The Objective
Cultura

Riefenstahl, de nuevo revisada

Movistar y Filmin estrenan el documental definitivo sobre la controvertida cineasta de la Alemania nazi

Riefenstahl, de nuevo revisada

Leni Riefenstahl. | Europa Press

Leni Riefenstahl (1902-2003) vivió las mieles del triunfo desde que en 1925 el éxito de su película La luz azul -productora, directora, guionista, actriz- la encumbró a lo más alto del arte alemán. Su fama y su prestigio no dejaron de crecer: sorprendió al mundo entero principalmente con sus dos películas de encargo del partido nacionalsocialista: El triunfo de la voluntad (1935) y Olympia (1938). El resto de su vida lo dedicó casi en exclusiva a justificar su arte y su vinculación al nazismo, de ahí que se pasara cuarenta años escribiendo sus memorias. 

El estreno en Movistar y Filmin de la película Riefenstahl (2024), del documentalista alemán Andrés Veiel -guionista de Loving Highsmith (2022)- vuelve a abrir por enésima vez el debate sobre el trabajo de la directora. ¿Arte o propaganda? ¿Artista o servidora de los espurios fines del nacionalsocialismo? ¿Cómplice de los crímenes de Hitler o artífice de algunas de las imágenes más bellas e impactantes del siglo XX?

La película, a la vez que nos muestra lo mejor de su trabajo, intenta desentrañar las intenciones de Riefenstahl. A base de testimonios, las escasas entrevistas que dio en su vida para la televisión, los abundantes escritos que dejó y documentos inéditos de su archivo personal, el documental va desmontando las explicaciones de la directora a su connivencia con el regimen nazi.

«Cuando le oí hablar [a Hitler] por primera vez en un mitin, me sentí atrapada por su magnetismo», reconoce. Esa admiración por el personaje no desaparecería nunca, ni siquiera después de muerto. Aunque admite, con la boca pequeña, las atrocidades cometidas, pasados los años reconoce que sigue admirando la capacidad de persuasión del Führer. Cuando un entrevistador le pregunta si realizó El triunfo de la voluntad para Hitler, responde: «Yo jamás diría eso».

Y aclara: «Hice mi trabajo lo mejor posible. Si Roosevelt me hubiera encargado una película sobre aviones, lo habría hecho lo mejor posible (…) Y lo mismo ocurre si Stalin me hubiera encargado algo». Defiende con uñas y dientes, dando rienda suelta a su carácter airado, casi violento, que su mensaje en la película es solo de «paz, paz, paz, en ningún momento se menciona el antisemitismo ni la doctrina racial».  Obvia las frecuentes alusiones de los líderes nazis a la raza superior que se pueden oír en Triumph des Willens.

Se califica a sí misma de «ingenua» en los temas políticos cuando se le pregunta si no era consciente de las atrocidades que ocurrían a su alrededor. «La política es lo opuesto a lo que me ha fascinado toda la vida. Lo opuesto a la política es el arte». Esa misma ingenuidad, según ella, era compartida por el noventa por ciento del pueblo alemán, que «estaba entusiasmado con Hitler». Una ciudadana alemana, testigo de la época, de su misma edad, la contradice: «Nadie puede decir que no sabíamos lo que pasaba». Esas palabras de nuevo provocan la ira de la directora que está a punto de agredir a la otra mujer e interrumpe el programa. 

Joseph Goebbels, el gran maestro de la propaganda, pronto se dio cuenta del potencial que tienen las imágenes de Riefenstahl para construir la imagen idílica del régimen. Sin embargo, ella, y pese a que se le ha atribuido un romance con el político, no tiene muy buena opinión sobre el ministro para la Ilustración Pública y la Propaganda. «Goebbels estaba loco (…) Casi arriesgó su vida para intentar conquistarme. Me leía Zaratustra, se arrodillaba ante mí. Cuando ya era ministro, intentó poseerme por dos veces».

La otra gran película de Riefenstahl fue Olympia. El régimen le dio todas las facilidades. Tenía acceso a cualquier lugar del estadio olímpico. Disponía de treinta cámaras estratégicamente situadas, con sus correspondientes operadores. El resultado es una obra maestra. Nunca antes se habían visto unos Juegos Olímpicos como los mostró la cineasta. Los de Berlín 1938 fueron un arma propagandística de primer orden para el nazismo, una exhibición de eficacia y buen hacer de cara al exterior y un motivo de orgullo para el interior.

Riefenstahl se quedó fascinada ante la belleza de los atletas. «Era la primera vez que veía a gente negra (…) Owens me llamaba la atención. Me quedé fascinada, porque eran muy altos y se movían como felinos».  Y se justifica: «Me achacan que hice una película bonita y no entiendo por qué les molesta».

El trabajo de Leni Riefenstahl es mucho más extenso que El triunfo de la voluntad y Olympia. Pero quizá su mayor legado es que, 80 años después sigamos reflexionando sobre la responsabilidad de los artistas que ponen su arte al servicio de regímenes que cometen atrocidades, de quienes se escudan en que están al margen de la política, de quienes se justifican diciendo que no sabían lo que pasaba a su alrededor -«creí que mis amigos judíos desaparecidos se habían ido todos a América»-, de quienes colocan el arte por encima de cualquier otra consideración. 

Que las películas de Riefenstahl tuvieron una influencia enorme en el cine que se haría después, nadie lo duda. Sus innovaciones fueron utilizadas no solo en la propaganda política, sino también con fines meramente artísticos. Son muchos los que, abstrayéndose de la ideología, las consideran obras maestras del documental.

En el extremo contrario, se encuentra la opinión de la influyente ensayista y novelista Susan Sontag en su ensayo «Fascinating fascism», escrito en 1975 para The New York Review of Books. «Los que defienden las películas de Riefenstahl como documentales, si el documental se distingue de la propaganda, están siendo poco sinceros. En El triunfo de la voluntad, el documento (la imagen) no es solo el registro de la realidad; la ‘realidad’ fue construida para servir a la imagen».

Lo que parece claro es que, por un motivo o por otro, no podemos ignorar a Leni Riefenstahl. Ni su trabajo, ni los motivos que la llevaron a realizarlo. En el documental, ahora estrenado en plataformas, se oye a la directora pronunciar una frase que resulta muy esclarecedora de sus intenciones: «Perdimos la guerra, creo que esa fue la clave».

Publicidad