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Cultura

Fra Angelico: juicio final

Desde sus dos posiciones como fraile y pintor se labró un lugar único en una época de transformación

Fra Angelico: juicio final

Sala del Palazzo Strozzi, al fondo, 'Crucifijo siluetado con los santos Nicolás de Bari y Francisco de Asís (c. 1427-30) de Fra Angelico. | Cedida

El 7 de agosto de 1420 se colocaba la primera piedra de la cúpula de Brunelleschi que había de extender su sombra sobre toda Toscana y convertirse en el símbolo de Florencia. Fra Angelico (1395-1455) había nacido cerca de Vicchio, en la región rural de Mugello, al norte de la ciudad y el primer documento que tenemos sobre él, de 1417, ya le sitúa como seglar dedicado a la pintura. Aquel verano la peste asoló Florencia cobrándose 16.000 víctimas. 

El artista al que hoy nos referimos con el apelativo de Angelico no habría respondido entonces a este apodo por el que fue conocido después de su muerte. Al ingresar en el convento de San Domenico en Fiesole asumió el nombre de Fra Giovanni, aunque al nacer había sido bautizado como Guido di Pietro. Desde sus dos posiciones como fraile y pintor se labró un lugar único en una época de transformación, cuando la Edad Media estaba llegando a su fin y despuntaba el Quattrocento.

Tras la gran muestra de 1955, Florencia vuelve a celebrarle con la reunión de la mayor parte de su obra conocida. En los últimos cuatro años los expertos han perseguido las piezas de sus retablos desmembrados y dispersos por las cuatro esquinas del mundo. La hazaña de la recuperación, tras la incautación napoleónica, es sobrecogedora: del Retablo de San Marcos, dividido en 18 piezas, a Florencia han llegado 17. 

La exposición, llamada sucintamente Fra Angelico, reúne 140 obras y se divide en dos sedes: el convento de San Marcos, donde vivió y pintó su célebre ciclo de frescos, y el Palazzo Strozzi, que empezó a construirse unos 50 años después de su muerte y donde están la mayoría de sus retablos. Entre sus ocho salas se repasan varias etapas de su carrera y algunos de los temas que le ocuparon. La muestra arranca con la iglesia florentina de Santa Trinidad, donde hizo una de sus mayores palas de altar para el comitente Palla Strozzi. Aquí se comprende cómo, estas iglesias y todo aquel barrio, fueron un importante centro de experimentación de la pintura en el paso del tardo gótico a los primeros titubeos del Renacimiento.

En una sala dedicada a la adopción del nuevo lenguaje renacentista y frente al Juicio Final (c. 1425-1428), resuenan las palabras de John Ruskin: «Para lograr una distinción aún mayor entre las criaturas celestiales y las de este mundo, Fra Angelico representa a las primeras vestidas con tejidos de colores purísimos, coronadas con aureolas de oro resplandeciente y totalmente desprovistas de sombras. Esta ejecución, mediante la exquisita elección de los gestos y la disposición de los pliegues de las vestiduras, probablemente logra la imagen más perfecta de criaturas de espíritu puro que la mente humana es capaz de componer».

Delante del Juicio Final, con su inusual forma de rectángulo coronado por un arco central trilobulado, el tiempo se detiene. Para esta conclusión de la historia de la humanidad, Fra Angelico pintó en témpera a base de huevo 247 figuras, un Paraíso convertido en Jardín del Edén, el abrazo más dulce entre un ángel rubio y un pequeño monje de cabeza tonsurada, decenas de ángeles danzando en círculo y un Infierno que anticipa las torturas de El Bosco. Según dicen los expertos, para captar una obra de arte es necesario detenerse ante ella un mínimo de diez minutos. Abrimos la puerta…

Fra Angelico, ‘Juicio Final’, c. 1425-28, Florencia, Museo di San Marco. | Museo di San Marco – Ministerio de Cultura italiano

Fra Angelico toma las palabras del Evangelio de Mateo y las traduce para esta obra en imágenes. En la parte superior, inscrito en el arco del centro, Cristo juez aparece en una mandorla que encierra «el trono de su gloria» y de la que parten rayos dorados separándole de los demás protagonistas de la escena. La almendra, inundada por los colores del arcoíris, está delimitada en su interior por ocho serafines y una columna de querubines azules y, en el exterior, por una densa multitud de ángeles. 

Las nueve jerarquías angelicales pueden identificarse por los símbolos que llevan en la mano y por el color de sus vestiduras. La decoración de las alas y el aspecto vibrante de sus plumas es de una belleza indescriptible, con la base grabada en trazos minuciosos y adornada sobre ella con tres colores: rojo, marrón y verde. Fra Angelico dispuso sus ángeles en parejas o en números correspondientes a ambos lados de la mandorla y los vistió con túnicas del mismo color, consiguiendo una simetría de tonos exacta. En la parte inferior, un ángel de mayor tamaño sostiene la Cruz, mientras otros dos a los lados, anuncian el Juicio tocando la tuba.

Fra Angelico, ‘Juicio Final’ (detalle), c. 1425-28, Florencia, Museo di San Marco. | Museo di San Marco – Ministerio de Cultura italiano

Además de visual, la contemplación de esta obra es sutilmente auditiva. Al sonido de las dos largas trompetas se corresponden entre los beatos gestos con las manos levantadas como si aplaudieran al ritmo. Otros se llevan las manos a los oídos como para no oír los lamentos desgarradores que provienen del Infierno.

La Virgen María, con los brazos cruzados sobre el pecho, —en el mismo gesto que la Anunciación del Prado—, acepta la voluntad del Señor. Lleva un manto azul pálido blanqueado por la luz que emana de Cristo. San Juan Bautista está sentado a su izquierda, pues ambos son los intercesores por la salvación de la humanidad. 

En la parte inferior del cuadro hay una visión poderosa: una hilera de tumbas abiertas que llega hasta el horizonte. Están vacías y la ausencia de cuerpos revela una secuencia martilleante de aberturas negras que representa en sí misma la muerte con una potencia sugestiva muy clara. En primer plano hay una tumba mayor descubierta, es la de la Virgen María. 

Los vivos están divididos de forma equivalente entre los que sufrirán los tormentos del Infierno y los que disfrutarán del Paraíso. Los colores de los bienaventurados son los del arcoíris, todo luz y transparencia. En cambio, los de los condenados tienen el tono del fango y la viscosidad del betún.

A los lados de Cristo hay dos montañas. A la derecha, el Paraíso con una muralla rosa sobre la que se abre una imponente puerta de la que salen rayos dorados. Es la luz divina, no la del sol que ilumina la ciudad. Las murallas rodean la Jerusalén celestial hacia la que se dirigen los bienaventurados acompañados por ángeles que, a lo largo del camino, danzan dibujando un círculo, figura geométrica perfecta. Los bienaventurados se identifican por los rayos luminosos que rodean sus cabezas mientras que las aureolas resplandecientes rodean las de los ángeles. 

Están en un jardín de vegetación frondosa. Entre la que se alza una palmera símbolo de eternidad, tradicionalmente representada en las imágenes del Paraíso que Fra Angelico suele describir con profusión de detalles, remitiendo al gótico florido, como en La adoración de los Reyes Magos (1423) de Gentile da Fabriano.

En el otro lado del cuadro vemos la montaña del Infierno, a la que se accede por una cueva custodiada por demonios. En la entrada de la caverna, los condenados son arrastrados a un inframundo mostrado en una sección transversal que nos permite ver su estructura articulada en siete círculos. Allí todo es sombrío y cuajado de pequeñas llamas. Los círculos simbolizan los siete pecados capitales y los condenados son castigados siguiendo la ley del contrapunto, privándoles eternamente de lo que más les atraía en vida. En esta parte de la pintura, Angelico no es un espectador distante, sino un predicador. 

El tema iconográfico del Juicio Final ya estaba en los códices miniados, en los frescos monumentales y en los portales de las iglesias desde el año 1000. Fue desarrollado por Giotto con claridad narrativa en la Capilla Scrovegni (Pádua) y se trató, sobre todo a gran escala, en frescos y mosaicos. El Juicio de Fra Angelico es uno de los pocos casos, en la Italia central después de 1400, en los que este tema se pinta sobre tabla y en formato reducido.

Fra Giovanni da Fiesole retomará varias veces este tema. En la muestra, y en la sala dedicada al patrocinio de los Medici, hay otro Juicio representado en el Armadio degli Argenti (Armario de la plata) encargado por Piero, hijo de Cosimo el Viejo, ya en 1448. En la exposición las obras de Fra Angelico están rodeadas por otras de su época: hay Vírgenes en terracota esmaltada de Luca della Robia, Cristos coronados de espinas de Benozzo Gozzoli o Dieric Bouts, salmos iluminados, bustos de Piero de’ Medici o perfiles de Cosimo en mármol, tapices hilados con diseños de Fra Angelico, relieves en bronce con virgenes y santos de Filarete, alfombras persas, relicarios, misales y predelas.

Pero también hay salas temáticas, como la dedicada a los crucifijos silueteados que desempeñaron un papel importante en la práctica religiosa del centro de Italia en los siglos XIV y XV. En el Palazzo Strozzi está el Crucifijo silueteado con los santos Nicolás de Bari y Francisco de Asís (c.1427-30) de Fra Angelico. La influencia de la Crucifixión (c.1426) de Masaccio, que trabajaba en Santa Maria del Carmine, donde Angelico profesó en 1417, es evidente en este Cristo sólido y solemne, con la cabeza extrañamente encajada entre las clavículas. ¿Cómo concebiría el joven fraile de Fiesole la manera en la que pintar esta imagen a la caída de la luz?

Fra Angelico

Palazzo Strozzi y Museo de San Marcos, Florencia

Comisarios: Carl Brandon Strehlke, Stefano Casciu y Angelo Tartuferi

Hasta el 25 enero 2026

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