El sudor también se lee: el romance entre deporte y literatura de Enrique Arnaldo
El magistrado del Constitucional analiza cómo el deporte se convierte en literatura y en espejo de la condición humana

El jurista Enrique Arnaldo en una imagen de 2021. | EP
La pasión humana por lo esférico es innegable. Respetamos la seguridad, a veces plomiza, casi siempre confiable, de la línea recta. Pero la curva nos seduce como el homicidio del aburrimiento. El ser humano no sabe estar aburrido. Lo gripa. Lo espanta. Para evitarlo, nació la esfera. Y apropiándose de manos y empeines, su encarnación más manejable: la pelota.
Si bien la lucha encarnó las primeras competiciones humanas, en tanto que heredera lógica de la violencia por sobrevivir a la que había que rendirse en los orígenes de la civilización, los juegos de pelota se revelan como la punta del iceberg en que la actividad deportiva se convertiría para los humanos. Así lo refleja el catedrático de Derecho Constitucional en la URJC y magistrado del Tribunal Constitucional, Enrique Arnaldo, en su ensayo El deporte en la literatura (2025, Espasa). Un recorrido de una profundidad epatante hacia las entrañas de la admiración y relevancia que el deporte –en todas sus vertientes– ha alcanzado en las artes escritas.
Redactado con singular fluidez y dotado de una amena y atinada bibliografía, el ensayo de Arnaldo constituye un almanaque privilegiado para quienes deseen bucear en los orígenes filosóficos que han ligado la actividad deportiva con algo más. Con un espíritu. Con una energía propulsada hasta el núcleo de los cuadros de mando creativos, que han hecho del fútbol, el boxeo, el béisbol, el baloncesto y tantos otros, protagonistas de miles de páginas.
En esta entrevista para THE OBJECTIVE, Enrique Arnaldo ahonda, brevemente, en algunos de los puntos fuertes de este ambicioso y logrado chequeo al cuerpo donde se reúnen la literatura y el sudor, el cuerpo y la mente, la ambición… allá donde se la quiera depositar.
Pregunta.- Lo primero que me ha llamado la atención del libro es la cantidad de documentación y bibliografía que manejas. Aun así, se lee con mucha ligereza. No se atraganta, lo cual no es fácil en un ensayo de esta magnitud. Y, aunque no soy muy aficionado al deporte, me he sentido muy reflejado en muchas de las historias y en muchos de los escritores que citas.
Respuesta.– Precisamente, muchos autores que uno no imaginaría interesados por el deporte lo abordan con una pasión sorprendente. Algunos lo convierten en una auténtica filosofía de vida. Sobre todo, los argentinos. Y también los mexicanos. En realidad, este libro nació un poco de ahí. Al principio iba a ser solo un artículo, pero empecé a recopilar citas y fragmentos donde aparecía el deporte, y el material creció tanto que acabé clasificándolo por temas. Me di cuenta de que detrás había un fenómeno mucho más amplio: el deporte como hecho literario y cultural.
P.- En el ensayo hablas de los valores del deporte, pero también de sus «disvalores». ¿Por qué te interesaba mostrar ese contraste?
R.- Porque el deporte no es solo nobleza, también tiene un lado oscuro. Por un lado, transmite valores como la limpieza, la dignidad, la confianza, el respeto o el trabajo en equipo. Pero también existen el fanatismo, la violencia o la corrupción. Es un reflejo de la condición humana. Y la sociedad actual proyecta en el deporte sus propias tensiones: la competitividad, el deseo de éxito, la necesidad de superarse. Es, en definitiva, un espejo de nuestro tiempo.
P.- Esa competitividad parece estar en el corazón del deporte. Lo mismo que en el de la sociedad moderna que, precisamente, cuando destacas en el ensayo que comienza el proselitismo deportivo y su edad dorada. ¿Es una fuerza positiva o destructiva?
R.- Puede ser ambas cosas. La competitividad es buena cuando te lleva a mejorar, a superarte a ti mismo. Pero puede ser negativa si se convierte en obsesión por ganar o en desprecio al otro. Como todo en la vida, depende de cómo se entienda. El deporte es, sobre todo, vida: una forma de medirte contigo mismo, de poner a prueba tus límites. No lo veo como una cuestión ideológica, sino vital.
P.- Esa idea de superación personal atraviesa todo el ensayo.
R.- Sí. El deporte es una metáfora de la vida: ganar, perder, volver a intentarlo. Es aprendizaje, disciplina y también humildad. De ahí su valor simbólico.
P.- Llama la atención la cantidad de lecturas que manejas. ¿Cómo fue ese proceso de búsqueda?
R.- A veces muy intuitivo. Paso mucho tiempo en librerías, hojeando libros, leyendo contraportadas, buscando esa chispa que me conecte con algo. También sigo los suplementos culturales, donde a menudo descubro nuevas obras o autores. Es una mezcla de curiosidad y azar. El libro me llevó unos cinco años. Algunas lecturas ya las conocía, otras fueron surgiendo sobre la marcha. Se fue construyendo sin prisa.
P.- El libro está plagado de referencias. Por traer una, me encanta la de El secreto de sus ojos, y esa frase inolvidable: «Podés cambiar de casa, de vida, hasta de Dios… pero no podés cambiar de equipo». ¿Por qué crees que se puede ser tan fiel a un club?
R.- Porque el deporte forma parte de nuestra identidad. Desde niños heredamos una camiseta, una pertenencia. Es algo tribal. En Sevilla eres del Betis o del Sevilla; en Montevideo, del Nacional o del Peñarol. No es una elección racional, es emocional, casi biológica. Y lo bonito es que une a personas de todas las clases sociales. En el estadio desaparecen muchas diferencias. Es uno de los pocos espacios verdaderamente horizontales que quedan.
P.- Pero en toda religión hay herejías. En el deporte, la gran herejía, según escribes, es el dopaje, ¿no?
R.- Exacto. El dopaje es la negación del espíritu deportivo. Usar sustancias químicas para ganar traiciona la esencia del juego limpio. Y no es algo nuevo: ya existía en la Grecia clásica. Durante la Guerra Fría, además, se institucionalizó. Los países del bloque del Este lo usaron como forma de propaganda, como demostración de poder. El deporte se convirtió entonces en una batalla simbólica entre ideologías.
P.- En tus páginas aparece también David Foster Wallace y su idea de El tenis como experiencia religiosa. Un ensayo magnífico donde, por cierto, Wallace apunta a ver el deporte como algo marcial: bélico.
R.- El deporte canaliza el impulso combativo. El lenguaje mismo es bélico: ataque, defensa, disparo, campo de batalla. El jugador quiere vencer al rival, pero dentro de unas reglas. Es una guerra ritualizada, una sublimación de la violencia. Esa energía es inevitable, pero puede ser contenida a través de la deportividad. Cuando el deporte se vive con respeto, se transforma en superación; cuando se desborda, se convierte en agresión.
P.- También se podría decir, en base al ensayo, que el deporte tiene una carga masculina muy fuerte, incluso en su representación literaria.
R.- Es cierto. Las mujeres han sido tradicionalmente más practicantes que narradoras del deporte. Hay excepciones –como Marta San Miguel, con su libro sobre el Racing–, pero no son muchas. Poco a poco eso está cambiando con la profesionalización y el auge del deporte femenino, pero todavía hay camino por recorrer.
P.- Otro concepto importante en el libro es el del «juego». Cuando citas a Carl Sagan, él insiste en la ociosidad como eje primigenio del deporte. Hoy, ¿dónde acaba el juego y empieza el negocio?
R.- El juego es lo primitivo, lo libre, lo lúdico. En el juego no hay cálculo, solo placer. Pero se ha convertido en espectáculo y negocio. Hoy el deporte profesional es marketing, dinero, industria. Aun así, el juego puro sobrevive en lo personal: cuando alguien juega al pádel con amigos o sale a correr, recupera esa esencia del juego sin presión, ni récords. Ahí está el espíritu original.
P.- El dinero parece dominar cada vez más el deporte de élite.
R.- Sí, el dinero lo condiciona todo. Se habla del fair play financiero para intentar equilibrar las competiciones, pero las diferencias siguen siendo enormes. En la Premier League hay más reparto; en la Liga española, el poder está concentrado en pocos equipos. Y, aun así, el aficionado necesita creer en la pureza del juego, aunque sepa que hay intereses detrás. Es una forma de inocencia necesaria.
P.- Has mencionado que algunos periódicos como ABC publicaban artículos extraordinarios de autores como Vargas Llosa, García Pavón o Fernández Flores. ¿Crees que ese tipo de literatura deportiva ha ido disminuyendo?
R.- Sí, claro. La sección de deportes de los periódicos está muy presionada por el tiempo, y ahora hay menos obras literarias destacadas sobre deporte. He guardado textos recientes, pero no encuentro tantas cosas valiosas salvo en autores que repiten, como Leonardo Padura, que necesita el béisbol para explicarse. Es raro que ahora se publiquen obras profundas sobre disciplinas como el boxeo, por ejemplo.
P.- ¿Qué crees que aporta la literatura al deporte y el deporte a la literatura?
R.- Creo que la literatura le da al deporte un barniz de complejidad, lo convierte en algo más serio que puro ejercicio. Demuestra que merece la pena escribir sobre ello, porque tiene variantes, ángulos singulares. El deporte tiene movimiento, y la literatura recrea ese movimiento y lo hace atractivo. A su vez, el deporte es un tema narrativo potente: muchos autores han construido novelas a partir de él, como Gervasio Posadas, con una obra centrada en un futbolista de éxito, o Philip Kerr, que hizo tres novelas en torno al Arsenal. El deporte da argumento y estructura para construir relatos.
P.- El deporte parece algo que la sociedad no quiere perder.
R.- Exacto. Por ejemplo, en julio el deporte se paraliza, pero la gente sigue comprando periódicos deportivos. Estamos deseando que lleguen los Juegos Olímpicos o un Mundial para llenar ese vacío. El deporte tiene una dimensión muy fuerte, y si lo amplías, investigas y conoces lo que hay detrás, puede ser algo muy emocionante.