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Cultura

Los orígenes de Mortadelo y Filemón: una revolución del humor en la España de los 50

La editorial Bruguera reúne en un solo volumen los 200 primeros casos de los detectives creados por Francisco Ibáñez

Los orígenes de Mortadelo y Filemón: una revolución del humor en la España de los 50

Francisco Ibáñez, el mítico dibujante cuya mente engendró a Mortadelo y Filemón, entre otros personajes memorables del cómic español. | Europa Press

Entre 1958 y 1961, nuestros más populares investigadores resolvieron cerca de 200 casos desde una modesta agencia de detectives. Con menos recursos, todavía no eran agentes de la famosa T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea) ni habían cruzado sus caminos con el Súper, Ofelia o el profesor Bacterio. Todo eso llegaría algunos años después. Era el inicio, eso sí, de una tira cómica que, con sus pequeñas y grandes torpezas y proezas, conquistaría a los lectores dentro y fuera de nuestras fronteras.

Reunidas en un volumen especial, bajo el título Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón, aquellas historietas de una página –algunas, las menos, en color–, que publicó la revista Pulgarcito, nos permiten observar hoy los primeros pasos de estos dos queridos personajes del cómic español. Resucitados por la actual Bruguera, con textos de los expertos Jordi Canyissà y Antoni Guiral, en esta nueva aventura, nos subimos con ellos a su particular nave del tiempo, para volver, por qué no, la vista atrás.

Son los primeros Mortadelo y Filemón una especie de parodia de Sherlock Holmes y Watson. «Pero solo muy al principio –comenta Guiral–. Cuando Ibáñez empieza con esta serie ya lleva seis años de profesión. O sea, que ya tiene experiencia. Y, por lo tanto, ya empieza a tener un grafismo propio que va evolucionando. Evidentemente, luego, a partir de los 70, el dibujo es distinto. Pero aquí vemos un primer trabajo que no es primitivo, sino que ya es atractivo, porque es muy vívido, específico y expresivo».

Ambos se nos presentan entonces con traje y con sombrero. «Esta prenda es muy importante en Mortadelo porque él, como sabe la gente, cambia de apariencia instantáneamente, pero durante aquellos primeros años, se nos muestra cómo él sacaba los disfraces de dentro de esta especie de bombín alargado».

Hablamos, claro, de otra época. El mundo de Mortadelo y Filemón de finales de los 50 estaba plagado de serenos, limpiabotas, cabinas telefónicas y quioscos. «En 1958 –contextualiza Guiral– España estaba en plena autarquía, todavía en los años duros de una dictadura que comenzaba a abrirse algo. Todavía tardaría un tiempo en llegar el crecimiento económico del Desarrollismo».  Algo que se trasladaba a las viñetas. No era raro ver a Mortadelo o Filemón queriendo comprar, como tantos españoles de entonces, un coche o una casa.

Burlar la censura

También el universo editorial era distinto. «El mundo de los tebeos era bastante amplio en aquel momento, porque el Ministerio de Información y Turismo había descubierto que los tebeos se vendían muy bien y formaban parte de las publicaciones infantiles y juveniles. En el año 58, Bruguera, por ejemplo, era ya un pequeño gigante editorial». Una empresa en la que trabajan prácticamente mil personas, que publicaba muchas revistas, colecciones, libros y tebeos. «También había editoriales como Valenciana y otras muchas en Barcelona, Madrid y Valencia, por tanto, era un buen momento a ese nivel», destaca. «Pero sociológicamente estábamos marcados porque había una legislación que, a partir de 1955 se publica en el BOE, que afecta a las publicaciones infantiles y juveniles. Los tebeos eran considerados importantes vehículos de pensamiento y, por tanto, había una censura bastante importante».

Sin libertad plena, muchos dibujantes aprendieron técnicas para burlar aquella censura. Se hizo popular, por ejemplo, el uso de ciertas palabras como zoquete, gamberro o besugo. «Eran insultos muy inocentes, muchos relacionados con pescados, un lenguaje muy de la época», señala. «En un contexto de censura, tampoco se podían poner según qué palabras demasiado malsonantes». Era fácil entonces ver en el humor de las historietas de Bruguera un lenguaje que podía interpretarse como un insulto cuando no lo era. Aunque el historietista español descartó desde un inicio hacer una lectura política o crítica en sus obras, aquello sí lo explotó.

Particularmente en Mortadelo y Filemón, se escondía un retrato costumbrista de la época. «Era un buen reflejo de lo que pasaba –comenta Canyissà–, de cómo era la sociedad y de cómo esa sociedad había pasado, en poco tiempo, de las cartillas de racionamiento a comprarse un piso o un coche, del hambre a ser propietario. Ese momento de cambio lo refleja muy bien».  

Entre sus historias, comenta el periodista y dibujante, ambos se encuentran con cualquier tipo de encargo. «De hecho, hay muchos casos que generan ellos. Escuchan una conversación por la calle, leen algún artículo en la prensa… Y, evidentemente, siempre se equivocan. Otras veces son propuestas para proteger a alguien o encontrar algún objeto. A veces son los propios personajes de la revista. Hay un caso en el que hay una de las hermanas Gilda, personajes de Vázquez, que acude a ellos para buscar a su novio. Esos cruces también eran muy habituales en la época». Incluso, más curioso aún, a veces se tratan asuntos más particulares. «Hay problemas domésticos que ellos solucionan a su manera». Y así vemos, por ejemplo, cómo Filemón le encarga a Mortadelo que le vaya a comprar algo.

Apuesta editorial

Cuando se publicó el primer número de la serie, Ibáñez ya había dejado definitivamente su trabajo en el banco. No se sabe muy bien si la popularidad fue instantánea, pero sí parece que hubo, al menos, cierto interés de la editorial por apoyarlo. En este sentido, cuenta Guiral, «si Mortadelo y Filemón aparece en enero de 1958, solo tres números después en Pulgarcito publica un anuncio en el que se justifica el aumento de precio de la revista y se destacan tres o cuatro series, entre ellas Mortadelo y Filemón».

«En todo caso –interviene Canyisaà–, fue claramente una apuesta de la editorial. Parece que estaban muy convencidos de lo que hacían. Es verdad que Ibáñez llevaba un tiempo ya publicando historietas cuando llegó a Bruguera. Y desde el primer número, desde la primera página de la serie, el nivel que mostró era muy alto».

Pero si por algo destacan aquellas primeras historietas, entre otras cosas, es por el innovador humor de su autor. «Una de las cosas que sí introdujo, ya desde sus primeros números, es el gag por viñeta –analiza Guiral–. Las historietas de humor eran de una página, habitualmente, y partían de una premisa, donde había algo gracioso que se desarrollaba, con un gag final. Pero Ibáñez lo que hacía en sus historietas era como una sección temática de chistes, dentro de aquella narración había un gag en cada viñeta prácticamente, no había que esperarse al final».

«Era un gran humorista, era muy bueno haciéndonos reír a todos –Canyisaà–. Y sus historietas, a pesar de ser del 58 al 61, siguen siendo perfectamente entendibles y tremendamente divertidas y dinámicas. Y más allá de esto, es un humor muy costumbrista y muy absurdo. Evidentemente, juega muy fuerte a la carta del absurdo, de situaciones incongruentes. Domina mucho este tipo de humor, es tremendamente efectivo. Lo que hace también, y eso es bueno, que sus historietas sean muy atemporales, que más allá del contexto de la época se puedan leer perfectamente hoy, porque es un humor con el que cualquiera conecta muy fácilmente».

Éxito internacional

Tan fácilmente que, con los años, aquella serie que surgió a finales de los 50 se internacionalizó, llegándose a publicar en países como Italia, Francia y Grecia, pero sobre todo en Alemania, donde se rebautizó como Clever & Smart. «Eso fue a partir de los años 70 –cuenta Guiral–, porque en Alemania, curiosamente, tuvo un buen adaptador. Allí funcionaron muy bien en su momento y lo siguen haciendo, desde hace poco se están volviendo reeditar. También fueron muy famosos, por ejemplo, en Dinamarca. De hecho, Ibáñez dedicó un álbum a los dos países: Mortadelo y Filemón en Alemania y Mortadelo y Filemón en Dinamarca».

Algo que no deja de sorprender, al usar su autor un humor tan característicamente español. «Sí, curiosamente parece que en Alemania se sintieron muy identificados también con ese humor, que nos parece muy nuestro –añade Canyisaà–. Y es curioso, porque en una charla que impartí tiempo me contaron que allí explicaban que Mortadelo y Filemón retrataba muy bien la idiosincrasia alemana. Seguramente tiene que ver con el talento del humorista pues, al final, todos, en cualquier país y época, nos sentimos un poco identificados con ese mundo de pequeños fracasos y de ilusiones que no se acaban de concretar».

Desde 1958 hasta 2023, cuando el historietista firmó su última aventura, Mortadelo y Filemón han seguido despertando interés. «Digamos que Ibáñez ha seguido renovándose continuamente. Bien a partir de su grafismo, que ha ido evolucionando, bien a partir de su humor o de las temáticas que ha ido tratando. Porque si bien al principio, en efecto, es una serie muy costumbrista, recordemos que a partir de los 70 y sobre todo de los 80, empieza a ocuparse de temas más reales, poco a poco introduce temáticas sociales o incluso políticas e históricas», comentan, antes de concluir, «ya entonces sus viñetas tenían ese punto retromoderno que es antiguo, pero a la vez es tan simple, tan eficaz, que lo hace moderno y clásico, que lo hace eterno».

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