El Foro Romano: historia de un espacio arruinado
El historiador Santos Salazar repasa en un libro el pasado y presente del espacio más emblemático de la vieja Roma

'Campo Vaccino', Claudio de Lorena, 1636. | Wikimedia Commons
Cuando paseamos por Roma, ¿qué Roma vemos? ¿La de los emperadores, la de los papas, la de los turistas en pantalón corto y sandalias? ¿Todas a la vez? Caminar por la Ciudad Eterna es hacerlo por el filo de un espejismo porque no existe una sola Roma y a la vez todas están dentro de esta. «Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!», escribió Francisco de Quevedo en el siglo XVII. Ya el poeta iba a la caza de un fantasma y escribía desde una melancolía que no es de su cosecha exclusiva. Este sentimiento acompaña a la capital italiana casi desde el ocaso del Imperio y alcanzó su cenit en el Romanticismo. La idea de que, como cualquier tiempo pasado, también cualquier Roma pretérita fue mejor.
Igor Santos Salazar (Baracaldo, 1978), profesor de Historia Medieval en la Universidad de Trento, ha querido ir a la raíz de los clichés de uno de los lugares más señeros del planeta. En su libro El Foro Romano. La invención de un espacio arruinado (Athenaica) levanta con erudición las capas con que el tiempo y las generaciones han ido cubriendo esta gran plaza pública. Lo hace sin prejuicios y sin dejarse asediar por el academicismo: «Más se mira Roma (o cualquier lugar) desde la torre de marfil de una supuesta alta cultura y más uno se arriesga a perder el pulso de la vida, de la verdad de sus historias» confiesa en conversación con THE OBJECTIVE.
Para empezar, Santos Salazar niega el mayor estereotipo asociado al Foro: la destrucción por parte de los bárbaros. Lo cierto es que, contra la imagen legada por la iconografía y la cultura popular, la célebre plaza permaneció casi intacta hasta varios siglos después, con ligeras modificaciones. Durante el saqueo de Alarico (410 d. C.), explica el autor a este periódico, «el Foro apenas fue alcanzado por el fuego o la destrucción; los saqueos tenían objetivos mejores, que reportaban más beneficio a sus autores. Roma sufrió en el siglo V tres saqueos (410, 455, 470) y el foro continuó siendo el ombligo político romano hasta bien entrado el siglo VIII».
Pero hasta hoy el mito pervive: «Es más fácil hablar de la violencia y de los bárbaros que concentrarse sobre los mecanismos de evolución de la retórica política romana y del evergetismo de sus élites entre, digamos, Constantino y el papa Zacarías… Si hablas de un Alarico ensangrentado amenazando matronas romanas tendrás más likes, y me parece muy triste pero muy normal».
Existe el peligro, además de comprar el relato apócrifo de la destrucción del Foro –que, según esta concepción, arrastraría su imagen arruinada desde la misma caída del Imperio hasta hoy–, de ceder a la sugerente fantasía melancólica de la gloriosa Roma sepultada y vejada por el tiempo. Un cliché barroco. Desde luego, la imagen que se nos ha legado del conocido como Campo Vaccino es potente: numerosos testimonios de viajeros y un gran corpus de pinturas del Foro cuando en esta área se encontraba el mercado de vacuno y era posible ver pastar a vacas y ovejas junto a las columnas y los pórticos. Desde el siglo XVI hasta la ocupación napoleónica y las primeras excavaciones, el Foro fue el Campo Vaccino, en su mayoría expedito o, ya en el XVIII, atravesado por dos hileras de olmos.
Cliché romántico
Michel de Montaigne fue uno de los primeros autores en glosar esta imagen melancólica, que se extiende a los primeros viajeros del Grand Tour y a los escritores románticos. Todos ellos, señala Santos Salazar en el libro, «se rasgan las vestiduras por una Roma perdida, únicamente presente en sus fantasías y sus lecturas febriles». Lo cierto, explica el autor, es que «el Foro continuaba siendo el centro artesanal y productivo que siempre fue, a pesar de los deseos de pureza, tan opuestos a la realidad, de los intelectuales cegados por los altisonantes restos antiguos».
En estos siglos su imagen ya es diferente a la de los tiempos de Alarico, por fuerza. El mercado de las antigüedades y las vistas y postales de Roma crece al calor de esa nostalgia letrada. Los viajeros confluyen de todo Europa en busca de un pasado que nunca es posible capturar en su esencia. El propio Goethe asume que son sus contemporáneos, y no Alarico o las vacas, quienes han dañado más la ciudad vieja: «Aquello que han respetado los bárbaros lo han destrozado los constructores de la nueva Roma».
El libro de Santos Salazar se rebela contra la idea común en torno a la arqueología de que «basta desenterrar para encontrar la verdad del pasado». Lo que viene a decir que el Foro nunca se ha detenido y por tanto buscar a Roma en Roma es un empeño casi de la fantasía.
Intervención de Mussolini
La apariencia actual del Foro y su entorno debe mucho, en el mal sentido, a Benito Mussolini, que abrió la Via dell’Impero y desalojó a la población de la zona con el fin de identificar al nuevo Estado italiano con la vieja Roma. «La construcción de una avenida pensada únicamente para la propaganda militar, supuso la destrucción de más de 40.000 metros cuadrados de superficie construida», explica en el libro.
Hoy, el Foro es un parque arqueológico «carente de vida» con el futuro asegurado como tal, dado el incesante interés de los turistas por la capital italiana. «Muchos son los que llegan al Foro aunque sea sólo para tener un selfie entre ruinas que no entienden» –señala Santos Salazar–. «Y eso está íntimamente ligado con el overtourism. La masificación degrada todos los espacios. De igual manera, las autoridades no imponen un freno por los pingües beneficios que se obtiene a través de la venta de entradas. Dicho esto, en mi visita al foro también yo era gente…»
Todos somos irremediablemente gente, pululando entre piedras y fantasías, a la busca de una ciudad que no solo no existe sino que quizás jamás haya existido.