Ha muerto la diosa del Gatopardo
Claudia Cardinale ha fallecido esta semana. Fue la rutilante estrella de la mejor película histórica que se ha hecho

Claudia Cardinale y Burt Lancaster bailan un vals inédito de Verdi en el Gatopardo. Visconti se recreó 25 minutos en la secuencia del paile.
Giuseppe Tomassi di Lampedusa no conseguía publicar su novela. No era un escritor conocido, en realidad no era un escritor, era un diletante que se había animado a escribir después de asistir a una serie de reuniones con literatos. Él era, simplemente, un príncipe. Príncipe de Lampedusa, duque de Palma di Montechiaro y nada más, nunca había trabajado en nada, no había ido a un centro de enseñanza hasta los 15 años, siendo educado en casa por su madre, su abuela y una institutriz. Pero de muy pequeño había asistido a una representación de Hamlet, por una compañía profesional, en el teatro de su palacio de vacaciones, ventajas de pertenecer a la más rancia nobleza siciliana.
Estudió un año en la Facultad de Derecho de Roma, pero estalló la Gran Guerra y, nobleza obliga, tuvo que ir al frente como oficial. Tuvo la desgracia de participar en la catástrofe de Caporetto, donde los austriacos cogieron 300.000 prisioneros, y otros 400.000 soldados italianos desertaron. El príncipe de Lampedusa no huyó y fue de los prisioneros. Lo llevaron a un campo de concentración en Hungría, pero consiguió escapar y volvió a pie a Italia. Después de esa hazaña agónica, debió decidir que nunca volvería a darse mala vida, y se dedicó a viajar por Europa, siempre en compañía de su madre, la princesa Beatrice Mastrogiovanni Tasca di Cutò, y a estudiar las literaturas extranjeras, su gran pasión. En Londres conoció a una aristócrata rusa que era una famosa psicoanalista, Alexandra Wolff Stomersee, y se casaron, pero ella se llevaba mal con la suegra y entre su esposa y mamá, el príncipe eligió a mamá y se separaron. Hasta la muerte de la princesa Beatrice no volvería a vivir junto el matrimonio.
¿Qué podía escribir un personaje así? Un culebrón familiar de nobles trasnochados, pensaron tanto en Mondadori como en Einaudi, dos grandes sellos del mundo editorial italiano, a los que había llevado Il Gattopardo, una novela que había escrito entre 1954 y 1957. Era casi una autobiografía de su estirpe, un fresco histórico sobre el Risorgimento, «un bodrio» pensaron los editores. Su negativa pilló al príncipe de Lampedusa en el peor momento, enfermo de un cáncer terminal, y se murió apenado: para una vez que había intentado trabajar en su vida, había fracasado.
Pero el príncipe de Lampedusa tenía muchas relaciones en el ámbito intelectual y artístico, y una hija de Benedetto Croce le dio a leer Il Gattopardo a Giorgio Bassani, uno de los grandes nombres de la literatura italiana moderna, que se entusiasmó y convenció a Feltrinelli de que la publicasen.
Anoten este nombre, Giangiacomo Feltrinelli, porque es otra clave de la Historia de Italia contemporánea. También era noble, pero además su familia era de las más ricas de Italia. Los Feltrinelli eran magnates de la banca, la tecnología, la construcción y la importación. Cuando Mussolini montó su República de Saló al final de la Segunda Guerra Mundial, escogió para vivir la Villa Feltrinelli, una de las mansiones de vacaciones de la familia.
Naturalmente Giangiacomo salió rojo. Durante la guerra participó como partisano en la Resistencia comunista, y en la posguerra montó una editorial progresista que cosecharía éxitos mundiales. Feltrinelli fue quien dio a conocer al mundo El doctor Zhivago, de Boris Pasternak, que sacó clandestinamente de Rusia y tradujo al italiano, y también rompió el boicot que la censura norteamericana había impuesto, por inmoral, sobre Trópico de Cáncer, de Henry Miller.
Pero ser un intelectual de izquierdas en Italia le venía corto, viajó por el mundo, se hizo amigo de Fidel Castro y de Ho Chi Min, el líder vietnamita que dirigía la guerra contra Estados Unidos. Incluso fue hasta la guerrilla boliviana, siguiendo los pasos del Che Guevara, de quien publicaría el Diario de guerrilla. Y al volver a Italia pasó a la clandestinidad, fundó un grupo terrorista llamado Grupos de Acción Partisana (GAP), y murió cuando le estalló una bomba que estaba colocando en una instalación eléctrica para hacer un sabotaje.
Ese era el hombre que se atrevió a publicar en 1958 el «culebrón de príncipes» de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Dos años después, Il Gattopardo llevaba más de 50 ediciones y se había convertido en el mayor éxito de ventas de la literatura italiana moderna.
Llega el cine
Nos falta otro personaje parejo a los anteriores, aunque parezca difícil estar a la altura del príncipe de Lampedusa y el terrorista Feltrinelli: el cineasta Luchino Visconti.
Luca Visconti di Modrone, conde de Lonate Pozzolo, pertenecía a una estirpe ducal con raíces en la Edad Media por su padre, y a los mayores magnates de la industria farmacéutica por su madre. También era inevitable que saliera rojo como Feltrinelli, aunque de otro estilo, porque era un esteta y un esclavo de su pasión homosexual. Creció en el ambiente adecuado para desarrollar su sensibilidad exquisita, porque su familia no solamente mantenía económicamente la Scala de Milán, el primer templo mundial de la ópera, sino que llevaba la gestión, su abuelo y su tío fueron sucesivamente superintendentes del Teatro alla Scala. Visconti estudió música con Puccini y Toscanini, y dirigiría numerosas óperas.
Parecía que el mundo de la ópera sería su ámbito, pero a los 18 años se fue a París e intimó con Coco Chanel, que le presentó a Jean Renoir. Antes de los 20 años se había convertido en ayudante de dirección y diseñador de vestuario de uno de los grandes nombres del cine francés. Su familia le libró de ir a la guerra y, en vez de eso, en 1943 realizó su primera película, Obsesión, que hacía trizas toda la moral del cine fascista y fue una adelantada del surrealismo.
Se afilió al Partido Comunista y colaboró con la Resistencia antifascista en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Luego formó parte de la legión de cineastas que crearon el surrealismo, haciendo un cine social de mensaje marxista. En 1954 hizo una incursión en el cine histórico, Senso, ambientada en las luchas por la unidad de Italia, como El Gatopardo. Fue una película fallida, el éxito de público —la crítica ya lo había puesto por las nubes— lo lograría en 1960 con Rocco y sus hermanos, protagonizada por un guapísimo Alain Delon, y donde tenía un pequeño papel otra belleza recién llegada al cine italiano, Claudia Cardinale. Rodearse de criaturas bellas era indispensable para los rodajes de Visconti.
Visconti vio la ocasión de lucirse en El Gatopardo, donde Lampedusa había reflejado las vivencias de su estirpe nobiliaria en el momento en que parecía que iba a desaparecer. En la década de 1860-1870 se hundieron dos mundos, el del Papa-rey, que desde hacía un milenio gobernaba desde Roma un estado territorial que abarcaba buena parte de Italia, y el del Reino de las Dos Sicilias (Sicilia y Nápoles), fundado por los normandos en la Edad Media, de soberanía española entre los siglos XV y XVIII, y en manos de una rama menor de los Borbones de España en el siglo XIX. Ambos estados, los más antiguos de Italia, fueron barridos por el Risorgimento (Resurgimiento) el movimiento que pretendía la unificación de Italia bajo el signo de la modernidad y el progreso.
Pero los que habían sido poderosos durante siglos tenían recursos para conservar sus privilegios, aunque fuese al precio de perder el honor. Ese es el drama histórico y familiar que nos cuenta Lampedusa en El Gatopardo, protagonizado por una encarnación del orgullo familiar, el príncipe de Salina. Para interpretar este papel, Visconti, amante de provocar, cometió el sacrilegio de recurrir a una estrella de Hollywood, Burt Lancaster.
Era premisa del cine de Visconti que los actores fuesen guapísimos, y la réplica a un Burt Lancaster lleno de orgullo de casta se la daría Alain Delon, que interpretaba al sobrino un tanto canalla que se ocupa de conservar los privilegios mediante el oportunismo político y el matrimonio de conveniencia con una plebeya, representante de la burguesía que se ha convertido en la clase dominante. Delon daba bien este perfil porque él mismo era un canalla, había sido chapero en una zona de prostitución de París, y apareció en el mundo del cine cuando Jean-Claude Brialy, un actor que era bisexual, lo lució como su novio en el Festival de Cannes de 1956.
Faltaba una actriz y Visconti llamó a Claudia Cardinale, para interpretar a la burguesa que da la réplica a los dos aristócratas, y lo cierto es que Claudia se comió a dos monstruos como Burt Lancaster y Alain Delon. Claudia tenía solamente 24 años, pero ya había enamorado al mundo entero con su belleza irresistible en La chica con la maleta, y en esos momentos Federico Fellini la tenía de musa para un film de culto como Ocho y medio, que estaba rodando en Roma.
Pero no se le decía que no a Visconti, y Fellini tuvo que aguantarse y compartir a su estrella. Aunque parezca mentira, Claudia Cardinales fue capaz de rodar a la vez Ocho y medio en Roma y El Gatopardo en Sicilia. Y de propina, ese mismo año rodó La Pantera Rosa, una superproducción americana con David Niven y Peter Sellers.
Claudia Cardinale falleció a los 87 años en su casa de París el pasado martes, dejando detrás una filmografía de 130 títulos, pero es opinión unánime que su momento de mayor esplendor fue el largo baile del vals con Burt Lancaster en El Gatopardo, la mejor película histórica de la Historia del Cine.