La guerra al francés continúa en Tejas
Tras Waterloo, muchos militares franceses huyeron a América. Algunos de ellos «invadieron» Tejas, que era española

Los «soldados de cuera», que se parecían a los garrochistas de la batalla de Bailén, defendían a España en Tejas.
La Guerra de Independencia ha sido la más salvaje de la Historia de España, con un millón de muertos entre todas las partes, el doble que la Guerra Civil de 1936-39. Napoleón utilizó hábilmente la intriga y la traición para apoderarse de nuestro país. Invocando la alianza franco-española del Tratado de Fontainebleau, exigió el envío de un ejército español para que se uniese a los franceses en la conquista de Suecia, en la otra punta de Europa. En 1807 Carlos IV envió allí al marqués de La Romana con 14.000 hombres que eran lo mejor del ejército español. Por ejemplo, la numerosa caballería de La Romana dejó sin caballos válidos a los regimientos que quedaron en España.
Por otra parte, numerosas fuerzas francesas «aliadas» fueron entrando en España, teóricamente para dirigirse a la conquista de Portugal, aunque en realidad iban ocupando las plazas, aprovechando el vacío dejado por las tropas españolas enviadas a Escandinavia o Portugal. En marzo de 1808 Fernando VII dio el golpe de Estado conocido como Motín de Aranjuez, en el que le arrebató la corona a su propio padre Carlos IV. Y al mismo tiempo, el mariscal Murat, cuñado de Napoleón, ocupó Madrid con una división completa. En mayo de 1808, Murat disponía de 116.000 hombres desplegados por España, 30.000 alrededor de Madrid. Frente a ellos, la guarnición española que había quedado en la capital era de 3.000 hombres.
Por eso fue el pueblo quien inició la resistencia frente a la invasión francesa el Dos de Mayo en Madrid, por eso fueron los alcaldes de Móstoles los que firmaron la declaración de guerra al francés, y por eso la contienda que duró de 1808 a 1813 fue el primer ejemplo de «guerra popular» de la Historia.
Los acontecimientos bélicos siguieron el mismo patrón durante cinco años. Las autoridades locales improvisaban ejércitos con animosos voluntarios carentes de instrucción militar, que al primer encuentro en batalla campal con el ejército francés eran derrotados sin paliativos. Incapaces de realizar una retirada ordenada, huían a la desbandada, se iban al monte y se convertían en guerrilleros. Así, cada victoria francesa incrementaba la guerrilla española, contra la cual no sabían luchar los franceses.
La guerra de guerrillas no seguía las normas, era una sucesión de golpes de mano, puñaladas por la espalda, cortes de línea de suministros, terrible crueldad con el francés, que este respondía con una brutal represión. Porque no solo luchaban los guerrilleros, cualquier español, hombre, mujer, niño o fraile, era un combatiente oculto. En la típica escena, una columna francesa pasaba ante un campesino que cavaba la tierra, ignorándolos. Pero poco después llegaba un soldado francés rezagado, y el campesino le abría la cabeza con su azada al pasar ante él.
Napoleón llamó a aquel conflicto «la úlcera española», que costó la vida a 300.000 soldados franceses, más que la campaña de Rusia, que se considera la máxima derrota del emperador. Por parte española hubo 500.000 muertos, civiles en su inmensa mayoría, 25.000 de ellos guerrilleros. Sumando los portugueses y británicos del ejército de Wellington, un millón de muertos. El reportaje gráfico de esa matanza está en Los Desastres de la Guerra de Goya.
El odio que generó Napoleón en España fue inmenso, aunque hubiese algunas minorías intelectuales y políticas que comprendiesen que Napoleón y su hermano, el rey impuesto Jose I, representaban el progreso y la modernidad frente al absolutismo borbónico. Fueron los afrancesados y tuvieron que irse al primer gran exilio de la Historia de España, que ha conocido varios.
Por eso, cando llegaron noticias de que numerosos antiguos soldados de Napoleón habían invadido los territorios españoles de América, en concreto de Tejas, hubo una reacción inmediata. ¡Hay que echar al francés de Tejas!
Campo de asilo
Waterloo supuso el final definitivo de la epopeya napoleónica. Tras su derrota, el emperador intentó huir por mar a Estados Unidos, el único país amigo. Había sido un aliado natural de la República Francesa por afinidad ideológica y por hostilidad a Inglaterra, y cuando Napoleón se convirtió de cónsul (jefe del Estado republicano) en emperador, mantuvo su apoyo. Los británicos interceptaron a Napoleón y lo confinaron por vida en la lejana isla de Santa Helena, pero muchos oficiales de su ejército sí que lograron alcanzar el refugio de Estados Unidos, incluido su hermano José, el que había sido rey de España.
Otros viajaron a Sudamérica y pusieron sus espadas al servicio de los «Libertadores», Bolívar y San Martín, que luchaban contra España por la independencia. Estos veteranos de cien batallas, con la fama de progresistas que les daba ser hijos de la Revolución Francesa, fueron recibidos con los brazos abiertos en las dos Américas.
Muchos de ellos se organizaron en comunidades, para mantener su identidad y asegurarse medios de vida. El Congreso de los Estados Unidos les ofreció, por ejemplo, un amplio terreno de 370 kilómetros cuadrados en lo que luego sería estado de Alabama, donde los generales Lefebvre-Desnouettes y Lallemand fundaron la Colonia de la Vid y el Olivo. Llevaron gran número de plantadores franceses huidos de la rebelión de los esclavos negros de Haití y pusieron en marcha una explotación que contribuyó al desarrollo de la economía algodonera de Alabama. Llamaron al territorio Marengo County, en conmemoración de una de las grandes victorias de Bonaparte, y fundaron una capital que bautizaron Aigleville, la Ciudad del Águila, el animal heráldico de Napoleón.
Los jefes del proyecto habían formado parte de la crema del ejército napoleónico, pues ambos eran generales de la Guardia Imperial. En la batalla de Waterloo Lallemand había mandado la Artillería a pie de la Guardia y Lefebvre-Desnouettes la División de Caballería Ligera de la Guardia. Por supuesto, ambos habían luchado en España, donde Lefebvre-Desnoutettes dirigió al ejército francés en el Primer Sitio de Zaragoza, y Lallemand fue jefe de una brigada de caballería. Los dos estaban condenados a muerte en Francia por su adhesión a Napoleón.
Dos personalidades tan fuertes debieron chocar, y Lallemand decidió iniciar otro proyecto por su cuenta, para lo cual robó los fondos de la Colonia de la Vid y el Olivo. Con ese dinero compró 100.000 acres de terreno en Tejas, que era territorio español, en la época el límite septentrional de nuestro Imperio en América. Tejas era un inmenso país muy poco poblado, lo que atraía colonos de los vecinos Estados Unidos.
Lallemand consiguió reunir 400 colonos franceses, entre los que estaba el general Antoine Rigaux, que había mandado una brigada de coraceros en España. Dadas sus características fundaron una «colonia militar» cerca de la ciudad de Galveston, que bautizaron con el nombre nada poético, pero significativo, de Champ d’Asile, Campo de Asilo. En el terreno escogido hubo en tiempos pasados un fuerte español, tenía, por tanto, condiciones para la defensa, y los franceses levantaron no uno, sino cuatro fuertes, a los que dotaron de cañones. No es de extrañar que estos bravos soldados, que habían dominado Europa durante tantos años, se sintieran soberanos en su Campo de Asilo, y llegaron a acuñar moneda, uno de los elementos fundamentales de la soberanía. Su dinero tenía grabado por una cara un gallo, animal totémico francés, y por la otra un soldado trabajando la tierra, en alusión a su propia situación.
Además, allí cerca, junto a Galveston, existía otra «República independiente» francesa, la del pirata Jean Lafitte. Lafitte era todo un personaje, pirata y tratante de esclavos, había combatido junto a los americanos cuando los ingleses desembarcaron en Nueva Orleans, y había negociado con las autoridades virreinales españolas para defender los intereses españoles en la zona de Galveston, aunque se sospechaba que era un traidor y que hacía doble juego con los independistas mejicanos.
Todas estas circunstancias exigían una reacción contundente de España, y a mediados de 1818 el coronel Antonio Martínez, gobernador de Tejas, ordenó al capitán Juan de Castañeda avanzar hacia el Nordeste, hasta el río Sabinas que marcaba la frontera con la Luisiana estadounidense, para «pasar a cuchillo cuantos españoles y extranjeros haya establecidos sin permiso del gobierno español, destruyendo cuanto pudiere servirles».
Castañeda partió al frente de una columna de 240 hombres, y mandó por delante unos emisarios para que advirtiesen a los norteamericanos que su expedición solo pretendía limpiar la zona de facciosos enemigos de España, que no tenían intención de invadir territorio estadounidense. La marcha fue muy penosa, llevaron raciones para 50 días, pero se prolongó mucho más, y «una estación seca nunca vista» dejó a los caballos en un «estado enteramente inútil de servicio».
Pese a todo y con «innumerables penas y trabajos», según escribiría Castañeda en un informe, alcanzaron sus objetivos, expulsaron de Galveston a unos «revolucionarios» (independistas mejicanos) que se habían implantado allí bajo el mando de otro general francés, Jean Joseph Humbert, y destruyeron los fuertes franceses del Campo de Asilo, desmantelando la colonia bonapartista.
La guerra contra el francés culminaba así en Tejas, aunque tres años después el Virreinato de Nueva España logró la independencia, y los franceses volverían a instalarse en la Tejas mejicana. Pero eso es ya otra historia.