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Cultura

Jennifer Batten y Lenny Jay: los nigromantes de Michael Jackson

La que fuera guitarrista del Rey del Pop y su mejor imitador aterrizaron en Madrid para el musical ‘This is Michael’

Jennifer Batten y Lenny Jay: los nigromantes de Michael Jackson

Jennifer Batten en una imagen de 2010. | Wikimedia

Pelo medio rubio, medio rosa. La forma, ya vetusta, como de museo ochentero, se eleva al cielo igual que si un globo lleno de energía estática atrajera las hebras. Jennifer Batten lleva una vida entera viviendo en la estética del momento en que cambió su vida, cuando en 1987 Michael Jackson la escogió para ser su mano derecha con las seis cuerdas.

Hoy, en un hotel del centro de Madrid, Batten carga su hacha con la misma contundencia que entonces y su pelo, esa declaración estética de un tiempo cargado de barroquismo, color y juegos visuales, se menea con el viento que lo azota yendo de un lado a otro, igual que lo hizo ella en su reciente participación en el musical This Is Michael, que pasó por el Palacio Vistalegre de la capital con sold out. Un homenaje a la inmortal figura del Rey del Pop que lleva años derritiendo los corazones de sus fans, huérfanos desde que el capitán de los Jackson 5 muriera en 2009.

Pero ¿quién narices está a su lado? ¿Michael? ¿Es Michael Jackson? Viendo esa tez de porcelana semiartificial, la imposible forma afilada de la nariz, los labios, las gafas de sol y el outfit al completo, cualquiera diría que Michael se ha apeado del más allá y se está dando un voltio con su vieja camarada Jennifer Batten por este hotel madrileño. Pero no: Michael Jackson no se ha marcado una versión real y actualizada de Thriller. Se trata, contra la intuición visual, de Lenny Jay, el cantante que da vida a Jackson en el musical. Un calco, más que un imitador, que habla, se mueve y hasta respira con una similitud al Rey del Pop que impresiona.

Ambos llevan años reviviendo la figura del gran genio musical, coreográfico y pirotécnico del pop. En esta entrevista para THE OBJECTIVE, se confiesan dando dos visiones: la de quien estuvo mano a mano con Michael Jackson y hoy revive lo vivido, y la de quien creció inspirado por aquel mago y se pone en su piel en un mundo que ya no puede verlo, pero todavía lo añora.

Pregunta.- Jennifer, tu incorporación a la banda de Michael Jackson es casi un mito. ¿Cómo recuerdas aquel momento y qué fue lo que más te marcó de trabajar con él?

Jennifer Batten.- Lo primero que me viene a la memoria es la llamada después de la audición. Habían pasado más de cien guitarristas por allí —eso me dijeron— y cuando me contactaron solo escuché: “Michael está interesado”. Nunca hubo un “estás contratada”; simplemente, nunca me mandaron de vuelta a casa. Ese primer contacto silencioso marcó el inicio de una década increíble junto a él. Me dijeron: “Ven, toca con la banda y veamos cómo fluye”. Y fluimos… durante diez años.

Lo que más me impactó fue descubrir hasta qué punto el entretenimiento, para él, iba mucho más allá de la música. La música era el cimiento, sí, pero encima había humo, láseres, luces, vídeos, efectos y un sentido del espectáculo absolutamente total. Entendí que un show podía ser una experiencia multisensorial completa, no solo un concierto.

P.- Mucha gente te identifica exclusivamente con Michael. ¿Cómo te sientes respecto a eso?

J.B.- Es totalmente comprensible. Sus giras eran las más grandes del planeta: 50.000 personas por noche, en cualquier rincón del mundo. No existe prácticamente nadie vivo que no sepa quién era Michael Jackson. Y claro, cuando vienes de tocar con Jeff Beck —que congregaba, como mucho, 5.000 personas— entiendes la dimensión del fenómeno. Ese reconocimiento es un honor, aunque solo represente una parte de mi historia.

P.- En los ochenta vuestros espectáculos fueron una revolución visual. ¿Cómo ves ahora la conexión entre artistas, música e industria?

J.B.- Todo ha cambiado de forma radical. Hoy la gente casi no compra discos: paga una suscripción y tiene acceso a todo. Eso significa que los artistas ganan mucho menos por su música grabada y deben buscar otras vías para sobrevivir. La libertad creativa es mayor que nunca, pero también lo es la lucha por ser visto. La parte positiva es que ya no necesitas que un sello apueste por ti: puedes grabar en tu habitación, como Billie Eilish. Tienes el control. Pero la competencia es feroz: se publican cientos de miles de canciones cada semana. Y la mayoría de los artistas no sabe cómo promocionarse ni tiene presupuesto para destacar entre tanto ruido.

P.- Lenny, interpretar a Michael Jackson debe de ser una responsabilidad enorme.

Lenny Jay.- Lo es, y mucho. Escucho su música desde los siete años; llevo más de 30 cantando y bailando sus canciones. Para mí es parte de mi vida. En este espectáculo canto en directo, hay una banda real detrás y usamos réplicas exactas de los trajes que él llevaba. Mi misión es transmitir al público la pasión que siento por él y conectar desde ese amor, no imitarlo punto por punto. Eso sería imposible.

P.- ¿Temes algo al salir al escenario?

L.J.- (Ríe). Solo los vuelos cancelados y las maletas que no llegan. De verdad: eso sí me da miedo. Por lo demás, estoy en paz. La mayor preocupación suele estar en los aeropuertos, no en el escenario.

J.B.- (Se ríe). Sí, esto parece ya una sesión de terapia. Con los años, además, llegan dolores físicos que ya no se pueden frenar… La experiencia suma técnica, pero también limita el cuerpo.

P.- ¿Cómo ha cambiado la música —y su estética— en las últimas cinco décadas?

J.B.- La música siempre está en evolución porque los jóvenes buscan sonidos nuevos. Michael lo tenía clarísimo: cada disco era distinto, desde Off the Wall hasta Invincible. Hay cambios en armonías, letras, géneros… eso es natural, aunque a veces vaya contra lo que quieren las discográficas. Visualmente el salto tecnológico ha sido brutal. El efecto de Black or White costó un millón de dólares en su día. Tres años después ya podías conseguir un programa para hacerlo por cuarenta. Hoy puedes lograr algo similar desde un teléfono móvil. Pero los efectos artesanales conservan una magia especial: puedes sentir la mano humana, igual que ante un cuadro original.

P.- ¿Qué opináis de la irrupción de la inteligencia artificial en la música?

L.J.- Creo que puede ser peligrosa. Hay mucha gente creando música sin saber cantar ni tocar. Es raro. Puede ayudar, pero no siempre se usa bien. Lo digital abre puertas, pero también difumina lo genuino.

J.B.- Para mí es puro yin y yang. Va a quitar trabajos, sin duda, y ya hay personas que ganan millones sin ser músicos, solo dominando los prompts. Pero también puede inspirar. He escuchado música hecha con IA tan buena que la he buscado con Shazam pensando que era real. Y hay músicos excelentes que la utilizan como base para luego superponer su personalidad, como hace la bajista Mohini Dey. La IA puede deshumanizar, pero también puede ampliar la creatividad.

L.J.- Y estoy convencido de que, si Michael viviera hoy, encontraría una manera inteligente de usarla. Michael siempre habría sabido reinventarse, incluso con la IA.

P.- Aun así, lo que hacéis en directo sigue siendo imposible de copiar.

J.B.- Exacto. Hay una vibración, una energía humana que no se puede sintetizar. La esencia del vivo pertenece únicamente al presente.

L.J.- Y la conexión con el público tampoco: mirar a alguien a los ojos y cantar para esa persona. Esa emoción es real. Esa mirada compartida no puede fabricarla ninguna máquina.

P.- ¿Cómo se genera esa conexión?

J.B.- Solo puedes conectar con la gente que ves, literalmente. Las primeras filas marcan esa comunicación: les devuelves una sonrisa, una mirada, y la energía se contagia. El vínculo nace del intercambio directo entre artista y público.

L.J.- Y cantando desde la emoción. Si estás triste o alegre, se nota en la voz. Intento visualizar lo que Michael sentía al cantar cada tema y canalizarlo. La emoción real siempre encuentra su camino hacia el público.

P.- ¿Siguen conectando las nuevas generaciones con Michael Jackson?

J.B.- Absolutamente. Los niños reaccionan enseguida a su groove, sin necesidad de entender la letra. Y si lo ven bailar, quieren imitarlo enseguida. El ritmo de Michael sigue siendo un lenguaje universal.

L.J.- Para ellos es casi un superhéroe: la capa, la chaqueta, el guante… Lo era para mí a los siete años y lo sigue siendo ahora. Su iconografía mantiene intacto su poder de fascinación.

P.- Jennifer, ¿alguna anécdota que recuerdes con especial claridad?

J.B.- Esta es muy “americana”. En EE. UU. los abogados ponen anuncios en TV del tipo “Si sufrió una lesión, llámenos”. Un día, en ensayo, Michael estaba en la plataforma elevadora —la cherry picker— y hubo un fallo. Se cayó. No se hizo daño, pero todo quedó en silencio. Entonces Saida Garrett tomó el micrófono y dijo: “¡Con una caída así yo me hice 5,5 millones de dólares llamando a un abogado!”. Incluso en momentos tensos, el humor podía rescatar la escena. Todo el mundo rompió a reír.

P.- ¿Cuáles eran vuestras principales preocupaciones como músicos entonces y ahora?

J.B.- El sonido. Siempre. Puedes dar un gran concierto, pero si el público no oye bien, es frustrante. Prince estaba obsesionado con eso. He vivido situaciones donde yo me sentía genial y luego alguien me decía: “No se escuchó la guitarra”. Un mal sonido puede arruinar incluso la mejor interpretación.

L.J.- Me pasa igual. Lo que oyes en el escenario no es lo que oye la audiencia. Por eso hablo constantemente con los técnicos. Ahora tenemos un equipo estable, pero basta que alguien falte para que tengamos que reajustarlo todo. La armonía entre músicos y técnicos es parte esencial del espectáculo.

P.- Vivimos tiempos de “cancelación”. Michael fue una figura polémica. ¿Habría sobrevivido a la cultura actual?

J.B.- Es imposible saberlo. Pero creo que hoy sería peor: las redes sociales han amplificado el odio. Mucha gente vacía sus frustraciones allí.

L.J.- Además, su vida no fue normal. No podía ir al supermercado, ni al colegio, ni tener amigos con naturalidad. Su fama extraordinaria le arrebató la vida ordinaria.

J.B.- La fama hace que la gente te trate como si no fueras humano. Incluso yo, que trabajaba con él, recuerdo un día en Japón viéndolo desde la ventana del hotel, observándolo como si fuera un animal en un zoológico. Esa es la distorsión terrible que genera la celebridad.

P.- ¿Puede surgir hoy otro Michael Jackson?J.B.- No lo creo. Era extraordinario. Tener ese nivel de talento reunido en una sola persona es muy difícil de repetir. Algunos artistas no se replican: son fenómenos irrepetibles. Si yo fuera uno de sus hermanos pensaría: “Qué injusto, se llevó todo”

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