¿Leer o no leer? Esa no es la cuestión
A propósito del falso debate planteado por una influencer sobre los beneficios de la lectura

Una biblioteca en Seúl, Corea del Sur, en una imagen de archivo. | Reuters
No tengo nada contra los influencers, salvo que no me influyen. No por nada, sino por ignorancia. Sus mensajes no me llegan. Es posible que viva en un mundo paralelo, aislado de la realidad. Unos años por detrás del presente. Es posible que pertenezca a una generación anterior, no ya a la digital, sino incluso a la audiovisual. Hasta tal punto ignoro ese ámbito de los nuevos gurús, que no he sabido quién era María Pombo hasta ahora, que ha compartido con sus millones de seguidores en redes sociales sus inquietantes inquietudes sobre la lectura
Hay que reconocer el éxito de la provocación de la tal María Pombo. En realidad, lo de los libros era una excusa para que habláramos de ella. Hemos picado y aquí estamos. Hemos de concederle el derecho a opinar sobre lo que le dé la gana. Y, por supuesto, su derecho a que no le guste leer y a sentenciar que leer no te hace mejor persona. Solo faltaba. La lectura es incompatible con la obligatoriedad. De hecho, la machacona imposición de la lectura nos ha privado de miles de posibles lectores. La lectura, por naturaleza, no puede ser forzada, ha de ser un acto de libertad. De lo contrario, el cerebro se cierra. Y, por si esto no fuera suficiente, la lectura es un acto íntimo e individual, incompatible con las generalizaciones masivas.
Antes he dicho, con cierta soberbia, que los influencers no me influyen. Y, pensándolo dos veces, he de reconocer que no es del todo cierto. Hay determinados autores, determinados críticos, determinados expertos, incluso determinados amigos y conocidos, que sí me influyen y mucho. Lo que pasa que no se los conoce como influencers, sino como prescriptores.
Hay que agradecerle a María Pombo que ponga el asunto sobre la mesa de debate. No podemos caer en la cerrazón de dar por sentados determinados dogmas. Por ejemplo, que leer nos hace mejores personas. Efectivamente, numerosos estudios demuestran que la lectura favorece la empatía, la estabilidad emocional y por supuesto el enriquecimiento intelectual. Incluso que tiene determinados beneficios para la salud física. Pero hay que reconocer que la historia está llena de pérfidos personajes que encontraron en la lectura buenos argumentos para sus maldades.
Con su habitual perspicacia, el crítico y columnista Alberto Olmos reconocía la pasada semana que tenía que dar cierta razón a María Pombo en esa guerra entre lectores empedernidos e influencers. Decía Olmos en las redes sociales que él prefería mil veces un influencer a un activista. Lo suscribo.
¿Es necesario recordar a esos asesinos que llevaban un ejemplar de El guardián en el centeno en sus bolsillos a la hora de cometer sus horrendos crímenes? ¿Sería correcto pensar que si Hitler o Stalin hubieran leído más, habrían cometido menos atrocidades? El genocida Pol Pot estaba tan convencido de que la lectura era perjudicial que ordenó ejecutar a todos aquellos que llevaran gafas, señal inequívoca de su querencia por los libros.
María Pombo ha recordado a quienes presumen de leer mucho —siempre es poco— que en su alarde hay mucho postureo. Y es verdad. Vamos a ver, ¿a quién se le ha ocurrido ese eslogan tan cursi de que “leer es sexy”? A este paso, acabaremos rescatando del desván la figura de la pastorcita de Lladró leyendo cándidamente un libro o comprando estanterías con lomos de volúmenes incorporados para decorar la sala de estar.
Cualquiera diría que llevamos camino de tales extremos, viendo cómo las redes han convertido el libro en un objeto decorativo. Empieza a ser un poco cargante, la verdad, la cantidad de tuiteros que presumen de cuántos libros han leído el último mes o el último año. De los que nos muestran una y otra vez sus pobladas y cuquis estanterías. De los que consideran las librerías capillas sixtinas. A veces, tengo la sensación de que empleamos más tiempo ordenando nuestras estanterías —alfabéticamente, por editoriales, por literaturas…— que leyendo los libros.
Las redes sociales han contribuido al exhibicionismo y los lectores no nos hemos librado de ese narcisismo empalagoso. Así que no nos quejemos porque una influencer haga alarde de que no le gusta leer, de su ignorancia, si se quiere. Allá ella y quienes la sigan, por muchos que sean. Las redes, también, han contribuido a empobrecer cualquier intento de debate serio. Funciona a base de eslóganes, de afirmaciones contundentes, provocadoras e impactantes, que no dejan lugar al matiz. ¿Leer o no leer? Depende qué y cómo, depende de cómo cada cual lo asimile, depende la satisfacción que le dé a cada cual. Eso sí, en caso de duda, siempre es mejor leer. No vaya a ser que se nos olvide, como ya se nos está olvidando escribir a mano.