Mentiras y trampas de los jerarcas nazis
El libro ‘Las entrevistas de Núremberg’ recopila las conversaciones de Leon Goldensohn con los secuaces de Hitler

Altos cargos del Tercer Reich durante su juicio en Núremberg (Alemania), 1946. | Keystone Pictures USA (Zuma Press)
Los nazis despiertan muchas emociones. Negativas, en su gran mayoría. Pero, también, en muchísimos casos, una macabra fascinación. Por norma general, no se entiende qué lleva a alguien a tomar las despiadadas e inhumanas decisiones que se tomaron durante el Reich. Hannah Arendt habló, en su momento, de la banalidad del mal –expresión que la filósofa acuñaría en 1963, durante el juicio de Adolf Eichmann–.
Esa es una de las, a falta de mejor palabra, «penas» de Las entrevistas de Núremberg (Taurus, 2025): la ausencia de Eichmann y otras figuras. Sin embargo, no es algo que se le pueda –o deba– tener en cuenta, puesto que faltaban por razones de peso. En el caso de Eichmann –uno de los arquitectos del Holocausto– en concreto, por ser prófugo de la justicia internacional. En el caso de otras personas, como Himmler o el propio Hitler, por estar muertos. Ambas, se entiende, razones que complicaban sobremanera conceder entrevistas.
Leon Goldensohn (1912-1961, Nueva York, EE UU) mantuvo estas conversaciones durante 1946, en los llamados «Basurero» y «Vertedero» de la ciudad alemana. El psiquiatra penitenciario habló con los acusados (salvo tres, todos serían condenados por el tribunal) para esclarecer por qué y cómo se mantuvo la maquinaria del Holocausto en marcha.
Como explica el editor del libro, Robert Gellately, los testimonios recabados durante los juicios no son fiables, puesto que los entrevistados –como cabría esperar–, no fueron honestos con su interlocutor. Sin embargo, sí que retratan a las personas que figuran entre sus páginas, con luces y, sobre todo, sombras. De ahí que estén plasmados sin comentarios añadidos.
Las entrevistas de Núremberg es una espléndida fuente primaria, pero solo si queremos ver autorretratos de los acusados. Tristemente, al querer ofrecer gran parte de los testimonios que Goldensohn consiguió recabar sin «mancillarlos», Gellately pierde la oportunidad de explicar las vidas de los acusados y condenados.
‘Círculo de Naumann’
Figuras como Göring –sucesor del Barón Rojo en la Primera Guerra Mundial, comandante supremo de la Luftwaffe y adicto a la morfina– se habrían beneficiado de una presentación algo más completa, en lugar de la breve introducción que abre cada entrevista.
Otras, como Hans Fritzsche, resultarían más interesantes si el lector supiera qué hizo no solo antes, sino después de su indulto. En el caso del propagandista, saber que fue miembro del llamado «círculo de Naumann» ofrece una lente distinta con la que analizar sus palabras. Esta organización, para quienes no estén familiarizados con la posguerra en la República Federal, consistió en una infiltración de adherentes al nacionalsocialismo en distintos partidos alemanes para orquestar su propia vuelta al poder. Dicho esto, si el libro se lee con conocimiento de Alemania entre los 30 y 60, las mentiras –muy comunes entre las alta esferas nazis– que todos contaban resultan mucho más evidentes.
Sin embargo, más interesantes que las más descaradas mentiras –comprensibles, puesto que todos entendían por qué se les estaba juzgando y querían evitar la horca– resultan las verdades a medias que compartían para intentar mejorar sus propias imágenes.
El segundo de Goebbels, el ya mencionado Fritzsche, por ejemplo, reconocía abiertamente su antisemitismo al tiempo que culpaba a periodistas judíos aliados de diseminar propaganda antialemana al principio de la guerra, «justificando», en cierto modo, las acciones del ejército alemán y el Holocausto –no fue el único de los acusados en blandir dicho «argumento»–. Además, otras figuras, como Karl Dönitz –comandante en jefe de la Kriegsmarine y separado por Hitler como su sucesor– ofrecieron comentarios como «el principio del hombre fuerte en política no tiene nada de malo», que destacan algo mucho más valioso que su cuasicómico racismo con el que culpó a los bávaros y austríacos del genocidio que el régimen llevó a cabo.
Negar a Hitler
Asimismo, resulta fascinante cómo la gran mayoría de los pacientes de Goldensohn negaron insistentemente ser conocedores de los planes de Hitler, o aseguraban que casi no tuvieron trato con él. Los que sí reconocían su relación con el dictador «escurrían el bulto», culpando a Himmler o Goebbels –pero nunca al Führer– del antisemitismo que permeó el Reich, afirmando que este fue «engañado» por sus subalternos. Por supuesto, en todo momento, aseveraron que ellos mismos también fueron engañados o negaron ser conscientes de lo que pasó en Alemania.
Todo sea dicho, Göring reconoció haber creado campos de concentración en los años treinta, aunque inmediatamente negó que se matara a gente en los campos tempranos –donde se sabía ya que la policía y guardas abusaban de y, por supuesto, mataban a sus reos–, porque no había un plan. Esto parecería ser cierto, puesto que los nazis no tenían pensado crear campos antes de hacerse con el poder. Sin embargo, las intenciones prebélicas no lo excusan, puesto que es bien sabido lo que hicieron al alcanzar el Reichstag.
De nuevo, las posturas que los acusados adoptaron tienen sentido sabiendo a qué se enfrentaban, pero eso no hace menos evidente lo que eran: tretas de criminales desesperados para escapar de las condenas que sabían les venían.
El libro es, en general, interesante, pero debe leerse con un gran cáveat en mente: no es una fuente fiable de lo que pasó de facto en Alemania: es una recopilación de entrevistas que el propio Goldensohn quería haber editado y revisado. No solo eso, hay que tener en cuenta que la mayoría de conversaciones se llevaron a cabo intérprete mediante y, aunque la labor de los intérpretes en Núremberg fue impecable, la situación era completamente nueva (por no mencionar, seguramente, marcada por los horrores de la guerra), así que siempre cabe la posibilidad de que se perdiera información o que una palabra no terminara de llegar correctamente de un idioma a otro.
Las entrevistas de Núremberg no es tanto divulgativo como un apoyo para el estudio de las personalidades que, en mayor o muy mayor medida, contribuyeron al Holocausto. Será una ayuda para todo historiador (amateur o no) que quiera complementar sus análisis de los juicios de Núremberg y de las figuras comprendidas entre las tapas o, en su defecto, para todo aquel que quiera entender cómo los representantes del régimen nazi intentaron defenderse, incluso a puerta cerrada, de la Historia.
