The Objective
Las dos orillas

¿Por qué simpatizamos con las dictaduras?

En este nuevo episodio, abordamos la justificación de la situación en países como Cuba, Venezuela o Nicaragua

¿Por qué simpatizamos con las dictaduras?

Ilustración de Alejandra Svriz.

En un tiempo donde el desencanto con la democracia crece y los liderazgos autoritarios vuelven a seducir, el nuevo episodio de Las dos orillas plantea una pregunta incómoda: ¿por qué todavía hay quienes justifican o incluso admiran a las dictaduras? Luz Escobar, periodista cubana, abre la conversación recordando que cada vez que alguien dice «en Cuba hay una dictadura, pero…», ese pero borra las historias de miedo, silencio y separación que viven miles de familias bajo regímenes como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua. «Esto no es teoría política —dice—, son vidas reales: madres que esperan noticias de sus hijos presos, artistas censurados, gente que sobrevive cada día haciendo colas interminables».

Julio Borges, líder opositor venezolano, advierte que la fascinación por el «hombre fuerte» es una constante histórica: «Platón hablaba de ese embrujo de los pueblos por el caudillo. La democracia es el antídoto». En Venezuela, agrega, esa devoción se tradujo en la figura de Hugo Chávez, el «padre justiciero» que prometió redención y terminó dejando una pesadilla de corrupción, represión y ruina. Borges subraya que incluso hoy, pese al sufrimiento acumulado, persiste una minoría que sigue defendiendo banderas de venganza y justificaciones imposibles.

Desde España, el historiador Manuel Burón aporta una mirada cultural: la izquierda europea —dice— proyectó durante décadas sus viejas ansias revolucionarias sobre América Latina. «La fascinación por la revolución cubana fue, en parte, una forma de admirar el cambio sin pagar su precio». Hoy, añade, esa simpatía adopta formas más sutiles: silencios, dobles estándares o críticas selectivas. «Solo en democracia —ironiza— se puede simpatizar con las dictaduras».

Por su parte, Douglas Castro-Quezada, opositor nicaragüense exiliado, explica que el régimen de Daniel Ortega es la continuidad deformada del sandinismo: una revolución que prometió libertad y terminó en otra autocracia. «Hay quienes todavía la defienden porque las dictaduras venden utopías o prometen protección del infierno. Bukele, por ejemplo, es una versión nueva: un autócrata popular que ofrece seguridad a cambio de derechos». Castro recuerda que mientras algunos líderes latinoamericanos pierden legitimidad, figuras autoritarias logran amasar apoyo por ofrecer «orden en medio del miedo».

El episodio concluye con una reflexión compartida: la democracia es agotadora, lenta y ruidosa, pero es la única garantía de libertad. «Ejercer la libertad —recordó Burón— exige esfuerzo, y muchos prefieren el confort de que otro decida por ellos». Luz Escobar responde: «La respuesta a eso es la rebeldía. La otra opción es resignarse a 65 años de dictadura, como en Cuba». Las dos orillas deja así una idea central: simpatizamos con las dictaduras porque nos cansamos de defender la libertad. Pero sin ese cansancio enfrentado, la democracia muere.

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