De la dictadura a la democracia: una saga familiar en el Portugal de los 70
En ‘Revolución’, Hugo Gonçalves explora los dilemas de tres hermanos mientras Portugal atraviesa la transición

Hugo Gonçalves en el Hotel Villa de la Reina. | Preslava Boneva
Hay revoluciones que empiezan en la calle, y hay otras que estallan en la cocina de una casa, en la distancia entre una madre y una hija, en la incomprensión entre dos hermanos que ya no se reconocen. Revolución, la nueva novela del periodista portugués Hugo Gonçalves (Sintra, 1976), pertenece a esa estirpe de historias que se asoman a los grandes acontecimientos no desde los balcones del poder, sino desde la ventana del dormitorio. Publicada por Libros del Asteroide (2025), la obra reconstruye el Portugal que despertó con los claveles del 25 de abril de 1974 y vivió el incierto y apasionado proceso del PREC —el Proceso Revolucionario en Curso—, pero lo hace a través de los Storm, una familia cualquiera que encarna, con ternura y desgarro, el paso del miedo a la esperanza, del orden impuesto a la libertad incierta.
Portugal, entre la herencia y el despertar
Ese doble pulso entre el miedo heredado y la euforia de lo nuevo recorre todo el libro. Gonçalves pertenece a la generación que no vivió el golpe del 25 de abril, pero que creció entre sus ecos. «Aunque la dictadura se terminó en el 74, seguía perviviendo en la gente, como en España», explica en una entrevista con este medio. En su infancia, en el colegio de curas donde estudió, aún había docentes que «eran profesores de la dictadura, que decían cosas que hoy serían impensables con mi hijo».
De esa convivencia entre la luz y la sombra nace Revolución, una novela que no se contenta con reconstruir los hechos, sino que busca entender qué ocurre cuando una sociedad cambia de piel, pero conserva las cicatrices. «Mi familia no era muy politizada, pero recuerdo a mi padre —que vivía en Francia por aquel entonces—, el 25 de abril, cuando le dijeron que había un golpe de Estado en Portugal, pensó que era un chiste», cuenta el autor. «Era algo inamovible, monolítico, como si no pudiera cambiar nunca». Esa incredulidad ante el cambio es uno de los motores emocionales de la novela: el estupor ante el fin de lo eterno.
Los Storm: tres maneras de ser libre
Revolución sigue las vidas entrelazadas de María Luisa, Pureza y Frederico Storm, tres hermanos atrapados —y moldeados— por la agitación del país. María Luisa es una militante clandestina del Partido Comunista; su vida oscila entre la fe en la causa y la disyuntiva de la maternidad. «Tiene el dilema de qué hacer con su hija, de qué hacer después de salir de la cárcel. Repite lo que hizo su madre, pero por razones distintas», explica Gonçalves. Pureza, la más silenciosa, protagoniza la revolución más íntima: el descubrimiento de su cuerpo, de su deseo, y el cuestionamiento del papel que el patriarcado le asignó. «Su revolución es interna. Tiene el coraje de cuestionar todo lo que le dijeron sus padres, algo nada fácil para una mujer de su generación».
Frederico, en cambio, representa el desconcierto del que llega tarde a la épica: un joven que quiere escuchar a Miles Davis, viajar, perder la virginidad, escribir. Su arco es una especie de Bildungsroman. «Está fascinado con la libertad, pero al final se pregunta: ser libre, ¿para qué? Y concluye: ser libre para ser libre. Por ninguna causa en especial, como sí sucede con su hermana María Luisa». No hay héroes en Revolución. Solo seres humanos —heridos, idealistas, confundidos— que encarnan una época. «Quería que fueran personas, no representaciones de un partido. La gente mira la Revolución con un filtro ideológico. Yo quería quitar ese filtro».
La familia como país
La apuesta de Gonçalves no es contar la Revolución desde los discursos, sino desde la mesa familiar. «Una familia es un ser vivo en constante mutación. Es un microcosmos donde todo empieza, pero también un cosmos de mucha incomprensión», reflexiona. Lo que ocurre en el país se repite en el hogar: fracturas, lealtades, silencios, reconciliaciones imposibles. El autor, que soñaba desde hace años con escribir una saga familiar, encontró en el 74 el escenario perfecto. «Una familia cambia sin que te des cuenta, igual que una sociedad. La relación con tus padres a los 10 o a los 20 no es la misma. Ellos tampoco lo son». Esa mutación constante es el hilo invisible que une a los Storm con Portugal: ambos aprenden a convivir con su propia libertad.
Aunque Revolución se desarrolla en el pasado, su eco llega hasta el presente portugués —y europeo—. «Pensaba que Portugal había hecho las paces con su pasado, pero me he dado cuenta de que no es así del todo», advierte Gonçalves. «Se cambió el sistema, sí, pero no exactamente la mentalidad. Hay cosas latentes, herencias del abuelo o del padre, pensamientos que antes se decían solo en el café y ahora se gritan en internet». Esa reflexión conecta con su preocupación por la crispación política actual. «Lo más peligroso es la pérdida de empatía. Hannah Arendt decía que una de las primeras cosas que desaparecen cuando se instaura una tiranía es la empatía. Y eso se nota: cuando ves a gente celebrando que una familia se quede sin casa, algo no estamos haciendo bien».
El escritor lo dice con la serenidad de quien ha observado el deterioro del debate público. «Lo que pasa es que hoy en el parlamento portugués tienes diputados que hablan como si estuvieran borrachos en un bar, con insultos misóginos, cuando hablan las diputadas imitan a vacas… yo conozco periodistas de política que trabajan ahí desde hace 30 años y me dicen que nunca en su vida había pasado esto. Esta realidad se observa en declaraciones de racismo y de agresividad en la calle, en la falta de atención con el otro. Si tú tienes líderes políticos que lo hacen en la televisión y en las redes sociales, y encima con soberbia, muchos piensan que ‘si este que tiene un millón de seguidores y que es una celebridad lo hace, yo lo voy a hacer también en mi calle’ y eso es algo dañino para la salud de la democracia».
Frente a esa vulgaridad, Gonçalves propone la literatura como un acto de resistencia. «Aunque se inventó el smartphone, seguimos teniendo el libro, que es una tecnología de 500 años y sigue siendo milagrosa. Leer hoy en día es un acto revolucionario. En un tiempo de ruido extremo, el libro te exige silencio y atención. Es un superpoder, una máquina del tiempo, pero también una forma de resistencia». Quizá por eso Revolución no es solo una novela sobre el pasado, sino también una advertencia sobre el presente para hoy. Portugal, como los Storm, ha aprendido a vivir con sus contradicciones, pero no siempre con sus recuerdos. «Se cambió el régimen, pero no la ideología», dice. Lo que persiste, sugiere, es una memoria latente que a veces despierta en forma de intolerancia o de indiferencia.
Más que una elegía del ayer, la novela es un recordatorio de que la libertad necesita cuidado constante, la misma atención que exige una relación o un cuerpo vivo. Gonçalves no escribe desde la nostalgia, sino desde la conciencia de que lo que no se mira termina repitiéndose. En su literatura, recordar no es un gesto melancólico, sino un acto de vigilancia. Un legado y una tradición. Entre los autores que marcaron su formación, Gonçalves cita a Saramago, Lobo Antunes y Cardoso Pires, pero también a Vargas Llosa, Padura y Aramburu. De todos hereda la voluntad de mirar la historia a través de las personas y no al revés. «La literatura puede hacerse con un presidente o con un dictador, pero también con una madre que no entiende a su hija».
Y ahí está, precisamente, la fuerza de Revolución: su capacidad para contar lo político desde lo humano. Para mostrar que una revolución no termina cuando los tanques se retiran, sino cuando alguien, años después, se atreve a decir lo que nunca se dijo en casa. La verdadera revolución, sugiere, no ocurre solo en las calles ni en los grandes titulares: ocurre en los gestos cotidianos, en el cuidado de la historia personal y colectiva, en la atención al otro. Así, Revolución se transforma en un espejo donde Portugal —y cada lector— puede contemplar sus heridas, sus contradicciones y, sobre todo, su capacidad de sostener la libertad con conciencia y valentía.
