La vida privada de Felipe II: prudente, humanista, temeroso de Dios y mujeriego
Este 21 de mayo se cumplen 498 años del nacimiento del primer «príncipe de las Españas»

Felipe II presidiendo un auto de fe, por Domingo Valdivieso y Henarejos. | Museo del Prado
Finaliza el mes de febrero en la meseta castellana. 25 hombres transportan en una litera un precioso tesoro, a la emperatriz Isabel de Portugal, la muy amada esposa de Carlos I de España y V de Alemania. Tras ellos, un enorme cortejo proveniente de Granada tras semanas de incansable viaje. Isabel porta en su vientre lo más esperado para el gran imperio, el futuro heredero. Al menos eso es lo que esperan, que sea varón y que nazca saludable y, si es posible, que la madre no muera en el parto. El emperador está profundamente enamorado de su esposa, aún a pesar de haber sido, como todos los de la época, un matrimonio concertado por intereses económicos. Meses antes habían llegado a Granada malas nuevas que harían cambiar los planes de los emperadores en plena luna de miel: el turco, Solimán el Magnífico había derrotado a Luis II de Hungría cerca de Budapest. Y eso, pese a la distancia, ponía en alerta a Carlos, cuya hermana María estaba casada con el rey húngaro y que ahora era una pobre viuda. Viena, la corte de los Austrias, donde habitaba don Fernando, el hermano del Emperador, a merced del turco. No había tiempo pues que perder. El César debía partir de inmediato hacia tierras de Castilla. Por encima del hombre, el emperador, por encima del marido, el futuro padre. Había que salvaguardar a la emperatriz y su embarazo, futuro de la corona imperial.
La comitiva se alojó en la casa-palacio de Pimentel, Valladolid y la Emperatriz Isabel, a salvo ya en tierras de Castilla, se dispuso a descansar y esperar su parto que sucedió el 21 de mayo de 1527. El Emperador podía dar la venturosa noticia: «Parió hoy martes, veynte y uno del presente, un hijo…». Acababa de nacer el futuro Felipe II. La corona podía, de momento, respirar.
El siglo XVI fue el de dos grandes hombres, Carlos I y su hijo Felipe II. El primero fue emperador desde 1521 hasta su abdicación en su heredero en 1555. Aquejado de gota, el incansable viajero, sin poder recomponerse de la muerte de su querida esposa tras el último parto que resultó en aborto, decide que ya es hora de descansar y elige el Monasterio de Yuste dándole el testigo a su hijo Felipe.
¿Cómo fue la infancia de Felipe II? La formación de un príncipe
La alegría en la corte no podía ser mayor. Era el décimo séptimo príncipe de Asturias pero el primero destinado a heredar toda la Monarquía, fruto de todo el empeño que sus abuelos paternos, los Reyes Católicos, habían puesto. De hecho él cifró su sello con la inscripción: «Philippus Hispaniarum Princeps», Felipe, príncipe de las Españas. Se hispanizaba así la dinastía de los Austrias, la que iba a dominar el imperio español durante casi dos gloriosos siglos. Como todos los príncipes, Felipe estuvo en su primera niñez bajo el cuidado de su madre, pasando en la segunda a estar bajo la tutela de hombres destinados a su educación. Los elegidos para educar al futuro rey fueron los profesores Juan de Zúñiga, el cardenal Silíceo y Juan Ginés de Sepúlveda. Una educación enfocada a la corriente de la época, esto es, el humanismo. El Renacimiento también estaba en su esplendor en la península Ibérica.
La infancia de Felipe transcurrió feliz hasta los doce años, fecha en la que murió su madre, tras dar a luz a su hermano Juan que nació muerto, hechos que le procuraron una profunda tristeza.
Hasta la muerte de su madre, Felipe había vivido acostumbrado a las ausencias de su padre. Carlos I se caracterizó por ser «culo de mal asiento», algo que no heredaría su hijo. Pero la muerte de la emperatriz obligó al César a comenzar a ocuparse más de su hijo, sobre todo en su preparación política. En otoño de 1541, tras la derrota contra Argel, Carlos vuelve a España. Encuentra entonces consuelo en las conversaciones que mantiene con su heredero al que empieza a preparar para el futuro designado, sobre todo sabiendo que pronto los acontecimientos le harán viajar de nuevo. En 1543, Carlos le enviará desde Palamós (Cataluña) un conjunto de Instrucciones, algunas públicas que constituyen un auténtico corpus documental del más alto valor para cualquier historiador. Estas se completaron con las Instrucciones de 1548, y que serán conocidas como el testamento político del César, un compendio sobre política exterior, así como una extensa visión de la situación de las relaciones con los Estados de la cristiandad y que rebosan sabiduría política así como una fuerte carga ética.
La juventud de Felipe II. Un príncipe en constante y profunda formación
La formación seguía su curso y los cambios requerían nuevos tutores: el cardenal Tavera al frente de todos como gran hombre de Estado, el duque de Alba, como suprema autoridad en temas militares, Francisco de los Cobos, como experto en temas financieros y Juan de Zúñiga, hombre de confianza del emperador, para llevar la Casa del príncipe. Doce años duraría la instrucción. Felipe aprendió latín y griego, aunque nunca se le enseñó formalmente ni francés ni italiano, lenguas que podía entender, pero que no llegó nunca a dominar, a pesar de ser idiomas de buena parte de sus futuros súbditos. Por supuesto, sus idiomas dominantes fueron el español, por ser el idioma de la corte, y portugués, el idioma de su madre.
Hay que casar al príncipe. Primera esposa, María Manuela de Portugal
¿Se acuerdan ustedes de la presión que tuvo el actual Felipe VI por parte de la opinión pública y prensa por contraer matrimonio? Juego de niños comparado con lo que le tocó a su antepasado y con quien comparte nombre. Al futuro Felipe II le buscaron esposa siendo ya adolescente. Un buen matrimonio era aquel que asegurase una política de paz y una buena economía con la dote de la novia. La elegida fue María Manuela de Portugal, hija de Juan II del país luso y Catalina, hermana de Carlos I. Es decir, los futuros contrayentes eran primos hermanos. Algo, por otra parte, muy común en estas épocas y que, como sabemos, daba lugar a descendencias con problemas o, directamente, a no producir los ansiados embarazos. El 15 de noviembre de 1543 se casaron y la pobre princesa murió el 12 de julio de 1545 tras dar a luz a un varón, Carlos, que moriría también aunque ya adulto. Antes de quedarse viudo, Felipe ya empezó dar muestras de lo que sería una constante en su vida: su pasión por las mujeres… y por Dios. Su matrimonio con la primera mujer lo compaginó con sus amores con una dama de la corte, Isabel de Osorio, todo un clásico de la época. La pobre princesa de Asturias murió cornuda, joven y tras haber dado a luz. Y no fue la única amante que tuvo.
Cuando Felipe alcanzó la veintena, una edad de madurez y no como actualmente que todavía ni se plantean irse de casa, la responsabilidad de gobernar España es ya un hecho por las constantes ausencias de su padre. Es una suerte de «regencia» y, para entonces, sus tutores habían muerto todos, salvo el duque de Alba que estaba ya enredando en Flandes.
En 1548 su padre lo llamó a Bruselas. Estos viajes se las traían, duraban meses y se hacían descansos largos, de días, para reponer fuerzas y avituallamiento. Felipe aprovechó el viaje para visitar Génova y Milán, atravesó los Alpes para llegar a Innsbruck, después el ducado de Baviera y en abril del año siguiente, por fin el encuentro con su padre. Estando ahí se planteó la compleja situación de la herencia del imperio que se acordó sería alternada: a Carlos le sucedería su hermano Fernando, a este Felipe y este su cuñado Maximiliano. Un enorme lío que generó grandísimas tensiones a Carlos V. Aunque Felipe para entonces, en 1551, ya estaba de vuelta en España. Y no quieto, precisamente. Comenzó a enredar para pelear contra Francisco I de Francia, el gran enemigo de su padre. Su progenitor se lo prohibió. Tenía Felipe ya 24 años.
Segundo matrimonio: María Tudor
A Felipe urgía casarlo de nuevo y hacerlo bien. Acababa de morir en Inglaterra Eduardo VI, el único hijo varón que había logrado tener el sanguinario Enrique VIII. Así que subió al trono la siguiente en la sucesión, María Tudor, hija de Catalina de Aragón. Es decir, Felipe se casaba de nuevo con una pariente, esta vez con la prima hermana de su padre que, además de ser bastante mayor, era poca agraciada la mujer. Pero era reina por derecho y además, de Inglaterra. Es más, había llevado de nuevo el catolicismo (y por la fuerza de la sangre) tras haber sido su padre, Enrique VIII, el responsable de romper con Roma instaurando el anglicanismo. Pero María murió cuatro años más tarde, en 1554 y sin hijos, con lo cual, vuelta a España para Felipe y a buscar una nueva esposa.
Tercer matrimonio: Isabel de Valois
Corría ya el año 1555 cuando Carlos abdicó, cansado y enfermo, en su hijo Felipe. Y, para inaugurar reinado, un regalo: guerra con Francia a cuya cabeza estaba Enrique II. Si Carlos I había estado su vida guerreando contra Francisco I, ahora los hijos de ambos, continuaban «la tradición» y seguían a la gresca. Aunque se ganó la batalla de San Quintín, se había perdido Calais. Urgía una tregua y esta llegó con la Paz de Cateau-Cambresis en 1559. Y, of course, con un arreglo matrimonial. Esta vez con una princesa francesa, Isabel de Valois que con catorce tiernos años era entregada a un rey que le doblaba la edad.
A pesar de haber sido un matrimonio arreglado (como todos), fue feliz. Felipe II amó sinceramente a su esposa que le dio dos hijas, Isabel Clara Eugenia (que sería su hija más amada sin ningún tipo de duda) y Catalina Michaela. Felipe se asentó en España para no volver a irse nunca más. No se parecía en nada a su padre y estuvo más involucrado en los asuntos internos que su progenitor. De hecho, 1559 estuvo marcado por ser de los más problemáticos para el católico rey: una durísima represión de la Inquisición contra luteranos que terminaron muchos siendo quemados vivos. Por cierto, Isabel de Valois era la hija de la inteligente e intrigante Catalina de Médici, de la que les conté aquí la historia de su vida.
Felipe, rey. Sus principales movimientos
Recién instalado en Madrid (fue el primer monarca en hacerlo en la que ahora es la capital), se pone manos a la obra en sus asuntos de gobierno y en su gran pasión, el arte. Felipe II fue un gran humanista, amante de las artes y el que encargó el magnífico Monasterio de San Lorenzo del Escorial, sin duda alguna, su gran legado artístico como mecenas.
Le tocó en ese momento una etapa relativamente tranquila con solo dos problemas reseñables: una expedición de castigo contra hugonotes (protestantes franceses) en La Florida, entonces territorio español y, de nuevo, enfrentamiento contra Solimán el Magnífico, esta vez en la isla de Malta con victoria para nosotros. En 1556 la suegra de Felipe II, Catalina de Médicis, pidió ayuda para la que se estaba liando en Francia con las guerras de religión. Felipe envió una comisión con su mujer al frente y, eso sí, con la ayuda del duque de Alba, que lo mismo servía para asustar a los flamencos que para ahuyentar a los hugonotes. Los grandes asuntos de Estado se estaban mezclando con las delicadas situaciones familiares. La rebelión de los calvinistas en los Países Bajos fue la gran oportunidad de los muchos enemigos de Felipe II para aliarse contra él, dando así comienzo una etapa compleja a la que se sumó la guerra de las Alpujarras (una rebelión de moriscos en Granada que duró tres años).
La prisión del infante don Carlos y el trauma para Felipe II
El hijo que la primera esposa de Felipe, María Manuela de Portugal, le había dado, comenzó a tener su propia rebeldía y no era precisamente la de un adolescente sino la de un heredero al trono que empezaba a conspirar con los rebeldes flamencos y en contra de su padre. Al menos así lo creyó el monarca que, enterado de tal supuesta traición, lo encerró el 17 de enero de 1568, siendo tan duras las condiciones que sufrió que murió el 24 de julio de ese mismo año. Aquello torturaría al monarca más poderoso de la tierra para el resto de su existencia. Como las desgracias nunca vienen solas, ese mismo año moría tras un parto su amada Isabel de Valois y Felipe II, que nunca había sido la alegría de la huerta, se convirtió en un ser andante huraño y pensativo.
Cuarto matrimonio: Ana de Austria
Felipe tenía dos hijas de su matrimonio con Isabel de Valois pero era necesario un varón. No existía ley Sálica que impidiera explícitamente a las hijas del rey ascender al trono, pero el siglo XVI daba preferencia al hombre. Así que Felipe se casó con la primogénita de su hermana María a la archiduquesa Ana de Austria. Era ya una costumbre que se desposara con una prima, tía o sobrina.
Se casaron y enseguida la nueva reina empezó a dar hijos. Eso sí, casi todos morían al poco de nacer (Fernando, Carlos Lorenzo, Diego y María) para desesperación de toda la corte e, imaginamos, de la pobre madre. Pero por fin dio a luz a un varón sano al que se le puso el nombre de su padre. No se sabe si por parar el mal fario, pero el caso es que era el futuro Felipe III. Parecía que la sucesión estaba asegurada. Cuando el heredero tenía 10 años, en 1588, murió su madre y Felipe II todavía quiso intentar un quinto matrimonio, claro está, con una familiar. Esta vez con su sobrina Margarita, pero ésta prefirió irse a un convento antes que casarse. Felipe ya no se casaría más.
El 13 de septiembre de 1598 Felipe II moría después de una lenta y horrible agonía en el Monasterio del Escorial.