Robert Capa: retratos y trincheras, la vida en primera línea
Una exposición en Madrid repasa la vida y obra del fotógrafo, desde la Guerra Civil española hasta la guerra de Indochina

Las tropas estadounidenses desembarcan en la playa de Omaha el Día D, Normandía, Francia, 6 de junio de 1944. | © Robert Capa (Centro Internacional de Fotografía - Magnum Photos)
Caminar por la Sala Picasso del Círculo de Bellas Artes en estos días es internarse en las rendijas del siglo XX, ver la violencia, la belleza y la compasión hechas luz, en blanco y negro, en color, en silencio y gritos fotográficos. Bajo la mirada del periodista e historiador Michel Lefebvre, comisario de la muestra, Robert Capa. ICONS se despliega como la mayor retrospectiva dedicada al fotógrafo en España hasta la fecha: más de 250 piezas originales, entre fotografías históricas, objetos personales y publicaciones de época, que permiten reconstruir no solo lo que vio Capa, sino lo que fue Capa.
El hombre que nació en Budapest en 1913 como Endre Ernö Friedmann y que decidió convertirse en Robert Capa –un nombre inventado junto a su compañera Gerda Taro para sonar más grande, más serio, más comercial– acabó transformándose en mito. El fotógrafo de guerras por antonomasia comenzó su viaje profesional con timidez: aprendiendo la técnica, tanteando el lenguaje de la luz. Pronto, sin embargo, se arrojó a la primera línea de la historia: la Guerra Civil española. Allí, entre las trincheras y los pueblos devastados, realizó la icónica fotografía Muerte de un miliciano, que aún hoy palpita como una de las imágenes más poderosas y controvertidas de la historia del fotoperiodismo.
La muestra recorre con pulso narrativo su trayectoria. Primero, «Capa antes de Capa» (1933-1936), donde se intuye ya su mirada, todavía balbuceante pero llena de promesa. Después: la Guerra Civil, donde el joven húngaro convertido en reportero se sitúa junto al frente republicano y revela la crudeza de un país desgarrado.
Más adelante, el visitante viaja a China, en plena invasión japonesa (1937-1938), donde muestra el desgarro humano en un conflicto lejano pero universal. Y la Segunda Guerra Mundial, su capítulo central: Túnez, Italia, Londres, Argelia, la liberación de París, Chartres, Leipzig, Berlín… En esas imágenes vibra el barro, el humo, el disparo, la cercanía extrema. Su célebre frase, «Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no estabas lo bastante cerca», se encarna de manera literal en Normandía, el 6 de junio de 1944, cuando fue el único fotógrafo de prensa que desembarcó con las primeras tropas en la playa de Omaha.
Bajo un fuego ensordecedor y con dos cámaras Contax empapadas por el mar, Capa logró capturar las que se conocen como The Magnificent Eleven, 11 imágenes borrosas y vibrantes donde los cuerpos difusos de los soldados avanzan entre agua, alambradas y metralla. Durante décadas se repitió la historia de que había tomado más de un centenar de fotografías y que casi todas se perdieron en un accidente de laboratorio en Londres, pero hoy, como explica un revelador vídeo incluido en la propia exposición, los historiadores sostienen que lo más probable es que Capa solo llegara a hacer esas 11 fotos: 11 destellos de verdad que, con su grano tembloroso, transmiten mejor que cualquier nitidez la brutalidad del día que cambió la historia.

La vida sin pólvora
El itinerario continúa en la Unión Soviética de Stalin, en reportajes donde trató de penetrar el hermetismo del régimen, y se adentra después en los últimos años: Oriente Próximo, la creación del Estado de Israel, la guerra de Indochina. En 1954, en este último conflicto, Capa perdió la vida al pisar una mina. Tenía solo 40 años. La exposición no esquiva ese final abrupto, que parece cerrar un círculo: el fotógrafo que siempre estuvo tanto demasiado cerca de la vida, como de la muerte.
Pero no todo fue guerra. La muestra ofrece también el respiro de los tiempos de paz: imágenes de moda, escenas turísticas, retratos, experimentos en color, rostros célebres como Picasso o Ingrid Bergman –con quien tuvo un romance. En esas fotografías se ve a otro Capa, el que miraba la vida sin pólvora, el que podía encontrar poesía en un gesto cotidiano, en una sonrisa, en la textura de la piel.
Durante esos años, Capa exploró también la fotografía como un medio para capturar la modernidad y el cambio social. Sus viajes a ciudades como Nueva York, París o Londres le permitieron retratar la vida urbana, los cafés, las calles y los espacios culturales, siempre con un ojo atento a la espontaneidad. Incluso en sus sesiones de moda y retratos de celebridades, se percibe su habilidad para revelar algo auténtico: un gesto, una mirada o un instante que, aunque alejado del conflicto bélico, conserva la intensidad emocional que caracterizó toda su obra.
En sus estancias en Deauville, la elegante localidad costera francesa, Capa capturó la sofisticación y el ocio de la sociedad de la época: playas, regatas, caballos, bañistas y paseos marítimos se convirtieron en escenarios donde la luz y el movimiento le permitían experimentar con la composición y el color. Allí, entre turistas y veraneantes, el fotógrafo mostró un lado lúdico y sensible, lejos del frente bélico. Sus imágenes de Deauville no solo retratan moda y glamour, sino también la vida cotidiana y la vitalidad de un mundo que Capa podía explorar con libertad, jugando con sombras, reflejos y gestos fugaces que cuentan historias silenciosas.

Magnum: libertad y revolución visual
La colaboración con Magnum Photos en esta muestra es esencial. La agencia –fundada en 1947 por el propio Capa junto a Henri Cartier-Bresson, David Chim Seymour y George Rodger– fue mucho más que un refugio profesional: supuso una revolución en la historia de la fotografía. Por primera vez, los fotógrafos podían retener los derechos de autor de sus imágenes, decidir cómo y cuándo se publicaban, y viajar a los lugares que querían cubrir sin la imposición absoluta de las revistas.
Magnum nació como una cooperativa de miradas libres, un bastión de independencia creativa y periodística. Que esta exposición no dedique un apartado específico a esa historia es, quizás, su única carencia, porque comprender Magnum es comprender la ambición de Capa no solo como testigo de guerras, sino como arquitecto de un nuevo orden visual en el periodismo.
Entre las vitrinas aparecen objetos que humanizan al mito: su cámara Leica, su máquina de escribir, su permiso de conducir. Son huellas íntimas que acompañan la épica, recordándonos que detrás del legendario fotógrafo había un hombre con rutinas, con dudas, con sueños truncados.
Y en el aire flota siempre la tensión que acompaña su obra: ¿qué significa fotografiar la muerte?, ¿cuál es la frontera ética de capturar el último aliento de un combatiente?, ¿es la belleza de la imagen un consuelo o una traición? Preguntas que permean toda la obra de Capa, y que aún hoy nos interpelan en una época saturada de imágenes instantáneas.
La exposición, más que un homenaje, es una conversación abierta con el pasado. Cada fotografía late como un fragmento de memoria colectiva, un recordatorio de que la historia no solo se escribe en libros sino también en disparos de cámara. Robert Capa no solo retrató guerras; retrató el corazón humano en su instante más frágil, en su instante más feroz. Y aunque su vida fue corta, cada imagen es una eternidad suspendida, una prueba de que la fotografía puede ser, como decía él mismo, «la verdad al instante».