Narcotráfico y política: el poder y sus sombras
En este nuevo episodio, se aborda la situación en países como México o el enfrentamiento entre Maduro y Trump

Ilustración de Alejandra Svriz.
En este episodio de Las dos orillas, el diálogo aborda uno de los nudos más peligrosos de la política latinoamericana contemporánea: la relación cada vez más porosa entre narcotráfico y poder político. Douglas Castro-Quezada abre la discusión recordando que los asesinatos políticos en México, la expansión de grupos criminales y la reconfiguración de la política estadounidense bajo la administración Trump ya no permiten pensar el narcotráfico como un problema meramente criminal. Hoy, advierte, es un factor estructural que reconfigura Estados, gobiernos y sistemas democráticos enteros.
Julio Borges describe a Venezuela como el caso extremo de esa simbiosis: «No hablamos de políticos metidos en la droga; hablamos de un Estado capturado por el crimen organizado». Con el cartel de los Soles como columna vertebral, militares y altos funcionarios administran rutas, lavan dinero y compiten entre sí como señores feudales. Borges lo sintetiza con una idea contundente: «Venezuela se convirtió en un laboratorio de lo que significa unir crimen organizado y política para sostener una dictadura». La cocaína que atraviesa el país —dice— no solo financia a Maduro: también se exporta como herramienta geopolítica, contaminando a Centroamérica, el Caribe y Europa.
La cubana Luz Escobar, sitúa el problema en otro punto esencial: la impunidad que permite que el crimen florezca. «Antes del narcotráfico viene la impunidad», afirma. Narra el caso de Arnaldo Ochoa —fusilado en 1989 en un juicio espectáculo— como ejemplo de cómo el régimen utilizó al general para encubrir sus propios vínculos con el tráfico de drogas. Más preocupante aún: hoy circulan drogas sintéticas baratas en Cuba, y muchos ciudadanos temen que la tolerancia del régimen a esa expansión sea una forma de control social. «En Cuba no se mueve una hoja sin que el régimen lo sepa», recuerda Luz, apuntando a un deterioro social visible incluso en las calles: jóvenes y adultos consumidos por sustancias baratas mientras la prensa oficial calla.
El historiador español Manuel Burón amplía el foco: «El viejo esquema de América Latina produce y Europa consume ya no funciona». Europa enfrenta hoy la penetración de bandas latinoamericanas, la expansión del narco en puertos como Amberes, Róterdam o Algeciras y, además, el uso político del tema. «El narcotráfico se ha vuelto argumento electoral: se mezcla migración con crimen organizado, se exageran paralelos, se construyen enemigos», advierte. Y señala un punto clave: en América Latina, a diferencia de Europa, la frontera entre crimen y Estado es borrosa. «Eso es lo que más cuesta entender desde el mundo democrático: que el narco pueda ser el Estado».
En un intercambio particularmente fuerte, los miembros del panel dejan varias frases que sintetizan la gravedad del problema. El nicaragüense Douglas Castro-Quezada deja claro que esto «no es nuevo», cuando comenta que «en Nicaragua siempre ha existido una relación entre poder político y narcotráfico; está en la historia misma del sandinismo y en su vínculo con el cartel de Medellín». Borges insiste: «Lo peor que puede pasar es que no pase nada». Luz añade: «Las sanciones se quedaron cortas. No puede ser que Estados Unidos acuse a Maduro de liderar un cartel y al mismo tiempo no pase nada». Burón reflexiona sobre el impacto cultural: «Hay narcos santos, narco-corridos, narco-series. La cultura narco seduce porque promete poder sin esfuerzo. Eso es gasolina para el deterioro político». Y Douglas recuerda que la región ha normalizado a líderes que usan el discurso anti-consumo —como Petro o AMLO— para evitar enfrentar a los grupos criminales en el territorio.
El episodio concluye con una mirada hacia las posibles soluciones. Borges propone una estrategia central: romper la alianza entre crimen organizado y poder político, especialmente en Venezuela, donde el narcotráfico aporta «al menos 8.000 millones de dólares anuales» al régimen. Luz insiste en la necesidad de presionar a los regímenes autoritarios antes de que la degradación social sea irreversible. Y Burón remata con una idea inquietante: «En América Latina, el crimen reemplaza al Estado. En Europa, el populismo usa al crimen como excusa». Las dos orillas cierra así un episodio tan revelador como urgente: sin enfrentar la simbiosis entre narcotráfico y política, ninguna democracia está a salvo.


