Leica cumple cien años: la cámara que cambió la forma de mirar el mundo
Una exposición, con 174 imágenes, recorre la historia de la fotografía moderna a través de la legendaria cámara alemana

Exposición Leica. | © Preslava Boneva
Hay objetos que no son solo objetos: son puertas de acceso a una forma distinta de ver el mundo. Una Leica no es simplemente una cámara, es una extensión del ojo y de la intuición. Ligera, silenciosa, discreta, fue la herramienta que permitió a generaciones de fotógrafos asomarse a lo cotidiano sin estridencias, capturar la vida en movimiento, narrar lo que de otra manera hubiera quedado en penumbras. Esa historia, la de un siglo de miradas, se celebra en Madrid con la exposición Leica. Un siglo de fotografía, inaugurada en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa bajo la dirección de Karin Rehn-Kaufmann, CEO de Leica Camera AG y comisaria de una muestra llamada a convertirse en referente internacional.
Cuando en 1925 salió al mercado la Leica I, heredera del prototipo que Oskar Barnack había creado en 1914, nadie podía imaginar que aquella pequeña máquina cambiaría para siempre la fotografía. Por primera vez, una cámara ligera, compacta y discreta cabía en el bolsillo y permitía al fotógrafo moverse con libertad, sin necesidad de trípodes ni placas pesadas. De pronto, la vida podía capturarse en movimiento, las calles podían ser recorridas sin llamar la atención y el fotoperiodismo se transformó en algo inmediato, vibrante y cercano.
Desde entonces, Leica se convirtió en testigo silencioso de guerras, revoluciones, risas, dolores y paisajes que forman parte ya de la memoria colectiva. Ese legado llega ahora a Madrid en una gran exposición internacional que reúne 174 fotografías y que se organiza en seis grandes bloques temáticos.
La fotografía de calle es quizá la mejor expresión de lo que Leica hizo posible: atrapar lo inesperado. Elliott Erwitt, con su ironía legendaria, muestra la famosa escena de París en la que un hombre corre bajo la lluvia mientras el paraguas parece salir volando. Es la vida urbana convertida en comedia visual gracias a la rapidez y discreción de su Leica.
Junto a él aparece César Lucas, uno de los grandes nombres de la fotografía española, cuya carrera arrancó en los años sesenta y que fue capaz de inmortalizar tanto el franquismo como la modernidad incipiente. En la exposición se exhibe su fotografía de Cuba en los años sesenta, tomada durante un viaje en el que retrató un país lleno de contrastes, con Fidel Castro y la revolución como telón de fondo. Autodidacta en el oficio, descubrió la fotografía gracias a una cámara que una amiga le dejó por un tiempo. Con apenas 16 años consiguió vender al diario Abc una instantánea de un viajero australiano que daba la vuelta al mundo caminando, lo que marcó su entrada en el ámbito profesional.
Pioneros del fotoperiodismo
A finales de los años cincuenta comenzó a colaborar con Europa Press, donde captó una de sus imágenes más célebres: la efímera estancia de Ernesto Che Guevara en Madrid. Desde la creación de El País en 1976 formó parte de su redacción. Años después, en 1981, se convirtió en el primer fotógrafo español en integrar el jurado internacional del prestigioso certamen World Press Photo. Un año más tarde, en 1982, impulsó la puesta en marcha del concurso Photo Press de la Fundación La Caixa. Con su Leica en mano, supo que la calle podía ser escenario de poder y de ternura a la vez.

El tercer protagonista es Ramón Masats, miembro de la llamada Escuela de Madrid y pionero del fotoperiodismo moderno en España. Masats miró con ironía y frescura a la sociedad de su tiempo. Una de las imágenes más célebres que se exhiben en esta exposición muestra a un seminarista jugando al fútbol dentro del seminario. La foto, tomada a finales de los cincuenta, rompe la solemnidad de la vida religiosa para mostrar humanidad y vitalidad en un espacio tradicionalmente hermético. Leica le permitió capturar ese instante efímero, en el que lo sacro y lo cotidiano se mezclan con naturalidad.
Completa el bloque Gabriel Cualladó, poeta de lo cotidiano, capaz de encontrar belleza en una esquina vacía, y Phil Penman, quien lleva la tradición a las calles vibrantes de Nueva York. En conjunto, este apartado es un canto al instante fugaz, a la vida urbana en su diversidad, al teatro infinito que se abre cada día en cualquier calle del mundo.
En el bloque experimental la cámara se convierte en un pincel y en un laboratorio. Ralph Gibson explora las sombras, los cortes abruptos y la sensualidad de las formas. Jing Huang juega con la abstracción y el color en imágenes que parecen cuadros contemporáneos. Alberto García-Alix –Premio Nacional de Fotografía en 1999– aporta un universo personal, crudo y lírico, donde la Leica se vuelve confesional. Thomas Hoepker experimenta con la narrativa visual, mientras Toni Schneiders, miembro de la Subjektive Fotografie, recuerda cómo Leica también fue motor de vanguardias.
Mujeres detrás y delante de la cámara
El bloque «Gente» es una galería de rostros que nos interpelan. Steve McCurry, con su inolvidable retrato de la niña afgana de ojos verdes–que abre la exposición–, encarna la fuerza narrativa de un rostro captado en el momento preciso. El célebre fotógrafo cubano Alberto Korda aporta la icónica imagen de Ernesto Che Guevara, tomada en 1960 en La Habana con su Leica M2, que se convertiría en una de las fotografías más reproducidas de la historia. Ricard Terré –tras trasladarse a Vigo– retrata la vida en la Galicia de mediados del siglo XX, con escenas cargadas de ternura y crudeza. Sarah G. Ascough muestra la intimidad de la vejez en blanco y negro, mientras Isabel Azkarate se adentra en el retrato contemporáneo. Joel Meyerowitz, con su color vibrante, demuestra que el retrato puede ser también paisaje humano.

La sección «Mujeres» reivindica la otra mitad de la historia de la fotografía. Eva Woolridge, ganadora del Leica Women Foto Project Award, aborda cuestiones de identidad y representación con una mirada valiente y poética. Ljalja Kuznetsova, fotógrafa rusa de origen tártaro, retrata comunidades gitanas con una sensibilidad única, lejos de tópicos y estereotipos, mostrando la vida cotidiana desde dentro. Este bloque no solo da espacio a autoras, sino que plantea cómo Leica ha sido vehículo para visibilizar historias femeninas que durante décadas quedaron en segundo plano.
En el apartado «Social», la fotografía se convierte en altavoz de los que no tienen voz. David C. Turnley –ganador del Premio Pulitzer en 1990 por las fotografías que realizó en las revueltas políticas de China y Europa del Este– documenta conflictos y transformaciones sociales con un realismo directo. Jane Evelyn Atwood, durante una década, entró en cárceles de mujeres en Europa y Estados Unidos para retratar la dureza y la humanidad de la vida entre rejas. Su secreto fue el obturador silencioso de la Leica, que le permitió acercarse sin intimidar.
Y en este bloque resuena con fuerza la figura de Agustí Centelles. Fotógrafo valenciano, considerado el «Robert Capa español», documentó la Guerra Civil con una mirada personalísima. Con su Leica en mano, capturó trincheras, bombardeos y escenas de retaguardia. Tras la derrota republicana, fue internado en campos de concentración franceses, donde siguió fotografiando la vida de los refugiados. De regreso a España, la dictadura le condenó al silencio: inhabilitado como fotoperiodista, sobrevivió con encargos publicitarios. Solo tras la muerte de Franco pudo recuperar su archivo y mostrar al mundo un legado imprescindible. Sus imágenes, hoy, son memoria viva de una época y ejemplo de cómo la fotografía se convierte en resistencia.

Paisajes y activismo
El recorrido culmina con el paisaje, donde Leica se abre al silencio y la contemplación. José Manuel Navia nos lleva a «Villar de Cantos» con su mirada literaria, capaz de hacer que cada rincón cuente. Joe Greer captura la luz de verano con una delicadeza que parece pintura impresionista. Jeff Share, en Estados Unidos, explora los pasos montañosos y la naturaleza abierta, mostrando cómo el paisaje es también espacio de memoria y emoción.
La fotografía de Jeff Share en el Paso Cottonwood no es solo un paisaje, es la síntesis de un momento histórico. A mediados de los años ochenta, en plena Guerra Fría y con el miedo constante a un conflicto nuclear, un grupo de activistas decidió recorrer Estados Unidos de costa a costa bajo una misma consigna: exigir el desarme nuclear mundial.
La marcha, que duró casi nueve meses en 1986, atravesó montañas, carreteras, desiertos y ciudades, y reunió a centenares de personas de distintas edades y nacionalidades. Jeff Share, cámara en mano, se unió a ellos en el camino, no como un observador distante, sino como un compañero de ruta. Esa cercanía le permitió capturar no solo las grandes escenas, sino también los detalles íntimos: la fatiga, la camaradería, la esperanza y la dureza del trayecto.
En el Paso Cottonwood, en las Montañas Rocosas de Colorado, Share encontró una de esas imágenes icónicas. El paisaje abierto y monumental se convirtió en telón de fondo para los activistas, figuras pequeñas en comparación con la inmensidad de la naturaleza, pero cargadas de un mensaje poderoso. La foto transmite tanto el aislamiento y el esfuerzo físico de la marcha como la grandeza moral de quienes se enfrentaban con sus pasos a una amenaza global.
Evolución técnica
Gracias a este trabajo, Jeff Share ganó en 1987 el prestigioso Leica Oskar Barnack Award, que reconoce a fotógrafos capaces de mostrar la relación del ser humano con su entorno. Su serie no solo documenta una protesta, sino que captura el espíritu de una época marcada por la tensión nuclear y el anhelo colectivo de paz.

La muestra se completa con una selección de cámaras históricas, desde la Leica I de 1925 hasta la Leica II de 1932, además de documentos y piezas del Ernst Leitz Museum en Wetzlar. Objetos que no solo muestran una evolución técnica, sino que cuentan cómo la estética y la innovación fueron de la mano en este siglo de imágenes.
Recorrer Leica. Un siglo de fotografía es atravesar cien años de memoria. Es detenerse en una calle de París bajo la lluvia, en una Habana revolucionaria, en un seminario donde un balón rompe la solemnidad, en los ojos de una refugiada afgana, en el silencio de un paisaje castellano.
Porque fotografiar nunca ha sido solo captar un instante. Es narrar una historia, dar voz a los olvidados, rescatar la belleza, construir memoria. Leica lo ha hecho posible durante cien años. Y esta exposición en Madrid no solo celebra su legado, sino que nos recuerda algo esencial: el verdadero poder de la fotografía está en la mirada.