The Objective
Historias de la Historia

La otra muerte de Franco

Estaba escrito que Franco muriese en África en 1916. Pero el Destino fue burlado y la Historia de España cambió

La otra muerte de Franco

Los Regulares atacan la Loma de las Ametralladoras con sus oficiales a la cabeza, en 'La toma de Biutz', de Ferrer-Dalmau

El 20-N podría haber sido 29-J. El Destino había dispuesto que Francisco Franco muriese el 29 de junio de 1916, cuando tenía 23 años. Nos habríamos ahorrado así toda la airada polémica que han montado las fuerzas políticas en el cincuentenario de su muerte, porque nadie se acordaría hoy de un simple capitán de Regulares que murió, como tantos miles de españoles, en la terrible Guerra del Rif. Pero otras fuerzas intervinieron en aquel 29 de junio para burlar al destino del capitán Franco y permitir que existiera el Franco jefe del Estado, capitán general de los ejércitos y caudillo de España, o, para los que no eran franquistas, el dictador que gobernó con dureza a España durante 40 años y murió en la cama.

Esta es la historia de aquel día en el que el destino no de un hombre, sino de todo un país, cambió radicalmente.

Empecemos por el protagonista, un oficial de infantería al que en la Academia Militar apodaron Cerillito, por su poca estatura. No sacó buen número cuando se graduó de alférez, 251 de una promoción de 312 oficiales. Con 250 por delante era muy difícil conseguir el destino que anhelaba, el Protectorado Español de Marruecos, donde en 1911 había estallado la Guerra del Rif. Para un militar con ambiciones, esa guerra con las tribus rebeldes rifeñas era la ocasión de conseguir fama y ascensos. El alférez Franco asedió con peticiones al coronel Villalba, que había sido su director en la Academia Militar pero había pasado a mandar un regimiento de infantería en Melilla, y consiguió que lo reclamase.

Así, a principios de 1912, con 19 años, llegó Francisco Franco a África, donde se iba a desarrollar una carrera militar que lo llevaría al poder supremo. «Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí mismo», reconocería el propio Franco. Curiosamente, el regimiento del coronel Villalba que le ofreció su primer empleo africano se llamaba Regimiento de Infantería África nº 68. Sin embargo duraría poco en esa unidad. Aunque recibió su bautismo de fuego al mes de llegar a Melilla, la verdad es que el África nº 68 se dedicaba a labores auxiliares y rutinarias, escoltas, patrullas… Para los combates de verdad el Gobierno español, que conocía los problemas de enviar soldados de reemplazo a la muerte, había recurrido a una tropa mercenaria y extranjera, las Fuerzas Regulares Indígenas.

Aprovechando las seculares querellas entre las distintas cabilas, como se llamaban las tribus del Rif, España alistaba a algunas de ellas, a las que daba ocasión de combatir a sus enemigos de siempre y de paso recibir una buena paga. Aunque se dieron algunos casos de traición, cabileños que se volvían contra sus oficiales las armas que les había dado España, en general los Regulares dieron un extraordinario resultado. Eran guerreros natos, conocían el terreno y estaban acostumbrados a las durísimas condiciones del Rif, una región montañosa y de clima extremo. Aunque su creación había sido reciente, 1911, cuando Franco llegó a Marruecos ya eran la fuerza de choque por excelencia del ejército español.

En Regulares era donde tenía que servir un oficial con ambiciones y sin miedo a la muerte, y en abril de 1915 el teniente Franco se incorpora a los Regulares de Melilla. A los seis meses ganó en combate la Cruz del Mérito Militar, y antes de un año obtuvo su primer ascenso por méritos de guerra en el combate de Beni Salem. Esta acción es un ejemplo claro de la guerra que libraban los Regulares, no se pretendía conquistar ningún territorio, era una acción de castigo en la que se causaron 120 muertos al enemigo, al precio de 31 muertos propios y otros tantos heridos. Pero el premio sería magnífico: tres laureadas de San Fernando (máxima condecoración militar española), cuatro cruces de María Cristina, dos cruces al Mérito Militar y 16 ascensos por méritos de guerra. El de Franco, al que ahora llamaban Franquito, le convirtió con 22 años en el capitán más joven del ejército español.

La loma de las ametralladoras

Dos años después, el capitán Franco se vería en otro de esos combates de una violencia extrema: la toma de El Biutz, una posición cercana a Ceuta de importancia para asegurar la línea de comunicaciones con Tetuán, una de las constantes preocupaciones de las fuerzas españolas en el Rif. El Biutz era el mayor asentamiento de la cabila de Anyera, y estaba protegido naturalmente por cuatro colinas en las que los cabileños habían instalado numerosos nidos de ametralladoras. 

Se formaron tres columnas que confluirían desde tres puntos distintos, pero el ataque principal, por el centro, le correspondió a un tabor del Grupo de Regulares de Melilla, al mando del comandante Muñoz Gui. Un tabor correspondía a un batallón de infantería, entre 400 y 500 hombres, y estaba dividido en tres compañías. El capitán Franco mandaba la tercera compañía. 

El asalto lo comenzó la caballería de los Regulares, que fue barrida por el fuego de las ametralladoras apostadas en la colina, bautizada ese día como la Loma de la Ametralladoras por razones obvias. Le tocó coger el relevo a la segunda compañía del tabor, pero rápidamente fue diezmada y su capitán murió enseguida. Entonces tomó el mando del asalto el comandante del tabor, Muñoz Gui, que también cayó abatido. Le tocó el turno a la tercera compañía, que se lanzó loma arriba con el capitán Franco al frente, y cuando culminaba la subida fue alcanzado por un disparo en el vientre. Fue la primera baja de la compañía, que perdería a 56 de los 133 hombres que la formaban, incluidos los otros dos oficiales. En fin, la habitual carnicería de los encuentros en la Guerra del Rif.

Era el 29 de junio de 1916, el día en que estaba escrito que muriese el capitán Franco, pero la Providencia (lo expresaremos así, puesto que Franco era un católico creyente) le torció el brazo al Destino. La subida por la loma era muy exigente, Franco, que no era precisamente atlético, iba con la respiración entrecortada, y en el momento de recibir el impacto tenía los pulmones muy contraídos, por lo que la bala no encontró el pulmón al que estaba destinada. De haberlo hecho, nadie habría podido salvar a Franquito.

En todo caso el capitán Franco se desplomó, privado del sentido. Lo creían muerto y los camilleros atendieron a otros heridos, aunque en un momento dado revivió y le entregó a otro oficial 20.000 pesetas que llevaba encima, porque era el cajero del tabor. Un asistente, un regular llamado Mohamed Ducally, se lo echó a cuestas y en medio del nutrido fuego enemigo consiguió retirarlo de primera línea y llevarlo al puesto médico de Cudia-Federico. Llevarían a doce oficiales a ese puesto, y solamente cinco sobrevivirían.

A partir de ese momento hay dos versiones de los acontecimientos. Según la versión oficial, en la enfermería de Cudia Federico le hicieron a Franco una primera cura, pero consideraron la herida gravísima, esperaban un proceso gangrenoso y no consideraron conveniente trasladarlo al Hospital de Ceuta, adonde habían sido enviados los otros cuatro oficiales heridos que salvaron la vida. Finalmente, el 4 de julio, cinco días después de recibir la herida, fue evacuado a Ceuta, y avisaron a su familia que estaba gravísimo y era probable su rápido fallecimiento.

Sin embargo, yo he oído contar a Carmen Franco, su hija, otra historia que obviamente le había contado a ella el protagonista, su propio padre. Según el relato familiar, Franco veía con desesperación que los otros heridos eran evacuados en ambulancias, mientras que a él lo habían dado por caso perdido. Pero no debía estar tan moribundo, porque no solamente se percató de esto, sino que le pidió el fusil a su asistente, amartilló el máuser, apuntó al médico y le conminó: «En la próxima ambulancia voy yo».

Así burló el capitán Franco a la muerte por segunda vez en el verano de 1916.

Publicidad