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Cultura

Víctimas y supervivientes

«La corrupción política y económica se apoya en la del lenguaje, que incluye confundir a los muertos con los que matan»

Víctimas y supervivientes

Rehtaeh Parsons.

Consumida por un tormento que comenzó en noviembre de 2011, la joven canadiense Rehtaeh Parsons puso fin a su vida en abril de 2013. Siendo quinceañera, estuvo en una fiesta en Dartmouth, Nueva Escocia, donde fue agredida sexualmente por cuatro chicos mientras el alcohol la despojaba de voluntad y de deseo. Uno de ellos fotografió la avalancha de los agresores. La violaron mientras vomitaba por la ventana el vodka que había bebido. La imagen se propagó entre sus compañeros de clase, desatando una persecución salvaje, tanto en los pasillos del colegio como en las entrañas de internet, que la fue conduciendo a la oscuridad: el espejo en el que se había mirado hasta entonces se hizo añicos: ahora era una puta y le gustaba demasiado follar: no hacía ascos a nadie y a nada, proclamaba su leyenda en la red. La muchacha cambió de escuela en repetidas ocasiones, pero el escarnio la seguía como una sombra, pues en internet no hay fronteras. Rehtaeh denunció al cuarteto agresor, pero la justicia no castigó a los culpables y dio muestras de una indolencia intolerable. Hundida en una depresión que la sumía en sueños de autodestrucción, sólo quería estar acostada como los muertos, para así no despertar la ferocidad del mundo. Una de aquellas tardes, Rehtaeh se quitó la vida, convirtiéndose en una víctima real de las conjuras de la red. 

René Girard, en su análisis de las dinámicas humanas, sitúa a la víctima en el núcleo de la cohesión social. En tiempos de crisis, las comunidades descargan sus tensiones sobre un chivo expiatorio, un ser arbitrariamente elegido, a menudo inocente o marginado. Rehtaeh, inmolada por la turba digital, encarnó ese papel: su sufrimiento sirvió como válvula de escape para las frustraciones y miserias de otros. Su sacrificio cohesionó a los agresores, pues tanto los chicos como las chicas que participaron en el acoso se defendían y protegían como si formaran una secta. Al igual que en los antiguos ritos, la sangre de la víctima los había unido hasta hacer que pareciesen una piña.

Elías Canetti, en Masa y poder, se acerca mucho a Girard al considerar la víctima como una figura esencial en la dialéctica del poder. Su sacrificio, humillación o destrucción, además de unificar la colectividad, la tranquilizan. La masa, en su búsqueda de acción, encuentra en la víctima un blanco para su desahogo. Al matar, la masa se cohesiona, aunque a costa de despojar a la víctima de su humanidad, reduciéndola a un instrumento sobre el que ejercer la destrucción. Canetti, desde una mirada antropológica, no moraliza, pero su reflexión destila una crítica afilada: lo que parecía sagrado es en realidad un acto de inhumanidad. 

Pero, ¿qué es una víctima? La palabra, en su raíz, alude a quien muere en un sacrificio, y conecta con el verbo matar, del latín mactare, inmolar. Rehtaeh Parsons fue una víctima en el sentido más crudo: murió. Si no mueres, eres un superviviente, y bien sabía Canetti que los supervivientes son muy diferentes a las víctimas y los separan distancias siderales. Para nuestros ancestros, sólo la muerte te concedía el atributo víctima, y si no morías cuando tenías que hacerlo, te habían protegido los dioses, ¿de qué?: De ser una víctima, naturalmente. El problema es que ahora se abusa tanto del concepto de víctima que bien podría convertirse en un significante vacío. Se abusa tanto que muchos supervivientes se presentan como víctimas: es decir, como lo contrario de lo que son.

Sobrevivir no es sólo escapar de la muerte, es alzarse con un poder primigenio: el de haber salido ileso de la destrucción. Para Canetti, el superviviente (el soldado que regresa vivo de la batalla, el líder que supera a sus rivales) encarna una autoridad simbólica, un triunfo de la vida sobre la muerte. Pero esa victoria tiene un coste: la soledad. El superviviente, rodeado de sus muertos, carga con el peso de su propia supervivencia. Como explica Canetti, «el superviviente es el primero en saborear el poder. Se ha librado de los otros. Ellos han muerto, él ha quedado. Es más fuerte que ellos. La muerte ha preferido llevárselos a ellos. Él la ha burlado. El superviviente es la forma más antigua y más pura del poder».

«Según Canetti, el poder es, además de una cuestión de dominio, una experiencia profundamente vinculada a la supervivencia»

La distinción de Canetti es crucial para no diluir el concepto de víctima. Hoy, el término se usa con ligereza, al punto de confundir a los supervivientes con quienes han sucumbido. El superviviente no sólo sobrevive, sino que, en su resistencia, puede engendrar nuevas víctimas, perpetuando el ciclo del poder y la destrucción. Canetti cree que el lugar más adecuado para desplegar la dialéctica ofensiva del superviviente es la política y hace una anatomía de los hombres del poder. 

Para él los hombres del poder tienden a la paranoia y están acostumbrados a sobrevivir porque su posición depende de una dinámica intrínseca de desconfianza y resistencia frente a amenazas constantes. Según Canetti, el poder es, además de una cuestión de dominio, una experiencia profundamente vinculada a la supervivencia. Los poderosos, al ocupar una posición elevada, se ven rodeados de potenciales adversarios, reales o imaginados, que podrían desafiar su autoridad. Esta percepción los lleva a desarrollar una paranoia estructural: ven enemigos en todas partes, pues su supervivencia depende de anticiparse a cualquier peligro. La paranoia surge como una consecuencia lógica de su situación. El hombre poderoso, habituado a «sobrevivir» sólo puede ver el mundo como un campo de batalla donde sólo los más astutos y desconfiados triunfan. Pierde con ello la capacidad de confiar, de empatizar o de actuar sin calcular riesgos, lo que, para Canetti, hace imposible esperar de él una visión generosa o altruista. Toda esperanza se desvanece porque su paranoia y su instinto de supervivencia lo convierten en una figura atrapada en un ciclo de autodefensa permanente. Más que una víctima, el superviviente es un generador incesante de víctimas, y a veces a gran escala. 

Volvamos a Rehtaeh Parsons, la chica canadiense inmolada en un sacrificio ritual llevado a cabo por las hordas de internet. No pudo sobrevivir al acoso, no encontró el puente que podía llevarla de la condición de víctima a la de superviviente. Se quedó en el limbo de los justos, convertida en una cifra en los archivos judiciales, ella que tenía la mirada amable y receptiva, y que ejercía la bondad con sus amigos. Una figura trágica y casi maldita, en las antípodas de los hombres y mujeres del poder, que han sobrevivido a mil infamias y que se acuestan a sus anchas en las frías camas del Estado. Que ahora muchos de ellos se consideren víctimas después de haber acabado con todos los que les hacían sombra, indica, entre otras cosas, que la corrupción política y económica se apoya en la corrupción del lenguaje, y en esa corrupción se incluye confundir las víctimas con los supervivientes, los muertos con los que matan y los humillados con los que humillan.

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