La biografía descafeinada de Isabel Preysler
‘Mi verdadera historia’, la autobiografía de la reina del papel cuché, defrauda por plana, previsible y carente de pasión

Isabel Preysler. | Gtres
La reina del cuché se ha convertido en la abuela Lala. Así le llaman cariñosamente sus nietos a Isabel Preysler a los que ha dedicado sus memorias. Y, bueno, no es que tenga nada contra las yayas, pero esperaba un poco más de pasión de la lectura de su biografía, Mi verdadera historia, publicada por Espasa y vendida como uno de los lanzamientos del año. No en vano, la socialite ha estado casada o enrollada con cuatro tipos sorprendentes, cada uno en su estilo: Julio Iglesias, Carlos Falcó, Miguel Boyer y Mario Vargas Llosa. Y han sido idilios sonados y bien publicitados, tanto como para que más de un centenar de periodistas acudieran puntuales a la presentación de su biografía el pasado 22 de octubre en un hotel madrileño; llegó puntual a la cita, ataviada con un traje de chaqueta color hielo y arropada por su hija Tamara. Ambas posaron con naturalidad ante las cámaras y fueron recibidas con un aplauso, al que Preysler respondió lanzando al aire un beso a sus amigos, sentados en las primeras filas.
A sus 74 años, ha optado por hacer balance de su aireada vida: «Ahora llevo una vida tranquila y tengo la edad adecuada» contó en la rueda de prensa. Quería rebatir las mentiras que se han publicado sobre ella. «Los titulares son etiquetas que no reflejan la realidad». Apremiada por ese titular, me sumerjo en la narración. No esperaba que fuera a desvelar sus técnicas amatorias sobre las que tanto se ha especulado. No, ella es una señora. Nada que ver con la marquesa de Merteuil o madame de Tourvel.
Pero, entre el carrete (así se conocía popularmente su supuesto secreto erótico) y un «nos cogimos de la mano nerviosos por nuestro primer encuentro en el hotel parisino», debería haber un discreto término medio. No, no lo hay, todo resulta plano y previsible. La pareja en cuestión se llamaba Miguel Boyer, ministro de Economía en el primer gobierno socialista de 1982. Ambos casados y con hijos de matrimonios anteriores, su idilio acabó en boda pese a los malos augurios del vicepresidente Alfonso Guerra. La relación entre una mujer de derechas y un ministro socialista ocupó las portadas de los principales medios, en el Madrid, donde brillaba la beutiful people. De las cenizas de aquel escándalo sobrevive el humor del político, sus ojos azules y su inteligencia. Sobre el conflicto con los hijos del político, que denunciaron en la prensa como Preysler había aislado a su padre y cortocircuitado su herencia, unas líneas para expresar su tremenda sorpresa ante los ataques, con lo bien que parecía que iba todo.
Cuenta que se casó embarazada de Julio Iglesias (apenas un par de encuentros) y que las pasó canutas para ocultarlo en la España puritana de principios de los setenta. Ella tenía 20 años y ni su madre lo sabía. Luego llegó la fama y las infidelidades del cantante que tenía unos celos locos: «Isabel no quiero que bailes ni con Dios». Y bueno, es que los celos han sido una constante y causa de ruptura con sus parejas. Ellos pensaban que Isabel podía enamorar a cualquiera y le montaban unas escenas terribles.
Hasta Mario Vargas Llosa, el primero de los amantes conocidos que le dio el portazo –aunque ella lo niega–, padecía esa loca enfermedad del enamorado. Además de «maleducado» parece que le levantó la voz. Y no, cuenta que no era una mantenida, ella no necesitaba su dinero, bien ganado con sus exclusivas en Hola, su imagen en Porcelanosa o los bombones Ferrero Rocher. Para aclarar lo felices que fueron en ocho años de idilio contrarresta con algunas de las cartas que el Nobel le escribió, misivas en las que alaba sus orejitas como de interrogación, sus andares, su cintura de avispa y las ganas de besar su cuello, también las manos y los pies (Isabel confiesa que se hace pedicura cada dos semanas). Se guarda, claro, las más picantes, pero, de la lectura de las cartas publicadas, no se desprende el talento narrativo de uno de los escritores más importantes del siglo XX. Antes de largarse de «villa meona», como se conocía en algunos ámbitos su mansión en Puerta de Hierro por el número de WC, el autor de La tía Julia y el escribidor, publicó un cuento en la revista Letras Libres donde un anciano con problemas de gases lamenta haber dejado a su esposa por «un amor de la pichula no del corazón». ¡Ay, los hombres!…
Filipinas, cremas y dieta
Claro que no todo iba a ser morbo. Preysler le dedica más de 60 páginas a su infancia en Filipinas, su feliz familia y las fiestas en la estela del Gran Gatsby a las que acudían sus padres; casi un capítulo para su nariz y los cambios experimentados (no quiero hacer un espóiler); a algún que otro lifting; las cremas que utiliza, con marca incluida, y lo bien que come. Otra leyenda desmontada, que nada tiene que ver con la realidad. En su casa se sirve primer y segundo plato y postre, aunque los lunes haga dieta de verduras. Dejó la piña porque le provocaba cefaleas.
Mención aparte también en Mi verdadera historia para su íntima amiga Carmencita Franco, con la que merendaba en El Pardo, saludaba a sus abuelos y ha seguido los avatares de su biografía hasta hoy mismo. Se conocieron cuando sus padres la mandaron a Madrid desde Filipinas para alejarla de los brazos de un playboy.
El libro, de 334 páginas, es en buena medida la enumeración de todas las personas que conoce y le han ayudado –la lista bien merecía un índice onomástico–, junto con los exóticos lugares donde ha pasado sus vacaciones. Quizás esa sea la parte más desconocida, dado lo mucho que se ha publicitado su vida. Y, por supuesto, todo salpicado por el relato de una madre siempre pendiente de sus cinco hijos y sus nietos, contado con todo lujo de detalles, incluso accidentes y desvelos. La abuela Lala no defrauda, Isabel Preysler sí.
 
        