¿Era más libre la prensa en los años del Watergate?
Las amenazas de Trump a los medios, una llamada de atención para todo el mundo, incluida España

Imagen de archivo.
La reciente muerte de Robert Redford hizo que muchos volviéramos sobre el caso Watergate. El actor y director fue el alma de Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), la película que, aún hoy, sigue siendo el símbolo de la labor de la prensa como vigilante de los desmanes del poder. Medio siglo después de aquel homenaje a la labor periodística, resulta inevitable preguntarse si los medios son más libres hoy que entonces.
El destino quiso que la desaparición de Redford coincidiera con una semana especialmente negra para la libertad de expresión. Las alarmantes noticias llegaban desde Estados Unidos. La administración Trump había provocado que una de las grandes cadenas de la televisión, la ABC, suspendiera el programa de una de sus estrellas, Jimmy Kimmel. ¿El motivo?, que el presentador del late show sugirió que se había intentado «caracterizar a este chico que mató a Charlie Kirk como algo distinto» a los seguidores del movimiento pro Trump MAGA (Make America Great Again). La torticera interpretación del presidente fue que el asesino era un seguidor suyo.
Las coacciones de Trump a la prensa vienen de antiguo, como mínimo desde su primer mandato presidencial. Martin Baron, director del Washington Post durante aquellos años, las relata con precisión en sus memorias, Frente al poder (La Esfera, 2024). Pero el asesinato en Utah del influencer tan admirado por presidente marcó un antes y un después en la desbocada polarización de la sociedad norteamericana. El tratamiento que ofrecieron los medios del mortal atentado fue utilizado por el presidente y sus seguidores para redoblar su lucha contra la prensa.
Tras el despido de Kimmel, se comenzó a hablar de una nueva era de oscuridad para la libertad de expresión. Stephen Colbert, su directo competidor en el programa nocturno de la CBS, ha asegurado que se trataba de «una censura flagrante» y que, «con un autócrata, no se puede ceder ni un ápice». Congresistas del Partido Demócrata, por su parte, han denunciado «una cruzada de Trump contra sus críticos».
El despido del presentador de la ABC ha sido solo un episodio. A él habría que añadir las amenazas del presidente con quitar la licencia de emisión a las cadenas nacionales críticas y a las emisoras locales asociadas a ellas. A su regreso el jueves de su triunfal viaje a Reino Unido, el presidente declaró a los periodistas que le acompañaban en el Air Force One que había leído «en algún sitio que las cadenas estaban en un 97% en mi contra, ofrecían un 97% de informaciones negativas sobre mí, y aun así gané las elecciones fácilmente». Y añadió que, en esta situación, tal vez lo mejor es que las cadenas pierdan sus licencias de emisión.
A todo ello, hay que sumar la batalla judicial de Trump contra su principal enemigo, el New York Times, al que ha demandado, junto a cuatro de sus redactores, en un tribunal de Florida. El presidente reclamaba 15.000 millones de dólares como indemnización por calumnias y difamaciones. Según Trump, varios artículos y un libro fueron publicados de forma «maliciosa», con intención de «dañar su reputación personal, empresarial y política». Afortunadamente, según se ha sabido este fin de semana, el juez no ha admitido a trámite la demanda. Unas semanas antes, el presidente había demandado a otra gran cabecera, The Wall Street Journal, propiedad de su viejo amigo Rupert Murdoch, por publicar la felicitación con un dibujo erótico que Trump envió al delincuente sexual Jeffrey Epstein por su 50 cumpleaños. Los principales medios cuentan con sólidos equipos de abogados para defenderse, pero muchos de los pequeños, están muriendo asfixiados por las demandas a las que no pueden hacer frente.
Cualquiera puede argumentar que todo esto está sucediendo lejos de nosotros, que bastante tenemos con lo que tenemos. Sin embargo, no hay que olvidar que cuanto sucede en Estados Unidos marca tendencia en el mundo entero. Aquí, en España, hemos padecido, y seguimos padeciendo, episodios muy similares al despido de Jimmy Kimmel. Hemos asistido a la destitución de directores por presiones políticas y financieras, a persecuciones y desacreditaciones de cabeceras y periodistas molestos, a presiones y amenazas por parte del propio Gobierno.
La percepción de que los medios eran más libres en la época del Watergate cunde cada vez con más consistencia. En Estados Unidos, hoy sería inverosímil pensar que una investigación periodística pudiera tumbar a Trump. En España, nos encontramos en un momento crítico a la espera de saber cuántas corruptelas es necesario denunciar para tumbar a un presidente. Las sombras que amenazan a la libertad de expresión, allí y aquí, están a punto de poner en peligro la propia democracia. Los Nixon de hoy día cuentan con armas tan sofisticadas y letales que para sí hubiera querido el corrupto presidente dimisionario. El populismo, las redes sociales, la polarización, la oficialización de la mentira, la falta de escrúpulos están haciendo posible que nuestros gobernantes asuman con total naturalidad la restricción de las libertades, con la vieja excusa de evitar un imaginario mal mayor.