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Hunter S. Thompson sigue vivo

Veinte años después, se investiga si la muerte del padre del “periodismo gonzo” fue suicidio o asesinato

Hunter S. Thompson sigue vivo

Un fotograma de 'Miedo y asco en Las Vegas', película inspirada en la novela de Thompson. | Universal Pictures

Estaba claro que al atormentado padre del «periodismo gonzo» no le iban a dejar descansar en paz ni en su propia tumba. Meses después de que se cumpliera, con más pena que gloria, el vigésimo aniversario de su muerte, los amantes de aquel irreverente genio leímos estupefactos un escueto comunicado. «El Departamento de Investigación de Colorado investiga en estos momentos una revisión del caso de la muerte del reconocido periodista y autor Hunter S. Thompson, bajo sugerencia de la Oficina del Sheriff del condado de Pitkin, que siguió una solicitud de su viuda, Anita Thompson».

El sheriff Michael Buglione, al que imaginamos como los sheriffs con los que Thompson se tropezaba de vez en cuando por el desierto, explicó, con la cara de hastío propia de a quien hacen perder el tiempo, que no hay nueva evidencia que sugiera que hubo algo ilícito, pero que se esforzaría en «desechar las dudas pendientes».

Con cierta sorna, el sheriff dijo «comprender el profundo impacto que Hunter S. Thompson tuvo en esta comunidad». Y añadió: «Al traer una agencia externa para una nueva revisión, esperamos ofrecer un análisis definitivo y transparente que pueda brindar tranquilidad a su familia y al público».

Anita Thompson, que ha pedido la reapertura del caso, fue la segunda mujer de Thompson. Solo estuvieron casados dos años, de 2003 a 2005, año de la muerte del escritor. Ya había estado casado durante 17 años, entre 1963 y 1980, con su novia del instituto, con la que tuvo su único hijo, Juan. 

Hunter S. Thompson, un salvaje alarido de libertad y parodia
Hunter S. Thompson, en 1990, saliendo de declarar por cinco delitos relacionados con posesión de drogas y explosivos. | Ed Andrieski (AP)

¿Qué hubo de extraño en la muerte de Hunter S. Thompson (HST)? Mucho, como en su propia vida y obra. Pero depende, sobre todo, de a quién se le pregunte. El escritor se encontraba en su «Owl Farm», en Woody Creek (Colorado), un recinto que sus biógrafos califican de «complejo fortificado». Habían ido de visita su hijo Juan, su nuera y su nieto. Su esposa, Anita, se encontraba reposando en el exclusivo Aspen Club, a apenas quince minutos de la granja. Hablaba por teléfono con Hunter, cuando oyó que este amartillaba su arma, aunque no identificó el ruido.

Según un periódico local, durante esa conversación, el escritor pidió a su mujer que volviera a casa para ayudarle con una columna, que debía escribir para la cadena deportiva ESPN, y a continuación dejó el teléfono móvil sobre la encimera. Nada indicaba que preparara su suicidio. Anita diría más tarde que había confundido el sonido del amartillado del arma con el de las teclas de la máquina de escribir y colgó, mientras el escritor, supuestamente, apretaba el gatillo y se disparaba mortalmente en la cabeza.

Por su parte, su nuera y su nieta, que se encontraban en la habitación contigua de la casa, oyeron el estruendo, pero creyeron que se había caído un libro al suelo y no le dieron mayor importancia. Fue más tarde cuando su hijo, Juan, encontró el cadáver.

Los hechos que ocurrieron a continuación fueron los que levantaron las sospechas. Según el informe policial y los registros del teléfono móvil de Anita, su hijo llamó a la policía media hora después de la muerte de Thompson y, para celebrar la muerte de su padre, disparó al aire tres tiros de escopeta. En el citado informe se asegura, además, que en la máquina de escribir había una hoja en la que figuraba la fecha, 22 de febrero de 2005, y una única e intrigante palabra: «consejero». 

Ese mismo día, Juan hizo público un escueto comunicado de prensa. «El doctor Hunter S. Thompson terminó con su vida disparándose en la cabeza en su recinto fortificado de Woody Creek (Colorado). Hunter guardaba celosamente su intimidad, así que rogamos que sus amigos y admiradores respeten esa intimidad y la de su familia».

La tesis favorable al suicidio avala lo mal que llevaba HST su deterioro mental y físico, que le carcomía. Alcohol, cocaína y todo tipo de estupefacientes durante muchos años habían trastornado al escritor hasta el punto de, en ocasiones, confundirse a sí mismo con sus propios personajes. Atravesaba una profunda depresión, consideraba febrero –mes en que murió– un mes «sombrío», tanto porque suponía el final de la temporada de fútbol americano, como por el severo invierno de Colorado. Además, estaba obsesionado con su edad –67 cuando falleció– y, según sus allegados, no paraba de murmurar «este chico se está haciendo viejo».

Un texto de Thompson para su esposa, que Rolling Stone publicó como «nota de suicidio», se titulaba de la siguiente manera: «Se acabó la temporada de fútbol americano». No puede ser más evocador, más puro Thompson. «No más juegos. No más bombas. No más caminatas. No más diversión. No más natación. 67. Eso son 17 años después de los 50. 17 más de los que necesitaba o quería. Aburrido. Siempre estoy de mal humor. No hay diversión para nadie. 67. Te estás volviendo codicioso. Actúa como si fueras viejo. Relájate, esto no te dolerá».

El funeral por HST no podía desmerecer la desmesura de su propia vida. Se celebró seis meses después de su muerte, el 20 de agosto de 2005, en la finca familiar de Owl Farm. Un enorme cañón fue colocado sobre una torre de 47 metros de altura, con forma de un puño con los pulgares sujetando un botón de peyote, símbolo utilizado en 1970 en su campaña para el puesto de sheriff del condado de Pitkin, Colorado. Sí, aunque parezca un despropósito, Thompson también quiso ser sheriff. Las cenizas del escritor fueron quemadas desde el cañón, con acompañamiento de fuegos artificiales de colores rojos, blancos, azules y verdes, mientras sonaba Spirit in the Sky, de Norman Greenbaum, y el Mr. Tambourine Man, de Bob Dylan.

La fiesta costó tres millones de dólares y fue financiada por Johnny Depp, íntimo de Thompson. «Solo he intentado asegurarme de que su última voluntad se cumplía. Solo quiero despedir a mi amigo como él quería», según el actor. Asistieron 280 personas, entre ellas los senadores John Kerry y George McGovern, el ilustrador Ralph Steadman, los actores Jack Nicholson, John Cusack, Bill Murray, Benicio del Toro y Sean Penn, y los músicos Lyle Lovett, John Oates, Jimmy Buffett y David Amram.

Las escuetas noticias que llegan ahora de Estados Unidos no especulan sobre las razones de esta insistencia en volver a abrir el caso. ¿Algún litigio pendiente sobre su herencia? ¿Un intento de subir la cotización del autor? ¿El descubrimiento de una mala praxis policial hace diez años? Cualquiera de ellas daría para un buen thriller. Al final, no hablamos de su grandiosa obra, desde Los ángeles del infierno Miedo y asco en Las Vegas. El personaje ha vuelto a devorar al autor. Y el personaje, a diferencia del autor, sigue vivo. Thompson de nuevo ha recurrido al periodismo gonzo hasta sus últimas consecuencias, hasta su propia resurrección.

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