«El día más largo» del Ejército español
El 8 de septiembre hace un siglo del desembarco de Alhucemas, que sería el fin de la sangría de la Guerra del Rif

Desembarco en Alhucemas, óleo de Moreno Carbonero que refleja la exaltación patriótica que produjo aquella operación.
«Melilla ya no es Melilla / Melilla es un matadero / donde van los españoles / a morir como corderos». Este romance popular refleja la opinión que, hace un siglo, tenía el país sobre la Guerra del Rif, una de las mayores desgracias que había sufrido la nación española en los tiempos modernos. Había comenzado en 1911 y había alcanzado su punto álgido en 1921, en el Desastre de Anual, que costó la vida de 9.000 soldados españoles, la mayor derrota de un ejército colonial europeo.
El Rif, que ocupaba la mayoría del Protectorado Español de Marruecos, era una región montañosa agreste, pobre, de clima extremo, donde te achicharrabas de día y te helabas de noche, sin líneas de comunicación, de terreno quebrado ideal para la guerra de guerrillas. Y los rifeños eran una raza guerrera, fanática e indómita, con un caudillo carismático e inteligente, Abdelkrim, que proclamó la República del Rif. Era difícil avanzar y conquistar un palmo de terreno, y más difícil aún mantener la ocupación y abastecer esos puestos avanzados. Cada vez que se enviaba una columna de avituallamiento había que dar una auténtica batalla. Y si se avanzaba demasiado se producían catástrofes como el Desastre de Anual.
Después de 15 años de campaña estaba claro que España no tenía unas fuerzas armadas capaces de ganar aquella guerra, se imponía un cambio radical de estrategia. Inesperadamente, la fortuna vino en nuestra ayuda: en abril de 1925, Abdelkrim cometió el mayor error de su vida, atacó al Protectorado Francés. Si Francia venía en nuestra ayuda, sería posible plantear otra clase de guerra. Y Francia vino.
Por doble fortuna, el gobierno francés nombraría comandante en jefe en Marruecos al mariscal Petain, el vencedor de Verdún, el mayor héroe militar de Francia en la Gran Guerra. Petain era un soldado de pura cepa y se entendió bien con el general Primo de Rivera, vástago de una casta guerrera (su hermano había sido un héroe en Anual, donde perdió la vida), que se había hecho con el poder en España mediante un golpe militar.
Se considera que Primo de Rivera, que adoptó sin complejos el título de Dictador, fue un adelantado de las dictaduras de derecha en Europa. En Francia, sin embargo, gobernaba la izquierda radical-socialista, pero la buena química entre Petain y Primo de Rivera superaría las diferencias ideológicas. Por cierto, parte de esa química consistiría en dotar de armas químicas francesas a la aviación española para que bombardease el Rif.
Los dos militares tuvieron varios encuentros, en Madrid, en Ceuta, en Tetuán, donde el 28 de julio de 1925 ultimaron los planes para una operación arriesgadísima, pero que será definitiva para la contienda: el desembarco español en Alhucemas.
En la reciente Gran Guerra, como entonces se referían a lo que ahora llamamos Primera Guerra Mundial, Winston Churchill había enunciado una estrategia diferente a todo lo que se estaba haciendo, «golpear el bajo vientre blando de Alemania». Desde los primeros meses de la guerra, en 1914, el frente se había estabilizado en Francia y Bélgica. Tras el primer avance fulgurante alemán había llegado la «guerra de trincheras», que durante cuatro años mantendría a alemanes y aliados sin avanzar ni retroceder.
Churchill era primer lord del Almirantazgo, es decir, ministro de Marina, y proyectó una gigantesca operación de desembarco en el Sur de Europa, en Turquía, que era aliada de Alemania, pero cuyo ejército no se podía comparar al de las grandes potencias. La idea era buena, pero estuvo mal realizada. Un número ingente de tropas del Imperio británico y francesas, medio millón de hombres intervinieron en las operaciones, desembarcaron en la península de Gallípoli, pero no pudieron pasar de las cabezas de playa ante la férrea defensa turca. Tras ocho meses, los aliados se retiraron, dejando tras sí 44.000 muertos y 100.000 heridos. Churchill fue cesado, la prensa lo bautizó «el carnicero de Gallípoli» y se tuvo que ir a purgar sus culpas a las trincheras de Flandes, donde combatió algún tiempo al frente de un batallón de 400 hombres.
Alfonso XIII se acordó de Gallipoli cuando Primo de Rivera le explicó el plan de desembarco en Alhucemas, y se opuso a su ejecución, horrorizado ante la posibilidad de un nuevo desastre con millares de muertos. Sin embargo, quien mandaba en España era Primo de Rivera y estaba decido a llevar a cabo su proyecto que, sobre el papel, era muy acertado.
El desembarco
El corazón de la rebelión estaba en Axdir, capital de la cabila Beni-Urriagel, la tribu de Abdelkrim, y por tanto capital de la República del Rif, que había declarado su independencia en 1921. Todos los esfuerzos españoles por llegar allí habían fracasado, pero en realidad Axdir estaba cerca de la costa, y resultaba accesible desde la Bahía de Alhucemas, situada a media camino entre Ceuta y Melilla. Ese era el «bajo vientre blando» de la República de Abdelkrim. A los españoles les tocaba desembarcar en fuerza en Alhucemas, mientras que los franceses atacarían por el sur, entrando desde su Protectorado. Así se formaría una tenaza que debía cascar la resistencia rifeña.
Abdelkrim era consciente de cuál era su punto flaco y reforzó las posiciones en Alhucemas, sembrándolas de campos de minas y emplazando 20 baterías de artillería para defender la costa. El desembarco se presentaba, por tanto, como una operación difícil por la fuerte resistencia que se preveía, y compleja, porque esa resistencia exigiría el empleo de grandes medios, de los últimos adelantos en el arte de la guerra, para no terminar como en Gallípoli.
En primer lugar, sería lo que se llama una operación combinada, con intervención de los tres ejércitos, es decir, las fuerzas de tierra que habían de desembarcar, la Marina que los transportaría y daría apoyo con sus cañones, y la Aviación, una novedad respecto a Gallípoli, que aportaría información y ataques a tierra en refuerzo de los desembarcados. Un elemento esencial era que hubiese un mando único para los tres ejércitos, evitando así los celos y rivalidades que a veces se dan entre las distintas ramas de las fuerzas armadas. Sería el propio Dictador, el general Primo de Rivera, quien asumiera ese mando único desde la proa de un buque de guerra que participaba en la operación. Parece ser que 20 años después, en el Día D del desembarco de Normandía, Eisenhower también asumió el mando único inspirado por Alhucemas.
Había otra importante innovación con la que no habían contado en Gallípoli, los tanques. Curiosamente, esta arma, que sería la dueña de los campos de batalla en la Segunda Guerra Mundial, había sido concebida por Churchill en la Primera, pero lo hizo en 1916, después del fracaso de Gallípoli. España le había comprado a Francia 6 carros de asalto Schneider M-16, que habían sido los primeros tanques franceses, y una docena del modelo Renault FT-17, armados con ametralladoras, y mandó a todas sus fuerzas acorazadas, menos un F-17, a Alhucemas, para que apoyasen a la primera oleada de desembarco de la infantería.
También se reunieron prácticamente todos los medios válidos de la Armada Española, empezando por los acorazados Jaime I y Alfonso XIII, el portaviones Dédalo y cuatro cruceros. Intervendrían asimismo una treintena de buques de guerra menores, y 27 barcos para el transporte de las fuerzas de desembarco, que sumaban 13.000 hombres para el inicio de la campaña.
Entre esas tropas destacaban, como fuerzas de elite, tres banderas de la Legión y 9 tabores de Regulares indígenas (bandera o tabor equivalen a batallón, unos 500 hombres). Para ponerlas en las cabezas de playa se habían comprado a los ingleses 24 barcazas de desembarco tipo K-21 y K-23, que precisamente habían sido empleadas en Gallípoli.
Por si fuera poco, los franceses aportaron a la operación un acorazado, dos cruceros y cinco barcos menores, un batallón de infantería de marina y seis hidroaviones.
La aviación, que contaba con 142 aparatos de distinto tipo, además de los franceses, se adelantó en las operaciones, pues dos días antes del desembarco comenzó a realizar ataques de distracción en puntos como Sidi-Dris, que estaba a 60 kilómetros de la playa de Ixdain donde se iba a iniciar el ataque real.
Por fin, el 8 de septiembre, día de la Virgen en el que tantos pueblos y ciudades de España celebran sus fiestas patronales, los cañones de la flota tronaron, iniciando el bombardeo de preparación del desembarco. Eran las 6 y media de la mañana y había comenzado «el día más largo» de las fuerzas armadas españolas.
Lo veremos en la próxima entrega de Historias de la Historia.