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Historias de la historia

El tercer hermano Kennedy

Hace un siglo nació Robert Kennedy, destinado a ser presidente de Estados Unidos como su hermano John

El tercer hermano Kennedy

Bobby Kennedy con su padre. A su lado está el futuro presidente JFK, y al otro lado de su padre el favorito, el primogénito Joseph Jr.

La infancia no fue una edad dorada para Robert Francis Kennedy. Cuando nació el 20 de noviembre de 1925 hacía el número siete de una prole de nueve hermanos, el tercero de los varones, de modo que pasó a ser uno del montón. «Cuando eres de los últimos tienes que luchar para sobrevivir», resumiría el propio Bobby Keneddy lo que había sido su niñez.

Aunque eran multimillonarios y gozaban de todos los privilegios de las clases altas, la familia Kennedy no era precisamente un «hogar, dulce hogar», no había mimos de los papás ni imperaba el amor fraterno, sino la competitividad, el afán de superación. Este ambiente estaba promovido, o más bien impuesto, por el padre, Joseph Kennedy. Era nieto de unos inmigrantes irlandeses más pobres que las ratas, aunque su padre ya había hecho dinero, pero Joseph no se conformó con vivir cómodamente, pues tenía una ambición sin límites y una total falta de escrúpulos. Estudió en Harvard, a los 25 años ya era un rico banquero y cuando llegó a los 60 tenía la novena fortuna de América.

El horizonte de Papá Kennedy llegaba, sin embargo, más allá del dinero, era la Casa Blanca. Joseph Kennedy Sr. (estas siglas significan sénior, el viejo) era amigo personal del presidente Roosevelt, que lo mandó de embajador a Inglaterra en 1938. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial no había puesto más importante en la política exterior de Estados Unidos, era la antesala para la presidencia, pero metió la pata. Demostró una excesiva simpatía por Hitler y cuando los nazis comenzaron a bombardear Londres sentenció: «La democracia se ha terminado en Inglaterra». Eso supuso su cese y el fin de su carrera política, pero Joseph Sr. tenía a su primogénito, Joseph Jr. (junior, el joven), y centraría todas las ilusiones de su vida en hacerlo presidente.

Las comidas familiares eran, por dictado paterno, foros de debate político, una arena para gladiadores parlamentarios que convertirían al clan Kennedy en la primerísima familia política de Estados Unidos, con casi siglo y medio ocupando cargos de poder. Y en esas discusiones en la mesa se exigía que Bobby estuviese a la altura de sus hermanos mayores. Pero Joseph Jr. y JFK, el futuro presidente, eran dos mocetones mucho mayores que él, le llevaban 10 y 8 años respectivamente. Además, Bobby era de carácter tímido y no muy fuerte, por lo que su padre le llamaba «el enclenque». Aparte de ese mote humillante, su padre no le hacía el menor caso, ignoraba a su séptimo hijo.

Cuando en 1941 Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, las distancias entre Bobby y sus hermanos mayores se agrandaron. El padre Joseph Sr., tras ser expulsado de la carrera política por Roosevelt, había pactado con el presidente que su primogénito, Joseph Jr., le sustituiría. Su inicio en la carrera a la Casa Blanca sería convertirse en gobernador de Massachussets en 1942, pero la guerra ofrecía otras oportunidades. La carrera de un candidato a la presidencia debería empezar ahora por demostrar patriotismo y valor en el combate, y Joseph Jr. aplazó la actividad política y se convirtió en piloto de bombarderos, el puesto más peligroso en las fuerzas armadas norteamericanas. Las probabilidades de muerte eran muy altas, y efectivamente Joseph Jr. moriría en una misión en 1944.

Mientras tanto el segundo hijo, JFK, alistado como oficial en la marina y al mando de una torpedera, se había convertido en 1943 en un famoso héroe de guerra, salvando a su tripulación después de que su barco fuese hundido por los japoneses, pese a recibir graves heridas en la espalda que le martirizarían durante toda su vida. 

Frente a estas gloriosas hojas de servicio, lo único que pudo hacer Bobby debido a su juventud fue apuntarse en la universidad a un programa de formación de marineros. Cuando empezó su servicio naval era 1946, la guerra había acabado hacía seis meses. Para colmo lo destinaron como marinero a un destructor llamado USS Joseph P. Kennedy Jr. El hermano mayor seguía haciéndole sombra aun después de muerto.

El perro de presa

El resultado de esta adolescencia opresiva no fue hundir a Bobby en la depresión, sino todo lo contrario, forjar un fuerte carácter. Tras sus estudios de Derecho entró a trabajar en el Departamento de Justicia, pero en 1952 dejó ese empleo y se dedicó a la campaña electoral de su hermano John, que pretendía ser senador por Massachusetts como primer paso hacia la Casa Blanca. Trabajó tan duro que le cambiaron el apodo de «el enclenque» por el de «perro de presa». Por primera vez, a los 27 años, su padre se fijó en él y le dio su aprobación. 

Papá empezó a considerarlo como el «reserva» de JFK, la segunda baza familiar en la carrera a la presidencia. Para que se foguease lo enchufó en el Senado con un amigo senador que resultó ser el «cazador de brujas comunistas» Joseph McCarthy. Fue así como Robert Kennedy, un liberal (que en Estados Unidos significa de izquierdas), tuvo su primer puesto público en el Comité de Actividades Antiamericanas de McCarthy. Duraría poco porque el choque con su jefe era inevitable.

Siguió su actividad política en el aparato del Partido Demócrata, y fue secretario del candidato demócrata a las elecciones presidenciales de 1956, Adlai Stevenson, lo que le hizo conocer cómo era una campaña electoral a la presidencia. Y llegó el gran momento, las elecciones presidenciales de 1960 en las que compitió John F. Kennedy. Bobby dirigió la campaña como «perro de presa» y Papá Kennedy movió los hilos con sus influencias y sus dudosas amistades —la Mafia, por más señas— para conseguir que, por un estrecho margen sobre Nixon, JFK se convirtiese en el primer presidente católico de Estados Unidos.

Papá Kennedy decidió entonces que Bobby entrase en el gobierno de JFK. La idea no le gustaba a ninguno de los dos hermanos, porque temían que los acusaran de nepotismo, pero el padre los convenció. Era necesario que el nuevo presidente contara con alguien de absoluta confianza en su gabinete, de modo que JFK nombró a Bobby fiscal general, que es como en Estados Unidos se llama al ministro de Justicia. Simultaneando el papel de consejero presidencial —decisivo durante la crisis de los misiles de Cuba— el perro de presa mordió a muchos desde la Fiscalía General, creándose grandes enemigos entre la mafia sindical, pero también en el FBI, cuyo eterno jefe, J. Edgar Hoover, le declaró la guerra a muerte.

Todo el mundo pensaba que JFK presidiría Estados Unidos durante dos mandatos y que luego pasaría el testigo a su hermano Bobby, entronizando una dinastía Kennedy en la Casa Blanca. Pero el destino tenía otros planes, el 22 de noviembre de 1963 el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas y según el precepto constitucional asumió la jefatura del estado el vicepresidente Johnson.

La sociedad americana sufrió un auténtico choque traumático, pero los Kennedy estaban acostumbrados a sobreponerse a las tragedias. Bobby le planteó inmediatamente a Johnson que lo nombrase a él su vicepresidente, para mantener el puesto de príncipe heredero. Pero ambos hombres se llevaban muy mal, Johnson se refería a Bobby como «el enanito», y este decía que Johnson era «mezquino, amargado, cruel, un animal». Por tanto, Johnson nombró a otro vicepresidente y Bobby renunció a su cargo de fiscal general y decidió hacer la carrera a la Casa Blanca por sus propios medios.

En 1965 se presentó a las elecciones de senador por Nueva York, ya que el escaño senatorial «de la familia», el de Massachusetts, estaba ocupado por el hermano más pequeño, Ted. Le acusaron de fraude, porque no era residente en Nueva York, pero pese a todo ganó con mucha ventaja. 

Como diría un columnista del Wall Street Journal, Robert Kennedy «ofrecía el más intoxicante de los afrodisíacos políticos: autenticidad. Era directo hasta hacer daño y su forma favorita de hacer campaña era discutir con estudiantes universitarios. Para muchos, su idealismo oportunista era irresistible».

Con esas armas, cuando un Johnson totalmente quemado por la Guerra de Vietnam anunció que no se presentaría a la reelección en las presidenciales de 1968, todo el mundo dio por hecho que las ganaría Bobby. Y así habría sido si en la noche del 5 al 6 de junio de 1968 no se hubiera cruzado en su camino un terrorista solitario, para que se abatiera sobre el tercer varón Kennedy el mismo destino de sus hermanos, muerte violenta en plena juventud. 

Pero eso ya es otra historia…

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