La invención de Santiago
Ya no se celebra el día de Santiago, patrón de España, como se ha hecho durante siglos. El Camino de Santiago, sin embargo, vive sus mejores momentos

El Relicario de Carlomagno muestra la aparición en sueños de Santiago y el camino de estrellas en el cielo.
Media Europa está de vacaciones y parece como si su destino preferente fuera España, a tal punto nos invaden los turistas. Pero la Historia siempre ofrece precedentes de los fenómenos humanos, salvando las distancias. En la Edad Media ya se produjo un fenómeno de atracción de europeos hacia España, el Camino de Santiago. En unos siglos en que la inmensa mayoría de la gente no salía jamás del lugar donde había nacido, desde Francia, Italia, Alemania o los países nórdicos, surgió un flujo de peregrinos hacia el Finisterre, el final de la Tierra, la ciudad santa de Santiago de Compostela.
¿Cómo empezó todo, quién inventó el Camino de Santiago? Francia, cuya gran capacidad de asimilación le hace presentar como parte de la cultura francesa a Picasso, Buñuel o la «generación perdida» de escritores norteamericanos, pretende que lo inventó Carlomagno. En el llamado Libro IV de Turpin, arzobispo de Reims que dirigía su escrito al deán de Aquisgrán, la capital del Imperio carolingio, se relata la visión de Carlomagno. Una noche el emperador vio en sueños un camino de estrellas que conducía desde el Mar de Frisia (la actual Holanda) hacia el extremo occidental de Europa, Hispania.
Se le apareció entonces el propio apóstol Santiago, que le conminó: «Este camino te conducirá a mi tumba». Esa visión convenció a Carlomagno de organizar una serie de campañas en Hispania, que en esa época, finales del siglo VIII y principios del IX, llevaba ya casi un siglo bajo dominación musulmana. Durante 14 años, Carlomagno batalló contra los moros en el Norte de España, y cuando llegó a Santiago de Compostela celebró allí un concilio, que estableció la primacía de esa sede episcopal. Todos los obispos de España tendrían que recibir sus báculos en la catedral de Santiago, y los reyes españoles deberían coronarse en esa sede.
Esa atractiva historia está representada en el llamado Relicario de Carlomagno que se conserva en Aquisgrán, una arqueta de cobre del siglo XII que tiene en relieve la escena de Carlomagno en su cama recibiendo la visita de Santiago, así como el emperador asomado a una ventana contemplando el camino de estrellas en el cielo. También se halla representado en las iluminaciones del Libro IV del Códice Calixtino, la gran fuente de información sobre el Camino de Santiago, escrita por un francés en el siglo XII.
El anterior relato no es histórico, sino legendario. Carlomagno murió en el año 814, y en esa fecha todavía no se había descubierto la tumba de Santiago en el Campus Stelae (Compostela). El emperador francés no podía, por tanto, diseñar el Camino de Santiago, pues en su tiempo no existía un destino a dónde ir. Sin embargo, como tantas leyendas, hay un trasfondo histórico, ya que Carlomagno vendría a España a luchar contra los moros, siguiendo un designio estratégico de la monarquía carolingia.
Los musulmanes que invadieron España en el año 711 no se detuvieron en los Pirineos, y no frenaron en su avance por el Sur de Europa hasta la ciudad francesa de Poitiers, donde fueron derrotados en el año 732 por Carlos Martel, el abuelo de Carlomagno. Su padre, Pepino el Breve, estableció la Marca Hispánica, un territorio de contención de los moros que abarcaba Cataluña, y ya el propio Carlomagno quiso establecer la frontera de su Imperio en el Ebro. Pero fracasó en el asedio de Zaragoza, y cuando se retiraba frustrado, su ejército cayó en una emboscada en Roncesvalles. Aquí volvemos a la leyenda, pues el episodio lo recogió la principal poesía épica de la literatura francesa, La Chanson de Roland, que narra la muerte del famoso héroe medieval.
Otro hecho evidente es el protagonismo francés en el desarrollo del Camino de Santiago que, al fin y al cabo, se conoce en España como «Camino Francés». Francia estaba cubierta por una auténtica red de caminos de peregrinación, las Vías de Tours, Limoges, Le Puy y Toulouse que, cubriendo todo su mapa, confluían ya en España en Puente la Reina, para convertirse en el Camino Francés. El final de este, al llegar a Santiago, era la «Puerta Francígena», hoy llamada Puerta del Camino, y la arteria urbana principal era el Vicus Francoraum, hoy Calle de los Francos.
El primer nombre de un peregrino que se conoce es el de un francés, Gotestalco de Puy, y el V Libro del Códice Calixtino que hemos citado, una auténtica guía de viaje para el Camino, es obra de un francés, como demuestran varias alusiones en su texto a «nosotros, los galos». Sin embargo, se le atribuyó falsamente al Papa Calixto II (de ahí su nombre) para darle mayor autoridad.
Cabeza de oro de España
Recocida la influencia francesa en el Camino de Santiago, hay que decir que, sin embargo, su invención fue genuinamente española. Existía la tradición cristiana del apostolado de Santiago en España, esa era una creencia general y aceptada. Y también existía la leyenda milagrosa de que su cuerpo estaba enterrado en algún lugar de Galicia. En los primeros tiempos de la Reconquista, cuando un puñado de cristianos trataba de conservar su identidad en el Norte de España, es lógico que se volviese la mirada hacia aquel importante santo, uno de los favoritos de Jesucristo, que había elegido nuestro país como tierra de misión y última morada.
En el reinado de Mauregato, nieto de don Pelayo (783-789), se compuso un himno a Santiago que lo proclamaba «cabeza de oro de España». Pero el paso definitivo se daría en tiempos de Alfonso II, que pasando de la defensiva a la ofensiva había extendido el reino de Asturias hasta establecer su Sede Regia (capital real) en Oviedo, con la pretensión de ser la continuación del Reino de Toledo visigodo. Alfonso II no dudó en respaldar a un tal Teodomiro, obispo de Iria Flavia (actual Padrón), cuando dijo que había descubierto la tumba de Santiago a 20 kilómetros de Iria, tras recibir unas señales celestiales. Esa fecha fundacional fue en el año 830, 15 años después de la muerte de Carlomagno.
Con el patronazgo real, los obispos de Santiago fueron a por todas, y en 1049 proclamaron que «Santiago gobierna a España», con el himno Dei Verbum (Palabra de Dios). Esta decisión era muy grave, porque pretendía la independencia de la Iglesia española de Roma, desde donde era San Pedro –y sus sucesores los papas- quienes gobernaban la cristiandad. El Papa León IX terminó excomulgando al obispo de Santiago.
Establecida la tumba de Santiago, edificada su primera catedral, el paso siguiente obligado era la aparición de una ruta de peregrinación. En el Evangelio se cuenta que la madre de Santiago y Juan le había pedido a Jesucristo que sus dos hijos se sentaran a ambos lados del él en el cielo. Jesús respondió de esa forma ambigua que aparece tantas veces en el relato evangélico, pero lo cierto es que se sabía que la tumba del apóstol San Juan, el Evangelista, estaba en Efeso (actual Turquía asiática), es decir, en el extremo Este de Europa. A las gentes de la Edad Media les pareció perfectamente coherente que la tumba de su hermano Santiago se hallase en el otro extremo Oeste de Europa, en el Finisterre español, porque así ocupaban los dos lados que había pedido su madre.
En el siglo XI existía ya un importante flujo de peregrinos de Europa hacia Santiago de Compostela, y los reyes españoles decidieron regular el Camino. Sancho el Mayor de Navarra estableció el itinerario oficial por La Rioja en fecha tan temprana como 1025, y en 1072 Alfonso VI de León reconstruyó todos los puentes desde Logroño a Santiago y prohibió que se les cobrase peajes a los peregrinos, convirtiéndolo en un auténtico camino público. El que este año van a disfrutar 300,000 caminantes, porque al sentido religioso de la peregrinación medieval le ha sucedido una mística ecolo-deportivo-turístico-esotérica. Pero eso es ya otra historia.