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Cultura

'Cambio16': historia de una batalla por la libertad de prensa

La Fundación Diario Madrid rinde homenaje a las portadas más trascendentales del semanario durante la dictadura

‘Cambio16’: historia de una batalla por la libertad de prensa

'Collage' compuesto por algunas de las portadas históricas de la revista Cambio16. | Asociación de Periodistas Europeos

Hubo un tiempo, allá por los años 70, en que España se debatía en un claroscuro. La actualidad estaba inscrita en una tensión constante, donde el franquismo comenzaba a padecer la creciente hepatitis democrática, y esa liberadora enfermedad se las seguía viendo canutas para luchar contra los anticuerpos armados, represivos y bigotudos del sistema inmunitario de la dictadura. En este clima gramsciano, donde el viejo mundo no termina de irse, ni el nuevo de llegar, nacieron muchos monstruos y algunos pocos héroes. Entre esos valientes, contamos los temerarios creadores del semanario Cambio16.

El objetivo fue convertir el periodismo y la información en «un arma de denuncia contra el Régimen moribundo», como escribiría Juan Tomás de Salas, el principal impulsor de esta cuña periodística con el objetivo de incrustarse en la ya visible grieta que lucía la dictadura, y abrirla todo lo posible para provocar su quiebre. Pero la grotesca zarpa de la censura no sació su hambre hasta bien entrada la democracia. El palillo de dientes convaleciente que era Franco, con su voz de gaita averiada, sólo dio de baja su ceniza disposición contra la libertad de expresión después de que Arias Navarro, lagrimones de caniche mediante, le diese la extremaunción popular en televisión.

Sin embargo, y contra toda adversidad, las páginas de Cambio16 siguieron viendo la luz hasta alcanzar los 500.000 ejemplares por tirada. Un hito periodístico que queda bien reflejado en la exposición Las páginas de Cambio16 que hicieron historia, presente en la Fundación Diario Madrid, visitable hasta el 24 de julio. Una muestra de las portadas más ácidas, transgresoras o determinantes del semanario, seleccionadas por Román Orozco, quien fuera subdirector del medio, y comisario de la muestra.

La exposición, de formato humilde y fácil, se estructura en una larga hilera de paneles verticales con los titulares impresos sobre ellos. En una era dominada por el oropel y el artificio más marciano, la idea de priorizar el contenido esencial, de azuzar el recuerdo o la reflexión sin necesidad de grandes despilfarros, casi que se agradece. No, esta no es una exposición instagrameable. Ni quiere serlo. Ni, afortunadamente, lo es, porque nos recuerda un tiempo en el que las páginas de un periódico calaban tanto en la retina del lector, eran tan fuertes sus consecuencias, que la ojiplática mirada del régimen franquista no les perdía de vista. Y si se pasaban, si se escurría la censura o se la ponía a prueba con argucias y picaresca, el desenlace era, como poco, violento. 

De hecho, y como da fe la muestra y la historia en la trastienda de cada titular, los engranajes de aquel motor por el reformismo democrático, llamado Cambio16, fueron objeto de agresión en no pocas ocasiones. De la verbal no hay tinta para tanta amenaza, de la física, quedan en el recuerdo sustos y lágrimas como para llenar palanganas. El cuadro facial, a medio camino entre las formas de Picasso y los morados de Bacon, que tuvo que lucir José Antonio Martínez Soler, redactor jefe de Cambio16 en 1976 tras ser secuestrado y apalizado, fue un peliagudo descorche. O la bomba de clavos que, días después, se recibió en la redacción y que no hizo explosión de milagro. Y si ya vamos al cenit, mencionar las dos bombas que los GRAPO puso en la sede de Diario16, en junio de 1977, que dejaron la fachada para el arrastre, aunque no hubiera que lamentar muertos. Eso sí es cultura de la cancelación, y no su débil sucedáneo digital. Pero la progresión geométrica de la violencia, que se fagocita y reproduce con pulso vírico, jamás fue una herramienta en ristre de los periodistas de Cambio16.

Atención internacional

Como bien informa el comisario de la exposición y antiguo subdirector del semanario, el papel clave de la publicación en el contexto del tardo franquismo quedaba especialmente reflejado en la atención que los periodistas extranjeros brindaban a Cambio16. Reporteros, articulistas y plumillas de toda Europa y Estados Unidos, acudían a la redacción del medio con el fin de establecer un pied-à-terre en su nuevo destino. Y es que, antes de internet y las líneas móviles y todo el rosario de gadgets disponibles para una ortopédica autogestión informativa en tierras foráneas, el tú a tú de una redacción era el as ineludible en toda manga periodística.

Y el asunto internacional no se reduce, en anecdotario curioso, a los affaires entre redacciones extranjeras. Como da fe la exposición, y dada la naturaleza beligerante del franquismo y sus acólitos, así como de sus muchas veces sanguinarios opositores más extremos, las exclusivas no eran la presa de los periódicos o redactores, quienes diseminaban la información para no convertirse, en exclusiva, en la cabeza de turco de las consecuencias de la noticia. Una incómoda y posiblemente dramática situación, que también se esquivaba ofreciendo la primicia a medios extranjeros para que, una vez lanzada la piedra extramuros de la dictadura, la prensa nacional pudiese relanzar la información sin ponerse, automáticamente, en el punto de mira.

Como colofón para servidor, dos perlas que merecen ser rescatadas y lucidas como joyas de la corona que vieron la luz gracias a Cambio16. En primer lugar, la columna de Camilo José Cela Carta a mis verdugos, en la que el premio Nobel se carea contra la Alianza Anticomunista de España, que lo habían amenazado de paliza y muerte a cuenta de una obra que Cela tenía en marcha sobre el erotismo. La determinación corajuda del escritor reflejada en sus palabras bien merece convertirse en faro para quienes pelean por la libertad creativa.

Muerte del dictador

La segunda perla, y esta de muy exótica naturaleza, el brillante, qué digo brillante, ¡épico! texto de Carmen-Rico-Godoy a la muerte del dictador Francisco Franco. Este artículo, tan lúcidamente escrito como punzantemente irónico, nunca pudo ser leído a cuenta de la censura que se ensañó con la publicación. Y, a decir verdad, si uno se pone en la piel de un trabajador del Ministerio de Información y Turismo del año 1975, las palabras de Rico-Godoy son una metralla tan pura contra el totalitarismo, la represión y la cretinez del régimen franquista, que parece obvio querer enterarlas en un cajón.

La muestra de Cambio16 es un necesario zarandeo en pro de la libertad de prensa. Un recuerdo que cae como agüita de mayo, en medio de una vorágine de cenizos reprobadores que se mezclan con una indiferencia popular pasmosa. Las páginas de este semanario que hicieron historia nos demuestran el valor de la prensa de calidad, con sus provocaciones y bufonadas y palabras escritas frente al precipicio del riesgo sin vaciles, ni flaqueos. Y más nos valdría como sociedad, si no queremos acabar con la mirada perdida de una víctima de apoplejía contemplando cómo se desmorona el mundo, intentar reflejarnos en quienes dieron luz a las páginas de Cambio16. El futuro nos lo agradecerá, como ahora agradecemos a quienes estuvieron al frente de ese semanario.

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