Las memorias póstumas de Joan Didion: la distancia entre ‘lo real’ y ‘lo literario’
‘Apuntes para John’ reúne los diarios de la terapia que recibió la escritora en el 2000 para lidiar con el alcoholismo de su hija

La fallecida escritora Joan Didion. | Europa Press
Siempre hay un antes delante de toda tragedia. El año 2000 fue ese antes, en parte, para Joan Didion. Representante del Nuevo Periodismo, para entonces ya nos había contado la contracultura hippie en Arrastrarse hacia Belén y había publicado el célebre El álbum blanco, en el que se refirió a momentos icónicos como el juicio de Charles Manson y Linda Kasabian o su experiencia en una sesión de estudio de The Doors. Aquel año 2000 llevaba 36 años casada con el también escritor John Gregory Dunne. Ambos estaban trabajando en la confección de nuevos guiones de cine, pero su hija adoptiva Quintana, que tenía entonces 34, no atravesaba su mejor momento.
Esa era, en parte, la razón por la que, desde noviembre de 1999, Didion había empezado a acudir a un psiquiatra para lidiar con el alcoholismo de su hija, su propia depresión y el sentimiento de culpa. Escritas meticulosamente en 150 folios que tenían como destinatario a su marido las memorias de aquellas sesiones, que se extenderían hasta enero de 2002, fueron encontradas poco después de la muerte de Didion en 2021, en un pequeño portadocumentos junto a otro tipo de notas como el discurso de la boda de Quintana, el recibo de una reserva de hotel de París, una lista de invitados para las fiestas de Navidad, el testimonio del portero de la noche en que murió su marido y varias contraseñas del ordenador.
Cedidas por sus herederos, los hijos de su difunto hermano, a la Biblioteca Pública de Nueva York, estos escritos fueron reunidos y publicados póstumamente en un libro. Apuntes para John (Random House), así se ha titulado, es el olor a gas antes de que todo en la vida de Didion saltara por los aires. En julio de 2003, poco después de que madre e hija se sentaran juntas por última vez en la consulta de un psiquiatra, Quintana se casó. El 25 de diciembre la ingresaron por una neumonía que derivó en un shock séptico. Cinco días después, Dunne murió de un ataque al corazón. Un día «te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba», escribió Didion al recordar aquel momento. Apenas año y medio después, y tras muchas complicaciones, su hija también fallecería.
«Todavía me cuesta entender cuánto de lo que le sucedió fue su alcoholismo y cuánto su depresión y cuánto una cascada de desastrosos eventos médicos conectados solo marginalmente», afirmó Didion después.
La serpiente en la carretera
Leídas con retrospectiva, ambas tragedias se mascan y anuncian sutilmente en estas páginas. Como esa señal que todos buscamos después de lo que estaba por venir. En ese sentido, Apuntes para John resulta también una intromisión algo impúdica en los momentos más íntimos de esta escritora que apenas diez años después tendría que lidiar con sus dos libros más complicados de escribir: El año del pensamiento mágico (2005), sobre el fallecimiento de su marido, y Noches azules (2011), sobre la muerte de su única hija.
De su vida familiar, Didion escribió particularmente en estos dos volúmenes, pero también fue trazando pinceladas en todos sus ensayos. No hay mucho nuevo en esta publicación póstuma, más que nuestras ganas disimuladas de rascar aún algo más de la escritora que, a muchos, nos ayudó a cerrar capítulos. «Tenemos que dejar ir a los muertos –decía –, dejarlos ir, dejarlos muertos. Dejar que se conviertan en la fotografía de la mesa. Dejar que se conviertan en el nombre de las cuentas fiduciarias».
Sí que hay alguna revelación inesperada, quizás, como los malos tratos que supuestamente sufrió por parte de su primera pareja, el escritor Noel E. Parmentel, fallecido en 2024. «Él quiso denunciarme por un personaje de una novela», comentó la escritora, refiriéndose probablemente a uno de los momentos más crudos de Según venga el juego. «¿Que este hombre le agrediera no fue algo que sacudió bastante su visión del mundo?», le preguntó en su día el psiquiatra Robert MacKinnon. «Dije que no, que en el momento había sido capaz de racionalizarlo, distanciarme de ello, como lo ‘literario’ y la ‘vida real’, era un ejemplo de degradación romántica».
Era aquella la misma distancia que Didion pondría después en sus libros para escribir sobre el duelo sin deshacerse. La misma forma que ella tenía de enfrentarse a las cosas. «No hay ninguna forma real de lidiar con todo lo que perdemos», escribe en De donde soy. También al hablar de las cascabeles. «La teoría dice que si la serpiente está en tu campo visual no te va a morder», afirmaba en El centro cederá, el documental que grabó junto a su sobrino Griffin Dunne y que nos regaló una de las imágenes más icónicas de la escritora: ella con gafas de sol, desayunando Coca -Cola y almendras por la mañana.
Oriunda de esa California de la que escribiría a menudo pocos son los libros de Didion, si los hay, que no mencionen en alguna ocasión la amenaza de estos reptiles. Apuntes para John es la supuesta serpiente de cascabel «en la hiedra de Franklin Avenue», también, delante del camino, vista desde una madre que sabe que, mientras la observe, tal vez pueda evitar que muerda.
Es el testimonio de una mujer profundamente preocupada por las recaídas de su hija en el alcohol y sus intentos, a veces vanos, de reconectar con ella. Una lección de psicoanálisis que tal vez sirva a todos aquellos que atraviesen una situación parecida. Sin embargo, cuesta leerlo, en parte, porque provoca la ominosa sensación de estar invadiendo una historia demasiado privada o personal. Leer a esta Didion póstuma es como asomarse a uno de esos diarios que leen los padres a escondidas de sus hijos adolescentes, o como mirarle el móvil a tu pareja cuando no se da cuenta. Una redflag de manual.
La escritura como talento innato
Pero incluso en estos escritos que nacen sin vocación literaria es evidente el instinto natural de la escritora para narrarse a sí misma y contar la realidad a partir de la literatura. De repente, una estampa –Didion solía escribir con imágenes–, como la de su complicada infancia en la convulsa primera mitad del siglo XX: «Fueron tiempos caóticos para una niña. Siempre era difícil tomar trenes. Recuerdo que no había asientos en el tren entre Nueva Orleans y Durham, nos quedábamos de pie en los vestíbulos donde se acoplaban los vagones. Siempre era difícil encontrar lugares donde vivir».
Coautora, junto a Dune de guiones para películas como Pánico en Needle Park o Ha nacido una estrella, el cine fue la gran fuente de ingresos del matrimonio. Sin embargo, en el año 2000 ambos empezaban a mostrar evidencias de cansancio y la necesidad de una ambición más creativa. «Tenía que ver con dónde estábamos en nuestras vidas –le relata a su psiquiatra–, queríamos hacer más trabajo que mereciera la pena y menos que no lo fuera. Dije que durante muchos años habíamos sido capaces de hacer películas –de las cuales un número considerable llegó a filmarse – y aún así apartar tiempo para hacer lo que queríamos. Cada vez era más difícil de conseguir. Parte tenía que ver con el aspecto financiero de la industria cinematográfica: más películas caras, más desarrollo, más reescrituras, etcétera. Una sola película podía ocupar años de nuestra vida y a pesar de ello nunca filmarse».
Aquel fue también el año en que Didion empezó a escribir De donde soy, una exploración personal sobre lo que significaba realmente ser californiana, los mitos y contradicciones de su estado natal. «En algún momento del día de ayer –comentó el 11 de octubre –, se me había ocurrido que podía coger un par de artículos largos que había escrito sobre California y usarlo como notas para un ensayo largo o un libro. Estos artículos trataban de cosas que había tenido en la cabeza todo el año, en realidad durante años antes de eso, pero este año en particular porque las posturas implícitas en ellos eran cosas sobre las que habíamos hablado todo el tiempo».
Apuntes para John, como cualquier libro póstumo, es nuestra oportunidad para volver a escribirla de nuevo. Pasa con los escritores muertos. Alguna vez sus obras se agotan y nos quedamos con la sensación de que tal vez aún lo mejor estaba por venir –no importa que hiciera años que ella ya no escribiera–. Por suerte, la mejor Didion también se asoma en estas páginas.
«Había empezado a pensar de dónde venía esa capacidad para compartimentar –reflexiona con MacKinnon en una de sus sesiones–. Dije que venía de la historia básica de la travesía al oeste con la que me habían machacado desde niña. Dejabas las maletas, te deshacías del piano y de los libros y del cofre de palisandro de tu abuela, o no llegarías a tiempo a Independence Rock para llegar a la Sierra antes de que nevara. Dije que había detectado muchas contradicciones en esta historia, la principal era: ¿dónde estabas cuando llegabas? ¿Qué te quedaba de verdad?».
Pero había algo más en todo ello. Lo único real, escribió más tarde en De donde soy, era Quintana. Aquella conexión entre su infancia y su relación materno-infantil, entre ella y su hija, entre su libro y su presente.
«Más tarde parecería que aquel había sido el momento en que todo –la travesía, la redención, los baúles de palisandro abandonados, la cubertería perdida, los ríos que yo había escrito para reemplazar a los ríos que había dejado atrás, las doce generaciones de predicadores ambulantes y sheriffs del condado combatientes contra los indios y abogados rurales y lectores de la Biblia, los doscientos años de talar bosques en Virginia y Kentucky y Tennesse y luego la fuga, el sueño de América, todo el hechizo bajo el que yo había vivido mi vida– empezó a parecer remoto», narró en aquel libro que había nacido precisamente en el seno de estas sesiones. ¿Lo ven? Lo real y lo narrativo de nuevo. En las manos de Didion, todo se volvía literario.