Entraña, adicciones y charme, el debut literario de Mónica Pérez Sobrino
La periodista inicia su andadura literaria con una obra plagada de oxicodona, amor y autodestrucción

Mónica Pérez Sobrino.
Con pelo largo, de gitana lacea, Mónica Pérez Sobrino (1993, Zaragoza) hace malabarismos con su melena. Entre caracoles dactilares y tirabuzones de crin, desvela con calculada sencillez los entresijos de su primera novela: Madame Nadie (Círculo de Tiza). La que fuera periodista de S Moda, el Diario Vasco o la revista Elle (ahora con su propia agencia de comunicación), cita a THE OBJECTIVE en El Café Comercial de Madrid en un flirteo con lo icónico de la capital que cala en su novela. Su aspecto de hippie divina, modo Woodstock, modo Freddie Mercury luciendo palmito y sudando talento en el estadio Wembley del 86, casa con la protagonista femenina de su obra. Pero ella no es Daniela. No del todo al menos. Lo justo para que el relato quede bien perfumado de realidad, si bien nunca empadronado en ella.
Entre sorbos de un largo café con leche y hielo, Pérez Sobrino dice fumigar sus demonios sentimentales con el humo de la literatura. Invoca, con la palabra, al duende que habita en ella y le da forma. Consigue así revelar la fotografía de sus destrozos y éxtasis individuales, apoyada en una prosa aforística, a la par que contundente, vaciada de largas divagaciones, pero no por ello carente de honestidad. Pérez Sobrino es suavidad y empatía en la narración, aunque describa un resbalón a los infiernos.
Con su puntito de vida chachi y disoluta, de cuentas corrientes saneadas y trasiegos por la cara A de la vida, Madame Nadie es un retrato de las adicciones. Un cuadro, como el de Dorian Gray, que se va pudriendo a medida que los opiáceos, esas pirulas de receta y farmacia con tanto peligro como la blanca en chivato del dealer, mellan el autocontrol de Hugo, el protagonista masculino. Mientras, Daniela se estrella en una adicción, como dice la autora, quizás incluso más destructiva: la de estar enamorada de un meteorito humano que te arrastra, incansable, magnético, hacia la desolación de ambos.
P.- Tu novela parece surgir de un impulso muy visceral. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
R.- Totalmente. Salió como un vómito, muy emocional, muy desde las entrañas. Había intención de catarsis. Durante nueve meses estuve obsesionada con esta historia, y cuando la terminé sentí un vacío enorme. Como un miembro fantasma. Pero también alivio. Era algo que necesitaba contar.
P.- Hay un claro halago a Madrid en la novela. ¿Qué te da esta ciudad?
R.- Madrid te arropa. Tiene esa energía que no he sentido en ningún otro sitio. Todo el mundo está de paso, y eso crea una especie de hermandad temporal. A veces me planteo volver a Zaragoza o San Sebastián, pero Madrid tiene algo adictivo. Aunque también es una ciudad que te absorbe hasta dejarte en automático.
P.- Siendo otro de los temas principales de tu novela, ¿qué es para ti la adicción?
R.- Es cuando algo aparentemente bueno se convierte en el centro de tu vida y te desplaza. Puede ser una sustancia, una relación, incluso una rutina. Si se pone por delante de todo lo demás, ya no es sano. La adicción nunca acaba bien, aunque a corto plazo parezca romántica o emocionante.
P.- En la novela abordas la dependencia a medicamentos como la oxicodona. ¿Cómo llegaste a ese tema?
R.- Conocí un caso cercano de alguien que, tras un accidente de moto, terminó enganchado a analgésicos recetados. Me impactó. Y luego, sabía de toda la crisis de opioides en EE. UU., pero no me parecía que fuera un tema candente en España. Me obsesionó. Quería escribir sobre eso, pero desde la emoción, no desde el ensayo. Por eso elegí contarlo a través de una historia de amor.
P.- La protagonista de tu novela, esa Madame Nadie, con el nombre con que reservaba Marilyn Monroe los hoteles, pierde su identidad por intentar salvar a su pareja. ¿Te interesaba hablar de esa renuncia?
R.- Muchísimo. Esa dinámica de dejar todo por el otro, de anularse para sostener al otro, me parece muy poderosa y común. Me ha pasado. Lo personal se diluye, te quedas vacía. Y el proceso de salir de ahí es como aprender a andar otra vez. Creo que, a veces, nos cuesta hablar de ese lado del amor porque no lo entendemos. Seguimos sin tener herramientas. Las relaciones son un terreno sin mapa. Me han cuestionado por escribir sobre amor, como si no fuera un tema serio. Pero lo es. Todo lo que me interesa como escritora tiene que ver con cómo nos relacionamos, con lo emocional.
P.- También ha habido quien ha criticado que retrates ambientes de clase media-alta. Un poco como la guapa gente de derechas, de Umbral, o la gauche divine, de Milena Busquets. ¿Qué opinas de eso?
R.- Que es injusto. Yo escribo desde lo que conozco. No tendría sentido situar la historia en un pueblo de Asturias si no es mi realidad. Nadie cuestionaría una novela por estar ambientada en un entorno más humilde. Entonces, ¿por qué al revés sí? Se me ha replicado mucho eso y he tenido discusiones tremendas. Pero yo creo que uno debe hablar de lo vivido. Desde mi edad y mi experiencia he estado en ciertos entornos que me permiten contarlo con verdad. Me parecería hipócrita cambiar el contexto solo para vender más. Si alguien desprestigia una novela por la clase social de sus personajes, creo que no ha entendido nada.
P.- ¿Para quién escribes? ¿Para ti o para el público?
R.- Escribo para mí. Para entender, para vaciarme, para transformar algo que me duele en algo que tenga sentido. Si luego conecta con alguien, eso es un regalo. Pero la primera que tiene que estar contenta con lo que escribe soy yo. Prefiero ser fiel a lo que hago, estar contenta con lo que escribo, que pensar en complacer a otros. No escribo lo que me gustaría leer, sino lo que me atraviesa. Es un impulso. Soy así en la vida, y también al escribir.
P.- Esa impulsividad, ¿te lleva a una escritura más confesional?
R.- Sí, totalmente. Escribo de forma muy descarnada, y aunque intento separar la ficción de mi vida, se cuelan muchas cosas. A veces eso puede generar conflictos con personas cercanas, pero también creo que el lector conecta más si siente que hay verdad.
P.- ¿Cuál es la parte más real de tu novela?
R.- La parte emocional. Las relaciones. Ahí es donde más se cuelan experiencias personales. El resto es ficción, pero las emociones, las formas de sentir, eso es mío.
P.- ¿Alguna vez alguien se ha sentido aludido y te lo ha reprochado?
R.- Sí, claro. Y tengo que medir lo que digo porque no quiero seguir recibiendo ese tipo de mensajes. Pero también pienso que quien se siente aludido probablemente es porque algo de eso hay en él.
P.- ¿No es echar balones fuera?
R.- No lo creo. Si alguien se siente identificado con algo que no le gusta de sí mismo, el problema no está en el libro, sino en cómo se ve. La gente quiere salir en los libros, pero no siempre le gusta cómo se ve reflejada. Nos gusta mirarnos, pero con filtro.
P.- ¿Te autocensuras al escribir?
R.- Muy poco, casi nada. Intento separar mi vida de lo que escribo, pero no siempre se puede. Los personajes terminan absorbiendo todo, y eso también tiene su valor.
P.- Hablemos de redes sociales. ¿Cómo compaginas tu faceta de escritora con ser una “instagramer” con decenas de miles de seguidores?
R.- Para mí son dos cosas distintas. Instagram fue una ventana que me permitió que me conocieran y, eventualmente, publicar. Es una herramienta, y hay que saber separarlo. A veces me dicen que una escritora no debería funcionar con esas redes, pero creo que hay que romper con ese esnobismo cultureta. ¿Quién decide qué puede hacer una escritora?
P.- ¿Te afectan las críticas por eso?
R.- Muy poco. Lo bueno supera con creces lo malo. Las redes me han permitido una conexión directa con lectores que antes no existía. Me escriben personas que están leyendo mi novela en su cama, en su día a día, y eso me parece alucinante.
P.- ¿No temes que las redes se vuelvan en tu contra?
R.- Puede pasar. Igual dentro de seis meses lo dejo todo. Pero por ahora, el contacto humano que me dan las redes, las historias que me cuentan, la forma en que mi libro les toca, me compensa.
P.- Pregunta de Cosmopolitan: dime un libro y una canción.
R.- Los enamoramientos de Javier Marías. Tiene las mejores páginas que he leído sobre el amor, tanto en el enamoramiento como en la ruptura. Y una canción: Tears in Heaven de Eric Clapton.
P.- Por último, como periodista y escritora, ¿qué significa para ti escribir bien?
R.- Escribir algo que leas un año después y no te dé vergüenza. O al menos, que no te disguste. Y, sobre todo, que logre transmitir lo que tú sentiste al escribirlo. Para mí, si un texto emociona, ya está bien escrito.