Luis de León Barga traza un mapa de los excesos que definen la modernidad
En su ensayo, ‘Excesos femeninos. Delirios masculinos’, el periodista analiza cómo lo extremo atraviesa lo privado, lo público y lo digital

Luis de León Barga. | Toni Albir
Luis de León Barga, periodista y escritor con una sólida trayectoria en la Agencia EFE —donde dirige el departamento de Documentación y Análisis—, acaba de publicar su ensayo Excesos femeninos. Delirios masculinos (Fórcola, 2025), una obra en la que analiza cómo el exceso se ha convertido en un signo característico de nuestra sociedad individualista y tecnológica. Nacido en Roma (1958) y con profundas raíces literarias —su padre y su abuelo también fueron periodistas—, ha vivido en ciudades como Nueva York y Tailandia, lo que ha enriquecido su mirada sobre el mundo contemporáneo. Es autor de libros como Los durmientes (2016) y Narcisistas contemporáneos (2021) —ambos en Fórcola— y coordina la comunidad literaria Libros, nocturnidad y alevosía, desde la que combina reflexión, literatura, fotografía, y cultura.
A lo largo de su ensayo, De León Barga reflexiona sobre figuras tan diversas como Dorothy Wilde, Catherine Millet, Michel Foucault o Timothy Leary, examinando sus vidas como espejos de diferentes formas de exceso. En una entrevista con THE OBJECTIVE habla sobre el criterio por el que seleccionó estos personajes en vez de otros, el papel de la identidad en sus trayectorias extremas y cómo sus historias pueden ayudarnos a comprender los delirios de poder, libertad y placer que dominan nuestra era. También aborda sus reflexiones sobre la crisis de la masculinidad, la frontera entre lo íntimo y lo público en la era digital y el papel de la narrativa personal en la gestación del exceso.
PREGUNTA.- ¿Qué le llevó a escribir este ensayo sobre el exceso en nuestra sociedad contemporánea?
RESPUESTA.- Me interesó comprender cómo las señales de esta nueva era afectan al comportamiento humano. Creo que el exceso es el IVA del momento actual y se aplica con fuerza en nuestra sociedad individualista, competitiva y tecnológica. Basta mirar a nuestro alrededor para ver aflorar todo tipo de actitudes extremas en la vida de las personas, el trabajo, la política o la economía.
P.- Usted menciona figuras como Dorothy Wilde, Catherine Millet, Michel Foucault, Timothy Leary, entre otras. ¿Por qué se paró en estas figuras y no en otras? ¿Cómo fue ese filtro que utilizó? Podría haber hablado también de la Beat Generation, por ejemplo.
R.- Aunque el catálogo de personalidades extremas es muy amplio, mi intención fue que los personajes que aparecen en el libro representen excesos distintos para que se entienda mejor este comportamiento humano. Dorothy Wilde es el símbolo de los locos años veinte del siglo pasado y aunque muy excesiva en su vida privada no encontró la estabilidad amorosa que buscaba y eso la destruyó. Catherine Millet representa el viaje desde la promiscuidad sexual absoluta (se acostó con más de mil y pico hombres) hasta los celos patológicos y el amor casi perfecto. Foucault puso a prueba sus teorías filosóficas en su vida y exploró los límites del placer y el riesgo. No dejó de ir a los cuartos oscuros de los locales sadomasoquista gays en sus viajes a Estados Unidos, incluso cuando se sabía la existencia de un virus que se contagiaba en estos sitios y todavía no tenía nombre, el sida, y que era mortal. Timothy Leary llevó mucho más lejos el exceso que la Beat Generation que le precedió y aunque fue el abanderado de la contracultura y el LSD, no limitó la transgresión a una simple rebeldía juvenil, sino la amplió a una alternativa global a la sociedad de su tiempo.
P.- Escribe que el exceso no es un invento del presente, pero que en el siglo XX empieza a normalizarse como parte de la identidad moderna. ¿Qué factores históricos o sociales cree que permitieron ese cambio?
R.- El exceso existió desde la más lejana Antigüedad y así lo recogen episodios de la Biblia, como la torre de Babel. La tragedia griega está llena de personajes destruidos por el exceso: Edipo, Prometeo, Agamenón. Se veía como algo negativo porque rompía el orden cósmico o moral. Será a comienzos del siglo XX cuando el exceso se haga público y se convierta en un signo de «diferencia» en la ciudad moderna. Entonces se convierte en la experiencia que desvela el verdadero deseo de la persona como vemos en el caso del fotógrafo Robert Mapplethorpe. Un hombre que hace de su diferencia una herramienta en su escalada social para llegar a la cumbre de la fama y hace de sus aficiones fetichistas homosexuales una marca propia.
P.- Habla de que «cualquier exceso comienza siempre en el ámbito privado» y que solo cuando se vuelve público se «considera como tal». ¿Cómo cree que ha cambiado esa frontera privada-pública en la era digital?
R.- Si nadie se entera de que he saltado desde la azotea de un edificio de treinta pisos a otro que se encuentra cerca y he salido ileso, mi arriesgada acción queda en mi esfera privada. Pero si lo grabo en vídeo y lo subo a las redes sociales, se convierte en una «hazaña» que me proporcionará seguidores, fama, imitadores… En la era digital, el exceso es muy útil para diferenciarse y sobresalir. Por eso se practica en todos los ámbitos. En un mundo ruidoso y repleto de estímulos solo si gritamos alguien volverá la cabeza para fijarse en uno.
P.- ¿Cómo se relaciona el exceso femenino con la autoexploración? ¿Es una búsqueda de límites o de nuevas posibilidades?
R.- El exceso femenino tiende a disolver los límites porque emocionalmente ve el mundo como una totalidad interconectada. Por eso, en líneas generales, la mujer es más compleja e interesante que el hombre que es más simple en sus emociones. El exceso femenino no es un intento de autoafirmarse cruzando límites como hacen los hombres. La puerta de salida es la curiosidad. Les gusta probar experiencias nuevas, integrar partes que están divididas, como se ve en el caso de Catherine Millet o las chicas de la Movida madrileña que vivieron unos años de un hedonismo sin límites y cayeron en el exceso por excelencia: la heroína. O sentir sin ser juzgadas, como le ocurre con Dorothy Wilde. En definitiva, crear una mayor conexión con el contorno, lo que implica actitudes extremas según el tipo de personalidad y el impulso que les mueve a ello.
P.- En el ensayo reflexiona sobre una supuesta «crisis de masculinidad»: los hombres recurren a actos extremos (saltar desde lo alto, invertir en criptomonedas) para probar su valor. ¿Por qué cree que estos «delirios masculinos» están tan conectados con la idea de identidad masculina? Es decir, ¿por qué las mujeres no necesitamos esta «autoafirmación» por denominarlo de alguna manera?
R.- Con el fin de la sociedad patriarcal, los roles de la masculinidad clásica se han desvaído dando lugar a la búsqueda de una nueva identidad. El exceso en el siglo XXI está protagonizado por hombres que tienden a reafirmar valores masculinos tradicionales, a diferencia del siglo anterior que fueron obra de mujeres, libertarios y minorías sexuales. Basta asomarse a las redes sociales para ver cómo realizan sus delirios. En mi libro hablo de los hombres que saltan con un solo paracaídas desde poca altura (salto BASE) y las criptomonedas. Ambas actividades implican un importante desafío y peligro. La masculinidad clásica concibe el exceso como un gesto heroico, sacrificial y vinculado a la muerte o a la destrucción. En el salto BASE fallecen el 60% de sus practicantes y en las criptomonedas el 80% de los inversores minoristas ha perdido sus inversiones.
P.- A nivel psicológico, ¿qué papel juega la narrativa personal? ¿Construimos relatos para justificar nuestros excesos o son los excesos los que moldean el relato?
R.- Psicológicamente, el exceso es una fuente de verdad, porque permite conocer mejor a una persona. El exceso vive entre lo que surge dentro de nosotros y lo que decidimos llevar a cabo, por lo que es un comienzo que ayuda a definir lo que somos. Construimos relatos para justificar nuestros excesos y recurrimos a justificarnos con explicaciones que suelen empezar por lo de «no tuve elección y cualquiera hubiese hecho lo mismo». Disculpas que no cambian los excesos cometidos pero que los justifican. Al mismo tiempo, los actos extremos reescriben nuestra visión de la realidad, no porque queramos suavizarlos, sino porque son tan poderosos que reorganizan la narrativa entera alrededor de ellos. Catherine Millet, a través de la infidelidad de su marido, aunque ella también le fue infiel, reorganiza su vida y se cuenta quién es y qué quiere. O sea que primero es la acción excesiva, después el relato que lo enmarca y que con el tiempo se transforma en una verdad que justifica nuevos excesos.
P.- Si el exceso es una forma de escapar de la norma, ¿qué ocurre cuando el exceso mismo se convierte en norma cultural?
R.- Que se pierde libertad de elección. Es lo que ha ocurrido en estas últimas décadas. Hubo más excesos en el siglo pasado porque había más libertad y muchos de los extremos de los años sesenta y setenta son impensables de practicar hoy día por atentar contra los principios fundamentales de la moralina laica y bienpensante que ha sustituido a la religiosa. La subcultura gay sadomasoquista que se desarrolló en San Francisco y Nueva York en el siglo pasado es impensable hoy por sus connotaciones estéticas con el nazismo. Sin embargo, como hemos visto, el exceso se adapta a su época y surgen otros extremos que hace treinta años eran impensables, como el salto BASE o las criptomonedas.
P.-¿Cómo dialoga la soledad «moderna» o actual con la búsqueda de intensidad?
R.- Es un diálogo que se encuentra más en la imaginación que en la realidad como se ve muy bien en la vida de Timothy Leary. Esa búsqueda ilusoria de una mayor satisfacción sensual y espiritual a través del LSD parece acercarle a la meta, aunque al final tampoco es capaz de desentrañar el nudo gordiano de toda vida. Pero en el trayecto, el exceso lisérgico le proporcionó la sensación de una eternidad menor al no poderse saciar nunca por completo.
P.-¿Somos excesivos porque estamos solos, o estamos solos porque perseguimos lo excesivo?
R.- La experiencia del exceso es una fantasmagoría que ayuda a sobrellevar la soledad impuesta por nuestro tiempo. Solo a través de la intensidad las personalidades excesivas sienten que la vida es una soledad que merece ser compartida en las redes sociales.
P.-¿Ha pensado en posibles «antídotos» o estrategias para quienes sienten que están viviendo en una dinámica de exceso permanente?
R.- No, porque el exceso no es una adicción. Un comportamiento excesivo puede resultar perjudicial pero no implica un hábito de dependencia similar al de un adicto que necesita la adicción para levantarse de la cama. Además, en un mundo que siempre pide más en todos los ámbitos, el exceso crecerá. Las conductas extremas son útiles para crear una identidad que llame la atención e ilusionar los sentidos con fantasmagorías.
