The Objective
Las dos orillas

Conflicto político en Chile: izquierda vs. derecha

En este nuevo episodio se abordan las elecciones en el país y la aparición de nuevos actores políticos

Chile acaba de cerrar una primera vuelta presidencial que ya es histórica, con más de un 85% de participación. La segunda vuelta, el 14 de diciembre, será entre Janet Jara, candidata comunista, y José Antonio Kast, referente de la derecha radical. El centro tradicional que administró la transición (la Concertación primero y luego Chile Vamos) terminó desfondado, y el outsider digital Franco Parisi, con casi uno de cada cinco votos, se convierte en el gran árbitro de los comicios. Según todas las encuestas, Kast llega como claro favorito y, salvo sorpresa mayúscula, se encamina hacia una victoria holgada. En ese contexto, Las dos orillas se pregunta qué nos dice Chile sobre el nuevo ciclo político latinoamericano: ¿Seguimos hablando de izquierda vs. derecha o de sistema vs. antisistema, de orden vs. rabia?

Desde el exilio, Julio Borges propone mirar más allá de los porcentajes. Recuerda que, tras Pinochet, Chile fue durante décadas el ejemplo exitoso del centro político: estabilidad, alternancia, crecimiento, acuerdos básicos. «Es un éxito tan grande que murió de éxito», resume. Ese centro no se renovó, no generó relevos, se volvió incoloro. Mientras tanto, los extremos aprendieron a hablar más fuerte y más simple. Hoy, dice Borges, Jara es «una Bachelet 2.0» en clave más ideológica, y Kast «un Piñera 2.0» más radicalizado, en un escenario en el que la disputa ya no es solo doctrinaria, sino de identidades y emociones. La doble vuelta —agrega— tiene una paradoja: obliga a construir coaliciones amplias, pero también refuerza la lógica de «todos contra uno», profundizando la polarización en un país que antes se caracterizaba por la moderación.

El historiador Manuel Burón, desde España, traza paralelos con Europa. Ve en Kast rasgos claros de la ultraderecha al estilo Vox —incluido el ataque a la «derechita cobarde»— y observa cómo los medios españoles tienden a etiquetar la contienda como «ultraderechista Kast vs izquierdista moderada Jara», suavizando la pertenencia explícita de la candidata al Partido Comunista. Para Burón, el eje clásico izquierda-derecha «está averiado»: Hoy la línea relevante es entre proyectos liberales, que respetan las reglas del juego, e iliberales, que buscan doblarlas o romperlas. Recuerda que Gabriel Boric llegó con un discurso de ruptura, tropezó con su propia agenda constituyente y terminó moderándose, hasta condenar con claridad la dictadura venezolana, algo que ni siquiera el gobierno español ha hecho con la misma contundencia. «La esperanza en Chile —advierte— es que las instituciones sean lo suficientemente sólidas para obligar a cualquiera que gane a moderarse en el poder».

La intervención de Luz Escobar lleva la conversación al terreno más incómodo: Cuba como prueba de estrés democrática. Para ella, uno de los filtros centrales para medir el compromiso democrático de un liderazgo latinoamericano es su capacidad de decir, sin eufemismos, que «en Cuba hay una dictadura». Y ahí, sostiene, Janet Jara enciende todas las alarmas: «No ha sabido responder, hoy dice una cosa y mañana otra, pero nunca dice lo que toca». Cuando es consultada, se refugia en el embargo, en matices, en explicaciones elusivas. «Si alguien ejerce su libertad en una democracia para llegar al poder, pero es incapaz de llamar dictadura a lo que es una dictadura, nos está diciendo a quién quiere seducir y qué está dispuesto a normalizar», afirma Luz. Desde su experiencia cubana, el temor es claro: que un Chile democrático termine blanqueando a regímenes que anulan derechos, encarcelan disidentes y censuran toda crítica.

El episodio entra también en la crisis del centro político como fenómeno regional. Borges recuerda que, en Colombia, al centro le dicen «los tibios»; Luz agrega que en Cuba hablan de «los rosaditos». La idea es parecida: un espacio que defiende la democracia, pero que no entusiasma a nadie. Borges insiste en que el problema no es el centro en sí, sino su versión gris y burocrática: «Un centro democrático no tiene que ser insípido. Puede ser beligerante, firme, apasionado, pero en defensa de las reglas, de los derechos y del Estado de derecho». La democracia, advierte, se está presentando cada vez más como una guerra permanente de bandos, en vez de un lugar de consensos básicos donde «podemos pensar distinto en mil cosas, pero coincidir en cincuenta fundamentales».

En paralelo, Las dos orillas analiza el fenómeno Franco Parisi, el outsider digital que, desde el discurso «ni comunachos ni fachos», canaliza el voto de castigo al sistema. Para Luz Escobar, este tipo de figuras son seductoras para quienes viven —o han vivido— bajo dictaduras, porque parecen romper la inercia del poder tradicional. Pero la experiencia latinoamericana es aleccionadora: «Muchos de esos que llegan rompiéndolo todo, después quieren quedarse para siempre». Luz advierte que la política, atravesada por las redes sociales, se ha invertido: ya no se parte de lo que necesita una sociedad para funcionar mejor, sino de lo que está de moda en el lenguaje popular. Se estudia el enojo antes que el programa. «Hay que revalorizar lo que sí funciona de la política, sin volver a la política gris, pero sin caer en el culto al outsider que viene a barrerlo todo», plantea.

Borges introduce entonces un concepto clásico que parece escrito para el siglo XXI: la teatrocracia de Platón, la política convertida en espectáculo. Desde Chávez hasta figuras como Trump, Bukele, Milei o el propio Parisi, el patrón se repite: líderes que se niegan a ser vistos como políticos, se presentan como vengadores o empresarios antisistema, pero explotan al máximo las lógicas del show. «En Venezuela», recuerda, «Chávez podía llevar doce años en el poder y aun así mucha gente decía que no era un político». En un Chile que conoció décadas de moderación institucional, la irrupción de liderazgos más estridentes no llega al nivel de ruptura venezolana, pero sí marca un quiebre cultural: el «país serio» se está acostumbrando al ruido.

Burón, por su parte, sostiene que el voto antisistema es menos ideológico de lo que los análisis suponen. No responde tanto a doctrinas como a sentimientos: rabia, miedo, cansancio, deseo de castigar «a los mismos de siempre». Vivimos —dice— en una «política de las tripas», donde los liderazgos performativos crean problemas en el discurso para luego presentarse como única solución. Un político que explica números, límites y reformas impopulares pierde atención; el que promete soluciones mágicas y subidas instantáneas de beneficios, gana aplausos. «La pregunta —advierte— es si ese centro democrático que extrañamos está dispuesto a aprender a comunicar en este nuevo entorno, sin renunciar a la verdad ni a las instituciones».

El episodio cierra con una mirada hacia lo que viene después del 14 de diciembre. Chile tendrá, muy probablemente, a Kast en la presidencia y a una izquierda que deberá redefinirse tras el desgaste de Boric y la derrota de Jara. Para Julio Borges, lo que ocurra allí será observado con lupa desde toda la región: «Chile puede demostrar que incluso después de una elección hiperpolarizada es posible gobernar dentro de las reglas, o puede abrir la puerta a una nueva normalización de discursos iliberales». Luz, desde Cuba, lo condensa en una advertencia simple: «Ojalá Chile no tenga que aprender, como nosotros, cuánto se extraña la democracia cuando se pierde».

Chile sigue siendo un laboratorio político, pero esta vez el experimento pone a prueba la capacidad de la democracia para sobrevivir a su propia fatiga.

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