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Cultura

'Estación Zhivago': una exposición evoca los 60 años del rodaje de la película en España

El Museo del Ferrocarril rinde homenaje al film con una muestra en la antigua estación de Delicias de Madrid

‘Estación Zhivago’: una exposición evoca los 60 años del rodaje de  la película en España

Cartel de la exposición en el Museo del Ferrocarril.

Uno de los giros narrativos más deslumbrantes de la historia tiene como protagonista un tren. La película Doctor Zhivago, realizada por David Lean a partir de la novela de Boris Pasternak, muestra el momento en que la utopía comunista, ese fantasma que llevaba tiempo recorriendo Europa, se encarna en un país concreto: la Rusia zarista. A mitad de su extenso metraje, sus protagonistas deben abandonar su satisfactoria vida burguesa en Moscú para huir hacia lo más profundo del país, allá por los Urales. Hacia lo desconocido.

Por eso la escena quizá más impresionante sea aquella en que esperan, engullidos por una multitud desesperada, en la estación central de Moscú. Los viajeros van ataviados con la ropa de abrigo que demanda Rusia y, sobre todo, el frío siberiano que les espera. Sin embargo, la temperatura real pasa de los 30 grados. El director grita «corten» y la estación pasa a llamarse Delicias y se encuentra en pleno corazón de Madrid. Es julio de 1965.

En esa misma estación se encuentra hoy el Museo del Ferrocarril, que acoge la exposición Estación Zhivago para conmemorar el 60 aniversario del rodaje de la película. Aunque se puede visitar hasta el 28 de octubre, fecha del estreno de la película en España en 1966, hacerlo en verano le da un punto especial. Como recuerda José Ramón Sempere, director gerente de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, el plan de producción hizo que se rodara justo en esa época: «Hubo que improvisar nieve, los extras iban con este calorcito que hay aquí, cargados  de abrigo hasta las orejas». Hoy, más de medio siglo después, el aire acondicionado a todo trapo tampoco da para cubrirse la cabeza con el típico Ushanka, pero no haría mal el visitante en llevarse una rebequita, prenda que debe su nombre a otro clásico del cine, ya puestos.

El núcleo expositivo lo componen un conjunto de  fotografías en gran formato, algunas inéditas, que se realizaron durante la filmación de la película en la estación de Delicias y otras localizaciones, como el madrileño barrio de Canillas o la estación de Soria. La mayoría provienen del archivo de la Agencia EFE. Pero la verdadera protagonista es la estación. El embrujo que poseen espacios como este en sí mismos, a medio camino entre la funcionalidad y la nostalgia, se multiplica por la hábil conservación y disposición de materiales pensados precisamente para propiciar el ensoñamiento. Así domesticados, el visitante puede acariciar los lomos de una locomotora de vapor Porter adquirida en 1877, contemplar y tocar vagonetas de tracción manual, o admirar la evolución de la técnica ferroviaria en la locomotora diésel-eléctrica estadounidense Marilyn, que llegó de pruebas a España en 1954 para afrontar el paso de Despeñaperros.

Son solo algunos ejemplos de la orgía ferroviaria que ofrece el museo: también hay una sala de modelaje, vídeos, paneles con explicaciones técnicas e históricas… Todo ello merece mucho la atención, pero estos días queda irremediable y maravillosamente impregnado de la magia de Doctor Zhivago: desde la misma entrada se impone, sugerente, pero no invasiva, la magnífica banda sonora de la película, magnífica de principio a fin… y absolutamente sublime cuando aparece esa inconfundible melodía de la balalaica que nos transporta a los momentos más emocionantes de la película.

Reconstrucción

Además de las mencionadas fotografías, se ha dispuesto por todo el museo material especialmente significativo del rodaje, como carretillas con sacos y maletas de la época que recreaba. La mayor parte está estratégicamente diseminada por los andenes de la estación para contribuir a la reconstrucción del rodaje, pero el objeto más entrañable se encuentra en un vagón habilitado para la sección más narrativa de la muestra: la carretilla original de un maletero de la estación contratado para la película… traída expresamente por su hijo cuando se enteró de que se iba a organizar la exposición.

Quizá porque lo encuentro vacío en el momento de visitarla, la potencia del aire acondicionado produce un frío realmente siberiano en el vagón, que acumula material como los carteles con críticas de la película, los informes de Delibes sobre la traducción y los diálogos, incluso las órdenes de rodaje a los extras y el albarán original de los coches que traían y llevaban al personal (cosas tan fascinantes como: «Car For George Sanders at Juan Ramón Jiménez 2 at 9,15 PM»).

Idiosincrasia del rodaje de una superproducción de la época. La Metro-Goldwyn-Mayer se trajo toda su inmensa maquinaria de glamur, que incluía estrellas como Omar Sharif,  Julie Christie, Geraldine Chaplin o Alec Guinness. Un acontecimiento en la España de la época, que se desperezaba tras años de oscuridad: ese mismo 1965 también llegaron los Beatles a Madrid. En el vagón, un vídeo explica los detalles del rodaje y lo que supuso para aquella generación de españoles. Cuenta con los testimonios de Víctor Matellano, director de cine y escritor cinematográfico; Jesús Marchamalo, periodista y escritor; Ricardo Huertas, asistente de script en el equipo técnico de la película, y Alfonso Linos, figurante de la película durante el rodaje en la estación de Madrid Delicias.

900 extras

Este último aporta la valiosísima perspectiva del participante raso. Más allá (o, mejor, más acá) de la memorabilia cinéfila, dice cosas como: «Se ganaba mucho dinero para aquella época, me parece que nos pagaban como del orden de 3.000 pesetas diarias, una cosa así, imagínate: en el año 65 era una barbaridad». O explica cómo el compositor de la película lo reclutó a él y a un amigo tras verlos tocar en el club Whisky Jazz. O cuenta, entre risas, cómo se desplazó por primera vez al rodaje en la estación en su coche de entonces, que era abierto: «Hacía un calor horroroso, y era justo el día [30 de julio] en el que salían de vacaciones todos los madrileños. Por Recoletos, por la Castellana, nos miraban como diciendo: ‘Estos tíos vestidos de rusos, con los tabardos, el gorro, los guantes y todo’, Porque tenías que ponerte hasta la ropa interior rusa».

O rememora la convivencia en los andenes de la estación Delicias con los otros 900 extras: «Los llevaban todas las mañanas, los soltaban allí y no se movían en toda la noche. El director, que tenía un andamio en aquella esquina de allí, los miraba con unos gemelos, una hora y otra hora, hasta que se convencía de que no había ningún fallo, ni un reloj ni nada que le pudiera desvirtuar la escena. Era un tío muy meticuloso. Y nosotros teníamos un fuego de butano, que para esa época del año no era muy agradable, porque cuando le daban al botón, salía una llama que llegaba hasta aquí arriba, y el calor era horroroso, y entonces nos sentábamos nosotros para tocar la balalaica y la armónica».

Y la imaginación se dispara y todo es más y mejor y emocionante y posible.

(Además, con lo que han subido los billetes de avión y la lotería que supone viajar con el Renfe actual…)

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