta ahora es parte del mismo impulso humano que analiza en su libro: la lucha por el relato, el control de la narrativa sobre quiénes somos y a dónde vamos. Si en La indómita especie humana los científicos debaten la definición del Homo sapiens, en la Rusia de Putin, el relato del «hombre ruso» se convierte en arma. La historia es reescrita, los hechos se manipulan, y el conocimiento se convierte en botín. Westerman, desde su experiencia como corresponsal, lo sabe: entender nuestros orígenes no es un ejercicio nostálgico, es una forma de resistir la mentira.

En La indómita especie humana, Westerman no trata solo el descubrimiento en la isla de Flores, sino también los paisajes mentales de los excavadores. Con estilo ameno y, por momentos, hilarante, presenta figuras clave como Eugène Dubois, el holandés que en el siglo XIX anunció haber encontrado el eslabón perdido en Java. Su historia, teñida de orgullo, ambición y escepticismo académico, revela tanto sobre el hallazgo como sobre el buscador. «Lo que se excava, y cómo se narra o interpreta, qué historias se cuentan sobre nuestros orígenes a partir de un solo cráneo, ha cambiado mucho con el tiempo. Pero también dependía del carácter, la personalidad, y la época».

Otro protagonista es Theodor Verhoeven, misionero holandés en Flores en los años 50 y 60, quien intuyó el valor arqueológico de la cueva de Liang Bua, pero cavó demasiado superficialmente. Su destino es trágico: tras un accidente, regresa a Holanda, abandona el celibato, se casa y cae en el olvido. Como señala Westerman, sus errores, dudas y silencios hablan tanto de la arqueología como de la condición humana. «Uno de los hallazgos más importantes es que durante los primeros cien años la paleoantropología estuvo dominada por hombres. Y solo después de que las mujeres ingresaran en el campo, la historia cambió por completo. Pero también, con el tiempo, los mismos cráneos han sido interpretados de distintas maneras».

Somos una especie salvaje

El título no es casual. A lo largo del libro, explora cómo esa indomabilidad nos ha llevado a conquistar el planeta, pero también a destruirlo. La inteligencia que nos separa del pez o del mono es la misma que nos permite fabricar bombas atómicas o negar el cambio climático. «De hecho, el título original era muy difícil de traducir, así que tuvimos que idear otro. Yo sugerí la palabra indómita. Creo que es interesante darnos cuenta de que somos la única especie que se ha domesticado a sí misma: como especie hemos domesticado a muchas otras… empezando por nosotros mismos. Desde las cuevas hemos estado construyendo casas. Este proceso de domesticación de nosotros mismos creo que es bastante crucial para todo lo demás».

Según Westerman nosotros somos la especie salvaje, la indómita. «Somos los más peligrosos. Somos una especie capaz de hacer edificios maravillosos, ciudades hermosas, arte, conciertos, música, canciones. Pero al mismo tiempo, la destrucción o matarnos entre nosotros es nuestra marca registrada. Somos la especie peligrosa, especialmente para el planeta. Y eso es algo que he presenciado como corresponsal en Moscú, como corresponsal en Belgrado. He escrito un libro sobre la caída de Srebrenica y la masacre».

Casi al final del libro, comenta Westerman, aparece una palabra clave: «tachadura». No hay una versión definitiva de las cosas. El libro narra cómo Eugène Dubois, padrino de la paleoantropología, al descubrir un cráneo fósil creyó haber hallado un simio humano y lo bautizó inicialmente como Anthropopithecus. Pero luego, en un gesto cargado de intuición científica y narrativa, tachó ese nombre y escribió otro: Pithecanthropus. «Esa corrección, ese acto de renombrar, fue decisivo: Dubois afirmó haber encontrado el eslabón perdido en la evolución humana. Con el tiempo, ese mismo cráneo fue renombrado Homo erectus, aunque el nombre sigue siendo debatido: ¿es caminar erguidos lo que realmente nos define? Lo verdaderamente definitorio es la capacidad de cambiar, de contar nuevas historias, de nombrar y renombrar el mundo. Porque la ciencia, como la escritura, no se detiene: no hay una versión final, solo una evolución constante».

La indómita especie humana no ofrece respuestas definitivas. Westerman, con su estilo elegante y su mirada crítica, prefiere dejar al lector con preguntas. Al final, sugiere una nueva versión de la historia: el ser humano no está acabado. Evolucionamos, tropezamos, tachamos, buscamos de nuevo. Y esa búsqueda, a pesar de todo, sigue siendo nuestra mejor característica.

Publicidad